El tiempo y el espacio del taller de lectura plasmado para:



leer de diferentes maneras (por arriba, por abajo, entre líneas, a fondo, participando del texto, recreándolo),



dar cuenta de los procesos culturales en que surgen y son comprendidas o cuestionadas las obras literarias,



pensar (discutiendo, asombrándose, dejándose llevar por lo que los textos nos dicen -pero parece que no dijeran-),



y por sobre todas las cosas, y siempre, disfrutar de la buena literatura.








sábado, 9 de julio de 2011

Resignificaciones en “Casa tomada” y “Cabecita negra”.

El cuestionamiento que vimos en La fiesta del monstruo es a la legalidad del nuevo orden social que surge  en los años 40, visto desde  los grupos opositores que sienten amenazados  sus intereses de clase. Este  cuestionamiento se realiza por medio de diferentes procedimientos paródicos que conforman una parodia total del discurso populista, con dos características fundamentales: excesivo (por el uso de un   lenguaje hiperbólico, monstruoso), e inconexo (porque, a través de sus inconsistencias y contradicciones, se demuestra incoherente y vacío de significado). Los personajes son deformes, animales, ridiculizados, y también contradictorios: los miembros de la “Comisión” sólo coinciden en la admiración a la presencia continua del líder carismático, pero también en el deseo de huir. Y de negar la monstruosidad final del apedreamiento al estudiante judío.

Casa tomada es de 1946. Un joven Julio Cortázar  lleva a la revista Los anales de Buenos Aires que dirigía Borges este cuento, el cual  es publicado inmediatamente. (Unos años después será incluido en Bestiario). Es la misma metáfora: dos hermanos que viven en una enorme mansión, recibiendo dinero de la renta de un campo. Se entiende que la casa del título es una especie de mansión (muchas habitaciones, detalles lujosos, recovecos) donde sus ocupantes son estos dos hermanos solitarios y solterones que pasan el tiempo tejiendo, revisando estampillas, cocinando, leyendo textos en francés. La casa es invadida de a poco por no se sabe quién o quiénes, y ése es el gran mérito narrativo ya que nunca se explicita el tema de los “ruidos”. Esas dos tomas de la casa marcan la irrupción de un ámbito en otro, ya que el invasor destruye  el autoaniquilamiento que los hermanos han hecho con sus vidas. Se ven obligados a recluirse cada vez más, hasta ser expulsados, cuando  finalmente los hermanos deben abandonarla. En Casa tomada la invasión proviene del interior y es considerada dentro del texto con naturalidad. 

Podemos analizar el tema del narrador. Los cuatro primeros párrafos constituyen el inicio del relato, como forma de presentar la objetividad de ese  narrador a través de la atmósfera cotidiana  de la casa, de la vida apacible de los hermanos. Pareciera que el escritor quiere hacernos vacilar acerca del narrador, quien en un primer momento podemos creer  es el hermano,  pero es la casa quien puede ser el verdadero cronista de la historia, antropomorfizada, cuando nos hace pasear por cada rincón, esa casa tan descripta en sus mínimos detalles pero sin ninguna mención a alguna ventana, lo que ahonda la atmósfera angustiante de encierro.




