El tiempo y el espacio del taller de lectura plasmado para:



leer de diferentes maneras (por arriba, por abajo, entre líneas, a fondo, participando del texto, recreándolo),



dar cuenta de los procesos culturales en que surgen y son comprendidas o cuestionadas las obras literarias,



pensar (discutiendo, asombrándose, dejándose llevar por lo que los textos nos dicen -pero parece que no dijeran-),



y por sobre todas las cosas, y siempre, disfrutar de la buena literatura.








martes, 21 de diciembre de 2010

Fin del ciclo 2010

Está terminando 2010, un año de muchas novedades para el taller ya que con el tiempo se ha ido creando un perfil propio, con una línea de trabajo más elaborada y definida por el entusiasmo y las inquietudes de sus integrantes.
Hemos logrado articular el trabajo de todo el año en ciclos, lo cual permitió el análisis de un corpus de obras de mucha calidad y desde perspectivas muy interesantes.
Los distintos ciclos y  temas trabajados (el detalle de cada clase está incluido en el blog) han sido:

 1. Los procedimientos de la metaficción en Cervantes, Borges, y los siguientes autores, temas y ejes de la posmodernidad :


Los procedimientos narrativos de la Posmodernidad

Las características de los cuentos contemporáneos.

Sergio Pitol: Vals de Mefisto , El relato veneciano de Billie Upward.

Roberto Bolaño: Detectives, Sensini,

Juan Villoro: Corrección, Coyote, La alcoba dormida, y Espejo retrovisor

Pitol y Villoro: ¿Las dos caras de Jano?

Vila-Matas: Niño, Porque ella no lo pidió

Paul Auster (como hipotexto de Vila-Matas): Lecturas varias

Cervantes: claves para la lectura de Don Quijote , bases culturales del Renacimiento imprescindibles para la comprensión, el tema de los narradores que cuentan la historia.

Borges: Pierre Menard

Reflexiones sobre la lectura de Don Quijote de: Villoro, Piglia, Fresán, Kafka y Borges.

Cierre del ciclo de Metaficción. (Desde abril a agosto.)

2. El cuento norteamericano: Las características biográficas de autores, sus circunstancias, influencias literarias, a fin de desentrañar las pulsiones que subyacen a dicha narrativa.

Raymond Carver: Mecánica Popular , Principiantes, Diarios de Carver y la polémica con su editor, Gordon Lish.

John Cheever: El mundo de las manzanas, El nadador, Visión del mundo, Adiós hermano mío, Reunión.

Cheever y la noción de cronotopía, o territorio ficcional.

Lorrie Moore: Cómo convertirse en escritora, Esta gente es la única clase de gente que hay aquí, También eres feo.

Flannery O'Connor: Un hombre bueno es difícil de encontrar.

Los precursores: Hawthorne, Melville y Poe.

Hawthorne: Wakefield

Melville: Bartleby

Cierre del ciclo Cuento Norteamericano. (Desde Septiembre a Diciembre.)
 
 
Entonces muchas gracias por compartir este espacio de todos, y de regalo les mando una hermosa imagen de parte del grupo de los lunes, el día del brindis:
 


¡¡Muchas felicidades, y hasta el año próximo!!
Lic. Graciela Occhi.

jueves, 2 de diciembre de 2010

Sobre "Bartleby", y "La tercera margen del río"

Más que las respuestas, quizás importan las preguntas que funcionan como disparadores; por eso aquí van algunas:




Sobre Bartleby:

Sabemos que Bartleby es "pálidamente pulcro, lamentablemente respetable, incurablemente solitario".

¿Es como las cartas perdidas de la Oficina en que trabajaba antes: "cartas que se dirigen a la muerte..."?

¿Es el alienado por la sociedad capitalista que representa el abogado de Wall Street?

¿Es un líder de la resistencia pasiva, es un líder de la libertad, un sobreviviente de algo terrible?

¿Y no es también el impresionante  efecto que produce en el abogado, cómo le devuelve algo de humanidad, cómo lo conmueve...?



Sobre qué es La tercera margen,  el cuento de Guimaraes:
(No dejen de ver la intertextualidad con el cuento  Wakefield, de Hawthorne, que vimos hace poco, en cuanto a la partida aparentemente absurda,)

¿Es la canoa, es decir el invento del padre para no quedarse ni cerca ni lejos de su familia?

¿Es el hijo que queda preso en el medio, en otra tercera margen, entre la decisión del padre que toma un camino (el río) y la de su familia que toma otro (otro pueblo)?

Ese estar “en el medio”, ¿es también hasta el mismo lugar del autor ("mediador", diplomático)?

En el cuento hay al menos cuatro interpretaciones sobre el enigma de la partida del padre:

1) locura;

2) el pago de una promesa;

3) una enfermedad como, por ejemplo, la lepra;

4) el padre es el profeta de un apocalipsis (como Noé con su arca). Hay alguien que sabe en el texto, es decir, la verdad está allí. Pero ese “alguien”, ese personaje, está muerto: el fabricante de la canoa.


¿Y si la tercera margen es la del “río adentro”, o sea el río mismo?

Se sigue poniendo interesante, lo vemos el lunes.

domingo, 28 de noviembre de 2010

Vidas paralelas: Hawthorne, Melville y Vila-Matas.

Y ahora que estamos trabajando con dos de los precursores del cuento norteamericano, Hawthorne y Melville, van algunas reflexiones sobre las analogías y correspondencias de los relatos Wakefield, por un lado, y Bartleby, por el otro, con el del catalán contemporáneo Vila-Matas, su Bartleby y compañía.


En esta novela suya, armada con notas al pie de un libro inexistente, Vila-Matas postula lo que él llama el “síndrome Bartleby”: quienes lo padecen son esos seres en los que habita una profunda negación del mundo, que repiten el “Preferiría no hacerlo” como el personaje de Melville, y desde ahí rastrea el amplio espectro del síndrome en la literatura, “esa pulsión por la nada que hace que ciertos creadores no lleguen a escribir nunca, o bien escriban uno o dos libros y luego renuncien a la escritura”.

Dice Vila-Matas que tanto Wakefield como Bartleby son dos personajes solitarios íntimamente relacionados, y al mismo tiempo el primero está relacionado con Robert Walser y el segundo con Kafka.

Sobre Wakefield, el personaje de Hawthorne que vive una vida solitaria y despojada de cualquier significado, que se aleja de su casa para vivir a la vuelta de la esquina, y regresa a su hogar después de veinte años, afirma que es un claro antecedente de los personajes de Walser, el escritor suizo que produjo “esos espléndidos ceros a la izquierda que quieren desaparecer, y esconderse en la más anónima realidad”.

En cuanto a Bartleby, dice que es un claro antecedente de los personajes de Kafka, -ya Borges había afirmado que “el cuento de Melville definió un género que hacia 1919 reinventaría y profundizaría Kafka : el de las fantasías de la conducta y del sentimiento”-, y es también precedente del propio Kafka, ese escritor solitario que veía que la oficina en la que trabajaba significaba la vida, es decir, su muerte.

Más adelante Vila-Matas que ambos autores, Hawthorne y Melville, fueron fundadores sin saberlo de “las horas negras del arte del No”, y que además se conocieron, fueron amigos y se admiraron mutuamente.

Recuerda que Hawthorne también fue puritano y “un hombre inquieto y raro, rarísimo”: su visión estaba ensombrecida por terrible doctrina calvinista de la predestinación. Ése fue el lado de Hawthorne que tanto fascinó a Melville, quien para elogiarlo habló del gran poder de la negrura, ese lado nocturno que también existe en el mismo Melville. En él la temprana certeza del miedo al fracaso, después de sus primeros éxitos literarios, lo llevó a padecer el síndrome al que alude Vila-Matas, antes de que su personaje existiera, “lo que podría llevarnos a pensar que tal vez creó a Bartleby para describir su propio síndrome”.

Es decir, cuando Melville dejó de buscar cualquier solución feliz y dejó de pensar en publicar, cuando decidió actuar como esos seres que “prefieren no hacerlo”, se pasó años buscando un empleo y cuando lo encontró su destino fue a coincidir precisamente con el de Bartleby, su extraña criatura.

Vidas paralelas, absolutamente.

sábado, 27 de noviembre de 2010

Melville y su visión crítica del mundo: Bartleby.

Citaremos, a continuación,  el análisis del excelente blog de Alexis Ravelo, de Gran Canaria, por compartir plenamente sus puntos de vista acerca de esta obra de Melville.

Bartleby, el escribiente apareció por primera vez en la revista Putnam’s Monthly Magazine en 1853. La anécdota es simple: un escribiente de pasado misterioso que se niega a toda actividad, y repite siempre: “I would prefer not to”. 



El cuento está basado en el esquema que luego se haría habitual en el cuento fantástico:

• un hecho maravilloso, mágico, irrumpe en medio de un orden lógico, racional, mostrando que no es tan lógico ni racional, y amenazando con subvertirlo todo.

Bartleby viene a ser la chispa que producirá una explosión fraternal y piadosa en el abogado (y en el mundo del liberalismo desaforado, la piedad y la fraternidad suponen, aunque ningún liberal lo reconocería, una especie de herejía), lo cual llevará a ese personaje a una visión crítica de ese mundo del cual él mismo forma parte y del que anteriormente no tenía queja alguna.

