El tiempo y el espacio del taller de lectura plasmado para:



leer de diferentes maneras (por arriba, por abajo, entre líneas, a fondo, participando del texto, recreándolo),



dar cuenta de los procesos culturales en que surgen y son comprendidas o cuestionadas las obras literarias,



pensar (discutiendo, asombrándose, dejándose llevar por lo que los textos nos dicen -pero parece que no dijeran-),



y por sobre todas las cosas, y siempre, disfrutar de la buena literatura.








miércoles, 20 de julio de 2011

Desde “El matadero” a “Esa mujer”: continuidades e inversiones.



El relato de Rodolfo Walsh fue elegido hace unos pocos años, el  cuento argentino predilecto para escritores y críticos.  Su figura  para muchos funciona como una síntesis de lo que sería la tradición de la política hoy en la literatura argentina: por un lado la de un gran escritor y al mismo tiempo, la de alguien que, como muchos otros, llevó al límite la noción de responsabilidad civil del intelectual.

Aproximadamente 70 conocedores (escritores, críticos, editores) votaron, sobre el fin del milenio pasado, por invitación de Alfaguara, cuáles eran sus cuentos argentinos favoritos. De esa votación salieron trescientos catorce cuentos de noventa y un autores diferentes. Esta totalidad se acercaría a una antología perfecta. La necesidad de editarlo hizo que se eligieran 15, las opciones eran dos:


A) Elegir los 15 cuentos más votados. (Lo cual hubiese reiterado autores, con lo cual se diluía el criterio de amplitud)
B) Priorizar la variedad. (Eligiendo un solo cuento por autor siguiendo el criterio de votación)
Se eligió la segunda opción.

Es interesante aclarar que se solicitó una lista de los diez cuentos favoritos de cada invitado, no de los que considerara mejores, sino de cuáles le habían producido más placer.



El resultado fue el siguiente:



1º) Esa Mujer (Rodolfo Walsh)
2º) El Aleph (Jorge Luis Borges)
3º) Casa Tomada (Julio Cortázar)
4º) Sombras sobre vidrio esmerilado (Juan José Saer)
5º) El Jorobadito (Roberto Arlt)
6º) El Perjurio de la nieve (Adolfo Bioy Casares)
7º) El matadero (Esteban Echeverría)
8º) A la deriva (Horacio Quiroga)
9º) La madre de Ernesto (Abelardo Castillo)
10º) Yzur (Leopoldo Lugones)
11º) El fiord (Osvaldo Lamborghini)
12º) Muchacha Punk (Rodolfo Fogwill)
13º) Caballo en el salitral (Antonio Di Benedetto)
14º) Vivir en la salina (Elvio Gandolfo)
15º) Las actas del juicio (Ricardo Piglia.)




El resultado respecto del cuento de Walsh tiene un  sentido simbólico, que Ricardo Piglia analiza de la siguiente manera:
“No importa si hay cuentos mejores o no, si es arbitrario ese sistema. Me parece que condensa un elemento importante, cierto registro mínimo de cómo se está leyendo la literatura argentina en este momento
Porque quizás hubiera sido imposible imaginar hace un tiempo que ese cuento de Walsh fuera elegido como el mejor. Hay entonces un consenso, un cierto sentido común general sobre los valores literarios de la obra de Walsh.

Y quizá podemos partir de ahí. Preguntarnos en qué consistiría ese valor que condensa, digamos, la mejor tradición de la literatura y convierte a ese relato en una sinécdoque de nuestra literatura, en una condensación extrema. Y ver si existe ahí la posibilidad de inferir algún signo de estado de la literatura en el porvenir o al menos inferir una de estas propuestas futuras”.