Años más tarde, el mismo Cortázar contó que la génesis de esa historia fue a partir de un sueño, sin otra connotación que la que el mismo texto presenta; fue el escritor y crítico Juan José Sebrelli quien elabora la interpretación del cuento en la que se indica que es una alegoría antiperonista. La casa tomada no sería otra cosa más que la Argentina tradicional que debe ir retrocediendo bajo la avanzada del peronismo y la participación en la vida política de sectores, hasta entonces, marginados de esa actividad. Es la oligarquía decadente la que huye de sus temores, retrocediendo ante el avance de una amenaza que sólo en el nivel textual es inmaterial, pero que a través de la metáfora se hace concreta: es el mismo desborde de los otros relatos, la misma fuerza omnívora que se traga el espacio y se apropia de todo, es el pueblo que rompe los diques del orden social, que fuerza la movilidad, que se adueña de los lugares antes vedados.
Esta visión de esta obra cortazariana terminó significando una especie de maldición sobre Cortázar por la  que durante años la cultura oficial lo calificó de opositor al gobierno de Perón. Él mismo dijo en una entrevista: La verdad es que yo era acentuadamente indiferente a las coyunturas políticas y a la situación política en general. Mi actitud política se limitaba —como las actitudes políticas de la mayoría de mis amigos y de la gente de mi generación— a la expresión de opiniones en un plano privado y a lo sumo en un café, entre nosotros, pero que no se traducía en la menor militancia. Es decir que yo me sentía antiperonista pero nunca me integré a grupos políticos o grupos de pensamiento o de estudio que pudieran tratar de llegar a hacer una especie de práctica de ese antiperonismo. Todo quedaba en esa época en la opinión personal, en lo que uno pensaba. Y curiosamente eso nos satisfacía a casi todos nosotros, nos parecía suficiente.”  (Parte de una charla entre Omar Prego y Julio Cortázar aparecida en "La fascinación de las palabras" en 1985, y editada por Alfaguara, en la que se habla del malentendido en su obra, entre la noción de juego y la de compromiso político).

Pero la interpretación de Sebrelli no es la única posibilidad de lectura. Narrar, para Cortázar, era trazar dos mundos y ponerlos en relación, como una especie de  matriz  narrativa. Pero también sabemos que esa articulación de dos mundos es propia de la literatura fantástica, por lo que bien puede ser solo un cuento de ribetes fantásticos donde la atmósfera amenazante está muy lograda, sean cabecitas o no los que están ocupando la casa. En algunos relatos de su obra la composición de lo fantástico está influida por una sensación producto de la época en que fue realizada, pero que también la supera. Lo fantástico podría verse cumpliendo  distintas funciones:
a) canaliza la sensación de invasión de la época (que siente gran parte de la clase media intelectual, tal como señala Andrés Venezuela en El habla de la ideología. Modos de réplica literaria en la Argentina contemporánea), a partir de la sensación de la irrupción de lo animal, lo monstruoso y/o lo innombrable en el universo establecido,

b) También crea un universo que, como en los bestiarios medievales, incluye seres reales e imaginarios que conviven en un mismo espacio, indistintamente, dando lugar al desmoronamiento de los límites.


Cabecita negra,  de Germán Rozenmacher. 

Este cuento aparecido en 1961, expresa  la percepción de la época que tenía su autor. Muestra ese desborde popular, esa invasión incontenida que va empujando a los viejos burgueses capitalinos, arrinconándolos en un espacio a punto de quebrarse y dejar de pertenecerles, que se encarna en el cuerpo de la mujer de la vereda y el violento policía, que son físicamente detestables, repugnantes, para el señor Lanari (el protagonista): Rozenmacher, a diferencia de Borges y Bioy, asume el punto de vista burgués sólo para descubrir su prejuicio, y casi cruelmente otorga estatus de realidad a las pesadillas del temeroso Lanari.


   
Ilustración de Solano López.
                                                                                                          


         
                                                                                                             
“Cabecita negra puede considerarse una versión irónica de Casa tomada de Julio Cortázar,  o mejor una versión del comentario de Sebrelli al cuento de Cortázar”, nos dice Ricardo Piglia en La Argentina en pedazos (1993), ya que "Casa tomada expresa fantásticamente  esa angustiosa sensación de invasión que el cabecita negra provoca en la clase media. El texto de Rozenmacher no solo explicita el relato de Cortázar ("La casa estaba tomada"), sino que la invasión del recinto privado de la clase media por el cabecita negra se convierte en la anécdota del cuento. Es decir, es el afuera el que irrumpe, como contracara del texto de Cortázar donde es desde adentro dicha irrupción.”