En definitiva, Bartleby, para el abogado, es el indicio de que ese mundo del orden y los convencionalismos, de la competencia y el afán crematístico no es, no ya el único, sino, tampoco, el mejor de los mundos posibles.

Real o imaginado, Bartleby es un personaje indudablemente alegórico, un personaje tipo que no manifiesta sus emociones y cuya personalidad no sufre cambio alguno a lo largo de la historia. De qué sea símbolo esa alegoría que Bartleby constituye, es una cuestión más controvertida:


• Quizá sea un símbolo de la enorme masa de seres humanos cuya libertad y realización caen triturados por los engranajes de la maquinaria capitalista.

• O, de lo que Durkheim denomina anomia. De hecho, al final del relato, se nos cuenta que Bartleby, antes de ingresar en el despacho, había sido un empleado de la Oficina de Cartas no Reclamadas de Washington, de la que fue despedido por un cambio administrativo. Tal vez ésta sea una de las lecturas que interesaban al propio Melville, si observamos el lugar privilegiado que ocupa esa referencia (nada menos que la conclusión del texto) y las reflexiones del abogado narrador sobre la misma.

• Esta circunstancia remite a otra interpretación del personaje como símbolo: la incomunicación, el aislamiento, la soledad del individuo entre la multitud y, al mismo tiempo, de la resignación ante esa fatalidad.

Así, Bartleby viene a ser un extraño símbolo del hombre que elige, lo que será el hombre sartreano condenado a la libertad, la cual, más que parabienes, trae dolor, angustia. Sin embargo, Bartleby elige la opción más desconcertante, la más extravagante e incómoda (hasta para sí mismo).

Junto a la melancolía, Melville tampoco descuida el humor como herramienta de constatación del absurdo, lo cual le acerca en otro punto más a Kafka. Recuérdese, por ejemplo, la escena en que tanto el abogado como sus subordinados comienzan a utilizar, compulsivamente y cada cual a su manera, el verbo “preferir”, verbo preferido de Bartleby.

Si pensamos con Camus que una sensibilidad del absurdo recorre el siglo XX, entonces Bartleby es un personaje del siglo XX, más que del XIX; y Melville un autor con una mirada tremendamente lúcida con respecto a las cotas de alienación y atomización (de soledad y desamparo espirituales) a las que llegaría el hombre en las sociedades industriales defensoras del libre comercio bajo el andamiaje ideológico de la democracia liberal.

Pero, en su denuncia, Melville, sin embargo, no optó (como, por ejemplo, hizo la narrativa francesa del XIX) por el realismo, sino que eligió escribir un relato enigmático, ambiguo, construido desde la subjetividad de los recuerdos de un personaje mediocre que no sabe (como reconoce desde el principio) realmente nada a ciencia cierta sobre Bartleby, cuya mera existencia supone el suceso extraordinario que obliga al abogado a un itinerario a través de la incertidumbre en busca de su propia conciencia.



Otra parte, en cambio, viene dada por el tema. O, más exactamente, dada la técnica antedicha, que no los explicita y deja abierto el abanico de interpretaciones, los temas que trata. En cuanto a este asunto, encontramos casi de todo: desde un problema sociopolítico, a un análisis de una toma de postura ética, llegando, incluso, a tomar tintes ontológicos.

Muy posiblemente, lo que mueve a Bartleby a obrar así es la constatación de la pequeñez, de la inutilidad de eso que se llama “hombre” frente al Cosmos. En el fondo, este relato nos está hablando de aquellas tres preguntas que, como observa Kant, el hombre puede llegar a hacerse pero que quedan sin respuesta cierta: la pregunta por la libertad, la pregunta por Dios y la pregunta por la eternidad. Y preguntarse por estos asuntos es preguntar qué es el hombre, cuáles son sus límites en la vida y cuáles son sus límites frente a lo infinito.

Entonces Bartleby puede ser visto como un individuo que acepta la inutilidad de ese recurso y se niega a luchar contra lo ineluctable, “desenchufándose” de esa máquina. En este orden de cosas, su “mecanismo de desconexión” sería su negativa a continuar con lo establecido.

La pregunta por cómo ha llegado a esa decisión, la responde el propio narrador al finalizar el relato, cuando nos habla de la Oficina de Cartas Muertas. Bartleby, después de haber trabajado allí, sabe que todo es inútil, que nada puede salvarle, como al abogado, como a los demás empleados, como a ese simulacro que es Wall Street entero, de la destrucción, porque ni él ni ellos son más que meras sombras que se encaminan inexorablemente al aniquilamiento, a la nada, al completo vacío al que intentan resistirse en vano. Por eso ha preferido no continuar luchando. Por eso se niega a perpetuar su permanencia en ese conjunto informe que lucha contra lo inevitable.

Bartleby, pues, sería un individuo a quien su lucidez sume en la des-esperanza: Un hombre que ha descubierto la más terrible de las verdades y que hace un ejercicio de honestidad intelectual, rehúsa mentir y espera, paciente, ahora sí, estoicamente, porque, al contrario que los demás, él sí sabe dónde está.

Los precursores: Hawthorne, Melville y Poe.

Hawthorne (1804-1864), y los problemas éticos del pecado, el castigo y la expiación.




Ya trabajamos con la extraña historia de Wakefield, que Hawthorne ficcionaliza a partir, dice, de haber descubierto en la noticia de un periódico. Wakefield es un hombre aparentemente sereno, de un disimulado egoísmo y vanidad, ávido de misterios, de situaciones enigmáticas. Es también un marido colmado de rutinas y perezas. Una vez, Wakefield decide ausentarse por unos días. Le anuncia a su esposa un viaje que realizará. Abandona luego su hogar, pero no se aleja demasiado. Se aloja en una habitación a la vuelta de la esquina. Desde allí, puede espiar a su cónyuge. Su primera intención es volver quizá al cabo de una semana. Y, sin comprenderlo, fuera de toda coherencia lógica, Wakefield no vuelve. Continúa en su lugar extraño, otro. Y así transcurren veinte años.
Hasta que un día, también por un impulso inexplicable, regresa a su casa, y se reencuentra con su esposa como si nada hubiera ocurrido. Como ya antes se señaló, en Hawthorne es inevitable el salto moralizador o alegórico de la ficción. Por eso, en el final del relato, señala: "En la aparente confusión de nuestro mundo misterioso los individuos se ajustan con tanta perfección a un sistema, y los sistemas unos a otros, y a un todo, de tal modo que con sólo dar un paso a un lado cualquier hombre se expone al pavoroso riesgo de perder para siempre su lugar. Como Wakefield, se puede convertir, por así decirlo, en el Paria del Universo".

A través de sus profundas exploraciones psicológicas, Hawthorne exploró las motivaciones secretas de la conducta humana, y los sentimientos de culpa y angustia que él atribuyó a los pecados cometidos contra la humanidad, especialmente los debidos al orgullo. Por su preocupación por el pecado, es continuador de sus antepasados puritanos, pero por su concepto de las consecuencias del pecado, se alejó de la idea de destino que mantenían sus hermanos de religión. La utilización frecuente que hace de la alegoría y la simbología presenta a sus personajes, con cierta frecuencia, un tanto difuminados e irreales, aunque manifiestan la ambivalencia emocional y espiritual que el autor consideraba inseparable de la herencia puritana de su país.

sábado, 23 de octubre de 2010

El sur estadounidense como territorio mítico: Flannery O'Connor

Flannery O'Connor (25 de marzo de 1925 – 3 de agosto de 1964) está entre los mejores escritores estadounidenses del siglo XX. Se la estudia dentro de la literatura sureña, aunque se distingue de la mayoría  por su perspectiva católica de fondo.



Un hombre bueno es difícil de encontrar es, para el crítico español Gustavo Martín Garzo, seguramente el más representativo de los cuentos de Flannery O’Connor. Arranca de una situación esperpéntica que parece anticipar las películas de Tarantino: una familia viaja a Florida, tiene un accidente y quien acude en su ayuda es un criminal que ha huido de la prisión, el Desequilibrado.

Literatura del exceso y del desgarro, porque en ese mundo sureño todo es excesivo y está enraizado en un desatado y extravagante fondo bíblico sobre el que crecen con la misma naturalidad el fanatismo y la maldad y los personajes grotescos y terribles que habitan ese mundo narrativo de Flannery O’Connor, católica en aquella región de fundamentalismo protestante. Del esfuerzo por comprender un mundo ininteligible y unos comportamientos imprevisibles se nutre esta serie de relatos, como los de Faulkner y Tennesse Williams y antes los de Hawthorne.

