Más que las respuestas, quizás importan las preguntas que funcionan como disparadores; por eso aquí van algunas:
Sobre Bartleby:
Sabemos que Bartleby es "pálidamente pulcro, lamentablemente respetable, incurablemente solitario".
¿Es como las cartas perdidas de la Oficina en que trabajaba antes: "cartas que se dirigen a la muerte..."?
¿Es el alienado por la sociedad capitalista que representa el abogado de Wall Street?
¿Es un líder de la resistencia pasiva, es un líder de la libertad, un sobreviviente de algo terrible?
¿Y no es también el impresionante efecto que produce en el abogado, cómo le devuelve algo de humanidad, cómo lo conmueve...?
Sobre qué es La tercera margen, el cuento de Guimaraes:
(No dejen de ver la intertextualidad con el cuento Wakefield, de Hawthorne, que vimos hace poco, en cuanto a la partida aparentemente absurda,)
¿Es la canoa, es decir el invento del padre para no quedarse ni cerca ni lejos de su familia?
¿Es el hijo que queda preso en el medio, en otra tercera margen, entre la decisión del padre que toma un camino (el río) y la de su familia que toma otro (otro pueblo)?
Ese estar “en el medio”, ¿es también hasta el mismo lugar del autor ("mediador", diplomático)?
En el cuento hay al menos cuatro interpretaciones sobre el enigma de la partida del padre:
1) locura;
2) el pago de una promesa;
3) una enfermedad como, por ejemplo, la lepra;
4) el padre es el profeta de un apocalipsis (como Noé con su arca). Hay alguien que sabe en el texto, es decir, la verdad está allí. Pero ese “alguien”, ese personaje, está muerto: el fabricante de la canoa.
¿Y si la tercera margen es la del “río adentro”, o sea el río mismo?
Se sigue poniendo interesante, lo vemos el lunes.
El tiempo y el espacio del taller de lectura plasmado para:
leer de diferentes maneras (por arriba, por abajo, entre líneas, a fondo, participando del texto, recreándolo),
dar cuenta de los procesos culturales en que surgen y son comprendidas o cuestionadas las obras literarias,
pensar (discutiendo, asombrándose, dejándose llevar por lo que los textos nos dicen -pero parece que no dijeran-),
y por sobre todas las cosas, y siempre, disfrutar de la buena literatura.
leer de diferentes maneras (por arriba, por abajo, entre líneas, a fondo, participando del texto, recreándolo),
dar cuenta de los procesos culturales en que surgen y son comprendidas o cuestionadas las obras literarias,
pensar (discutiendo, asombrándose, dejándose llevar por lo que los textos nos dicen -pero parece que no dijeran-),
y por sobre todas las cosas, y siempre, disfrutar de la buena literatura.
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jueves, 2 de diciembre de 2010
domingo, 28 de noviembre de 2010
Vidas paralelas: Hawthorne, Melville y Vila-Matas.
Y ahora que estamos trabajando con dos de los precursores del cuento norteamericano, Hawthorne y Melville, van algunas reflexiones sobre las analogías y correspondencias de los relatos Wakefield, por un lado, y Bartleby, por el otro, con el del catalán contemporáneo Vila-Matas, su Bartleby y compañía.
En esta novela suya, armada con notas al pie de un libro inexistente, Vila-Matas postula lo que él llama el “síndrome Bartleby”: quienes lo padecen son esos seres en los que habita una profunda negación del mundo, que repiten el “Preferiría no hacerlo” como el personaje de Melville, y desde ahí rastrea el amplio espectro del síndrome en la literatura, “esa pulsión por la nada que hace que ciertos creadores no lleguen a escribir nunca, o bien escriban uno o dos libros y luego renuncien a la escritura”.
Dice Vila-Matas que tanto Wakefield como Bartleby son dos personajes solitarios íntimamente relacionados, y al mismo tiempo el primero está relacionado con Robert Walser y el segundo con Kafka.
Sobre Wakefield, el personaje de Hawthorne que vive una vida solitaria y despojada de cualquier significado, que se aleja de su casa para vivir a la vuelta de la esquina, y regresa a su hogar después de veinte años, afirma que es un claro antecedente de los personajes de Walser, el escritor suizo que produjo “esos espléndidos ceros a la izquierda que quieren desaparecer, y esconderse en la más anónima realidad”.
