El tiempo y el espacio del taller de lectura plasmado para:



leer de diferentes maneras (por arriba, por abajo, entre líneas, a fondo, participando del texto, recreándolo),



dar cuenta de los procesos culturales en que surgen y son comprendidas o cuestionadas las obras literarias,



pensar (discutiendo, asombrándose, dejándose llevar por lo que los textos nos dicen -pero parece que no dijeran-),



y por sobre todas las cosas, y siempre, disfrutar de la buena literatura.








sábado, 23 de octubre de 2010

El sur estadounidense como territorio mítico: Flannery O'Connor

Flannery O'Connor (25 de marzo de 1925 – 3 de agosto de 1964) está entre los mejores escritores estadounidenses del siglo XX. Se la estudia dentro de la literatura sureña, aunque se distingue de la mayoría  por su perspectiva católica de fondo.



Un hombre bueno es difícil de encontrar es, para el crítico español Gustavo Martín Garzo, seguramente el más representativo de los cuentos de Flannery O’Connor. Arranca de una situación esperpéntica que parece anticipar las películas de Tarantino: una familia viaja a Florida, tiene un accidente y quien acude en su ayuda es un criminal que ha huido de la prisión, el Desequilibrado.

Literatura del exceso y del desgarro, porque en ese mundo sureño todo es excesivo y está enraizado en un desatado y extravagante fondo bíblico sobre el que crecen con la misma naturalidad el fanatismo y la maldad y los personajes grotescos y terribles que habitan ese mundo narrativo de Flannery O’Connor, católica en aquella región de fundamentalismo protestante. Del esfuerzo por comprender un mundo ininteligible y unos comportamientos imprevisibles se nutre esta serie de relatos, como los de Faulkner y Tennesse Williams y antes los de Hawthorne.

La literatura norteamericana del siglo XX ha creado, entonces, dos grandes territorios míticos:

1. la literatura urbana, neoyorquina, sofisticada y elegante, en la que la complejidad está servida por la trama en ocasiones pero no tanto por el estilo, el mundo de cuyos extremos tiran Fitzgerald y Auster, pero en el que caben tantos otros autores, desde O'Henry y Edith Wharton o Henry James -de estilo más que complejo- hasta Dorothy Parker o el mundo narrativo de un director y autor como Woody Allen, una ambientación en la que por supuesto puede encuadrarse la literatura de los suburbios, la de Carver o Cheever o el Richard Ford del díptico sobre Frank Bascombe, incluso gran parte de Updike;

2. los escritores del sur, otro territorio donde se encuentran los escritores que han buceado en las pulsiones más profundas y salvajes de una nación joven, los escritores del «gótico sureño», como se les nombró, pero que pertenecen a la tradición inventada por Mark Twain y Bret Harte y que explo tó narrativamente con Faulkner, al que siguieron Carson McCullers o Truman Capote, y cuyos herederos más actuales son autores del hilo de Sam Shepard y sobre todo Cormar McCarthy.

Es muy interesante el análisis de otro crítico español, Miguel Ángel Muñoz, quien asevera que esta corriente, tan potente y caudalosa como la imagen del río Missisipi, es la literatura del gran estilo americano, la que bebe de Melville, Thoreau y Emerson, y ha permitido que dentro de ella germinen las herencias míticas y bíblicas de los fundadores de la nación, pero también las amenazas difusas, los conceptos misteriosos que cualquier terreno de conquista o frontera conlleva.

Las principales características de esta literatura son:

• El lenguaje barroco y las citas bíblicas, la que aún no concibe los Estados Unidos -al contrario que la otra corriente urbana- como nuevo imperio mundial, la literatura que está segura de que en el centro de la granja más perdida de Kansas habita una imagen del infierno y la desolación. La literatura que busca la tierra prometida, ensimismada y en la que cualquier muestra de sensualidad está habitada por la perdición.

• Las genealogías, porque Flannery O'Connor habla de familias originarias, fundadoras, de granjeros y fieles practicantes religiosos que no aceptaban fácilmente los cambios. Por eso los personajes de Flannery O'Connor lanzan plegarias, piden ayuda, pero acaban por desistir y toman el atajo de la explosión violenta, confiando en una posterior redención que dé sentido a sus vidas. Ella misma era una escritora de pueblo, de hecho cuando sus personajes viajan a la ciudad se sienten desubicados y no hacen sino comprobar la inutilidad del movimiento.

• Su visión del problema racial es asombrada e impávida. No es racismo -lo es en sus personajes, pero no en la mirada de la autora- sino miedo a las pulsiones violentas que la relación con ellos comienza a despertar en los personajes en la medida en que los negros han despertado al fin y no se limitan a servir sin más las órdenes del patrón.

• Sus finales son siempre violentos porque ella, católica en tierra de protestantes, creía en la capacidad purificadora del rayo de Dios. Como ella misma, (padeció de lupus, enfermedad degenerativa, igual que su padre), muchos de sus personajes tienen defectos físicos, taras que ejemplifican la imperfección del ser humano frente a la grandeza justiciera de Dios. El mal nos toma, el bien nos ignora, parece indicar la escritora.

• Suele terminar sus relatos con una inquietante -a veces irónica- conclusión.

Y, para finalizar, los dejo con esta frase sobre sí misma que la define rotundamente: «Soy una de esas personas que penetran la nada. La buena gente del campo». Flannery O'Connor.