La literatura norteamericana del siglo XX ha creado, entonces, dos grandes territorios míticos:

1. la literatura urbana, neoyorquina, sofisticada y elegante, en la que la complejidad está servida por la trama en ocasiones pero no tanto por el estilo, el mundo de cuyos extremos tiran Fitzgerald y Auster, pero en el que caben tantos otros autores, desde O'Henry y Edith Wharton o Henry James -de estilo más que complejo- hasta Dorothy Parker o el mundo narrativo de un director y autor como Woody Allen, una ambientación en la que por supuesto puede encuadrarse la literatura de los suburbios, la de Carver o Cheever o el Richard Ford del díptico sobre Frank Bascombe, incluso gran parte de Updike;

2. los escritores del sur, otro territorio donde se encuentran los escritores que han buceado en las pulsiones más profundas y salvajes de una nación joven, los escritores del «gótico sureño», como se les nombró, pero que pertenecen a la tradición inventada por Mark Twain y Bret Harte y que explo tó narrativamente con Faulkner, al que siguieron Carson McCullers o Truman Capote, y cuyos herederos más actuales son autores del hilo de Sam Shepard y sobre todo Cormar McCarthy.

Es muy interesante el análisis de otro crítico español, Miguel Ángel Muñoz, quien asevera que esta corriente, tan potente y caudalosa como la imagen del río Missisipi, es la literatura del gran estilo americano, la que bebe de Melville, Thoreau y Emerson, y ha permitido que dentro de ella germinen las herencias míticas y bíblicas de los fundadores de la nación, pero también las amenazas difusas, los conceptos misteriosos que cualquier terreno de conquista o frontera conlleva.

Las principales características de esta literatura son:

• El lenguaje barroco y las citas bíblicas, la que aún no concibe los Estados Unidos -al contrario que la otra corriente urbana- como nuevo imperio mundial, la literatura que está segura de que en el centro de la granja más perdida de Kansas habita una imagen del infierno y la desolación. La literatura que busca la tierra prometida, ensimismada y en la que cualquier muestra de sensualidad está habitada por la perdición.

• Las genealogías, porque Flannery O'Connor habla de familias originarias, fundadoras, de granjeros y fieles practicantes religiosos que no aceptaban fácilmente los cambios. Por eso los personajes de Flannery O'Connor lanzan plegarias, piden ayuda, pero acaban por desistir y toman el atajo de la explosión violenta, confiando en una posterior redención que dé sentido a sus vidas. Ella misma era una escritora de pueblo, de hecho cuando sus personajes viajan a la ciudad se sienten desubicados y no hacen sino comprobar la inutilidad del movimiento.

• Su visión del problema racial es asombrada e impávida. No es racismo -lo es en sus personajes, pero no en la mirada de la autora- sino miedo a las pulsiones violentas que la relación con ellos comienza a despertar en los personajes en la medida en que los negros han despertado al fin y no se limitan a servir sin más las órdenes del patrón.

• Sus finales son siempre violentos porque ella, católica en tierra de protestantes, creía en la capacidad purificadora del rayo de Dios. Como ella misma, (padeció de lupus, enfermedad degenerativa, igual que su padre), muchos de sus personajes tienen defectos físicos, taras que ejemplifican la imperfección del ser humano frente a la grandeza justiciera de Dios. El mal nos toma, el bien nos ignora, parece indicar la escritora.

• Suele terminar sus relatos con una inquietante -a veces irónica- conclusión.

Y, para finalizar, los dejo con esta frase sobre sí misma que la define rotundamente: «Soy una de esas personas que penetran la nada. La buena gente del campo». Flannery O'Connor.

martes, 5 de octubre de 2010

Retomando a Cheever brevemente.

Me parece que Cheever merece algunas reflexiones, y teniendo en cuenta que el lunes es feriado, les dejo estas líneas para que lo sigan procesando, saquen sus conclusiones, y después lo comentemos.


La idea es valorar el alcance de una escritura que se sustenta en una confianza en la literatura como fuerza redentora, entendiendo entonces un poco más la "leyenda Cheever", y conectar algunos elementos biográficos con pasajes literarios y algunas valoraciones de editores y colegas de Cheever, como así también las opiniones del crítico Álvaro Matus, y de Rodrigo Fresán.



“El mundo de las manzanas”.

Asa Bascomb, el poeta del cuento, es un descontento habitante de Nueva Inglaterra que vive en Mount Carboni, lugar imaginario de Italia; un buen día, ve por casualidad a una pareja haciendo el amor en el bosque y luego es incapaz de escribir nada que no sea pornografía; baladas inmundas, coplas picantes o, simplemente, la palabra "joder" (j…r), repetida hasta la saciedad. Para Bascomb, esto representa una profunda enfermedad del alma. Al igual que Cheever, suele asociar la obscenidad a la autodestrucción, un asunto de particular urgencia, pues otros cuatro poetas "con los que Bascomb componía una especie de grupo literario" ya han cometido suicidio ("pero Bascomb, a su manera tozuda y campesina, estaba decidido a romper o ignorar ese nexo, derrocar a Marsyas y Orfeo"). Aquí consideremos la idea según la mitología griega. Marsyas era un sátiro, como Pan, experto en tocar una especie de flauta doble. Un día Apolo y Marsyas, uno con la lira y el otro con la flauta, se enfrentaron en un concurso musical pero Marsyas perdió. Fue desollado vivo por su hibris al desafiar a un dios.

El sentido del mito es que Marsyas, quien representa la naturaleza agreste y sombría, aún no depurada, tiene la soberbia de enfrentarse a Apolo, el dios de la luz, quien es muy superior. Al desollar a Marsyas, Apolo le despoja de su piel de bestia y consigue que pueda manifestarse la vida pura, que fluye como un río vivificante. Así, más que un castigo, la operación del dios se convierte en una bendición.

El caso de Orfeo, personaje de la mitología griega, hijo de Apolo que hereda el don de la música y la poesía, consiste en que según los relatos, cuando tocaba su lira, los hombres se reunían para oírlo y hacer descansar su alma. Llegado el momento, con su música ablandó también el corazón de Hades, el dios de los muertos.

O sea: dos caras de la misma moneda: el arte como una redención, de una bendición que permite nuevamente la vida.

En un determinado momento, el anciano del cuento se ve vagamente tentado por los encantos de un hombre repulsivo pero en vez de caer en una corrupción tan definitiva, decide peregrinar para ver al sagrado ángel de Monte Giordano, a quien le reza: "Dios bendiga a Walt Whitman, Hart Crane, Dylan Thomas, William Faulkner, Scott Fitzgerald y, especialmente, a Ernest Hemingway". Tras invocar a sus ídolos de la literatura -hombres cuyas imaginativas labores les habían llevado a la más dolorosa alienación y, en algunos casos, al suicidio-, Bascomb completa su purificación quedándose de pie bajo una cascada helada, como había hecho su padre antes que él, y luego vuelve a casa para escribir "un extenso poema sobre la dignidad inalienable de la luz y el aire que... impregnarían sus últimos meses de vida”.



Ya hemos comentado que los cuentos de John Cheever, poblados de personajes con dinero, muchos amigos y familias unidas, suelen terminar como empezaron. Después de explorar la grieta del hogar, el narrador agarra la brocha y disimula las fisuras con una mano de pintura. Un párrafo que restablece el orden o, mejor, devuelve a los personajes al utópico refugio familiar. Pero se trata sin embargo de una ilusión. Las sonrisas se acaban muy rápido, dejando al descubierto unas marcas de preocupación y amargura alrededor de los labios, ya que todos esconden algún secreto.

Es difícil encontrar una refutación de las lecciones de moralidad barata más contundente que estos "Relatos" de Cheever, dice Álvaro Matus. Como en la vida, aquí todo está teñido de luces y sombras. El éxito profesional o el matrimonio bien constituido apenas alcanzan a disimular el abismo que hay entre las fantasías y el mundo práctico.

Está relacionado con una larga tradición de su país; Malcolm Cowley, su editor, destacó que en sus textos confluían las frases simples y directas de Hemingway, la preocupación por una clase social a lo Fitzgerald y los aspectos bíblicos de Faulkner.

Expulsado del colegio, dijo en sus Diarios: "En el colegio, Estados Unidos es siempre hermoso. Es siempre la gema del océano y está muy mal que así sea. Está mal porque la gente se lo cree. Porque se vuelven indiferentes. Porque se casan y se reproducen y votan y no saben nada. Porque el periódico está siempre de buen humor y se la pasa mirando al cielo raso para no ver la suciedad del piso. Porque todo lo que ellos saben y conocen es lo que les dice el periódico siempre de buen humor.”

"John Cheever fue expulsado y gran parte de su obra trata de la imposibilidad de volver a un paraíso que jamás se conoció, pero que se intuye como posible o, por lo menos, digno de ser imaginado y puesto por escrito una y otra vez", comenta Fresán en el prólogo de "La geometría del amor".

Tras la publicación de sus "Diarios" se comprobó que sus ficciones eran el refinado disfraz de un hombre atormentado por el alcohol, la inestabilidad de los afectos, y sin embargo dice su hijo Benjamin: “Asumió su bisexualidad. Dejó la bebida. Pero la vida seguía siendo un problema".

Toda la narrativa de Cheever podría formularse en unas cuantas preguntas que desbaratan la ilusión del refugio familiar. Como en el caso del divorciado ("La cura") que cree que la solución a sus alucinaciones está en el tobillo de una mujer: "... caminé junto a ella, y una voz repetía dentro de mi cabeza sin cesar: Por favor, déjeme poner la mano en torno a su tobillo. Me salvará la vida. Sólo quiero rodearle el tobillo con la mano. Con mucho gusto se lo pagaré. Saqué mi cartera y de ella unos billetes. Entonces oí que alguien, detrás de mí, me llamaba por mi nombre. Reconocí la voz campechana de un representante de publicidad que entra y sale de nuestra oficina. Me guardé la cartera en el bolsillo, cruce la calle y traté de perderme en el gentío". Aquí nuevamente la vuelta al orden, al utópico refugio.

