El tiempo y el espacio del taller de lectura plasmado para:



leer de diferentes maneras (por arriba, por abajo, entre líneas, a fondo, participando del texto, recreándolo),



dar cuenta de los procesos culturales en que surgen y son comprendidas o cuestionadas las obras literarias,



pensar (discutiendo, asombrándose, dejándose llevar por lo que los textos nos dicen -pero parece que no dijeran-),



y por sobre todas las cosas, y siempre, disfrutar de la buena literatura.








domingo, 24 de julio de 2011

Roberto Arlt : la marginación de la lucidez

Roberto Arlt es el escritor marginal, anarco-revolucionario, semianalfabeto e informal, cuya importancia en el canon nacional hoy es indudable,  formando parte del llamado ABC de la literatura argentina junto a Borges y Cortázar.
Nació en Buenos Aires en 1900 y murió en la misma ciudad en 1942, de un ataque cardíaco. Hijo de un inmigrante prusiano y una italiana,  de familia inmigrante con recursos muy precarios. A los 16 años abandona la casa de su infancia en Flores  por una disputa con su padre, y aprende a sobrevivir empleándose en distintos oficios. Pero ya en 1918 publica su primer cuento, y en 1926 su primera novela: El juguete rabioso, bajo los auspicios de Ricardo Güiraldes.
Por entonces comenzaba también a escribir para los diarios Crítica y El mundo. Sus columnas diarias Aguafuertes porteñas, aparecieron de 1928 a 1935 y fueron después recopiladas en el libro del mismo nombre;  se convirtieron con el tiempo en uno de los clásicos de la literatura argentina.
   Al mismo tiempo de su actividad como escritor, Arlt buscó constantemente hacerse rico como inventor, pero fracasando siempre: llegó a patentar unas medias reforzadas con caucho, que no fueron comercializadas, y al decir de un amigo, "parecen botas de bombero".
En 1935, viajó a España y África enviado por El Mundo, de donde salen sus Aguafuertes Españolas. Pero salvo alguna otra escapada a Chile y Brasil, permaneció en la ciudad de Buenos Aires, tanto en la vida real como en sus novelas, Los siete locos y su continuación, Los lanzallamas. Murió de un ataque cardíaco a los 42 años.

La obra de Arlt ha sido vista como un espacio de confluencia de los discursos más significativos de su tiempo:
  1. Las utopías socialistas y anarquistas de las primeras décadas del siglo XX,
  2. la subsiguiente irrupción de los proyectos totalitarios (especialmente, el nazismo y el fascismo), el Ku-Klux-Klan, la amenaza de las dictaduras militares,
  3. las aspiraciones revolucionarias y el poder capitalista,
  4. un amplio repertorio de saberes vinculados a las ciencias ocultas. En su novela Los siete locos, este último aspecto se evidencia con mayor contundencia, a través de los sueños y las fantasías que encarnan en sus personajes y que se vinculan con toda una iconografía ocultista,
  5. la angustia de entreguerras,
  6. y una temática existencialista: el sentido de la vida, la imposibilidad  del amor y la comunicación, la eterna condena humana al fracaso.
Arlt y la crítica.
Los críticos no se ocuparon enseguida de sus textos: recién  en 1950 Raúl Larra publica su libro Roberto Arlt, el torturado, imagen del autor que se impondrá en la primera época. Otra faceta, en la que se insistirá en los años sesenta, será la revisión y discusión socio-económica y política de los textos arltianos (y de la función social de la literatura), revisión inaugurada por un grupo de estudiantes «parricidas» en torno a los hermanos Viñas y N. Jitrik que editan la revista Contorno en 1954, tendencia que culmina en los artículos del también novelista y cuentista Ricardo Piglia («Roberto Arlt, una crítica de la economía literaria», Los libros, 29, 1973).
A finales de los años setenta y a principios de los ochenta, es decir, durante la época de la última dictadura militar de 1976 a 1983, la crítica busca nuevas formas de usos políticos en la escritura arltiana para resistir a la censura y a la represión. El mejor ejemplo de este debate se encuentra en la novela del mismo Piglia, Respiración artificial (1980)  en la que se discute el valor de la obra arltiana y borgiana.
Pero también se han hecho otras lecturas enriquecedoras: Oscar Masotta hace hincapié en la temática sexual y en la traición como rasgo de la sociedad argentina del momento, y ve a los personajes arltianos como «apestados» que testimonian «una sociedad putrefacta».
D. Maldavsky emplea la metodología psicoanalítica para el análisis de los personajes arltianos (1968); A. Pío del Corro se interesa por el aspecto existencialista (1971), S. Aostautas analiza la influencia dostoievskiana (1977).