Como ya hemos visto, el cuento narra la historia de una investigación: un periodista que está negociando y enfrentando a una figura que concentra el mundo del poder, un militar que ha formado parte de los servicios de inteligencia del Estado. El objetivo es descifrar el secreto que le permita llegar al cuerpo de Eva Perón, que encarna toda una tradición popular, porque encontrar ese cadáver tiene un sentido que excede el acontecimiento mismo.
Continuemos con el análisis de Ricardo Piglia, (extraído de una conferencia -cuyo texto ha sido publicado por el Fondo de Cultura Económica-, realizada en el año 2000, en La Habana, cuyo tema era Tres propuestas para el próximo milenio (y cinco dificultades):



“El primer signo de la poética de Walsh es que Eva Perón no está nunca nombrada explícitamente en el relato. Está aludida, por supuesto, todos sabemos que se habla de ella, pero aquí Walsh practica el arte de la elipsis, el arte de iceberg a la Hemingway. Lo más importante de una historia nunca debe ser nombrado, hay un trabajo entonces muy sutil con la alusión y con el sobreentendido que puede servirnos, quizá, para inferir algunos de estos procedimientos literarios (y no sólo literarios) que podrían persistir en el futuro. Esa elipsis implica, claro, un lector que restituye el contexto cifrado, la historia implícita, lo que se dice en lo no dicho. La eficacia estilística de Walsh avanza en esa dirección: aludir, condensar, decir lo máximo con la menor cantidad de palabras.

Por otro lado, a la posición de ese letrado, de este intelectual que en el relato de Walsh se enfrenta con un enigma de la historia,
la podríamos asimilar con la situación narrativa básica del que para muchos ha sido el relato fundador de la literatura argentina, “El matadero”, el texto de Echeverría (escrito en 1838) que, como ustedes recuerdan, es también la historia de un letrado que se confronta con el Otro puro, encuentra a los bárbaros, a las masas salvajes del rosismo.
Esta confrontación que ha sido contada con matices y vaivenes a lo largo de la literatura argentina (Borges, por supuesto ha contado su versión de este choque en La fiesta del monstruo y Cortázar lo ha narrado en Las 

puertas del cielo) encuentra un punto de viraje en Esa mujer.

Hay una continuidad entre El matadero y Esa mujer pero hay también una inversión.


Antes que nada la continuidad de cierta problemática: es el intelectual puesto en relación con el mundo popular. Podríamos decir que “El matadero” de Echeverría postula una posición paranoica respecto a lo que viene de ahí, porque lo que viene de ahí es la violación, la humillación y la muerte. Es la tensión entre civilización y barbarie; este unitario vestido como un europeo que llega al matadero en el sur, por la zona de Barracas y es atrapado por los mazorqueros, narra bien lo que sería la percepción alucinada y sombría que un intelectual como Echeverría tiene del mundo popular. Cómo ve él esa tensión entre el intelectual y las masas. De qué manera está percibiendo esa relación entre el letrado y el otro. Es una amenaza, un peligro, una trampa salvaje. Uno puede encontrar eso también en Sarmiento, naturalmente. Podríamos decir que hay una gran tradición en la literatura argentina que percibe una relación de enfrentamiento y de terror extremo.

Y sin embargo, yo creo que el gran mérito de Echeverría es que supo captar la voz del otro, el habla popular ligada a la amenaza y al peligro. Estaba por supuesto tratando de denunciar ese universo bajo, de pura barbarie, enfrentado con el refinamiento y con la educación del héroe. Pero el lenguaje que recrea al intelectual unitario es un lenguaje alto, literario, retórico que ha envejecido muchísimo. Mientras que el lenguaje que se usa para representar al otro, al monstruo, es un lenguaje muy vivo, que persiste y abre una gran tradición de representación de la voz y de la oralidad. (De hecho es la primera vez en la literatura argentina que aparece el voseo.) Habría entonces una verdad implícita en el uso y la representación del lenguaje que iría más allá de las decisiones políticas del escritor y de los contenidos directos de la historia que se narra. Un efecto de la representación que le abre paso a la voz popular y fija su tono y su dicción.