EI relato de Rozenmacher es al mismo tiempo la radiografia semiparódica de un personaje típico. El pobre pequeño burgués avaro, conformista y reprimido, racista, que ha abdicado de sus ilusiones y mantiene una relación nostálgica con la cultura: nunca se había podido hacer tiempo para leer los libros de su abarrotada biblioteca, pero “tenía su cultura”; cuando era joven tocaba el violín; datos que  aparecen como la cáscara del intelectual que ha querido ser, como un descendiente del unitario de El matadero , una caricatura degradada del intelectual que se enfrenta con la violencia y la fascinación de los bárbaros.
El protagonista, Lanari,  tiene miedo todo el tiempo. Ante el encuentro con la mujer y el policía, siente miedo a la violencia contenida de ellos. Miedo a la pérdida de la respetabilidad. Miedo a contaminarse: “qué espantoso…si justo ahora llegara gente y lo vieran ahí, con esos negros, al margen de todo, como metidos en la misma oscura cosa viscosamente sucia”. 
                                                                                                          

                                                                                                               
Y nos sigue diciendo Piglia: “En ese sentido Cabecita negra se puede leer como una versión crítica de esa serie de textos que desde El Matadero hasta la Fiesta del monstruo, representan de un modo alucinado  la mitología de ese mundo primitivo y brutal  que se manifiesta en los cabecitas negras, en los monstruos, en los representantes ficcionalizados  de las clases populares. Y las grandes líneas de representación de ese mundo han sido tradicionalmente la paranoia y la parodia. El pánico y la burla.”



Apuntes sobre Lamborghini y El Fiord.

El Fiord, escrito entre octubre de 1966 y marzo de 1967, fue editado en 1969. Es la primera obra de Osvaldo Lamborghini (Buenos Aires,1940-Barcelona,1985). Estas obras han sido reeditadas, junto a la publicación parcial del resto de sus escritos (Las hijas de Hegel, los Tadeys - tres novelas -, relatos, Dossier, y otras) por Ediciones del Serval con prólogo de César Aira. El Fiord lleva a la letra los sistemas de las inscripciones políticas: la sigla que indica las agrupaciones partidistas, las formaciones de palabras compuestas que responden a las inscripciones de los acuerdos programáticos de fines de la década del sesenta, y las consignas que, independientemente de sus significaciones, enfervorizan el ánimo militante y de las masas populares. Se narra el nacimiento de Atilio Tancredo Vacán (Augusto Timoteo Vandor), parido por Carla Greta Terón (la CGT, Eva Perón) (4) y el posterior incesto con su madre; y el asesinato y fagocitación de El Loco Rodríguez (Perón), preñador de Carla Greta Terón y padre del chico, previo descuartizamiento (parodia de Tótem y tabú de Freüd).
Se nutre de esos años terribles de convulsión política, pero también de la influencia del psicoanálisis que se plasmaba en una revista de culto en los setenta, Literal, que traía la novedad del cruce entre psicoanálisis lacaniano y literatura, una forma de leer que había desembarcado en Buenos Aires de la mano de Oscar Masotta. De estilo provocador y polémico, Literal produjo una "ruptura respecto de las lecturas y las prácticas de escritura hasta entonces existentes". De ahí que Fiord sería el anagrama de Freüd, que sigue la pronunciación oral "Froid". (Acerca de El Fiord, de Osvaldo Lamborghini, por Liliana Guaragno)

La crítica lo relaciona con los textos de Ascasubi (La Refalosa) y de Borges- Bioy (La fiesta del monstruo) pero estos dos textos tienden a poner al lector contra Rosas o bien contra Perón. En cambio El Fiord presenta más voces y mayor complejidad ideológica. Rugidos, gritos, banquete caníbal, crimen ritual. Sin ternura, sin amor. Sólo la compulsión del deseo en estado puro. Está  considerado anticipatorio de la violencia sádica y el horror de la dictadura argentina.