En cuanto a Bartleby, dice que es un claro antecedente de los personajes de Kafka, -ya Borges había afirmado que “el cuento de Melville definió un género que hacia 1919 reinventaría y profundizaría Kafka : el de las fantasías de la conducta y del sentimiento”-, y es también precedente del propio Kafka, ese escritor solitario que veía que la oficina en la que trabajaba significaba la vida, es decir, su muerte.
Más adelante Vila-Matas que ambos autores, Hawthorne y Melville, fueron fundadores sin saberlo de “las horas negras del arte del No”, y que además se conocieron, fueron amigos y se admiraron mutuamente.
Recuerda que Hawthorne también fue puritano y “un hombre inquieto y raro, rarísimo”: su visión estaba ensombrecida por terrible doctrina calvinista de la predestinación. Ése fue el lado de Hawthorne que tanto fascinó a Melville, quien para elogiarlo habló del gran poder de la negrura, ese lado nocturno que también existe en el mismo Melville. En él la temprana certeza del miedo al fracaso, después de sus primeros éxitos literarios, lo llevó a padecer el síndrome al que alude Vila-Matas, antes de que su personaje existiera, “lo que podría llevarnos a pensar que tal vez creó a Bartleby para describir su propio síndrome”.
Es decir, cuando Melville dejó de buscar cualquier solución feliz y dejó de pensar en publicar, cuando decidió actuar como esos seres que “prefieren no hacerlo”, se pasó años buscando un empleo y cuando lo encontró su destino fue a coincidir precisamente con el de Bartleby, su extraña criatura.
Vidas paralelas, absolutamente.
En esta novela suya, armada con notas al pie de un libro inexistente, Vila-Matas postula lo que él llama el “síndrome Bartleby”: quienes lo padecen son esos seres en los que habita una profunda negación del mundo, que repiten el “Preferiría no hacerlo” como el personaje de Melville, y desde ahí rastrea el amplio espectro del síndrome en la literatura, “esa pulsión por la nada que hace que ciertos creadores no lleguen a escribir nunca, o bien escriban uno o dos libros y luego renuncien a la escritura”.
Dice Vila-Matas que tanto Wakefield como Bartleby son dos personajes solitarios íntimamente relacionados, y al mismo tiempo el primero está relacionado con Robert Walser y el segundo con Kafka.
Sobre Wakefield, el personaje de Hawthorne que vive una vida solitaria y despojada de cualquier significado, que se aleja de su casa para vivir a la vuelta de la esquina, y regresa a su hogar después de veinte años, afirma que es un claro antecedente de los personajes de Walser, el escritor suizo que produjo “esos espléndidos ceros a la izquierda que quieren desaparecer, y esconderse en la más anónima realidad”.
En cuanto a Bartleby, dice que es un claro antecedente de los personajes de Kafka, -ya Borges había afirmado que “el cuento de Melville definió un género que hacia 1919 reinventaría y profundizaría Kafka : el de las fantasías de la conducta y del sentimiento”-, y es también precedente del propio Kafka, ese escritor solitario que veía que la oficina en la que trabajaba significaba la vida, es decir, su muerte.
Más adelante Vila-Matas que ambos autores, Hawthorne y Melville, fueron fundadores sin saberlo de “las horas negras del arte del No”, y que además se conocieron, fueron amigos y se admiraron mutuamente.
Recuerda que Hawthorne también fue puritano y “un hombre inquieto y raro, rarísimo”: su visión estaba ensombrecida por terrible doctrina calvinista de la predestinación. Ése fue el lado de Hawthorne que tanto fascinó a Melville, quien para elogiarlo habló del gran poder de la negrura, ese lado nocturno que también existe en el mismo Melville. En él la temprana certeza del miedo al fracaso, después de sus primeros éxitos literarios, lo llevó a padecer el síndrome al que alude Vila-Matas, antes de que su personaje existiera, “lo que podría llevarnos a pensar que tal vez creó a Bartleby para describir su propio síndrome”.
Es decir, cuando Melville dejó de buscar cualquier solución feliz y dejó de pensar en publicar, cuando decidió actuar como esos seres que “prefieren no hacerlo”, se pasó años buscando un empleo y cuando lo encontró su destino fue a coincidir precisamente con el de Bartleby, su extraña criatura.
Vidas paralelas, absolutamente.
sábado, 27 de noviembre de 2010
Los precursores: Hawthorne, Melville y Poe.
