El tiempo y el espacio del taller de lectura plasmado para:



leer de diferentes maneras (por arriba, por abajo, entre líneas, a fondo, participando del texto, recreándolo),



dar cuenta de los procesos culturales en que surgen y son comprendidas o cuestionadas las obras literarias,



pensar (discutiendo, asombrándose, dejándose llevar por lo que los textos nos dicen -pero parece que no dijeran-),



y por sobre todas las cosas, y siempre, disfrutar de la buena literatura.








sábado, 8 de octubre de 2011

El "caso" Aira.

Se define a sí mismo como «Un francotirador que practica un oficio íntimo, secreto y clandestino»,  y es uno de los autores más prolíficos de nuestro país; además su labor literaria la ha realizado en prácticamente todos los campos, de modo que ha trabajado como traductor, novelista, dramaturgo, periodista y ensayista. 


Nació en Coronel Pringles, Argentina, en 1949. Desde 1967 vive en el barrio de Flores,  en Buenos Aires. Ha dictado cursos en la Universidad de Buenos Aires y en la de Rosario), y ha traducido y editado en Francia, Inglaterra, Italia, Brasil, España, México y Venezuela. Su obra está marcada por la originalidad, la subversión y la capacidad de sorpresa. 

 



Dice el escritor mexicano Sergio Pitol: “Los libros de los "raros" son imprescindibles, gracias a ellos, a su valentía de acometer retos difíciles que los escritores normales nunca se atreverían. Son los pocos autores que hacen de la escritura una celebración. Yo adoro a los excéntricos. Los he detectado desde la adolescencia y desde entonces son mis compañeros. Hay algunas literaturas en donde abundan: la inglesa, la irlandesa, la rusa, la polaca, también la hispanoamericana. En sus novelas todos los protagonistas son excéntricos como lo son sus autores. Laurence Sterne, William Beckford, Jonathan Swift, Nicolai Gogol, Tomasso Landolfi, Carlo Emilio Gadda, Witold Gombrowicz, Bruno Schulz, Stanislaw Witkiewicz, Franz Kafka, Ronald Firbank, Samuel Beckett, Ramón del Valle-Inclán, Virgilio Piñera, Thomas Bernhard, Augusto Monterroso, Flann O´Brien, Raymond Roussel, Marcel Schwob, Mario Bellatin, César Aira, Enrique Vila-Matas son excéntricos ejemplares, como todos y cada uno de los personajes que habitan sus libros, y por ende las historias son diferentes de las de los demás.”

La obra de Aira comenzó a traducirse y en  2006, llega a Estados Unidos con una carta de presentación de su contemporáneo más celebrado, el chileno Roberto Bolaño. En un breve prefacio a Un episodio en la vida del pintor viajero, Bolaño dijo sobre Aira que era “uno de los tres o cuatro mejores escritores que escriben en español actualmente”. Viniendo de un escritor famoso por sus evaluaciones literarias brutales, esto equivale a un gran elogio. La importancia de Bolaño reside, en parte, en el hecho de que fue capaz de torcer el eje de la literatura latinoamericana del realismo mágico del trópico, que se había agotado en los años 80, hacia la tradición europea más cerebral del Cono Sur.
El autor catalán Enrique Vila-Matas, ha expresado reiteradamente su fascinación por la obra de César Aira en sus contribuciones en las revistas literarias y los suplementos culturales, y ha calificado la obra airiana como « una irónica poesía del absurdo ». Además, en su novela El mal de Montano (2002), el narrador-protagonista cuenta una discusión particular que tuvo con Aira en el Café Tortoni de Buenos Aires sobre la esencia de la literatura: « De adolescente, leyendo a Borges, me dijo Aira, vi dónde estaba la esencia de la literatura. Eso fue definitivo, pero después descubrí, también, que la literatura no tiene una esencia, sino muchas históricas y contingentes. Así que fue fácil escapar de la órbita borgiana, tan fácil como volver, o como no haber escapado nunca ».

Aira se ha descrito a sí mismo como “un hombre de letras” que tiene “la buena suerte de que me gusta todo”. Su impulso no es destituir figuras literarias establecidas sino triturarlas en la maquinaria de su “procedimiento” y de esa manera hacerlas propias.
El procedimiento, como lo llama Aira, es el aspecto más fascinante y perturbador de su obra.

Entonces empecemos con algunos de los diferentes hilos estéticos que tejen su universo narrativo:
  1. Postmodernismo ¿o vanguardia, o postcolonialismo?
  2. Procedimiento: ¿la máquina Aira?


1. 
Sobre el debate Modernidad / Postmodernidad nadie puede estar de acuerdo, ni siquiera en las fechas. Lo moderno ¿comenzó en el Renacimiento, en la Ilustración del siglo XVIII o el Capitalismo industrial del siglo XIX? Lo postmoderno ¿comenzó en el siglo XX con las nuevas técnicas de la Informática, con la Segunda Guerra Mundial o la década de los 70? Pero vamos a rescatar las características fundamentales de la estética postmoderna y rastrearlas en la obra de Aira. 


ü  La Modernidad se caracteriza por una firme creencia en la evolución de la
especie humana. Es una gran civilización progresista que se desarrolló en Europa. Sus
pilares han sido, según Jean-François Lyotard,
  • los Grandes Relatos (la Historia, El Progreso, el Marxismo, el Totalitarismo…),
  • la Cultura homogénea.
  • Su guía suprema es la razón. “El autor moderno es un hombre culto, ha leído mucho y congenia con genios que han producido obras originales. Las geniales obras ajenas son tan incitantes que el autor moderno las emula y continúa con la esperanza de que inspire a otros escritores”


ü  Con las dos Grandes Guerras se inicia el fin de la Modernidad: La razón desemboca en la barbarie. Se cuestionan los Grandes Relatos. Terminan la Historia, el Progreso y el Hombre.
ü  Entonces, nace la Postmodernidad.