Lo sugestivo es la honestidad con que Cheever explora en los escondrijos del deseo. El crítico Richard Schickel en "The Cheever Chronicle" ha destacado que en sus relatos "va desapareciendo la ironía para acabar imponiéndose la posibilidad cierta de perdón a nuestros pecados y la convicción de que nuestras pérdidas no implican necesariamente que estemos perdidos".



En esa humanidad radica buena parte de la universalidad de Cheever. Sus personajes están lejos de la consecuencia, pero Cheever sabía que él no era mucho mejor que ellos. Son los claroscuros los que los vuelven reconocibles, y constituyen una especie de "comedia humana" de la clase media estadounidense de los años treinta, cuarenta y cincuenta del pasado siglo.

A primera vista se podría pensar que se trata de relatos de perdedores, tan en boga en la literatura, sobre los que se solicita una mirada de compasión proponiendo una lectura gratificante, pero en seguida advierte el lector que no está tratando con perdedores sino con otro género no tan apreciado: los relatos de Cheever están llenos de gente mediocre.

Y lo primero que, poco a poco, emerge de su escritura es que esta gente mediocre es pura humanidad, es una representación del hombre medio, de la mujer media, absorbidos en su pequeñez, pero absolutamente reconocibles en su patético braceo por la vida. Y no hay un átomo de compasión en los relatos de Cheever sino, muy al contrario, una mirada que es un cuchillo y que, sin embargo, tampoco contiene un átomo de desprecio. Es más, se diría que escribe como una especie de inteligente chismoso de la misma clase social que sus personajes; ése es quizá su truco, pues también se confunde con ellos, acude a sus fiestas o los acompaña en un almuerzo o en una discusión contenida. Cheever logra un efecto admirable que es el de admitir una cierta empatía, quizá incluso ternura, por sus personajes sin que por ello pierda ni por un segundo la distancia que todo verdadero autor mantiene con ellos. Uno pensaría que puede ser uno más entre ellos, un lúcido disimulado.

En general, son relatos sin negrura en superficie, cuyo efecto cala paso a paso, ninguno de los cuales parece especialmente duro... hasta que se cierran sobre la historia del personaje de turno. Y, como es propio de esa clase media desorientada en busca de la felicidad, utiliza a menudo el recurso de los sueños. Estrategia narrativa que tiene un sentido específico: parodiar los sueños –y utopías- de esa sociedad.



“Visión del mundo”.

Según Jaime Priede, el “territorio Cheever" se extiende en sus novelas por Nueva Inglaterra, y en sus relatos por los barrios residenciales de clase media en torno a Nueva York. Casas con jardín y barbacoa, piscina y coctel. Urbanizaciones construidas alrededor del Club Social como las ciudades medievales europeas se construían en torno a la iglesia. Es el contexto de la silent majority, la mayoría moral encubridora de la aparente unanimidad del país. Y es ahí donde Cheever introduce su fino bisturí para dejar al descubierto la expansiva prosperidad del "hombre de traje gris", prosperidad que se eleva con una “pretensión de trascendencia, fruto del ahondamiento religioso de los años cincuenta”. Contextualización, por otro lado, en la que se vislumbra cierto cambio de clima mental en favor de una heterogeneidad tan incurable como encubierta. Barrios residenciales en cuya atmósfera de consumo y apariencia, Cheever, como luego haría Sam Mendes en la aclamada película American Beauty, inyecta una crítica implacable al American way of life para plasmar tanto su fracaso colectivo como la redención individual a modo de epifanía del protagonista. Relatos como "El ladrón de Shady Hill", "El marido rural" o "El nadador" están protagonizados por individuos atrapados por su entorno que se ponen en movimiento, en disposición disidente de iniciar una fuga que les otorga, en el transcurso del relato, una transformación revelada como cierta forma de santidad. Redención que adquiere ciertos destellos mitológicos en relatos como "Adiós, hermano mío" y "El ángel del puente", en los que se hace presente el "subtexto religioso" tantas veces verificado en la obra de Cheever, que dejó escrito en su Diario: "La forma más sencilla de comprender nuestro tiempo es a través de la mitología."



Dice Fresán: “Existe un Cheever Country, un territorio inequívocamente cheeveriano. En ese paisaje que se extiende desde Nueva Inglaterra (cuna y sepulcro de la familia Wapshot de sus dos primeras novelas), pasa por la Manhattan de los años treinta y cuarenta y, a partir de los cincuenta, deja la Gran Ciudad para instalarse en suburbios residenciales que pueden llamarse Shady Hill, Bullet Park o Proxmire Manor, con la escapada de rigueur a Europa; Italia en especial. El mundo según Cheever –el mundo que se alza al otro lado de las puertas para siempre cerradas del Paraíso- es el mundo de hombres y mujeres urbanos y suburbanos, que de algún modo se las arreglan para mantener cierta extraña pureza y una rara forma de santidad. Cheever podía ver en la aparente banalidad de sus personajes, en su follaje absurdo e impertinente, las raíces secretas pero tangibles de antiguos mitos y de arquetipos inmemoriales.

«Una visión del mundo» es, seguro, la mejor de las muchas epifanías escritas por Cheever, uno de sus más grandes logros en la crítica de los ritos perversos de la vida moderna y de su entorno, y una demostración de la maestría de su técnica y de su prosa (lo que el escritor John Gardner definió como «esa voz de Cheever para escribir cantando») a la hora de sostener una trama compuesta íntegramente por sueños («Tengo sueños de una densidad que me gustaría poder trasladar a mis ficciones», desea en sus Diarios) y percepciones del universo hasta construir una suerte de plegaria donde la lluvia (el agua) vuelve a presentarse como agente redentor. Otra vez –como en tantos cuentos del autor– aparece el motivo expulsión del paraíso/apocalipsis suburbano/revelación. Aquí, más que en ninguna parte, se hace evidente el mandato que Cheever se impuso para su vida de escritor y que aparece con emocionante claridad en sus Diarios: «Escribir bien, con pasión, con menos inhibiciones, ser más cálido, más autocrítico, reconocer el poder de la lujuria tanto como su fuerza, escribir, amar. (...J No disimular nada ni ocultar nada, escribir sobre las cosas más cercanas a nuestro dolor, a nuestra felicidad, escribir sobre mi torpeza sexual, el sufrimiento de Tántalo, la magnitud de mi desaliento –creo entreverlo en sueños–, mi desesperación. Escribir sobre los necios sufrimientos de la angustia, la renovación de nuestras fuerzas cuando aquéllos pasan; escribir sobre la penosa búsqueda del yo, amenazado por un extraño en la oficina de correo, un rostro apenas entrevisto en la ventanilla de un tren; escribir sobre los continentes y las poblaciones de nuestros sueños, sobre el amor y la muerte, el bien y el mal, el fin del mundo.”

Territorio Cheever: un lugar donde tanto lo demoníaco como lo angélico tienen sitio y cuyo mapa se las arregla –en su aparente caos dionisíaco y belleza apolínea- para recordar en todo momento el Olimpo de los antiguos griegos donde las distancias que separaban a los hombres de los dioses eran, a menudo, insignificantes”.

Y si los personajes no se asumen como tales, una conjetura intrínseca los hará valorar esa poca belleza que encuentran a su alrededor, entendida como un vestigio y también como un consuelo. Así pasa en la breve “Una visión del mundo”.

La seguimos en el próximo taller.

jueves, 30 de septiembre de 2010

Lorrie Moore: "nada, nadie, dura..."

Ya hemos pasado por Carver y Cheever, y ahora continuamos con Lorrie Moore, directa heredera del incisivo realismo norteamericano contemporáneo. Nacida en 1957 es oriunda del Este, pero vive desde hace años en el Oeste de Estados Unidos, y ha dicho en una entrevista, a propósito de lo relevante que es la mirada geográfica cuando analizamos esta narrativa: "Aquí hay un muy buen resumen de la sociedad estadounidense. Al principio no era consciente de eso, de todo lo que había aquí, y ahora estoy tratando de reflejarlo. Éste es un micromundo del país con todos sus microambientes políticos, culturales, sociales y de sueños".
Sus características: disecciona el discurso multicultural construido desde la clase blanca y enumera sus contradicciones y efectos perversos; desnuda a una generación -ahora en la cuarentena- de sus defectos y sus contradicciones; denuncia las prácticas inmorales de un sistema político que utiliza la desesperanza y desorientación de sus generaciones más jóvenes para nutrir sus guerras de mano de obra gratuita; o ensalza el espíritu de sacrificio y de trabajo denodado de las familias norteamericanas, si bien no le tiembla la mano a la hora de echar luz sobre sus defectos más evidentes.