Arlt y los escritores.
Ha dejado su huella en la novelística de Juan Carlos Onetti (quien escribió un prólogo a la traducción italiana de Los siete locos; Julio Cortázar lo apreció y prologó su Obra completa (que resulta bastante incompleta) en la editorial Lohlé y lo menciona en varios relatos suyos, Rayuela incluida; Ernesto Sábato se ve en parte como sucesor de Arlt; existen elementos temáticos y formales en la obra de Manuel Puig que hacen pensar en nuestro autor. Pero el que más se ha dedicado al estudio de su narrativa y quien lo incluye como personaje ficticio y elemento de discusión literaria en su propia narrativa, es el mencionado Ricardo Piglia.

Buenos Aires y el lenguaje en los años de Arlt
Cuando Arlt nacía, Buenos Aires estaba dejando de ser una gran aldea de 500 mil habitantes. Una enorme corriente inmigratoria, en su mayoría italiana, la transformaría en 1942, en una gran ciudad de 3 millones de personas.

Arlt focalizará siempre sus novelas  en el espacio de la ciudad, con énfasis en el submundo habitado por ladrones y pícaros, por dueños y empleados de los pequeños fondos de comercio, así como por miembros de familias poderosas caídas en desgracia: sectores de la clase media baja, enajenados en su mayoría.  Arlt, con sabio humor, desacraliza la tragicidad y en esa misma medida se proyecta hacia la universalización.

Su gran tema, entonces,  es la ciudad.  Como dice el profesor CHIRINOS COLINA, en  Roberto Arlt: uno de los olvidados, (Revista Ciencias de la Educación, dic. 2008), "ésta es la realidad de la que parte y en la que introduce a sus personajes (él mismo, se ha dicho, es uno de ellos).  Pero no es la ciudad por sí misma, sino que es la visión que se tiene acerca de la vida citadina, desde las interioridades del personaje, y de ese ámbito citadino, la mirada que informa, describe y narra (una primera persona en singular, que suministra más patetismo a lo contado), se queda con una parte de ese espacio: la vida de un sector de esa urbe (que es Buenos Aires, pero que bien puede ser  cualquier otra ciudad de Hispanoamérica), aquel que representa un submundo identificado con la pobreza extrema, poblado de una fauna variopinta, dentro de la cual sobreviven: pequeños malhechores, pícaros menudos, las comadres, los miembros de familias de la antigua oligarquía, venidos a menos, tenderos, carniceros, modestos empleados de fondas, ese enjambre multicolor de personajes de la clase media baja.  Contra el fondo, boceteado, insinuado: el tema de la alienación urbana, algo novedoso, como percepción de la nueva realidad del continente.        
Además de ello, hay que abordar lo referente al lenguaje usado.  Éste es un instrumento que está acoplado, en este caso, con el tema: es directo, sencillo.  El autor no se permitirá especulaciones de tipo retórico (es voz común el desaliño del estilo arltiano, cosa que al parecer no desvelaba a Arlt).  Pero igualmente, tampoco habrá especulación barata de los dramas reseñados, no tropezará con  lo que varios escritores tropezaron: el drama de folletín, llegado hasta estas tierras de la mano del romanticismo.
Resalta la forma en que el autor se niega al maniqueísmo, al exponer los conflictos desarrollados en los espacios de la nueva realidad, la ciudad.  Se resiste, en consecuencia, a plantear lo que llega a volverse un asunto manoseado y tratado de manera esquemática por los escritores nutridos en la fuente positivista: la oposición ciudad/campo. La dramaticidad de esos conflictos, además, será resuelta de una manera desenfadada, fresca y efectiva a través del humor, de la ironía y del sarcasmo."