Entonces, se podría pensar que esta tensión entre el mundo del letrado -el mundo intelectual– y el mundo popular –el mundo del otro– visto en principio de un modo paranoico pero también con fidelidad a ciertos usos de la lengua, está en el origen de nuestra literatura y que el relato de Walsh redefine esa relación.
Podríamos decir que, para Walsh, Eva Perón, que condensaría ese universo popular, la tradición popular del peronismo lógicamente aparece primero como un secreto, como un enigma que se trata de develar pero también como un lugar de llegada. “Si yo encontrara a esa mujer ya no me sentiría solo”, se dice en el relato.
Ir al otro lado, cruzar la frontera ya no es encontrar un mundo de terror, sino que ir al otro lado permite encontrar en ese mundo popular, quizás, un universo de compañeros, de aliados.







Y en un sentido, podríamos decir que este relato, que está escrito en una época muy anterior a las decisiones políticas de Walsh, a su conversión al peronismo e incorporación a Montoneros, podría ser leído casi como una alegoría que anticipa su fascinación por el peronismo. El sentido múltiple cifrado en el cuerpo perdido de Eva Perón anticipa, entonces, las decisiones políticas de Walsh.


Este relato condensa esa tensión y dice entonces algo más de lo que dice literalmente. El intelectual, el letrado, no solamente dice el mundo bárbaro y popular como adverso y antagónico, sino también como un destino, como un lugar de fuga, como un punto de llegada. Y en el relato todo se condensa en la busca ciega del cadáver ausente de Eva Perón.”


lunes, 18 de julio de 2011

Rodolfo Walsh y un nuevo modo de entender la función de la literatura contemporánea.

Rodolfo Jorge Walsh (descendiente de irlandeses), nació el 9 de enero de 1927 en Lamarque , provincia de Río Negro, Argentina.
Llegó a Buenos Aires en 1941 para realizar sus estudios secundarios. Luego comenzó a estudiar filosofía y letras pero abandonó para emplearse en los más diversos oficios: fue oficinista de un frigorífico, obrero, lavacopas, vendedor de antigüedades y limpiador de ventanas. A los 17, había comenzado a trabajar como corrector en una editorial, germen de su oficio de periodista. En 1951 comenzó a trabajar, para la Editorial Hachette, en las revistas Leoplán y Vea y Lea.
Meses después de producidos los fusilamientos clandestinos en el basural de José León Suárez por órdenes del gobierno de la "Revolución Libertadora", recibe la información de que hay "un fusilado que vive". Luego de su encuentro con Juan Carlos Livraga, el sobreviviente de aquellos fusilamientos, Walsh escribió un libro sobre esos hechos, en el cual escribiría: "Esta es la historia que escribo en caliente y de un tirón, para que no me ganen de mano, pero que después se me va arrugando día a día en un bolsillo porque la paseo por todo Buenos Aires y nadie me la quiere publicar y casi ni enterarse".
Así, un hecho previo, motivó al escritor a narrar, a tratar de revelar una incógnita, algo que se mantenía en penumbras y del cual no se habían oído respuestas. 