Los medios masivos de comunicación crean una “sociedad transparente” según Gianni Vattimo. En lugar de una concepción del mundo, tenemos una proliferación de cosmovisiones: Surgen minorías dentro de minorías, en creciente fragmentación. Se mezclan culturas con contraculturas e inculturas. Domina el pluralismo cultural. Se derrumban las fronteras entre los géneros. Caduca la relación dicotómica, el dualismo ficción / realidad, significado / significante, dominante / dominado. La literatura se
“desterritorializa” con el fuerte auge de los mass-media. Se mezclan cultura alta y cultura popular, margen y “centro”, “centro” y “periferia”, norma y trasgresión.

Las características postmodernas se definen, según Alfonso de Toro, por:
  • la “fragmentación”,
  • la “deconstrucción”,
  • la “intertextualidad”,
  • la “interculturalidad”,
  • el “collage”,
  • la “universalidad”,
  • la “heterogeneidad”,
  • el “pluralismo”.

Y los procedimientos narrativos que se le suman, por coherencia, por afines,  son:
  • la parodia,
  • la tendencia autorreflexiva,
  • la metaficción (la ficción que reflexiona sobre sí misma),
  • la subversión,
  • la hibridez –cultural y genérica–,
  • la ambigüedad,
  • el palimpsesto.
  • Se desmorona la relación hegemónica
  • y la dialogía bajtiniana se consolida como nuevo código entre culturas y géneros.
Hablar  de una obra postmoderna no significa que cumpla con todos los requisitos, sino que integre en su estructura formal y discursiva algunos rasgos típicos de la corriente. En  la novelística de Aira veremos la hibridación genérica, la marginalidad, la metaficción y la fragmentación.




  • ·       Hibridación genérica y enfoque postmoderno
Es la mezcla de géneros la que caracteriza el pensamiento postmoderno, porque es el derrumbe de las fronteras genéricas. El trazado canónico que había hecho la Modernidad se ha disuelto en una multiplicidad de discursos. El mapa que representa la disolución de los géneros es el reflejo mismo del panorama social en el que vivimos.  Como piensa Todorov, cada época tiene su propio sistema de géneros en relación con la ideología dominante y, como cualquier institución, estos evidencian los rasgos de la sociedad a la que pertenecen. En nuestra “sociedad transparente” marcada por una eclosión de visiones, los géneros también han entrado en una profunda disgregación, fomentando lo que se califica de “textualidad múltiple”.
La hibridación se estructura en dos niveles:
  • Por una parte, literatura, cine, teatro, música y televisión forman un mismo tejido.
  • Por otra, novela histórica, novela negra, relato fantástico, relato autobiográfico, ensayo, forma epistolar y novela de viaje ofrecen armazón para los relatos.
La hibridación genérica se presenta así como una de las piezas motrices del pensamiento postmoderno y una constante de la narrativa aireana. Pero sin duda, su auge se acentúa más en la llamada  relación genérica intermedial: literatura y mass media.
El auge de los medios masivos ha creado una interacción sin precedente en la historia literaria. La novela  se ha transformado en un espacio de diálogo con el lenguaje cinematográfico y televisivo.
Ya ha caducado la famosa expresión “ficción copia o reflejo de la realidad”. Ya no se trata de ser copia o reflejo, sino de “hacer mapa”, de ser como la “abeja y la orquídea”.
Otro factor de la nueva estética es también la irrupción y el nuevo protagonismo de las minorías y de los seres marginados en el ámbito cultural y literario.

  • El protagonismo de los personajes marginales
La crisis de los Grandes Relatos y de los Grandes Héroes, que anuncia  la postmodernidad, ha tenido como resultado el surgimiento de minorías y seres
marginados en la nueva configuración social. El encuentro entre cultura alta y cultura
popular, “centro” y “periferia”, el desvanecimiento de la hegemonía de las relaciones
dominado / dominante (como plantea Alfonso de Toro) presentan no sólo un nuevo mapa cultural, sino la alteración misma de los principios del mapeado.
En la literatura eso se traduce por una fuerte presencia de personajes marginados. La narrativa de Aira se parece, a este respecto, a una convención de criaturas marginales.
El mapa de la marginalidad (cartoneros, niños, travestis, punks, pequeños monjes budistas, magos, seres patológicos, tribus, etc.) ocupa una gran superficie en la literatura de Aira. Sin embargo, este auge no implica una dominación de las minorías. Cultura alta y cultura popular, clase alta y clase baja, norma y trasgresión comparten el mismo espacio, se comunican dialógicamente. Ya está abolida la hegemonía. En el discurso postmoderno, la identidad se relativiza, ya no hay una para siempre sino varias construidas y elegidas, atribuidas o negociadas.

El lenguaje también es otra seña de identidad de esas minorías. La heterogeneidad cultural se acompaña de una pluralidad discursiva. El encuentro entre espacio y postmodernidad ha dado lugar a grandes centros lingüísticos.
Aira toma como epicentro del fenómeno postmoderno el barrio de Flores (Buenos Aires), donde no solo los personajes marginales pueblan su narrativa sino también las voces olvidadas por la historia, voces menores. Ya no es el culto a los grandes personajes-héroes, sino a los personajes comunes. La obra de Aira es, a este efecto, un gran espectáculo de desfile de minorías, lo que la inscribe en la condición postmoderna, al igual que el uso de la metaficción.

  • Metaficción y postmodernidad
La ficción postmoderna se caracteriza por una fuerte tendencia autorreflexiva.
La metaficción  o ficción que reflexiona sobre sí misma, se ha convertido en poética y una de las grandes marcas de la Postmodernidad, aunque puede considerarse como herencia de la vanguardia. Se la define como una ficción que se construye mostrando los materiales y el mecanismo sobre los que se sustenta la estructura. Reflexiona sobre la naturaleza de los sistemas ficticios, cómo se originan y de qué manera la realidad queda filtrada y transformada a través de distintos procedimientos narrativos.