Dos tradiciones enfrentadas: Borges y Arlt
Se ha insistido en discutir la escritura de uno enfrentado al otro: Arlt, escritor del llamado grupo Boedo, izquierdista, intuitivo, popular, mal hablado,  crea una ciudad repleta de seres torturados, impiadosos y tiernos, que soñaban con hacer la revolución, ser amados y concretar inventos imposibles.
En cambio Borges, escritor del grupo Florida, liberal de derecha, letrado, reflexivo, cuidadoso, minoritario, creó un simbólico mundo de tigres, espejos, laberintos y personajes memoriosos y cultos.
Los dos fueron plurilingües en su infancia, aunque por causas socialmente muy distintas: Arlt era hijo de inmigrantes y concretó su multilingüismo en el lunfardo y cierta estructura "cocoliche" de su escritura.  Borges tenía entre sus "linajes" de origen, antepasados criollos e ingleses, y extraía de sus conocimientos de inglés, francés y alemán, elementos eruditos de significativa intertextualidad y simbolismos remotos.
    
 Arlt fue defendido, atacado y leído apasionadamente, generando polémicas y debates. Borges también.

Ambos son nihilistas: En Borges se da en sus cuchilleros, duelistas y desafiantes. El pendenciero borgiano se acaba pareciendo sugestivamente al terrorista arltiano, que es también un nihilista, alguien que convierte su negativa creencia en la sustancia malvada del mundo en conducta.

Como el reverso del héroe es el traidor, tanto Arlt como Borges se sienten atraídos por las figuras canallas y desleales. .
Si se examinan las visiones de la ciudad que proponen ambos escritores, se advertirán más coincidencias, más allá del tópico que hace de Borges un letrado que proviene de la literatura y de Arlt, un cronista que emerge directamente de la vida.

El extremismo arltiano
Dice Beatriz Sarlo en La imaginación técnica. Sueños modernos de la cultura argentina,  que “el extremismo arltiano presupone a la violencia no como táctica para resolver una situación, sino como forma de anularla. Entre la ensoñación y la "vida puerca", sólo la  violencia extrema. No hay camino intermedio.

Así, los personajes de Arlt buscan siempre un trastocamiento súbito, fulgurante e instantáneo de las relaciones entre sí, y de ellos con los objetos. Las situaciones son extremas y no pueden superarse sin un aniquilamiento que no responde a opciones ideológicas, sino a una forma de la imaginación.

El movimiento de la ficción arltiana es el del extremista que cree que no hay otro camino. Ningún personaje de Arlt puede regresar a ninguna parte: el deambular, la huida, el suicidio son los únicos cambios posibles.  Por eso, la literatura de Arlt es completamente radical. La violencia es la única forma de la política, que, a su vez, sólo se expresa como delirio. El batacazo es la única forma del cambio de fortuna, la única proximidad con la riqueza que pueden fantasear los pobres. En el capitalismo, la riqueza no se consigue sino delictivamente o por un golpe de fortuna. Por un golpe de fortuna, en el camino de los buscadores de tesoros y los inventores que, con una ingenuidad tan extrema como sus deseos, quieren enriquecerse con la producción de objetos imposibles. El fracaso es un desenlace inevitable, conocido desde el comienzo.