En “Cómo convertirse en escritora”, uno de los cuentos de su primer libro (Autoayuda,1985), la escritora neoyorquina aconseja lo siguiente:


"Primero, trata de ser algo, cualquier cosa pero otra cosa. Estrella de cine/astronauta. Estrella de cine/misionera. Estrella de cine/maestra jardinera. Presidente del mundo. Es mejor si fracasas cuando eres joven –digamos, a los catorce-. Una desilusión temprana, crítica es necesaria para que a los quince puedas escribir largas oraciones en forma de haiku sobre el deseo que no se realiza (…) Muéstraselo a tu mamá. Ella es dura y práctica. Tiene un hijo en Vietnam y un esposo que tal vez tenga una amante. Cree en usar marrón porque eso no deja ver las manchas. Mirará con rapidez lo que escribiste, después te mirará a ti de nuevo con la cara vacía como un donut. Dirá:

-¿Qué te parece si vacías el lavaplatos?

Desvía la vista. Empuja los tenedores dentro del cajón. Accidentalmente, rompe uno de los vasos que dan gratis en las estaciones de servicio. Esto es el dolor y el sufrimiento que se requieren. Esto sólo para empezar.”

En la obra de esta autora –y quizá es por eso considerada una de las legítimas legatarias de Carver, precisamente- algo siempre se está terminando. Aún cuando se trate de un romance flamante (“siéntete descubierta, reconfortada, necesitada, amada, y empieza, a veces, de alguna forma, a sentirte aburrida”). Aún cuando se trate de uno enraizado (“despiértate una mañana con un hombre con el que creías que ibas a pasar el resto de tu vida, y date cuenta, una roca en la boca del estómago, de que en realidad ni siquiera te gusta”).

Por detrás de descripciones, magistralmente alcanzadas más allá de cualquier simple adjetivación (“tenía el pelo confiado y los cosméticos de una mujer que ha vivido en New York, una mujer que sabe con enorme cansancio cómo hacer el nudo de una bufanda”), y relatos siempre plácidos y ágiles, todo es ironía –de la más chispeante y cruda- para echarnos en cara que la soledad existencial es inevitable. Una certidumbre que la protagonista de algún cuento, en brazos del insomnio, nos brinda así:


“Algún día, como todo el mundo, este hombre al que realmente amas, va a morirse. No importa lo mucho que lo ames, no puedes salvarlo. No importa lo mucho que lo ames: nada, nadie, dura”.

viernes, 17 de septiembre de 2010

Cheeverianas

El universo de John Cheever (1912 - 1982) está formado por la clase media norteamericana, puesta por el autor bajo un microscopio para conseguir hacer un retrato de la manera que tiene de entender la vida y cuáles son sus vicios, sus miserias, sus infelicidades, sueños destruidos, especialmente sobre su día a día.

Lo que hace Cheever es mirar a sus personajes tan de cerca que la aparente normalidad de sus vidas y sus actitudes caen por su propio peso y muestran lo extraordinario.

Si bien es cierto que los estadounidenses parecieran tener una inclinación frecuente en apodar de “Chejóv” a cada escritor de cuentos que tiende a descollar entre sus pares, -y esto también ha ocurrido con John Cheever, a quien con frecuencia se le da el mote del "Chejov de los barrios residenciales", en su caso lo paradigmático es la detección de la grieta que se esconde bajo el interior reluciente, y el manejo de la ironía.  Los cuentos de Cheever suelen terminar como empezaron. Después de explorar la grieta del hogar, el narrador agarra la brocha y disimula las fisuras con una mano de pintura. Un párrafo que restablece el orden o, mejor, devuelve a los personajes al utópico refugio familiar.


Lo llamativo es la honestidad con que Cheever explora en los escondrijos del deseo. En esa humanidad radica buena parte de la universalidad de Cheever. Sus personajes están lejos de la consecuencia, pero el autor bien sabía que él no era mucho mejor que ellos. Son los claroscuros los que los vuelven reconocibles..

Su maestría para el relato fue reconocida por sus contemporáneos y hoy se le considera un clásico del género.

La escritura de Cheever ha bebido sin duda del caudal de algunos autores de la "generación perdida", especialmente de Hemingway y Scott Fitzgerald.
 
Sus relatos pueden llegar a producir un tipo muy concreto de horror. Porque el mal acecha la vida cotidiana, que consideramos pacífica y segura, pero que siempre está a punto de venirse abajo. Emplea para transmitir este desasosiego frases breves, claras y concisas, una sutil ironía no desprovista de cierta acidez, y compone escenas memorables que, unidas a sus personajes extravagantes, ricos, entrañables, atormentados, producen un vuelco en la sensibilidad del lector.

miércoles, 8 de septiembre de 2010

El cuento norteamericano.

El próximo tema del taller se abocará a la revisión de la narrativa breve norteamericana a partir de la producción de la segunda mitad del siglo XX. Se trata de una de las cuentísticas más diversas e innovadoras del género surgidas luego de las posguerra por su riguroso realismo, su visión crítica, su capacidad iluminadora de los movimientos sociales que ocurrirían luego de la posguerra.

Analizaremos con una lectura crítica cómo los relatos examinados interpelan a la sociedad en que vivimos desde la perspectiva de sus aspectos simbólicos, alegóricos o bien satíricos, todos rasgos muy presentes en esta narrativa y que se proyectan en nuestra sociedad actual.

Para cada relato examinado estudiaremos la contextualización del relato, tanto temporal como geográfica (no es lo mismo un cuento neoyorkino que uno del medio oeste), las características biográficas del autor, su circunstancia, influencias literarias, a fin de desentrañar las pulsiones que subyacen a dicha escritura. La idea es abrir una discusión en torno a ciertos tópicos en un rango de diálogo que trasciendan lo meramente literario y de la cual se puedan extraer conclusiones que afectan a nuestra realidad de hoy.

Y para empezar, abriremos el próximo lunes con Raymond Carver.

miércoles, 1 de septiembre de 2010

Reflexiones sobre la lectura de Don Quijote, de Villoro, Piglia, Fresán, Kafka y Borges.

Veamos las reflexiones de Juan Villoro sobre Cervantes, quien hace converger las perspectivas de los escritores mencionados, y le da una profundidad intensa al tema del sentido del leer:


"Desde el punto de vista de la historia de la lectura, la novela de Cervantes se funda en un gesto extemporáneo. La tradición de la caballería andante ya ha desaparecido y don Quijote se ve obligado a buscar las armas de sus bisabuelos. La caballería no es un valor entendido en los campos que recorre.
Para Ricardo Piglia, la novela de Cervantes es la puesta en escena de un lector extremo: "Hay un anacronismo esencial en don Quijote que define su modo de leer. Y a la vez surge de la distorsión de esa lectura. Es el que llega tarde, el último caballero andante. En la carrera de la filosofía gana el que puede correr más despacio. O aquel que llega último a la meta, escribió Wittgenstein. El último lector responde implícitamente a ese programa". El tema de perpetuar o destruir una forma de leer aparece en el capítulo VI a propósito de la conveniencia de salvar libros o quemarlos, y es retomado en pasajes paródicos donde Cervantes demuestra cómo se leería esa página escrita con la retórica, ya gastada por el tiempo, que apostaba por imágenes codificadas, donde el sol extendía su rubia cabellera.