La primera manifestación de la metaficción en los relatos de Aira es:
  1. La “generación” del argumento. Al principio de muchos relatos, como una autocrítica, el narrador –frecuentemente voz del autor– suele presentar las características, la fuente o las circunstancias que originaron la historia que va a contar. En La costurera y el viento, el narrador nos define, desde las primeras líneas, cómo va a ser el relato cuyo argumento nace de un sueño que ha tenido: “estas últimas semanas, ya desde antes de venir a París he estado buscando un argumento para la novela que quiero escribir: una novela de aventuras, sucesiva, llena de prodigios e invenciones. […] Pues bien, anoche, esta mañana… se me ocurrió un asunto, rico, complejo, inesperado”. Estos comentarios preliminares constituyen, sin duda, una guía de lectura y reflejan lo que realmente es la historia contada en la novela. En Como me reí, las microficcionesque componen la novela son como ilustraciones de “la risa” de que se queja el narrador escritor: “deploro a los lectores que vienen a decirme que “se rieron” con mis libros, y me quejo amargamente de ellos”. La metaficción toma, en dichos casos, una forma de prólogo, una pequeña presentación que hace el narrador de cómo sucedió. Con esas intrusiones, Aira consigue evidenciar, ya desde el principio, el carácter ficticio (ejemplo de La costurera y el viento). Por eso, se suele ver en toda novela autoconsciente una manera de obligar al lector a que olvide, a que sea consciente de que lo que está leyendo es ficción, es un simulacro de realidad. Sin embargo, en Cómo me reí la metaficción parece anular el carácter ficticio porque las historias que ilustran “las risas” parecen ser, pero no son, recuerdos de adolescencia con toda una carga autobiográfica.
  1. La otra forma que más caracteriza la autoficción es la exploración de su propia construcción. La costurera y el viento sirve también de ejemplo. El narrador, o más concretamente el autor abstracto, nos presenta la estructura en la que va a descansar la historia: La heroína tiene que ser una costurera, en la época en que había costureras… y el viento su antagonista, ella sedentaria, él viajero, o al revés: el arte viajero, la turbulencia fija. Ella aventura, él el hilo de las aventuras… Podría ser cualquier cosa, de hecho debería ser cualquier cosa (…) Por una vez, quiero permitirme todas las libertades, hasta las más improbables. Mediante la primera persona y la presencia en sus ficciones, construye relatos al mismo tiempo que ofrece “una exposición deliberada de la ficcionalidad de la creación literaria”.
ü  Muchos relatos oscilan entre comentario ficticio y ficción pura, ratificando, de esta manera, su pertenencia a la estética postmoderna.
ü  Otros relatos van incluso hasta perderse en el laberinto de la metaficción y se convierten en metanovelas; un fenómeno que se destaca más en La trompeta de mimbre, un relato postmoderno que protagoniza tanto la escritura metaficticia como la narración fragmentaria.

  • La escritura fragmentaria
La presencia del estilo fragmentario en la narrativa de Aira toma la forma, como en muchos relatos, de diario, y así expresan una poética de “pedazos”. En Fragmento de un diario en los Alpes, por ejemplo, Aira teje el argumento con micro relatos que se desarrollan de domingo a jueves.
La visión unitaria y el afán abarcador que caracterizaban la modernidad se suplantan por el estilo fragmentario, donde hay un sujeto fragmentario comparándolo con el Hombre moderno, un  discurso fragmentario frente a los discursos totalizadores y los Grandes Relatos , y  “minorías en creciente fragmentación”.

Resumiendo, diremos que hablar de postmodernidad en la obra de Aira no es ver el fenómeno como una simple manifestación o una “huella”, tomando la palabra de Derrida, sino contemplarlo como uno de los sellos de su novelística –a pesar de que él no quiere considerarse como postmoderno, sino vanguardista
 En esta misma huella también encontramos la Postcolonialidad.



Una lectura postcolonial
Los relatos que inauguran la trayectoria literaria de César Aira se enmarcan principalmente en la tradición literaria postregional y convierten la pampa en uno de sus escenarios más representativos. Pero si dicho escenario, por una parte, permite a Aira reencontrarse con el paisaje autóctono del regionalismo narrativo, por otra, le abre los caminos a una lectura rupturista, subversiva y deconstruccionista. Ema, la cautiva se
inscribe en esta dinámica que la crítica denomina: postcolonial.
La postcolonialidad, señala Alfonso de Toro, encaja de lleno dentro del pensamiento postmoderno. El crítico la define como una perspectiva postmoderna que se caracteriza por una actitud y por un pensamiento deconstruccionista, intertextual e intercultural, por un pensamiento re-codificador de la historia cuya finalidad es desenmascarar aquello que en el colonialismo y en el neocolonialismo había sido instaurado como la historia, como la verdad irrefutable.
La compleja historia del país deja ver cierta superposición del fenómeno colonial. La modernización del país (la campaña de exterminio de los indios) emprendida por Juan Manuel de Rosas y clausurada por Julio Antonio Roca con la conquista de la Patagonia puede leerse como una continuación de la conquista española. David Viñas habla incluso de “la Campaña al Desierto como etapa superior de la conquista española” y establece una filiación entre el discurso del roquismo, el Facundo y los Diarios de Colón.
Así, hablar de postcolonialidad en Aira consiste en observar cómo el discurso producido por este nuevo centro (Civilización) viene revisado y deconstruido por su narrativa.
El discurso postcolonial que protagoniza Ema, la cautiva se construye en la relación dialógica entre Civilización y Barbarie.