La serie de notas sobre la investigación -que realiza clandestinamente y en íntima colaboración con Enriqueta Muñiz- serán recopiladas y noveladas en su Operación Masacre. Su obra recorre principalmente el género policial, periodístico y testimonial, con libros que alcanzaron gran éxito de difusión como Quién mató a Rosendo o Caso Satanowsky. La novela Operación Masacre dio comienzo a lo que hoy se le llama Periodístico Narrativo, Novela Testimonio, o bien No Ficción, aunque se suele reconocer como su creador a Truman Capote por la novela A Sangre Fría escrita en 1966, 9 años más tarde.
Walsh nunca adhirió al peronismo pero fue menos antiperonista después de octubre de 1956 en que firmó en la revista Leoplán de ese mes la nota Aquí cerraron sus ojos, laudatoria de los aviadores navales caídos mientras bombardeaban a resistentes peronistas durante la Revolución Libertadora. En septiembre de 1958 escribió:
“No soy peronista, no lo he sido ni tengo intención de serlo... Puedo, sin remordimiento, repetir que he sido partidario del estallido de septiembre de 1955. No sólo por apremiantes motivos de afecto familiar –que los había-, sino que abrigué la certeza de que acababa de derrocarse un sistema que burlaba las libertades civiles, que fomentaba la obsecuencia por un lado y los desbordes por el otro. Y no tengo corta memoria: lo que entonces pensé, equivocado o no, sigo pensándolo…Lo que no comprendo bien es que se pretenda obligarnos a optar entre la barbarie peronista y la barbarie revolucionaria. Entre los asesinos de Ingallinella y los asesinos de Satanowsky”.
El giro político personal lo lleva en 1959 a viajar a Cuba, donde junto con sus colegas y compatriotas Jorge Masetti, Rogelio García Lupo y el escritor colombiano Gabriel García Márquez fundó la agencia Prensa Latina.
De regreso a la Argentina trabajó en la revista Panorama y ya durante la dictadura de Onganía, fundó el semanario de la CGT de los Argentinos que dirigió entre 1968 y 1970, y a mediados de 1970, empezó a relacionarse con el Peronismo de Base, brazo político de las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP) que, en 1973, se fusionó con Montoneros.
En 1972 escribió durante un año en el Semanario Villero y a partir de 1973 en el diario Noticias junto a sus amigos Horacio Verbitsky, Paco Urondo, Juan Gelman y Miguel Bonasso, entre otros. Pero en 1974 comenzaron las diferencias de Walsh con Montoneros, a partir del pase a la clandestinidad decidido por la organización,  disintiendo en que se debía tratar de organizar una resistencia masiva, basada más en la inserción popular que en operativos del tipo foquista.
En 1976, dada la censura impuesta por la dictadura militar Walsh creó ANCLA, (Agencia de Noticias Clandestina), y la "Cadena informativa" un sistema de difusión de información de mano en mano cuyas gacetillas decían en el encabezado:
"Reproduzca esta información, hágala circular por los medios a su alcance: a mano, a máquina, a mimeógrafo, oralmente. Mande copias a sus amigos: nueve de cada diez las estarán esperando. Millones quieren ser informados. El terror se basa en la incomunicación. Rompa el aislamiento. Vuelva a sentir la satisfacción moral de un acto de libertad. Derrote el terror. Haga circular esta información".

El 24 de marzo de 1977, en el primer aniversario de la dictadura militar, escribe su Carta Abierta de un Escritor a la Junta Militar. Al día siguiente, la dictadura lo secuestró y lo desapareció.


El enigma en la literatura argentina.

“Para pensar en algunas series de la narrativa argentina se pueden seguir operadores de sentido que permitan determinar posibles líneas de lectura”, nos dice Elisa Calabrese, en Gestos del relato: el enigma, la observación, la evocación. “Así, esta opción analítica permitirá dar cuenta de textos, autores y poéticas que si por un lado se entrecruzan en sus diferencias por el otro, se relacionan con discursos que actúan en determinados imaginarios sociales. Con la expresión operadores de sentido aludimos a un núcleo motivador de la escritura, presente en cualquier campo del vasto archivo intertextual de la literatura y la cultura, así como al imaginario individual y/o social; en suma es un disparador de la escritura que permite atravesar los géneros aunque se vincule más estrechamente con algunos de ellos. Tal el caso del “enigma” en relación con el género policial”.