Esta comprobación no suscita en Arlt ningún sentimentalismo. Enfrentado a una literatura piadosa, como era la de Boedo, Arlt impugna la idea de que el sufrimiento o la miseria deben representarse como en la tradición populista, donde prevalecen las emociones. Los miserables de la "vida puerca" son hediondos y mezquinos. No hay idealización del mundo de los humildes.
Por fealdad, por mezquindad, por deformidad psicológica o moral, los personajes arltianos a veces piden piedad, pero el relato no se permite ese gasto de sentimientos. Se podría decir que Arlt construye la perspectiva del cínico. También podría decirse, la perspectiva nihilista de quien denuncia la violencia enmascarada pero inexorable de una forma social hipócrita. La refutación del sentimentalismo es una refutación de la moral en la sociedad burguesa.”

“Finalmente”, agrega Sarlo, “Arlt usa una figura retórica que es extremista: la hipérbole, la figura de la exageración, un modo del lenguaje por el cual el escritor renuncia a la verosimilitud para lograr el impacto de una evidencia más allá de todo verosímil. Por insistencia e intensificación, el primer eslabón de una hipérbole se encadena en amplificaciones sucesivas. Pero la hipérbole es también un procedimiento peligroso. Puede ser sublime, pero lo sublime moderno corre siempre el riesgo de su degradación paródica. La escritura de Arlt atraviesa ese límite constantemente. Ignora el buen gusto. Pasa por encima de lo que las élites culturales establecían como tono apropiado de la literatura.

Por la hipérbole, Arlt exhibe y repara una inseguridad radical. Precisamente ésa, evocada tantas veces por él y por sus críticos: la de ser un escritor sin formación literaria, sin los refinamientos de la elite, alguien que carece de toda seguridad sobre su origen y que duda de su legitimidad simbólica. La hipérbole es el procedimiento de la inseguridad: decir más, para que por lo menos algo de lo dicho sea escuchado.

Es lo contrario de la estrategia de Borges, quien siempre dice menos, atenúa, acumula negativas, se aleja del énfasis.

La hipérbole es una señal de clase en la literatura de Arlt.  Es la marca del escritor pobre. Por la exageración y la radicalidad, Arlt busca llenar esa falta original de la cual habló tantas veces: no tener ni capital en dinero ni capital cultural. Su marginalidad no fue institucional, ya que desde muy joven fue un periodista estrella y un escritor de éxito. Pero, pese a los reconocimientos, Arlt se sentía un recién llegado de apellido impronunciable.

La diferencia de clase con Girondo, con Borges, con Güiraldes, se delata en el énfasis de la escritura arltiana y en el imaginario exasperado de las soluciones radicales. La incomodidad de Arlt, después de tantas décadas, tiene mucho que ver con su extremismo. Es difícil normalizar un sistema de explosiones encadenadas.”




Piglia y Arlt: una lectura de clase.
En su artículo Roberto Arlt, una crítica de la economía literaria, publicado en marzo de 1973 en el número 29 de la revista Los libros, Ricardo Piglia dice: “Basta releer el artículo que José Bianco le dedicara en 1961 para ver de qué modo Arlt transgrede un espacio de lectura. En este caso, el código de Sur. Lectura de clase que refiere -justamente al revés de Arlt- el acceso fluido a una cultura "familiar". En realidad lo que se lee por debajo del texto de Bianco es la definición de esa propiedad que es necesario exhibir para poder escribir: "Arlt no era un escritor sino un periodista, en la acepción más restringida del término. Hablaba el lunfardo con acento extranjero, ignoraba la ortografía, qué decir de la sintaxis". La insistencia sobre las faltas de Arlt no son otra cosa que las marcas de un descrédito: manejar mal la ortografía, la sintaxis es de hecho una señal de clase. Se usan mal los códigos de posesión de una lengua: los errores son —otra vez— el lapsus, se pierden los títulos de propiedad y se deja ver una condición social. "Hemos visto -insiste Bianco- que le falta no sólo cultura, sino sentido poético, gusto literario." Sentido poético, gusto literario: el discurso liberal sublima, espiritualizando. Habría una carencia "natural", irremediable: una fatalidad. Arlt se encarga de recordar que esta carencia es económica, de clase: en esta sociedad, la cultura es una economía, por de pronto se trata de tener una cultura, es decir, poder pagar. Por su lado, Bianco funda su lectura en la desigualdad y al universalizar las posesiones de una clase hace de sus "bienes" las cualidades espirituales en que se apoya un sistema de valor.”