Ema, y la resignificación del mito.
La novela propone una relectura del mito de la cautiva. Este tema –que nos
recuerda la época de románticos liderados por Esteban Echeverría, cuya Cautiva es considerada como la fuente madre de la versión de Aira– consiste en la historia de una mujer blanca capturada por los indios y obligada a ser la concubina de un jefe. Sin embargo, con Aira, el tema sale del mito moderno para entrar en un proceso de relectura y de deconstrucción postmoderna. Su escritura corporiza el enfrentamiento entre los discursos historiográficos del liberalismo y del revisionismo.
Hay en Ema, la cautiva una operación semiótica de deconstrucción de ciertos tópicos tradicionales  de los mitos fundantes de la literatura nacional.
El propio ejército se convierte en un grupo salvaje: excepto con el teniente, no se respetaban las formas, y él mismo las consideraba un arcaísmo frívolo. Eran hombres salvajes, cada vez más salvajes a medida que se alejaban hacia el sur. La razón los iba abandonando en el desierto, el sitio excéntrico de la ley en la Argentina del siglo pasado.
En cambio, Aira presenta a los indios en el reino de la civilización (“en una civilización como la suya todo era sabiduría”) e invierte el esquema histórico de civilización / barbarie. Los indios pampeanos ya no son salvajes o bárbaros; antes bien se muestran como refinados mandarines, señores de la guerra y de las artes menores, ávidos jugadores de torneos de elegancia que se alimentan de pavos braseados en coñac, frutas silvestres, licores, champagne y vinos finos, panes especiados, hongos frescos y que engalanan cuidadosamente su aspecto personal.
Aira cambia la perspectiva –como Ema al ser raptada por los indios– respecto a la tradición nacional y realiza una lectura diferente de la historia argentina.
Pero el punto álgido de esta dinámica deconstruccionista llega con la conversión de Ema en un cacique. No sólo se emancipa, sino que consigue llegar a una máxima autoridad entre los indios: una colona. Se hace gran propietaria y criadora de faisanes utilizando los métodos de inseminación artificial. Ya no es la ex-convicta o presa de la barbarie, sino otro adepto del capitalismo;   en la adaptación de Aira, acepta la nueva vida que finalmente le concede cierto status entre los caciques y guerreros del lugar.

El personaje de Ema es un puente que Aira tiende entre los dos ejes. Como piensa Alfonso de Toro, la postcolonialidad en su espíritu postmoderno no polariza ni es militante, sino que crea una discusión abierta y con ello el fomento y el desarrollo del Otro. Este proceso abierto Aira lo cumple en la revisión y elaboración de ese fundamento ideológico y cultural que es el mito.

Para Barthes, el mito distorsiona la realidad para conseguir un efecto ideológico. Convierte los prejuicios en historia. Aira, ataca la historia, presenta una nueva visión y una nueva versión de la cautiva.
A través de su cautiva, “des-ideologiza”, o como diría Barthes, “desnaturaliza” una de las idiosincrasias culturales.
La cautiva de César Aira ancla su acción en la polémica zona surtida de pliegues y repliegues de nuestro sistema literario: más allá de Pringles, el desierto.

Una narrativa cosmopolita
En Aira pueden verse dos territorios:

  • ·       El fuerte color nacional que caracteriza su primera fase, con epicentro en el barrio de Flores en Buenos Aires,
  • ·         Otros escenarios temáticos distribuidos entre el continente latinoamericano, Occidente, Oriente, y hasta el continente africano.
El caso de Aira difiere de otros autores considerados como cosmopolitas cuya trayectoria es marcada principalmente por un exilio forzado o voluntario. En Aira, hablamos más bien de una poética de desterritorialización.
Los textos de Aira se caracterizan por esa doble tendencia: unos relatos que se inscriben en la tradición argentina y otros que saltan las fronteras nacionales para conquistar otros territorios y convertirlos en “patrias suyas”. Entre ellas se destaca primero Latinoamérica.

¿Realismo, en Aira??
Sandra Contreras, pone el acento sobre cierta particularidad del realismo en Aira.
Pablo Decok habla de “transrealismo” y no cree que Aira practique una escritura realista (en el sentido puro de mimesis).
La frecuente combinación de realidad / fantasía y la difícil referencialidad que plantean algunos relatos hacen complejo afirmarlo. Sin embargo, lo que se podría decir es que la obra de Aira no se aparta totalmente de una poética realista.
Aira nos advierte en El pequeño monje budista que “cuanto menos realista es una obra de arte, más ha obligado al artista a meter las manos en el barro de la realidad”. Veamos:
  • ·         Primero destacamos “las funciones de verosimilitud” que desempeña la presentación del espacio narrativo. En efecto, Aira suele ambientar sus relatos en lugares potencialmente reales y muchas veces comprobables. A pesar de que su poética esté caracterizada por la invención, con el espacio Aira parece seguir las huellas del relato realista. Las historias de sus novelas no ocurren en un Macondo o una Santa María, sino en los rincones de la provincia de Buenos Aires. Su narrativa se despliega en un auténtico mapa literario. Cada relato parece dibujar una parte de este universo bonaerense; una cartografía que va de Coronel Pringles a Rosario y de Buenos Aires a la ciudad de Colón (Panamá), tras anclar sus raíces en el barrio de Flores. Novelas como La villa, La prueba, Las noches de Flores muchas más surcan el barrio.
  • Pero en Aira este espejo no refleja fielmente la realidad que capta, sino que la deforma, la desfigura y la convierte en un objeto imaginario hasta incluso irreal.  La realidad queda escondida, disimulada bajo los escombros de un imaginario grotesco, de una ficción disparatada.
  • Otra manifestación realista en su obra es la presentación de las historias como escenas vividas. La fuerte tendencia autobiográfica, potenciada por una primera persona (que trae a veces mucha ambigüedad en la lectura), y la presencia de protagonistas con referencia real otorgan a los relatos una filiación realista. Uno de ellos es el propio César Aira. Se observa en El tilo, Cómo me hice monja, Cumpleaños o El sueño realizado.
  • A eso se añade también que Aira no se aleja de la realidad cotidiana, aunque las historias vienen presentadas bajo anécdotas, lo que les resta muy a menudo un valor intrínsecamente realista.