Siguiendo con el análisis de esta autora, si el enigma es un no saber, o un saber oculto, que incita a su develamiento, es posible adoptar distintas actitudes cuando se presenta; se puede querer resolverlo o no;…las opciones conducen a la muerte o al laberinto…
Hay clásicas delimitaciones territoriales en este campo, en función de las estructuras narrativas que distribuyen las tipologías del policial: la novela problema, el policial de intriga o suspenso, el thriller, el relato de acciones y aventuras criminales, y el policial negro. Tales categorizaciones se fundan en características de la trama, de los personajes, de las situaciones y de las remisiones a referentes extratextuales pero, en general, los relatos pueden ser reunidos en dos grandes grupos:
  1. El policial clásico, de filiación inglesa-deductivo y racional, y
  2. El policial negro, de tradición norteamericana, -violento y desesperanzado.


Esta manera de  trazar la genealogía del enigma, implica reconocer que existe una tradición ya constituida en la literatura argentina, y así se puede dar cuenta de algunos hitos o nudos leídos como emergentes significativos del enigma. Estos generan modos de lectura, y por lo tanto, dan lugar a cierto imaginario intertextual que a su vez, actúa sobre los criterios críticos y la poéticas actuantes, haciendo posible la emergencia de determinados textos.

Y esta trayectoria genealógica comienza con el nombre de Rodolfo Walsh. En 1953 reúne cuentos policiales argentinos como antólogo: privilegia la novela-problema;  luego de su giro político personal, y su práctica como periodista, va adentrándose en otra zona de su escritura: el periodismo de investigación.


“Ese hombre” y “Esa mujer”.

Estos dos relatos genéricamente fronterizos e inspirados en entrevistas reales, a posteriori ficcionalizadas, hablan acerca de las figuras paradigmáticas y controvertidas de Juan Domingo Perón y Eva Duarte, respectivamente, donde paradójicamente el enigma no se resuelve y la fuerza del relato emerge a partir de aquello que aparece elidido, sin ir más lejos desde el nombre propio.
Una posible hipótesis para estos cuentos es la siguiente: el vacío alrededor de los nombres, no hay nombres en este relato. El vacío o ausencia de nombres como principio estructurante. 


Carolina Castillo, (Universidad Nacional de Mar del Plata), dice que “Walsh representará la experiencia más significativa en la Argentina en lo que respecta a la supresión de la frontera entre literatura y periodismo, coincidente con ciertas tendencias norteamericanas, aunque cronológicamente adelantado. El enigma, en esta instancia, tendrá otra función. La idea de recuperar la revolución desde el arte, saltar el cerco, sacudir, inquietar y molestar con las palabras, que no quieren ser oídas por el poder de turno, supone la revisión de ciertos hechos o episodios de la historia, para instrumentalizarlos en términos literarios, si se quiere, pero también políticos, en una búsqueda por la verdad y la justicia.
De ahí que pueda ser posible el desciframiento del enigma a partir de la lectura a contrapelo de la historia oficial y no ya desde la perspectiva inductivo-deductiva de la lógica o la suma matemática de rastros visibles a los ojos del intérprete.
Por ello el repudio a la literatura como ejercicio burgués, por lo tanto el renunciamiento al Pullitzer y a la posibilidad de ganar dinero. Su producción literaria estará íntimamente ligada a la propia cotideaneidad y, desde este lugar, podrá comprenderse que a mayor práctica crítica, mayor riesgo de sanción, que a mayor calidad en la labor escrituraria y en el cuestionamiento eficaz del poder, mayor será el riesgo de impugnación y de censura. Las formas innovadoras bajo las cuales emerja la denuncia implicarán el enfrentamiento con la política dominante y también con las prácticas dominantes en el campo de la literatura.
La aparición de sus textos testimoniales ha de significar un resquebrajamiento de los esquemas establecidos y los cánones imperantes, como modelos a seguir, políticamente correctos y estéticamente apreciables. Su particular modo de leer la serie histórica a través de la serie literaria, tomando como referencia algunas constantes del policial duro e incorporando la denuncia como base insoslayable sobre la cual se reconstruyen los hechos criminales (perpetrados o encubiertos por el Estado y sus instituciones), significa el advenimiento un nuevo modo de entender la función de la literatura contemporánea.”