El tiempo y el espacio del taller de lectura plasmado para:



leer de diferentes maneras (por arriba, por abajo, entre líneas, a fondo, participando del texto, recreándolo),



dar cuenta de los procesos culturales en que surgen y son comprendidas o cuestionadas las obras literarias,



pensar (discutiendo, asombrándose, dejándose llevar por lo que los textos nos dicen -pero parece que no dijeran-),



y por sobre todas las cosas, y siempre, disfrutar de la buena literatura.








viernes, 27 de agosto de 2010

Cerrando el ciclo de metaficción

Fue una sorpresa la excelente recepción que logró Vila-Matas, de lectura tan compleja y diferente. Cómo impacta y desconcierta, y deja pensando acerca de los límites entre ficción y realidad…


Y ahora, para completar el ciclo, se abre una nueva perspectiva hacia los precedentes de la metaficción que hemos trabajado: Volvemos a algunos capítulos de Don Quijote, de Cervantes, que nos quedó en carpeta para seguir comprendiendo la riqueza de este texto clásico, y hacemos una breve pasada por Paul Auster, de alguna manera precursor, como una especie de hipotexto, de Vila-Matas.


Entonces, ahora, dos aclaraciones: el tema de los narradores y algunas claves para la lectura de Don Quijote.



Juego de Narradores:

El fragmento está narrado en primera persona (yo-narrador) que echa mano de un recurso muy utilizado en la literatura: encontrarse con el manuscrito que cuenta la historia con el fin de darle más verosimilitud: "unos cartapacios y papeles viejos… arábigos" pues fueron escritos por un árabe llamado " Cide Hamete Benengeli". Este recurso además de darle verosimilitud consigue darle a la novela más objetividad pues ahora son varios los narradores:

• El narrador que encuentra los manuscritos

• El árabe autor.

• El traductor


Este juego de narradores se mantendrá a lo largo de toda la novela. Más adelante ni el propio protagonista sabrá quién cuente la historia, si un genio o el propio Cervantes. Son como novelas dentro de la novela, como un juego que hará de esta obra un precedente para novelar.





Claves para el entendimiento de Don Quijote.

Dice Daniel Eisenberg (uno de los expertos más reconocidos en la prosa cervantina), que aunque le hubiera encantado saber que alcanzaría la fama perpetua de Homero o Virgilio, Cervantes escribía para lectores de su tiempo y no para nosotros. Su novela supone unos puntos de vista, unas bases culturales que ya no recibimos.

• Su propósito: acabar con la “máquina mal fundada” de los libros de caballerías.

• Cervantes y la literatura: Para Cervantes, la literatura (en la cual incluiría, si viviera hoy, el cine y la televisión) es importantísima. Nos divierte, y al hombre le hacen falta legítimas y sanas diversiones: “no es posible que esté siempre el arco armado”, afirma. Más importante, la literatura nos enseña cómo vivir, y sus enseñanzas son más sentidas y profundas que las de un tratado. La lectura nos cambia. Importa, entonces, leer correctamente, leer o ver en el escenario o la pantalla obras que nos transformen de un modo positivo. Comparten la responsabilidad el lector, el autor y los editores y productores teatrales. En el caso de lectores torpes, que no saben distinguir entre literatura buena y mala, la responsabilidad autorial y editorial es doble.

• Literatura verdadera y mentirosa. La literatura buena es verdadera, y la verdad es santa, según principio del predilecto de Cervantes entre los padres de la Iglesia, San Agustín. El término “verdadero” tiene dos significados. En su sentido más estricto, lo verdadero es lo histórico, y el autor verdadero es, entonces, el historiador. Cervantes tenía mucho respeto para la historia, y tiene que haberla leído extensamente. Por boca del canónigo de Toledo, uno de sus más sabios personajes, recomienda la lectura histórica a los lectores del Quijote.

Pero la historia tiene un defecto. Para ser verdadera, tiene que contar las imperfecciones así como las virtudes. La historia puede facilitar muy malos ejemplos. También, hay menos libertad para el historiador que para el novelista, y menos rendimiento en cuanto al prestigio o fama.

La literatura de creación, empero, ofrece perspectivas más anchas. Igual que el pintor, una comparación que Cervantes hace a menudo, el autor de literatura imaginativa puede crear sus mundos según su voluntad. Aunque el tema de su cuadro o novela sea ficticio, todavía puede ser verdadero. Se aproxima a la verdad por ser verosímil, o en término más familiar hoy día, realista. La obra más realista, entonces, es la más verdadera, y por ello la más sana. También puede ser verdadera en el sentido de presentar una verdad moral.