Por lo tanto, hablar de realismo en Aira es ver cómo su narrativa se apoya en el género para después transformarlo, subvertirlo pero, sobre todo, incrustarlo continuamente con elementos surrealistas; un surrealismo que sí podemos afirmar que es un signo notorio de su narrativa.

Un enfoque surrealista
Las infiltraciones surrealistas que registran varios relatos de Aira han llegado a convertirse, en algunos casos, en una fuerte base de su novelística.  Él mismo acredita el aporte del surrealismo a su narrativa del que dice que ha tomado “mil cosas, como el dominio de la imagen”. La modalidad surrealista de la ficción aireana se presenta bajo varios aspectos:
  • Las frecuentes impresiones de extrañeza, de incongruencia y de absurdidad.  
  • El lenguaje. En Diario de la Hepatitis,  cada día, cada fragmento es surrealista, una expresión donde dibujos y cifras alternan con una prosa poética.

La poética aireana de huida hacia delante, que él mismo ha bautizado como su estilo, se asemeja mucho a la escritura automática. El argumento ficcional ya no es un producto pensado, razonado y guiado por él, sino que va por su cuenta, sigue su propio camino. El resultado son a menudo relatos torpes, inconexos en los que suceden siempre cosas extravagantes. Pero la forma más habitual de la estética surrealista en Aira es la aparición frecuente de algunas imágenes delirantes, provocadoras.



2- El procedimiento Aira: la fuga hacia adelante


Cómo seguir escribiendo -o cómo seguir haciendo humor- después de agotadas las vanguardias es la pregunta, también vanguardista, por la innovación. ¿Sobre qué innovar, con qué orden romper en la llamada posmodernidad, ella misma paródica, o mejor, pastichera, con un marcado revival hacia las vanguardias históricas, con tendencias “camp” de canonización de lo malo?
Aira ha hablado en diversas entrevistas de que elabora una estética avant-garde en la cual, más que revisar lo que ha escrito, ejercita una "fuga hacia adelante" al improvisar una salida de los laberintos en los que se ha metido. Como resultado, sus ficciones pueden saltar radicalmente de un género a otro, y a menudo despliega estrategias narrativas de las culturas populares y géneros "subliterarios" como ciencia ficción y telenovelas, y por otro lado, rechaza conformar las expectativas genéricas de cómo una novela debería terminar, dejando muchas de sus ficciones con un final abierto o abrupto. Así, invoca una especie de escritura automática y además reivindica la noción de "procedimiento" por encima de la idea de la "obra", pues no le da importancia a los libros como productos bien terminados, con control de calidad. Lo que le importa, como lector y también como escritor, es el autor, en su totalidad, el mito personal que construye con todos sus libros, buenos y malos, y no sólo con los libros: con su vida también."De lo que se escribió un día hay que reivindicarse al siguiente, no volviendo atrás a corregir (es inútil) sino avanzando, dándole sentido a lo que no lo tenía a fuerza de avanzar": es lo que Aira llama el Procedimiento. Su preferencia de la novedad por sobre la calidad responde a un razonamiento que le parece contundente: para que a algo se lo considere "bueno", tiene que ajustarse a paradigmas preexistentes, y la función del arte es crear paradigmas nuevos. No crear objetos bellos, sino crear objetos a partir de los cuales se pueda medir una belleza que hasta entonces no existía.

Ha publicado más de sesenta obras. Desde al menos 1991, una particularidad de su trabajo es un casi frenético nivel de escritura y publicación - dos a cuatro libros por año.
Disfruta reírse de sí mismo y de su infancia en Pringles, en ficciones tales como: Las curas milagrosas del Doctor Aira, Cómo me hice monja, Cómo me reí y El cerebro musical. Su novela Cómo me hice monja fue seleccionada como una de las mejores 10 publicaciones en España del año 1998.
Hay dos excelentes ensayos sobre su obra editados por la editorial Beatriz Viterbo en Argentina, llamados "Las vueltas de Cesar Aira" de Sandra Contreras, y el de Mariano García "Degeneraciones textuales", citados en este artículo, como así también la tesis doctoral de Djibril Mbay, de la  Universidad Complutense de Madrid, Facultad de Filología, publicada en el presente año.

Aira recibió la Beca Guggenheim en 1996.




Cecil Taylor versus El Perseguidor.





(Ilustración de El Marinero Turco).

En 1959, Julio Cortázar publica El Perseguidor, su célebre cuento sobre el músico Charlie Parker. Es un cuento que resume episodios de la vida de Parker, aunque por razones misteriosas se lo convierte en adicto a la marihuana, -lo que lo termina matando, según Cortázar- y no a la heroína.
En el cuento es relevante el lugar que tendrá el narrador, crítico y biógrafo que admira y desprecia al músico, que lo ayuda y explota su amistad.
El Parker de Cortázar encarna cierto cliché romántico: el músico intuitivo y demente que no alcanza a comprender el alcance de su propio genio y  vive obsesionado por la búsqueda de un absoluto  mientras el narrador, condescendiente y burgués, lo pinta como un tipo irracional capaz de decir: “Yo empiezo a entender de los ojos para abajo, y cuanto más abajo mejor entiendo”.
O sea: Johnny no es más que un saxofonista tonto con un don, que en su primitivismo se maravilla durante los viajes en subte de que el tiempo pensado no coincida con el tiempo vivido.


En 1988, César Aira escribe su cuento Cecil Taylor. Publicado años más tarde en antologías colectivas, es uno de los primeros textos de un autor que casi no escribió cuentos. Aira vio siempre en Cortázar un antimodelo literario: su músico de jazz le sirve para plantear una idea alternativa o antagónica del arte y los artistas.