La lectura de Fermín Rodríguez, que hace foco en la violencia política de los 70 y sus posibilidades o imposibilidades de representación realista, propone un cruce interesante entre la literatura de Lamborghini y la de Rodolfo Walsh. Así como El fiord anticipa la violencia de la dictadura, Walsh también lo hace. Sin embargo, donde Rodríguez liga el antirrealismo de Lamborghini a una supuesta "escritura antirrealista" de Walsh, la cercanía resulta difícil de admitir, salvo que se considere "antirrealista" el gesto de Walsh de manifestar la imposibilidad de la literatura de dar cuenta de la violencia de Estado. 

domingo, 3 de julio de 2011

La presencia amenazante del otro


La potencia de un texto originario se mide en los textos que reencarna. Son los autores posteriores, advierte Harold Bloom, quienes deciden el lugar de un texto en el canon, y lo hacen escribiendo nuevos textos. Por eso, después de haber leído El Matadero y Facundo, vamos a ver cómo se resignifica  el tema durante el siglo XX.

Antes, unas consideraciones.

Con la aparición de El Matadero y Facundo, queda instalado de una manera fundante y para siempre el tema del otro en la  literatura argentina, marcadamente desde la perspectiva del otro como amenaza, como dicotomía irresoluble: gauchos versus letrados, civilización versus barbarie,  y desde el lugar hegemónico de las clases dominantes se va profundizando la relación masas populares-caudillismo con una connotación clasista que pone a lo popular como la amenaza de quiebre del orden.



Leemos en Civilización o Barbarie: de “dispositivo de legitimación” a “gran relato”, cómo la socióloga argentina contemporánea Maristella Svampa  ilustra el modo en que se producen procesos de resignificación, tanto del polo civilización como del polo de la barbarie.
La actualización de la imagen sarmientina se produce al calor de las luchas políticas, en determinados momentos históricos, en contextos políticos de gran aspereza. Es esta agudización de los conflictos la que explica los diferentes giros que fue adoptando la imagen original. Dicha imagen expresaba las dos dimensiones del proyecto civilizatorio: la que excluía  y la que integraba.  
 -Hacia 1880, era símbolo de un discurso del Orden (la organización nacional, luchas entre unitarios y federales, con todas sus consecuencias políticas); expresaba también la  legitimación política, en nombre de valores como la Civilización y el Progreso europeo. Es decir, la absorción de la barbarie por la civilización para lograr el triunfo incuestionable de la civilización. Como era el discurso del  poder (los sucesivos gobiernos liberales), quien le daba legitimación política, la imagen se articulaba en el lenguaje de la exclusión, porque era el principio en nombre del cual se había eliminado o marginalizado a una parte de la población nativa: gauchos e indígenas. Eliminar lo indígena para así incorporar el Estado al círculo de las naciones "civilizadas" de Europa.
-Otro momento  es 1910, en la época del primer centenario, en la cual se da la ampliación de la figura del bárbaro. El bárbaro que antes aparecía encarnado por los sujetos nativos, sea indígenas como gauchos, va a abarcar cada vez más al inmigrante, a la figura del inmigrante, que amenaza cada vez más el orden social existente. Ese inmigrante que la elite creía que era un fragmento dominable, sumiso en sus manos, y que lejos de eso se organiza en los distintos sindicatos anarquistas, sindicalistas y socialistas. Entonces, asistimos en la época a un proceso de ampliación de la figura del bárbaro, y al mismo tiempo la elite, en el festejo del Primer Centenario, apuntará a rescatar la idea misma de tradición, que había sido negada, para asociarla al gaucho desaparecido, al que ya no está, al que se ha ido, que ya no molesta, a fin de vincular civilización y tradición con el núcleo criollo fundador. El escritor Leopoldo Lugones es el encargado de enunciar y legitimar no solo al poema “Martín Fierro” de José Hernández como el “poema nacional” por excelencia, sino también de resignificar la figura del gaucho que pasa de ser el enemigo de la civilización –según Sarmiento- a ser el “arquetipo” de la argentinidad –según Lugones. 
-Una tercera operación se da en 1945, con la irrupción política del peronismo. Época en la cual  la imagen sarmientina acompaña las transformaciones profundas. Serán los populistas quienes harán el rescate de esa barbarie revalorizada positivamente en nombre de un pueblo-nación que puja por su liberación a lo largo de la historia, oponiéndose a esa oligarquía dominante.  Sin embargo para los liberales,  la figura fantasmática de la barbarie señalaba así la existencia de un elemento al parecer no representable o una barbarie “interior” donde se mezclaban consideraciones pseudocientíficas acerca de las masas. Expresaba también un rechazo de la existencia de los nuevos conflictos sociales. Este sentimiento de fragilidad social vivido durante los últimos años del S.XIX, vuelve a experimentarse durante la época del peronismo: la entrada de las masas señalaba la amenaza de una exterioridad social. El peronismo representaba precisamente este “exceso”, este fantasma del desborde social, que el temor de la disolución social cristalizaba en el tema de la barbarie, y que tuvo su momento de inflexión el 17 de octubre de 1945.
-En la Argentina de los últimos años, después del menemismo pero sobre todo después de las crisis sociales y económicas de 2001, la imagen de la peligrosidad y el fantasma de la descomposición social, aparece ilustrada muy especialmente por las poblaciones pobres movilizadas, (los movimientos de desocupados, los piqueteros, etc.) los que han venido a encarnar la figura de las nuevas clases peligrosas.
En la actualidad, la imagen sarmientina aparece debilitada como esquema de lectura idealista, pero continúa presente como aparente mecanismo de denuncia política, con la aspiración de convertirse  en relato global de la historia. Reaparece tanto en la reelaboración de la figura de las nuevas clases peligrosas, como en los intentos de insertar los conflictos actuales en esquemas demasiado básicos, de solo dos elementos (civilización o barbarie), simplificadores,  que por un lado anulan la existencia del otro (es uno u otro, no uno y otro), pero  lo que es más preocupante, tienden a activar prejuicios racistas y clasistas de lo más elementales,  desplazando el conflicto por fuera de toda disputa democrática.”