• La corrupción literaria de que Cervantes se veía rodeado. Según Cervantes, la literatura de su época estaba corrompida. Que fuera mala estéticamente, desproporcionada y mal escrita, era lo de menos. Era mentirosa, y no sólo en el sentido de no ser histórica. También lo era porque contenía absurdos que jamás pudieron haber sido. Era falsa además por su inmoralidad, pintando, por ejemplo, una exagerada lascivia femenina y una sexualidad libre de embarazos y enfermedades. Para el colmo, esta literatura mentirosa, que pudiera haber sido honra de la nación, afirmaba descaradamente su veracidad, engañando activamente a los lectores. Aunque no era el único tipo—otro sería la comedia—el más difundido e influyente de esta literatura corrompida lo constituían los libros de caballerías, lectura predilecta del ignorante vulgo. Ésta era la literatura que mejor se pagaba, y no faltaban autores dispuestos a escribir lo que el gran público pedía y no lo que unos pocos ingeniosos habrían estimado.

• Lectores de los libros de caballerías. Estos libros eran extensos y caros. Al principio del siglo XVI, eran lectura de la nobleza y de la clase media alta. Los leían porque ofrecían una distracción a la monotonía de sus vidas, presentando una visión liberadora de huida, de escape de las presiones de la soledad. Eran libros de viajes imaginarios, emprendidos a solas o con amigos escogidos. En un mundo sin películas ni televisión, entonces, ofrecían una oportunidad de conocer otros paisajes y maravillas. Poco importaba si las maravillas eran verdaderas o no, había tantas recién descubiertas, y tanto exotismo asociado con Granada, Turquía y América, que se daba por sentado que existían maravillas desconocidas en otras partes del mundo. Lo que no provocaban dichos libros era el oficio de pensar. La vida es una aventura tras otra; con tiempo y paciencia se logra siempre la victoria; el bien triunfa y abundan los cuerpos hermosos y su gozoso retozar.

Aquellos que carecían de medios para adquirir un libro de caballerías, y no tenían acceso a la lectura de uno de ellos, estaban abastecidos de romances caballerescos. Al principio de Don Quijote y en el retablo de Maese Pedro vemos cómo dichos romances también son nocivos. Pero durante el reinado de Felipe II, perdido el mecenazgo real y bajados de precio los libros de caballerías, en circulación ejemplares de ocasión o de alquiler, llegaron a las clases más modestas. Es verosímil, entonces, que en Don Quijote todas las clases sociales lean libros de caballerías.

• Medidas fracasadas de control de los libros de caballerías. La exportación de los libros de caballerías a América, para evitar el “contagio” de los supuestamente puros indígenas, se prohibía desde 1531, aunque los registros de barcos constatan que llegaban cajas enteras de este contrabando. En España, a pesar de las peticiones de las cortes, jamás se prohibieron completamente.

• Don Quijote, la medida cierta. Don Quijote representa un nuevo intento de Cervantes de atacar los libros de caballerías. (El “Entremés de los romances”, supuesto modelo para Don Quijote, es posterior a él.) Los lectores urgían de instrucción para poder entender los que se publicaban, para distinguir entre las obras históricas y las que, o abierta o sutilmente, presentaban fantasías. Incluso el concepto de ficción, de obras “mentirosas” que se recibían como tales, para mero entretenimiento, sin querer engañar a nadie, precisaba de explicación.

Los ignorantes lectores de los libros de caballerías no leerían una discusión de los defectos del género, ni lectura alternativa, histórica o religiosa. Para atraerlos, habría que escribir el libro de su gusto, un libro de caballerías. Aunque nosotros podemos calificar a Don Quijote de “primera novela moderna”, y tenemos completo derecho a hacerlo, para Cervantes y sus primeros lectores no existía esta noción genérica en el sentido en que usamos el término. Para ellos Don Quijote es, genéricamente, un libro de caballerías que sigue en muchos aspectos su patrón. Es la historia de un caballero andante, quien anda por el mundo en busca de aventuras, cuya historia la escribe un sabio. Ahora bien, todo esto es una burla, y Don Quijote es un libro de caballerías burlesco.

Y el resto, lo analizamos en el taller: sus paradojas, su innovación y su subversión.