El músico de Aira es pianista, en cambio, y lúcido, cultivado. La historia transcurre en Manhattan.
En los trenes piensa en las paradojas de Zenón que le permiten deducir que no será reconocido porque “nunca llegará a actuar ante un público cuyo coeficiente de sensibilidad e inteligencia haya superado un umbral”.
Taylor es perfectamente consciente de lo que hace y descubre que ni siquiera el esnobismo logrará transformar su virtuosa excentricidad en una mercadería vendible.
Una de las preguntas que hace el narrador en Cecil Taylor es ¿y por qué habría de importarles?, refiriéndose a las biografías, a las historias de los artistas. Son vidas de otros, dice.  "De los innumerables hombres que vivieron, la Historia rescata sólo a los ganadores, y ése es el límite de sus moralinas humanitarias...".
Cécil Taylor es un músico de vanguardia, "pero su originalidad lo puso al margen de los géneros. Lo suyo es el jazz, y cualquier otro tipo de música, desarmado en cada uno de sus átomos y vuelto a armar como una de esas máquinas solteras que han hecho los sueños y las pesadillas del siglo XX ...".
Y esto que el narrador dice acerca del artista puede estar refiriéndose también a los artistas de cualquier tipo de arte.

Mientras Cortázar exalta a sus cronopios bohemios y a sus héroes revolucionarios, Aira ve en su personaje una excusa para coquetear con su propio destino, del que se conduele con elegancia: “En realidad el fracaso es infinito, porque es infinitamente divisible, cosa que no sucede con el éxito”.
Algo parecido le ocurrió siempre al verdadero Cecil Taylor, que necesitó muchos años para que su free-jazz fuera al menos tolerado. Pero no fueron solamente los críticos populistas los que lo defenestraban, sino colegas como Miles Davis, otro romántico genial. En su estridente Autobiografía, Davis liquida a Taylor con esta frase: “No me gustaron sus planteamientos. Era sólo un montón de notas tocadas por las notas mismas, porque sí”. Más allá de que la respuesta del pianista fue muy fina (“Davis toca bastante bien para ser un millonario”), la música es un asunto complicado. Para un lego es muy difícil pararse frente a un disco de Cecil Taylor. Disfrutarlo requiere acaso de elementos adicionales a la mera escucha.

Datos extraídos de http://aquileana.wordpress.com/2009/08/12/


Y por último.

Dice el escritor argentino Fabián Casas, (nuestro próximo autor en el taller): “si existe en nuestro país un escritor serio que ha puesto su fe en la literatura como nadie, ése es el César. El humor que tanto se les atribuye a sus textos es del tipo del que nos provoca risa en los velatorios, es decir, esa risa motivada por no estar –por esta vez– en el lugar del muerto. El largo continuo (para utilizar un término fetiche de Aira) que forman sus novelas, relatos y ensayos muestra una cosa de manera evidente: que la vida es de una estupidez notable y está sujeta a una lógica perversa. No sé lo que piensas tú, hipócrita lector, pero para mí las primeras novelas de Aira –Ema la cautiva, Los fantasmas, La luz argentina, La prueba y El bautismo– son extraordinarias y muy superiores a todo lo que vendría después. Como todos los grandes escritores, Aira preparó el terreno crítico en el que le gustaría ser leído. Ahí está el prólogo famoso al libro de Novelas y cuentos de Osvaldo Lamborghini. Pocas veces un prólogo era casi superior a los textos que precedía.
De seguir vivo Osvaldo, con Aira se hubiesen matado a golpes: como Freud y Jung, o Dios y su angel más hermoso, el poderoso Señor de Abajo. También en ese dichoso prólogo, Aira habla del continuo para entender la obra de Lamborghini, pero en realidad es para comprender su obra. Y le hace decir a Osvaldo que, tal vez, lo suyo sólo fuera al final una frase que condensara todo”.




domingo, 2 de octubre de 2011

Abelardo Castillo: De crueldades, traiciones y vergüenzas.



Abelardo Castillo nace en 1939,  en Buenos Aires, pero toma como lugar de nacimiento, por decisión, la ciudad de San Pedro adonde se traslada con su padre, y donde vive hasta los 18 años.
Publica sus primeros cuentos desde muy joven, cuando gana un premio en el concurso de la revista "Vea y Lea", cuyo jurado estaba compuesto por Borges, Bioy Casares y Manuel Peyrou.
Funda la revista literaria "El Grillo de Papel", luego continuada por "El Escarabajo de Oro", con fuerte proyección latinoamericana y una de las de más importantes que existió hasta los años ‘70, caracterizada por su adhesión al pensamiento de izquierda y, principalmente, a la lectura del marxismo desarrollada por Jean-Paul Sartre. Formaban parte de su "Consejo de Colaboradores" Julio Cortázar, Carlos Fuentes, Miguel Ángel Asturias, Augusto Roa Bastos, Juan Goytisolo, Félix Grande, Ernesto Sábato, Roberto Fernández Retamar, Beatriz Guido, Dalmiro Sáenz, entre otros.
Luego, desde 1977 hasta 1986, dirige "El Ornitorrinco".
Su primera obra de teatro, "El otro Judas" (1959), inicia la problemática  de la culpa en el corpus de su obra, enfocada en la que asume el traidor de Cristo, como un instrumento secreto de Dios, o como el acto existencial de la responsabilidad de un hombre por todos los hombres.



Culpa y castigo son tema de numerosos cuentos de este narrador, donde sus personajes llegan a situaciones límite. La temática de la fatalidad hace recordar a Borges, del cual fue admirador confeso, y de quien toma a veces cierta entonación criolla y distante. En otros cuentos, largos períodos apenas puntuados por la coma, alude a la violencia, al vértigo de las imágenes, al vivir en tensión de sus personajes. Otros relatos incursionan en el delirio y lo fantástico y son secretos homenajes a Poe, a quien Abelardo Castillo transformó en personaje teatral en Israfel, obra premiada por un jurado internacional y que tuviera en nuestro país mucho éxito.
Ha obtenido varios premios nacionales e internacionales y algunos de sus cuentos, novelas y obras de teatro, han sido traducidos al inglés, francés, italiano, alemán, eslovaco, ruso y polaco.