Hawthorne (1804-1864), y los problemas éticos del pecado, el castigo y la expiación.
Ya trabajamos con la extraña historia de Wakefield, que Hawthorne ficcionaliza a partir, dice, de haber descubierto en la noticia de un periódico. Wakefield es un hombre aparentemente sereno, de un disimulado egoísmo y vanidad, ávido de misterios, de situaciones enigmáticas. Es también un marido colmado de rutinas y perezas. Una vez, Wakefield decide ausentarse por unos días. Le anuncia a su esposa un viaje que realizará. Abandona luego su hogar, pero no se aleja demasiado. Se aloja en una habitación a la vuelta de la esquina. Desde allí, puede espiar a su cónyuge. Su primera intención es volver quizá al cabo de una semana. Y, sin comprenderlo, fuera de toda coherencia lógica, Wakefield no vuelve. Continúa en su lugar extraño, otro. Y así transcurren veinte años.
Hasta que un día, también por un impulso inexplicable, regresa a su casa, y se reencuentra con su esposa como si nada hubiera ocurrido. Como ya antes se señaló, en Hawthorne es inevitable el salto moralizador o alegórico de la ficción. Por eso, en el final del relato, señala: "En la aparente confusión de nuestro mundo misterioso los individuos se ajustan con tanta perfección a un sistema, y los sistemas unos a otros, y a un todo, de tal modo que con sólo dar un paso a un lado cualquier hombre se expone al pavoroso riesgo de perder para siempre su lugar. Como Wakefield, se puede convertir, por así decirlo, en el Paria del Universo".
A través de sus profundas exploraciones psicológicas, Hawthorne exploró las motivaciones secretas de la conducta humana, y los sentimientos de culpa y angustia que él atribuyó a los pecados cometidos contra la humanidad, especialmente los debidos al orgullo. Por su preocupación por el pecado, es continuador de sus antepasados puritanos, pero por su concepto de las consecuencias del pecado, se alejó de la idea de destino que mantenían sus hermanos de religión. La utilización frecuente que hace de la alegoría y la simbología presenta a sus personajes, con cierta frecuencia, un tanto difuminados e irreales, aunque manifiestan la ambivalencia emocional y espiritual que el autor consideraba inseparable de la herencia puritana de su país.
Ya trabajamos con la extraña historia de Wakefield, que Hawthorne ficcionaliza a partir, dice, de haber descubierto en la noticia de un periódico. Wakefield es un hombre aparentemente sereno, de un disimulado egoísmo y vanidad, ávido de misterios, de situaciones enigmáticas. Es también un marido colmado de rutinas y perezas. Una vez, Wakefield decide ausentarse por unos días. Le anuncia a su esposa un viaje que realizará. Abandona luego su hogar, pero no se aleja demasiado. Se aloja en una habitación a la vuelta de la esquina. Desde allí, puede espiar a su cónyuge. Su primera intención es volver quizá al cabo de una semana. Y, sin comprenderlo, fuera de toda coherencia lógica, Wakefield no vuelve. Continúa en su lugar extraño, otro. Y así transcurren veinte años.
Hasta que un día, también por un impulso inexplicable, regresa a su casa, y se reencuentra con su esposa como si nada hubiera ocurrido. Como ya antes se señaló, en Hawthorne es inevitable el salto moralizador o alegórico de la ficción. Por eso, en el final del relato, señala: "En la aparente confusión de nuestro mundo misterioso los individuos se ajustan con tanta perfección a un sistema, y los sistemas unos a otros, y a un todo, de tal modo que con sólo dar un paso a un lado cualquier hombre se expone al pavoroso riesgo de perder para siempre su lugar. Como Wakefield, se puede convertir, por así decirlo, en el Paria del Universo".
A través de sus profundas exploraciones psicológicas, Hawthorne exploró las motivaciones secretas de la conducta humana, y los sentimientos de culpa y angustia que él atribuyó a los pecados cometidos contra la humanidad, especialmente los debidos al orgullo. Por su preocupación por el pecado, es continuador de sus antepasados puritanos, pero por su concepto de las consecuencias del pecado, se alejó de la idea de destino que mantenían sus hermanos de religión. La utilización frecuente que hace de la alegoría y la simbología presenta a sus personajes, con cierta frecuencia, un tanto difuminados e irreales, aunque manifiestan la ambivalencia emocional y espiritual que el autor consideraba inseparable de la herencia puritana de su país.
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