Uno de los  antihéroes arltianos: El jorobadito


Es uno de los cuentos más paradigmáticos de Arlt, porque, en definitiva, concentra la angustia y frustración de un hombre estigmatizado por la sociedad en crisis en la que vive.
Se manifiesta el narrador cuando la señora X (su futura suegra) le indica la conveniencia de contraer matrimonio con su hija: «Cuando la señora X pronunciaba estas palabras, me miraba fijamente para descubrir si en un parpadeo se revelaba mi intención de no cumplir con el compromiso». En este excepcional relato Arlt despliega su imaginario y proyecta con auténtica magia narrativa su universo creativo, con un despliegue exagerado de sustantivación y adjetivación despectiva y humillante: «leprosas paredes», «insigne piojoso» o «asqueroso aburrimiento».
Todo es execrable, vulgar, maligno. La fisonomía de sus personajes, provoca que sean aún más aborrecibles, aunque peor es su envergadura moral —la venganza es el detonante—. Seres anémicos con trazos admisibles, con resentimiento y  sordidez.  Son antihéroes, entendidos como sujetos con una configuración sociológica, moral y económica en términos de desvalorización.


La literatura argentina, como un amplio catálogo de traiciones.
En un periplo que pasó por Hernández, Discépolo, Borges, Arlt, Abelardo Castillo y Manuel Puig, la autora Liliana Heker describió las variantes de la traición, en  el ciclo conferencias de “La literatura argentina por escritores argentinos”, realizada en la Biblioteca Nacional entre los años 2006 y 2007.



 “A primera vista, la figura del traidor es monolítica, no tiene fisuras y remite, sin apelación, a lo abominable”, leyó Liliana Heker para inaugurar su conferencia “Las formas de la traición en la literatura argentina” en la Biblioteca Nacional. Pero la escritora advirtió que “basta acercarse a las formas precisas que toma la traición en cada caso para advertir que, vista de cerca, expande y a veces desdibuja su significado. Ocurre que es una actitud subjetiva por excelencia: tiene un ejecutor y un destinatario, además de un medio social que ve lo que ve y, desde sus convicciones, adhiere a uno o a otro. ¿Quién traiciona, y a quién, y para qué?”

“Los habitantes de un país que tiene instaurado el culto a la amistad y denominó Día de la Lealtad a la conmemoración del movimiento popular más importante de su historia han de estar acechados por el fantasma de la traición, han de considerarla un riesgo permanente de conflictos”, dijo Heker. “No es azaroso que el tema aparezca con tanta frecuencia en la literatura.” La escritora guió al auditorio en un paseo por formas y casos de la traición;
  • empezó por el tango, especialmente en letras escritas entre 1917 y los ’40. Un catálogo de traiciones: el clásico asunto de la mina que se pianta con otro –Percanta que me amuraste en lo mejor de mi vida
  • Los clásicos gauchescos sirvieron para mostrar variantes: sin ambigüedades en la historia de Juan Moreira, traicionado por su compadre y asesinado por la espalda por Chirino; menos transparente en el caso de la alianza de Cruz con Martín Fierro, porque para eso tuvo que abandonar y hasta matar a sus ex compañeros milicos
  • Muchos cuentos de Borges, Abelardo Castillo  y Julio Cortázar.
  • Manuel Puig en El beso de la mujer araña, con Valentín y Molina.
  • Y una mención especial a  “la traición canónica de la literatura argentina”: cuando la forma de la traición es aparentemente gratuita: aparece en casi toda la narrativa de Arlt, desde El juguete rabioso, en donde Astier traiciona con la idea de “prestigiarse”, El jorobadito, y con una intensidad intolerable en Esther Primavera, con la posibilidad, sin garantías, de construir algo que trascienda esos fragmentos miserables de vida y arme algo con luz propia".