 Entrevistas: Castillo, por él mismo.

En una entrevista televisiva en TN, realizada en enero de 2011, dijo:
“Soy hijo de un matrimonio separado y siempre viví la ida de mi madre como un abandono y como una traición a mi padre. Hoy sé que eso no es así, pero esa sensación que tenía de chico pudo haber influido en mi obra.
No lo sé, pero lo que sí sé es que la traición es un tema tradicional de la Literatura argentina. La amistad entre Martín Fierro y Cruz, por ejemplo, parte de un acto de traición.
Además, los argentinos siempre sentimos que la historia nos ha traicionado y que lo que tenemos hoy no es lo que nos merecemos.
Yo no creo que la traición sea autorreferencial en un sentido personal porque yo soy muy leal a mis amores, a mis pasiones, a mis amigos y a mis hábitos, sobre todo. Pero siento que vivimos en un mundo que traiciona permanentemente.
Además, aunque no soy creyente, me he educado en una religión que tiene a la traición como acto esencial. La traición de Judas a Jesús, es el mayor misterio del cristianismo. He escrito una obra sobre Judas en la que, sin embargo, no reivindico la traición, sino que intento demostrar que Judas nunca traicionó a Jesús, sino que fue un pacto entre dos amigos para producir determinados hechos en contra del Imperio Romano.
En la literatura de Borges y de Artl también aparecen permanentemente las traiciones, así que supongo que algo debe haber en nuestro país que nos lleva a escribir sobre esos temas. Pero yo trato de no meditar mucho sobre ellos y de simplemente, escribir.”


Otra entrevista, realizada por Astrid Riehn en mayo de 2011, y publicada en http://www.elortiba.org/abecas.html:

“– ¿Es consciente de que es una especie de guardián de la memoria literaria argentina?
–Con la muerte de Sábato fue la primera vez que me hicieron sentir como depositario de cierta memoria, y no sé si tengo ganas de ser el vademécum de un cierto momento de la literatura argentina. Pero sí, en parte es así, yo hablé con Marechal, con Borges, con Bioy Casares, con Cortázar… Debo ser de los pocos que los ha conocido a casi todos. Recuerdo que cuando se reeditó El otro Judas, Manuel Mujica Láinez me escribió una carta muy generosa, con su hermosísima letra de académico, diciéndome que lo había leído con mucho gusto y que yo tenía la suerte de poder escribir teatro porque consideraba que el drama era la piedra de toque del escritor y que él no había podido hacerlo nunca. Fue muy conmovedor, sobre todo porque nosotros habíamos criticado sin piedad a Bomarzo en El escarabajo de oro. También recuerdo que un día caminábamos por la Feria del Libro y había una gran fotografía de Sábato con esa cara atormentada que tenía siempre, con la vena terrible, y Mujica Láinez miró la foto y dijo: “Sí, sí, este sufre y sufre, pero nos va a enterrar a todos.” Y en efecto, estuvo a punto de enterrar a todos (risas). En esa época todavía estaban vivos Cortázar, Borges, Bioy Casares, Marco Denevi, Beatriz Guido, Viñas, tipos de mi generación como Juan José Saer, Fogwill, Isidoro Blaisten…

–Sin embargo, usted era más joven que muchos de los escritores que frecuentaba. ¿En qué generación se enmarca?
Sé que desde un punto de vista sociológico pertenezco a la generación del ’60, pero siempre sentí que los escritores se dan de a uno. Pertenecés a una época, ¿pero a una generación? Yo tenía probablemente más puntos de contacto con Cortázar, que me llevaba 22 años, o con Marechal, que me llevaba 35, que con los escritores de mi generación. El otro Judas o Israfel no son una obra de la generación del ’60; El que tiene sed y Crónica de un iniciado, tampoco.

–Volviendo a sus obras de teatro, en El señor Brecht en el Salón Dorado, el protagonista, Hauser, afirma: “cuando no es tu puerta la que están tocando, y eso te da alegría (…) agradecer a Dios es un pecado inmundo”. ¿Cómo sonaron esas líneas en 1982, durante la dictadura?
–Supongo que esa pregunta hizo correr como un escalofrío de malestar entre la gente que estaba en el Salón Dorado del Colón, y me han dicho que también molestaba cuando la hizo Teatro Abierto en el ’83, antes de que asumiera Alfonsín.

– ¿Sintió miedo en esos años?
–Intenté seguir escribiendo como siempre y poniendo el compromiso en El Ornitorrinco, donde publicamos un editorial antimilitarista contrario a una posible guerra con Chile o una solicitada de las Madres. La cuestión era ver hasta dónde se podían desplazar los límites de la censura. En 1977, cuando se hizo Israfel en Mar del Plata, me vinieron a entrevistar La Capital o La mañana. Acepté con la condición de poder intercalar una pregunta: “¿Dónde está Haroldo Conti?” Y la pregunta se publicó. El que tuvo problemas luego fue el periodista, y ahí descubrí otro secreto en relación con la censura: a veces, el que corre riesgo no es tanto el autor de una declaración, sino el que pregunta. Yo tenía la postura casi mágica de no permitir que el miedo invadiera mi mundo personal. Me repetía la frase aquella de Sartre en La República del silencio: “Nunca fuimos más libres que bajo la ocupación alemana.” Y es así; la libertad se ejerce en acto. Hoy puedo decir lo que quiero del gobierno, de los dirigentes sindicales, de los militares, y no pasa nada. Sólo cuando te animás a decir ciertas cosas en tiempos de gran opresión estás realmente ejerciendo tu libertad.”


