El tiempo y el espacio del taller de lectura plasmado para:



leer de diferentes maneras (por arriba, por abajo, entre líneas, a fondo, participando del texto, recreándolo),



dar cuenta de los procesos culturales en que surgen y son comprendidas o cuestionadas las obras literarias,



pensar (discutiendo, asombrándose, dejándose llevar por lo que los textos nos dicen -pero parece que no dijeran-),



y por sobre todas las cosas, y siempre, disfrutar de la buena literatura.








sábado, 27 de noviembre de 2010

Melville y su visión crítica del mundo: Bartleby.

Citaremos, a continuación,  el análisis del excelente blog de Alexis Ravelo, de Gran Canaria, por compartir plenamente sus puntos de vista acerca de esta obra de Melville.

Bartleby, el escribiente apareció por primera vez en la revista Putnam’s Monthly Magazine en 1853. La anécdota es simple: un escribiente de pasado misterioso que se niega a toda actividad, y repite siempre: “I would prefer not to”. 



El cuento está basado en el esquema que luego se haría habitual en el cuento fantástico:

• un hecho maravilloso, mágico, irrumpe en medio de un orden lógico, racional, mostrando que no es tan lógico ni racional, y amenazando con subvertirlo todo.

Bartleby viene a ser la chispa que producirá una explosión fraternal y piadosa en el abogado (y en el mundo del liberalismo desaforado, la piedad y la fraternidad suponen, aunque ningún liberal lo reconocería, una especie de herejía), lo cual llevará a ese personaje a una visión crítica de ese mundo del cual él mismo forma parte y del que anteriormente no tenía queja alguna.

En definitiva, Bartleby, para el abogado, es el indicio de que ese mundo del orden y los convencionalismos, de la competencia y el afán crematístico no es, no ya el único, sino, tampoco, el mejor de los mundos posibles.

Real o imaginado, Bartleby es un personaje indudablemente alegórico, un personaje tipo que no manifiesta sus emociones y cuya personalidad no sufre cambio alguno a lo largo de la historia. De qué sea símbolo esa alegoría que Bartleby constituye, es una cuestión más controvertida:


• Quizá sea un símbolo de la enorme masa de seres humanos cuya libertad y realización caen triturados por los engranajes de la maquinaria capitalista.

• O, de lo que Durkheim denomina anomia. De hecho, al final del relato, se nos cuenta que Bartleby, antes de ingresar en el despacho, había sido un empleado de la Oficina de Cartas no Reclamadas de Washington, de la que fue despedido por un cambio administrativo. Tal vez ésta sea una de las lecturas que interesaban al propio Melville, si observamos el lugar privilegiado que ocupa esa referencia (nada menos que la conclusión del texto) y las reflexiones del abogado narrador sobre la misma.

• Esta circunstancia remite a otra interpretación del personaje como símbolo: la incomunicación, el aislamiento, la soledad del individuo entre la multitud y, al mismo tiempo, de la resignación ante esa fatalidad.

Así, Bartleby viene a ser un extraño símbolo del hombre que elige, lo que será el hombre sartreano condenado a la libertad, la cual, más que parabienes, trae dolor, angustia. Sin embargo, Bartleby elige la opción más desconcertante, la más extravagante e incómoda (hasta para sí mismo).

Junto a la melancolía, Melville tampoco descuida el humor como herramienta de constatación del absurdo, lo cual le acerca en otro punto más a Kafka. Recuérdese, por ejemplo, la escena en que tanto el abogado como sus subordinados comienzan a utilizar, compulsivamente y cada cual a su manera, el verbo “preferir”, verbo preferido de Bartleby.

Si pensamos con Camus que una sensibilidad del absurdo recorre el siglo XX, entonces Bartleby es un personaje del siglo XX, más que del XIX; y Melville un autor con una mirada tremendamente lúcida con respecto a las cotas de alienación y atomización (de soledad y desamparo espirituales) a las que llegaría el hombre en las sociedades industriales defensoras del libre comercio bajo el andamiaje ideológico de la democracia liberal.

Pero, en su denuncia, Melville, sin embargo, no optó (como, por ejemplo, hizo la narrativa francesa del XIX) por el realismo, sino que eligió escribir un relato enigmático, ambiguo, construido desde la subjetividad de los recuerdos de un personaje mediocre que no sabe (como reconoce desde el principio) realmente nada a ciencia cierta sobre Bartleby, cuya mera existencia supone el suceso extraordinario que obliga al abogado a un itinerario a través de la incertidumbre en busca de su propia conciencia.