En forma propositiva, Cervantes escribe fuera de la costumbre; su protagonista perpetúa un género a cuyas reglas él no se sujeta como autor. En el capítulo III, un ventero le pide que pague y él informa que va "sin blanca", como todos los de su linaje. El ventero advierte que su interlocutor sólo entiende razones literarias y le informa que en los relatos de caballería no mencionaban el dinero por simple pudor, pero que se trataba de un trato implícito. A partir de ese momento, la economía de la novela pasa de la Edad Media al Renacimiento: el dinero hará circular más acciones que los gigantes. Don Quijote paga, franqueando con su peaje el cruce de lo fantástico a lo real. Cervantes establece una peculiar tensión entre los portentos ópticos que su protagonista atestigua y las muy reales pedradas que recibe. El viaje de ida y vuelta entre fabulación y realidad depende de los diálogos entre el caballero andante y su escudero.
En el capítulo IX se informa que Sancho no sabe leer; la oposición de criterios no puede ser más radical. Don Quijote asume el mundo como novela ante un testigo iletrado. Dos tradiciones se enfrentan en los diálogos que van del caballo al burro: la literaria y la oral, el sentido figurado y la comunicación pragmática. "El Quijote es único y Sancho es todos los demás", observa Rodrigo Fresán. Esta diferencia marca dos estilos: el irrepetible del caballero andante y el saber común del escudero. La novela es la zona donde ambos discursos se cruzan y contaminan: don Quijote alcanza la sensatez argumental en situaciones creadas por su delirio y Sancho se finge loco por instinto de supervivencia.
La inversión kafkiana, proseguida por Borges, de que es Sancho quien crea a don Quijote, tiene su origen en la propia novela de Cervantes. El escudero bautiza a su amo como Caballero de la Triste Figura y así define su condición melancólica. Don Quijote acepta la iniciativa de su subordinado, pero la atempera considerando que no se le ha ocurrido a él: el sabio árabe que compone la obra le puso esa idea "en la lengua y en el pensamiento". Si Sancho "escribe" al Quijote es porque ya está escrito de antemano. Kafka suprime la última vuelta de tuerca y preserva la autoría de Sancho. Lo decisivo en este teatro de atribuciones son las líneas de fuerza entre dos campos opuestos, la necesidad de choque. La dinámica requiere de otra demarcación invisible, el "justo medio" entre el Quijote y Sancho, entre la ensoñación y la rusticidad, una línea intangible y necesaria, una frontera intermedia, donde la fantasía y el sentido común se benefician recíprocamente. ¿Qué sería de la novela sin sus polos opuestos? Cuando don Quijote se harta de ser juzgado y prohíbe a Sancho que hable mientras avanzan por la Sierra Morena, la trama se hace imposible. El escudero guarda un silencio rabioso, convencido de que las cosas que no se dicen se pudren en el estómago. El caballero levanta el castigo, resignado a que su acompañante lo valore como un espejo oponente, es decir, resignado a que lo narre.Las historias contadas por Sancho tienen la impericia de quien ignora la síntesis y procura que la trama sea igual a la vida. Su amo le llama la atención de que todo lo dice dos veces y él da una prueba patafísica del verismo como asiento de la narración. Refiere que un pastor cruzó trescientas cabras por el río Guadiana y le pide a su escucha que esté atento al número de cabras que van cruzando; cuando don Quijote pierde la cuenta, Sancho pierde el hilo del relato. Novela-biblioteca, el Quijote incluye narraciones ajenas y traspasa con libertad sus límites territoriales. Las novelas intercaladas suelen irritar o entusiasmar a los lectores extremos del libro. En todo caso, la idea de interrupción es esencial al acto de leer y no podía estar ausente de la desmesurada vida del lector don Quijote. ¿Es posible hablar de un lector perfecto de la novela? A propósito del Finnegans Wake, escribe Piglia: "Joyce llega más lejos que nadie en la ilusión de escribir con una lengua propia [...] El escritor pone al lector en el lugar del narrador. Un lector inspirado que sabe más que el narrador y que es capaz de descifrar todos los sentidos, un lector perfecto". Cervantes no concibe una lengua privada, pero crea una forma nueva: es el primer lector de una historia que cancela una tradición y funda otra, un lector temperamental e improvisado, algo ya imposible en un mundo cervantino. La posteridad ha perfeccionado la manera de leer de la que Cervantes fue el primer aprendiz. Seguramente, el autor se asombraría de las lecturas que permiten la vigencia de su obra. Don Quijote tiene cincuenta años, edad que se puede padecer sin excesivo daño en la actualidad. Sin embargo, la fuerza de representación del libro y de la iconografía que lo ha acompañado durante cuatro siglos, remiten a lo que significaba cumplir cincuenta años en el Siglo de Oro. Al leer el libro imaginamos las desmesuras de un anciano. El Caballero de la Triste Figura sabe por Sancho que un diente vale más que un diamante y él ha perdido demasiados para ser ajeno a su deterioro. En lo que toca a su indeleble aspecto físico, don Quijote es leído como lo fue en su día; en cambio, ciertas escenas se han expandido con una fuerza virtual que las hace ocupar mucho mayor espacio en el repertorio de la cultura del que tienen en el texto. Es el caso del embate a los molinos de viento. Una página y media de la obra se ha convertido en su símbolo absoluto y más extendido, como si las aspas de los molinos centrifugaran una energía de representación."

Del sentido de la imagen que ilustra este texto, el juego de espejos y de opuestos, hablamos el lunes próximo.

viernes, 27 de agosto de 2010

Cerrando el ciclo de metaficción

Fue una sorpresa la excelente recepción que logró Vila-Matas, de lectura tan compleja y diferente. Cómo impacta y desconcierta, y deja pensando acerca de los límites entre ficción y realidad…


Y ahora, para completar el ciclo, se abre una nueva perspectiva hacia los precedentes de la metaficción que hemos trabajado: Volvemos a algunos capítulos de Don Quijote, de Cervantes, que nos quedó en carpeta para seguir comprendiendo la riqueza de este texto clásico, y hacemos una breve pasada por Paul Auster, de alguna manera precursor, como una especie de hipotexto, de Vila-Matas.


Entonces, ahora, dos aclaraciones: el tema de los narradores y algunas claves para la lectura de Don Quijote.



Juego de Narradores:

El fragmento está narrado en primera persona (yo-narrador) que echa mano de un recurso muy utilizado en la literatura: encontrarse con el manuscrito que cuenta la historia con el fin de darle más verosimilitud: "unos cartapacios y papeles viejos… arábigos" pues fueron escritos por un árabe llamado " Cide Hamete Benengeli". Este recurso además de darle verosimilitud consigue darle a la novela más objetividad pues ahora son varios los narradores:

• El narrador que encuentra los manuscritos

• El árabe autor.

• El traductor


Este juego de narradores se mantendrá a lo largo de toda la novela. Más adelante ni el propio protagonista sabrá quién cuente la historia, si un genio o el propio Cervantes. Son como novelas dentro de la novela, como un juego que hará de esta obra un precedente para novelar.





Claves para el entendimiento de Don Quijote.

Dice Daniel Eisenberg (uno de los expertos más reconocidos en la prosa cervantina), que aunque le hubiera encantado saber que alcanzaría la fama perpetua de Homero o Virgilio, Cervantes escribía para lectores de su tiempo y no para nosotros. Su novela supone unos puntos de vista, unas bases culturales que ya no recibimos.

• Su propósito: acabar con la “máquina mal fundada” de los libros de caballerías.

• Cervantes y la literatura: Para Cervantes, la literatura (en la cual incluiría, si viviera hoy, el cine y la televisión) es importantísima. Nos divierte, y al hombre le hacen falta legítimas y sanas diversiones: “no es posible que esté siempre el arco armado”, afirma. Más importante, la literatura nos enseña cómo vivir, y sus enseñanzas son más sentidas y profundas que las de un tratado. La lectura nos cambia. Importa, entonces, leer correctamente, leer o ver en el escenario o la pantalla obras que nos transformen de un modo positivo. Comparten la responsabilidad el lector, el autor y los editores y productores teatrales. En el caso de lectores torpes, que no saben distinguir entre literatura buena y mala, la responsabilidad autorial y editorial es doble.

• Literatura verdadera y mentirosa. La literatura buena es verdadera, y la verdad es santa, según principio del predilecto de Cervantes entre los padres de la Iglesia, San Agustín. El término “verdadero” tiene dos significados. En su sentido más estricto, lo verdadero es lo histórico, y el autor verdadero es, entonces, el historiador. Cervantes tenía mucho respeto para la historia, y tiene que haberla leído extensamente. Por boca del canónigo de Toledo, uno de sus más sabios personajes, recomienda la lectura histórica a los lectores del Quijote.

Pero la historia tiene un defecto. Para ser verdadera, tiene que contar las imperfecciones así como las virtudes. La historia puede facilitar muy malos ejemplos. También, hay menos libertad para el historiador que para el novelista, y menos rendimiento en cuanto al prestigio o fama.

La literatura de creación, empero, ofrece perspectivas más anchas. Igual que el pintor, una comparación que Cervantes hace a menudo, el autor de literatura imaginativa puede crear sus mundos según su voluntad. Aunque el tema de su cuadro o novela sea ficticio, todavía puede ser verdadero. Se aproxima a la verdad por ser verosímil, o en término más familiar hoy día, realista. La obra más realista, entonces, es la más verdadera, y por ello la más sana. También puede ser verdadera en el sentido de presentar una verdad moral.

• La corrupción literaria de que Cervantes se veía rodeado. Según Cervantes, la literatura de su época estaba corrompida. Que fuera mala estéticamente, desproporcionada y mal escrita, era lo de menos. Era mentirosa, y no sólo en el sentido de no ser histórica. También lo era porque contenía absurdos que jamás pudieron haber sido. Era falsa además por su inmoralidad, pintando, por ejemplo, una exagerada lascivia femenina y una sexualidad libre de embarazos y enfermedades. Para el colmo, esta literatura mentirosa, que pudiera haber sido honra de la nación, afirmaba descaradamente su veracidad, engañando activamente a los lectores. Aunque no era el único tipo—otro sería la comedia—el más difundido e influyente de esta literatura corrompida lo constituían los libros de caballerías, lectura predilecta del ignorante vulgo. Ésta era la literatura que mejor se pagaba, y no faltaban autores dispuestos a escribir lo que el gran público pedía y no lo que unos pocos ingeniosos habrían estimado.

• Lectores de los libros de caballerías. Estos libros eran extensos y caros. Al principio del siglo XVI, eran lectura de la nobleza y de la clase media alta. Los leían porque ofrecían una distracción a la monotonía de sus vidas, presentando una visión liberadora de huida, de escape de las presiones de la soledad. Eran libros de viajes imaginarios, emprendidos a solas o con amigos escogidos. En un mundo sin películas ni televisión, entonces, ofrecían una oportunidad de conocer otros paisajes y maravillas. Poco importaba si las maravillas eran verdaderas o no, había tantas recién descubiertas, y tanto exotismo asociado con Granada, Turquía y América, que se daba por sentado que existían maravillas desconocidas en otras partes del mundo. Lo que no provocaban dichos libros era el oficio de pensar. La vida es una aventura tras otra; con tiempo y paciencia se logra siempre la victoria; el bien triunfa y abundan los cuerpos hermosos y su gozoso retozar.