De crueldades, traiciones y vergüenzas.
Trabajaremos los siguientes textos (fuertes, no hay dudas), de Abelardo: La madre de Ernesto, Hombre fuerte, y El marica. Los ejes temáticos serán los siguientes:

a- El carácter confesional.

En estos relatos –como en otros de su producción-, "...Castillo postula una moralidad y una indagación en la mala conciencia de sus personajes mediante una mirada a distancia y un diálogo directo con ellos en segunda persona... [ ]... asume el trance sartreano de la búsqueda y el arreglo de cuentas consigo mismo...". En otras palabras, ese distanciamiento, queda sujeto a una doble marca:
·         la instancia temporal, ya que se trata del hombre adulto que vuelve sus ojos hacia la adolescencia,
·         y el recurso de la narración en segunda persona.
Y ese distanciamiento es, precisamente, el que facilita a los personajes asumir la responsabilidad de la confesión.

b-La mirada del otro.

En estos relatos de adolescentes, entonces, la crueldad se ve asociada a la vergüenza. Si en términos generales, los personajes de Castillo se muestran deliberadamente crueles y deliberadamente cínicos, estos jóvenes no dejan de indagar en su propia conciencia.
Esa temática de la vergüenza, permite marcar una asociación con el sustrato existencialista, sobre todo de raigambre sartreana, que opera de anclaje metafísico en gran parte de la narrativa de Castillo. Como ha señalado Guillermo de Torre, el drama y la novela existencialistas proponen "...la proyección de un estado de conciencia, de un problema filosófico o moral".
La vergüenza que subyace y anima a esas confesiones de episodios adolescentes, guarda estrecha relación con la preocupación existencialista del autor. La vergüenza deviene del contraste entre nuestro ser-para-el-otro y nuestro ser para-sí. Contraste que conlleva la defraudación, porque el otro sigue viendo en nosotros:
·         Lo que fuimos: la madre de Ernesto que ve en los adolescentes a esos niños que compartían los juegos con su hijo;
·         Lo que fingimos ser
·         Lo que quisiéramos ser: el narrador de "El marica" que se muestra ante su amigo César como un hombre "desenvuelto", no con una intención de burla, sino porque desearía ser eso que muestra.

Por otra parte, el motivo de la vergüenza se vincula con el tema sartreano de la mirada, la mirada del otro que es mi infierno porque me descubre tal como soy. La confesión equivale a desnudarse ante la mirada del otro, a renunciar a mi libertad.

c-La negación del otro.
Aun cuando allí no se aborda el fenómeno de la vergüenza, también el relato "Hombre fuerte" demuestra fuertes vínculos con el existencialismo sartreano.
En efecto, el conflicto que estructura la narración, está representado por la reaparición del nicoleño, "ladrón de urnas y matón", el hombre a quien Arana, cuando no era más que el segundón de un político, había golpeado bárbaramente, hasta dejarlo casi muerto, abandonado "...en una cuneta del camino a San Nicolás"

d- La posesión del otro.
Si el anverso de la crueldad pudiese estar representado por el amor, en los relatos de Castillo crueldad y amor se confunden largamente.
Los personajes de Castillo –habitualmente son hombres los que se recortan en un primer plano-, suelen aparecer girando en torno a lo femenino, de modo que, a pesar de su carácter secundario en el plano de la narración, en un sentido más profundo –como señala Policarpio Varón refiriéndose a Poe y al escritor argentino- "...la mujer es en estos autores la presencia dominante...".

Por otra parte, también este aspecto temático, enlaza con el existencialismo sartreano. Siguiendo esas coordenadas, el amor significa en los cuentos de Castillo una forma de poseer al otro en cuanto ser-que-mira. El amor, pues, desde que procura una manera de dominación sobre el tú, implica un enfrentamiento, con derrotados y vencedores:
...estoy convencido de que el amor, la pasión, es un conflicto. Una conflagración. Usted se ríe. Yo le digo que uno busca no sólo subordinar la voluntad del otro; busca aniquilarlo... [ ] ... En el amor, mi amigo, uno devora o lo decapitan.
El hombre procura apropiarse del otro –de lo femenino- en su carnalidad. Hay que apoderarse del otro, de asirlo en su libertad, para cancelar su mirada:
Hacer el amor es robarle la mujer a Dios. Porque para armar el amor y habitarlo, hay, antes, que crear a la mujer, hacerla. La mujer es la casa del hombre, decían los antiguos. Es cierto. La mujer es una casa construida según la lenta albañilería de algún hombre.

Como señala Morello-Frosch, la literatura de Castillo es el reflejo de un mundo social desesperanzado:
“...los personajes ya no respetan ni mantienen las precarias alianzas que realizan. Se trata de desengañar, de infundir el rechazo de aquellos que con su amor, su ternura o su deseo, puedan querer unírsenos o hacernos responsables de su efecto.
Tanto el amor como la crueldad son, entonces, las formas de las que se sirve el hombre para anular al otro. Se intenta reducirlo a un puro objeto. El otro deviene en un en-sí acabado que se identifica con el en-sí del mundo objetual y, por lo tanto, no susceptible de portar subjetivaciones. Así quedo fuera de la mirada del otro; así, quedo a cubierto de mi infierno personal.”

De esta manera, el único refugio posible es el universo individual. La alternativa de consustanciarse con los otros estaría representada por la actitud confesional –acicateada por la vergüenza-. Pero en la medida en que la confesión se construye desde la seguridad del distanciamiento, el hombre vuelve a circunscribirse a su más irreductible individualidad.

Nota:
Bibliografía extraída de  
Aurora, Enrique.  Crueles, traidores, avergonzados Una lectura de los cuentos de Abelardo Castillo. Artículo publicado en Bitácora, revista de la Facultad de Lenguas de la Universidad Nacional de Córdoba (Argentina), Año III, Nº 5, otoño de 2000, p. 33 y ss.