Otra parte, en cambio, viene dada por el tema. O, más exactamente, dada la técnica antedicha, que no los explicita y deja abierto el abanico de interpretaciones, los temas que trata. En cuanto a este asunto, encontramos casi de todo: desde un problema sociopolítico, a un análisis de una toma de postura ética, llegando, incluso, a tomar tintes ontológicos.

Muy posiblemente, lo que mueve a Bartleby a obrar así es la constatación de la pequeñez, de la inutilidad de eso que se llama “hombre” frente al Cosmos. En el fondo, este relato nos está hablando de aquellas tres preguntas que, como observa Kant, el hombre puede llegar a hacerse pero que quedan sin respuesta cierta: la pregunta por la libertad, la pregunta por Dios y la pregunta por la eternidad. Y preguntarse por estos asuntos es preguntar qué es el hombre, cuáles son sus límites en la vida y cuáles son sus límites frente a lo infinito.

Entonces Bartleby puede ser visto como un individuo que acepta la inutilidad de ese recurso y se niega a luchar contra lo ineluctable, “desenchufándose” de esa máquina. En este orden de cosas, su “mecanismo de desconexión” sería su negativa a continuar con lo establecido.

La pregunta por cómo ha llegado a esa decisión, la responde el propio narrador al finalizar el relato, cuando nos habla de la Oficina de Cartas Muertas. Bartleby, después de haber trabajado allí, sabe que todo es inútil, que nada puede salvarle, como al abogado, como a los demás empleados, como a ese simulacro que es Wall Street entero, de la destrucción, porque ni él ni ellos son más que meras sombras que se encaminan inexorablemente al aniquilamiento, a la nada, al completo vacío al que intentan resistirse en vano. Por eso ha preferido no continuar luchando. Por eso se niega a perpetuar su permanencia en ese conjunto informe que lucha contra lo inevitable.

Bartleby, pues, sería un individuo a quien su lucidez sume en la des-esperanza: Un hombre que ha descubierto la más terrible de las verdades y que hace un ejercicio de honestidad intelectual, rehúsa mentir y espera, paciente, ahora sí, estoicamente, porque, al contrario que los demás, él sí sabe dónde está.

Los precursores: Hawthorne, Melville y Poe.

Hawthorne (1804-1864), y los problemas éticos del pecado, el castigo y la expiación.




Ya trabajamos con la extraña historia de Wakefield, que Hawthorne ficcionaliza a partir, dice, de haber descubierto en la noticia de un periódico. Wakefield es un hombre aparentemente sereno, de un disimulado egoísmo y vanidad, ávido de misterios, de situaciones enigmáticas. Es también un marido colmado de rutinas y perezas. Una vez, Wakefield decide ausentarse por unos días. Le anuncia a su esposa un viaje que realizará. Abandona luego su hogar, pero no se aleja demasiado. Se aloja en una habitación a la vuelta de la esquina. Desde allí, puede espiar a su cónyuge. Su primera intención es volver quizá al cabo de una semana. Y, sin comprenderlo, fuera de toda coherencia lógica, Wakefield no vuelve. Continúa en su lugar extraño, otro. Y así transcurren veinte años.
Hasta que un día, también por un impulso inexplicable, regresa a su casa, y se reencuentra con su esposa como si nada hubiera ocurrido. Como ya antes se señaló, en Hawthorne es inevitable el salto moralizador o alegórico de la ficción. Por eso, en el final del relato, señala: "En la aparente confusión de nuestro mundo misterioso los individuos se ajustan con tanta perfección a un sistema, y los sistemas unos a otros, y a un todo, de tal modo que con sólo dar un paso a un lado cualquier hombre se expone al pavoroso riesgo de perder para siempre su lugar. Como Wakefield, se puede convertir, por así decirlo, en el Paria del Universo".

A través de sus profundas exploraciones psicológicas, Hawthorne exploró las motivaciones secretas de la conducta humana, y los sentimientos de culpa y angustia que él atribuyó a los pecados cometidos contra la humanidad, especialmente los debidos al orgullo. Por su preocupación por el pecado, es continuador de sus antepasados puritanos, pero por su concepto de las consecuencias del pecado, se alejó de la idea de destino que mantenían sus hermanos de religión. La utilización frecuente que hace de la alegoría y la simbología presenta a sus personajes, con cierta frecuencia, un tanto difuminados e irreales, aunque manifiestan la ambivalencia emocional y espiritual que el autor consideraba inseparable de la herencia puritana de su país.