Aquellos que carecían de medios para adquirir un libro de caballerías, y no tenían acceso a la lectura de uno de ellos, estaban abastecidos de romances caballerescos. Al principio de Don Quijote y en el retablo de Maese Pedro vemos cómo dichos romances también son nocivos. Pero durante el reinado de Felipe II, perdido el mecenazgo real y bajados de precio los libros de caballerías, en circulación ejemplares de ocasión o de alquiler, llegaron a las clases más modestas. Es verosímil, entonces, que en Don Quijote todas las clases sociales lean libros de caballerías.

• Medidas fracasadas de control de los libros de caballerías. La exportación de los libros de caballerías a América, para evitar el “contagio” de los supuestamente puros indígenas, se prohibía desde 1531, aunque los registros de barcos constatan que llegaban cajas enteras de este contrabando. En España, a pesar de las peticiones de las cortes, jamás se prohibieron completamente.

• Don Quijote, la medida cierta. Don Quijote representa un nuevo intento de Cervantes de atacar los libros de caballerías. (El “Entremés de los romances”, supuesto modelo para Don Quijote, es posterior a él.) Los lectores urgían de instrucción para poder entender los que se publicaban, para distinguir entre las obras históricas y las que, o abierta o sutilmente, presentaban fantasías. Incluso el concepto de ficción, de obras “mentirosas” que se recibían como tales, para mero entretenimiento, sin querer engañar a nadie, precisaba de explicación.

Los ignorantes lectores de los libros de caballerías no leerían una discusión de los defectos del género, ni lectura alternativa, histórica o religiosa. Para atraerlos, habría que escribir el libro de su gusto, un libro de caballerías. Aunque nosotros podemos calificar a Don Quijote de “primera novela moderna”, y tenemos completo derecho a hacerlo, para Cervantes y sus primeros lectores no existía esta noción genérica en el sentido en que usamos el término. Para ellos Don Quijote es, genéricamente, un libro de caballerías que sigue en muchos aspectos su patrón. Es la historia de un caballero andante, quien anda por el mundo en busca de aventuras, cuya historia la escribe un sabio. Ahora bien, todo esto es una burla, y Don Quijote es un libro de caballerías burlesco.

Y el resto, lo analizamos en el taller: sus paradojas, su innovación y su subversión.

jueves, 22 de julio de 2010

La vida como obra de arte, según Vila-Matas.

Comenzamos leyendo Niño, donde padre e hijo, (éste un falso explorador del abismo) mantienen un particular diálogo sobre la responsabilidad del engendramiento, y es una reflexión dura sobre las relaciones de padres e hijos, que son ya un clásico en la narrativa de Vila-Matas. Como también lo son las obsesiones sobre el aislamiento y la soledad. Sin embargo, varias de las piezas narrativas actúan como recuento de invenciones a la vez que de nuevas intenciones. El cuento Porque ella no lo pidió narra el proyecto no materializado junto a Sophie Calle de aunar literatura y vida, de trasladar a la realidad una historia puesta por escrito, auténtica obsesión de Vila-Matas.
Muestra aquí su capacidad para percibir las conexiones fortuitas con las realidad.  Lo racional y lo absurdo. Afirma que él quiere ser una obra de arte, ya que siente la necesidad constante de querer ser otro. Sus procedimientos literarios están llenos de hallazgos, lecturas, referencias sobre el acto de escribir y sobre todo del relieve de una voz que cuenta lo que ocurre cuando aparentemente no pasa nada. En su narrativa caben la narración, el ensayo, la reflexión, el recuento de lo cotidiano. Cabe incluso inventar su propia vida y presentar una distinta. Carece de trama, a veces, ya que lo que hace, sea ficción, ensayo o diario, viene a ser un poco el mismo género: el género personal.
Y dice que provoca porque está hablando de "una provincia llamada España donde hay una crítica literaria muy especial que no se da en ninguna parte, ni en Latinoamérica ni en Europa. Les gusta un tipo de literatura anclada entre el realismo dramático y serio; por lo tanto, ya sabemos siempre quién gana el Premio de la Crítica y todo esto. Desde que empecé a escribir siempre están los mismos, por lo tanto yo ya no escribo para España".
Finalmente,  respecto de su estilo, afirma: "Lo que yo hago no viene de mí, viene de Tristam Shandy, que a su vez viene de Cervantes. No estamos inventando nada. Lo que sí practico es la mezcla de ficción y ensayo pero se está poniendo de moda y al final todo el mundo lo hará. Como dice la famosa frase de Pessoa, el poeta es un fingidor y finge incluso lo que siente aunque lo sienta de verdad".




domingo, 11 de julio de 2010

Vila-Matas, (y Kafka, y Borges...)

Comenzamos a trabajar con Enrique Vila-Matas, el escritor barcelonés de estilo irreverente y provocador, cuya característica principal es escribir sobre el suceso de escribir.
Habla de esa dependencia del arte (la literatura en este caso) que es  la que inscribe al autor  en esa ilustre hermandad de lectores que escriben; presidida, desde su infinita perplejidad, por Jorge Luis Borges.
Pero es Kafka, el que vertebra y sostiene toda la aspiración de Exploradores del Abismo, el volumen de cuentos que leeremos. Vila-Matas recuerda en su primer relato el deseo de Kafka de “seguir siendo un explorador del vacío, y así seguir dándole a mis palabras sentido.” A partir de este marco trazado por el autor checo, asistiremos, relato a relato, a un desfile de exploradores del vacío, equilibristas de la vida.
Seguimos las próximas semanas, ya con los primeros cuentos trabajados.

martes, 29 de junio de 2010

Pitol y Villoro: ¿Las dos caras de Jano?

"La casa pierde" es un libro de relatos de Juan Villoro, que aparece poblado de personajes en apariencia normales y comunes, pero que encierran un extraño que ni ellos mismos conocen, hasta que descubrimos las múltiples facetas que esconden bajo cada una de sus máscaras. Los personajes de este autor nos resultan familiares y distantes a un tiempo, porque de un modo u otro, no logran conectar entre sí, como si los separase una barrera invisible, un muro que los deja alejados, aislados, como auténticos seres alienados que desempeñan sus funciones de forma rutinaria, casi automática, como si estuviesen encerrados en sí mismos e incapaces de comunicarse incluso con aquellas personas que parecen más cercanas. Mientras, esconden o tratan de esconder el drama interior que están viviendo.

Veamos en “Coyote”. La búsqueda mística del peyote de tres parejas, como evasión de sus vidas angustiadas y dolorosas, (apenas esbozadas pero claramente insatisfactorias), presenta un conflicto inesperado a partir del momento en que el protagonista se pierde en el desierto. Debe luchar para sobrevivir, y en esa lucha solitaria se encuentra con el verdadero protagonista del relato: el desierto, con imágenes muy poderosas que lo describen y lo llevan a recurrir a todas sus fuerzas, aún a aquéllas que desconoce tener, como la que necesita para matar un coyote. Al final consigue regresar al campamento, pero no es recibido con la alegría que él esperaba encontrar, como si sus amigos, o su propia esposa, fuesen sujetos ajenos que no lo conocen, o no lo reconocen, como si todos fueran, en el fondo, unos extraños, unos solitarios como ese coyote al que él mató con sus propias manos. Por supuesto, aparece sugerida cierta mención , como pastiche, de Castaneda.

En “Corrección”, la temática de la narración es la literatura dentro de la literatura, el mundo de los escritores, sus obras e incluso los talleres literarios, en uno de los cuales estuvo el propio Villoro nada menos que con Augusto Monterroso. Están presentes las vanidades, las envidias, la conciencia de la mediocridad, y el talento. Desde el desarrollo de toda una vida, aparece finalmente la posibilidad de la venganza: lo que el protagonista planeaba que iba a ser su venganza secreta, la humillación largamente planeada, termina volviéndose contra él. En este caso, siguiendo el título del libro, el ganador se convierte en perdedor, y viceversa, (recordar el título del volumen: “La casa pierde”). El narrador y su modelo a seguir, el genial escritor que termina vengándose de su exitoso pero mediocre alter ego, poniendo al descubierto su impostura. Nuevamente otra narración paródica y ácida sobre el alma humana.

Y ahora aquí, brevemente, lo de las dos caras de Jano. ¿Se acuerdan? El dios que tenía dos caras mirando hacia ambos lados, dios de las puertas pero también de los comienzos y finales, (por eso le fue consagrado el primer mes del año, que en español pasó de Ianuarius a Janeiro, y de ahí derivó a Enero).

Dice Pedro Ángel Palau, en un excelente artículo, que Pitol y Villoro son “las dos caras del espejo”. Pitol con su poética de los viajes, la espera, y sobre todo la reflexión sobre las condiciones de la ficción. Recuerden el “Vals de Mefisto”, con un relato dentro de otro y la revelación de lo que se sugiere sin explicitarse. Villoro, por su parte, construye atmósferas absurdas, con personajes deliberadamente fracasados, incómodos con sus propias vidas e indefensos ante el mundo, tanto en “Coyote” como en “Corrección”.