La fiesta del monstruo, de Bustos Domecq.
Como sabemos, Honorio Bustos Domecq es el autor ficticio de la colección de relatos escritos en colaboración entre Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares. Este cuento es considerado una visión crítica del peronismo, por la forma en que era percibido desde las élites aristocratizantes de la intelectualidad argentina: como el caos, que instalaría la irracionalidad: el monstruo no es necesariamente Perón; el monstruo de Borges y Bioy es el pueblo, como nos lo dice Gustavo Faverón Patriau.

La dicotomía civilización/barbarie del Siglo XIX  había sido planteada nuevamente por Borges, en su Poema conjetural, donde postulaba que el triunfo de los gauchos sobre los letrados era el quid que regía el “destino sudamericano” de la Argentina; pero el esquema argumental de La fiesta del monstruo se enmarca en la tradición del texto canónico de la literatura argentina: El matadero, de Esteban Echeverría, donde vemos las correspondencias entre ambos relatos:
•          el Monstruo encarnado por los “tiranos” Rosas y Perón;
•          los gauchos y matarifes federales asimilados a los “bárbaros” partidarios peronistas;
•          el joven unitario emparentado como víctima y símbolo de la civilización  con el universitario judío;
•          el matadero y el acto en la Plaza de Mayo como espacios físicos de la degradación.

Narrado en primera persona por un militante peronista –Borges y Bioy tratan de reconstruir el lenguaje popular–, la acción del cuento se centra en el viaje que éste realiza junto a un grupo de compañeros con destino a la Plaza de Mayo.

La interpretación más completa la dio Ricardo Piglia: Yo no diría que es una parodia de El matadero.., sino más bien una especie de traducción, de reescritura. Borges y Bioy escriben una nueva versión del relato de Echeverría adaptado al Peronismo. [...] La fiesta atroz de la barbarie popular contada por los bárbaros. [...] "La fiesta del monstruo" combina la paranoia con la parodia. La paranoia frente a la presencia amenazante del otro que viene a destruir el orden. Y la parodia de la diferencia, la torpeza lingüística del tipo que no maneja los códigos. [...] es un relato totalmente persecutorio sobre el aluvión zoológico y el avance de los grasas que al final matan a un intelectual judío.


La misma resignificación analizaremos próximamente en:
Casa Tomada, de Julio Cortázar,
Cabecita negra, de Germán Rozenmacher, y
El fiord de Osvaldo Lamborghini.