La primera pista del doble juego literario entre Pitol y Villoro es que ambos escriben sobre la escritura, como dos hábiles estrategas de la trama. Cuentan historias que el mismo narrador ha ido construyendo. Y además, Pitol y sus textos sobre viajes, con personajes que están a la búsqueda de algún descubrimiento, y que terminan transformándose en una especie de viaje interior. Y Villoro hablando secretamente de la incomunicación, de la impostura, como en un espejo en el que es difícil atreverse a mirar.

Lo seguimos discutiendo, y ya preparándonos para Vila-Matas.

sábado, 12 de junio de 2010

Seguimos con Villoro. Es un excelente ensayista, y su obra de ficción se compone también de los mismos elementos genéricos. Mihály Dés, el periodista y traductor húngaro, fundador y director de la ya desaparecida revista de cultura Lateral, afirma que Villoro, en la mayoría de los casos, transfiere la voz de un autor extraordinariamente agudo y generosamente irónico al protagonista (que a su vez, suele ser el narrador indirecto de las historias, aunque haya uno omnisciente también). Surge siempre la chispa de sus ensayos y crónicas. Pero no se trata de un álter ego, sino de una función narrativa dentro del relato.
Ese protagonista de las novelas es siempre un hombre melancólico, pasivo y algo blando frente a figuras paternales duras y triunfantes. Él es el novio atrapado en el espejismo amoroso de unas hermanas gemelas en La alcoba dormida, del libro de cuentos La casa pierde (1998); el juego de dobles, o doppelgänger, es un motivo recurrente en la obra del autor mexicano.
La mirada de estos irónicos y atónitos protagonistas hamletianos (o sea, inusualmente inteligentes y no in-usualmente indecisos) otorgan un tono especial al relato y su discurso es el que pilota la trama. Sin embargo, su papel en el relato, su función narrativa va más allá que eso. Una de las peculiaridades de la prosa de Juan Villoro es que (con excepción, tal vez, de El testigo) maneja estructuras relativamente simples. A diferencia de la mayoría de sus colegas contemporáneos, que tienen poco que contar (por tanto, están rizando el rizo con acrobacias verbales y tienden trampas estructurales en las que pocos lectores están dispuestos a dejarse atrapar), Villoro tiene un exceso de material, una infinidad de materia dispuesta, todo un aluvión de historias, ideas y asociaciones, que serán organizados y convertidos en materia narrativa precisamente por sus peculiares narradores-protagonistas. Son arte y parte. En sus discursos, narración y reflexión se confunden. Sus discursos constituyen, a la vez, el escéptico registro de sus erráticas vivencias y el lúcido análisis de lo registrado: un ruinoso laberinto de lazos sentimentales, o como lo define en El disparo de argón, "un mundo avasallante, donde lo nuevo sólo dura unos minutos."
Pero hay algo más. Esas estructuras sólidas y simples, esa superficie transparente y transitable permiten al autor crear unas profundidades más complejas, desarrollar segundos significados y otros planos narrativos. Por lo general, a la trama en la superficie le corresponde una soterrada constelación alegórica. El hospital de ojos en El disparo de argón es una representación del mundo y del poder, donde cada espacio del edificio tiene un significado irónicamente simbólico.

¿Cómo se consigue esa multiplicidad de planos y riqueza de significados? Siguiendo con Mihály Dés, en ningún momento partiendo de ideas que se pretende novelar, como ocurriría en una narración alegórica tradicional, cuya solemnidad es ajena al espíritu de Villoro. Para empezar, toda simbología aparece en su obra vista desde una óptica irónica y transmitida por la resignada y desilusionada voz del comentador-protagonista. Y siempre como una sugerencia, una interpretación posible, en absoluto indispensable para la lectura de la obra, pero alentada por una realidad tan exagerada que no parece real, y en la que hasta los nombres parecen bromas con sentido simbólico inverso.
Por ejemplo, la calle Licenciado Verdad existe realmente en México, pero según Villoro le pareció apropiada para localizar la pensión de La alcoba dormida, porque justamente lo que se desarrolla no tiene que ver con lo real, ni mucho menos con la verdad. Como él mismo dice:   

"Sólo creo en la reinvención, no creo
en el reflejo mimético de la realidad."

Seguimos la semana próxima.

sábado, 29 de mayo de 2010

Juan Villoro y la metaficción


Juan Villoro, mexicano y contemporáneo, es el próximo autor que trabajaremos en el taller.Respecto de la metaficción, que nos ha ocupado durante las últimas clases, hace un análisis de El Quijote, en donde aborda el problema del lector, y la estética de la lectura en la obra de Cervantes. 

"El hilo conductor del Quijote es la lectura: desde la que lleva a Alonso Quijano a la locura, hasta el paroxismo de la segunda parte, cuando los personajes que se topan con el Quijote lo conocen de haberlo leído, pasando por la que encierra la estructura narrativa de la obra.

 Para Villoro es de esta "osadía" de donde nace toda la literatura moderna. Y será interesante relacionarlo con los últimos análisis que hemos estado trabajando.



También leeremos y analizaremos algunos de sus cuentos:  Corrección, Coyote, La alcoba dormida, y Espejo retrovisor.

miércoles, 12 de mayo de 2010

Y hoy, con Uds., al fin, ¡Roberto Bolaño!!

Después de la recorrida por Sergio Pitol, llegó el momento esperado para descubrir a este autor en el taller.
Leeremos cuentos del volumen "Llamadas telefónicas", y anteayer comenzamos por "Sensini", que nos mostró la temática del exilio, vivida como una pasmosa alteridad. Como nos dice Ahumada del escritor José R. Morales, también exiliado: “la mirada de quien habita el exilio proviene de aquel innegable estar siempre a la intemperie”. Y el relato termina con los personajes a la intemperie, en la noche de Girona, "en el insomnio de Girona, una ciudad que no es de ellos, como tampoco nada lo es".
Sin poder eludir lo pre-textual, (esto es, todo lo que rodea al texto: su autor, las condiciones históricas que vivió)el tema del exilio aparece como forma enunciativa y como parte de la semántica textual. Se trata de, en cierto sentido, el exilio y la ajenidad como escritura.
"Detectives", con una perfecta estructura de relato dialogado, nos sumerge en una conversación en la que dos personajes oscuramente siniestros hablan de la detención de Arturo Belano, especie de alter ego de Bolaño.Y se quedan perplejos por el momento en que el detenido se mira a un espejo y no se reconoce: advirtió en sí mismo la alteridad.
Seguimos recorriendo el llamado "terrritorio Bolaño", para ver hasta dónde nos lleva.

miércoles, 5 de mayo de 2010

"El relato veneciano de Billie Upward", de Sergio Pitol.

El cuento que trabajamos esta semana nos introdujo, de nuevo, en el universo de Pitol que, magistralmente, conduce a varios laberintos. Lo atraviesa una  metaficcionalidad  plagada de referencias a Borges y su Aleph, esta vez enclavado en Venecia, a Lewis Carroll con una Alicia de los años ´20, a Casanova y su decadentismo.
Pero sobre todo al del lector explícito que nos relata, e interpreta, la historia escrita por Billie, en pleno juego metaliterario.
Por último ese final que nos deja, por un lado, conmovidos por la decepción de esa Alicia que ha comprendido el juego absurdo de quienes  viven en medio de una pasión patéticamente fingida. Y por otro, con la incertidumbre de que todo haya sido un delirio febril, un sueño irreal, antes de morir.
Y la peculiar manera de  Pitol de articular su qué y su cómo, forma y lenguaje, desplegando estrategias narrativas que nos llevan a percibir, como el personaje, todo aquello que no consuela y que coarta la capacidad para verla realidad tal como es, "porque ha aprendido súbitamente que lo importante no es preguntar ni emitir respuestas sino dejar que los sentidos conozcan, se equivoquen, rectifiquen..."


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miércoles, 28 de abril de 2010

Vals de Mefisto, de Sergio Pitol

Y ya estamos llegando a los autores posmodernos latinoamericanos. Empezamos con Sergio Pitol, y fue un descubrimiento casi asombroso.
El Vals de Mefisto nos dejó extrañamente sorprendidos, porque es tanto lo que no se dice, que hay que desentrañarlo lentamente. La práctica discursiva, su manera de narrar, y la propuesta de ir de historia en historia, como en un viaje.
Recordamos, también, lo que dice el investigador mexicano Lauro Zavala, a propósito del cuento posmoderno:
es rizomático (porque en que en su interior se superponen distintas estrategias de epifanías genéricas),  intertextual (porque está construido con la superposición de textos que podrán ser reconocidos o proyectados sobre la página por el lector),  itinerante (porque oscila entre lo paródico, lo metaficcional y lo convencional),  y es anti-representacional (porque en lugar de tener como supuesto la posibilidad de representar la realidad o de cuestionar las convenciones de la representación genérica, se apoya en el presupuesto de que todo texto constituye una realidad autónoma, distinta de la cotidiana y sin embargo tal vez más real que aquélla)

    Y vimos que desde los primeros posmodernos (Cortázar, Borges,) la metatextualidad tiene por finalidad, por intencionalidad comunicativa, el establecer reflexiones acerca de cómo funciona el texto literario; pero, también,  el autor de relatos que reflexiona en cuanto a cómo ficcionaliza, reflexiona además en cuanto a las prácticas, puntos de vista, ideologías y maneras de concebir el mundo de la realidad cultural e histórica en la que se inscribe como persona discursiva.