El tiempo y el espacio del taller de lectura plasmado para:



leer de diferentes maneras (por arriba, por abajo, entre líneas, a fondo, participando del texto, recreándolo),



dar cuenta de los procesos culturales en que surgen y son comprendidas o cuestionadas las obras literarias,



pensar (discutiendo, asombrándose, dejándose llevar por lo que los textos nos dicen -pero parece que no dijeran-),



y por sobre todas las cosas, y siempre, disfrutar de la buena literatura.








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martes, 11 de septiembre de 2012

Los itinerarios de Coetzee, Doris Lessing y Le Clézio .


Del primer autor, el sudafricano Coetzee,  daremos esta semana ciertas claves para entender su escritura, de un estilo lacónico, despojado de efectos.

Además incluiremos a  Doris Lessing y Le Clézio  que no son africanos, ya que pertenecen a la tradición inglesa y francesa -respectivamente-, pero comparten una mirada particular debido a su  contacto profundo con África.


Los tres autores han ganado sendos Premio Nobel.


El problema con el que todos vivimos, la pintura de Norman Rockwell que está inspirada en la experiencia de Ruby Bridges, una niña de seis años en Nueva Orleans durante 1960, que quería entrar a la escuela primaria.Se observa que va escoltada por cuatro alguaciles blancos, mientras pasa por un muro con graffitis raciales.
(Los tribunales habían ordenado que la escuela fuera integrada (escuelas en las que conviven personas de distintas razas); ciertos elementos de la comunidad deseaban lo contrario.)


J
ohn Maxwell Coetzee  nació en Ciudad del Cabo, Sudáfrica, en 1940.

Pasó su infancia y su primera etapa formativa entre Ciudad del Cabo y Worcester. Se licenció en matemáticas e inglés en la Universidad de Ciudad de El Cabo. 

A comienzos de los años 60 se desplazó a Londres (Inglaterra), donde trabajó durante algún tiempo como programador informático. Dejó constancia de esta etapa de su vida en su novela Juventud (2002). En 1969 se doctoró en lingüística computacional en la Universidad de Tejas en Austin (EE. UU.). La tesis consistió en un análisis computarizado de la obra de Samuel Beckett.

  Después dio clases de lengua y literatura inglesas en la Universidad Estatal de Nueva York en Búfalo (EE UU) hasta 1983. En 1984 volvió a Sudáfrica a ocupar una cátedra en Literatura inglesa en la Universidad de Ciudad de El Cabo, donde ejerció la docencia hasta su retiro en el año 2002. 

En la actualidad desempeña funciones de investigador en el Departamento de inglés de la Universidad de Adelaida (Australia), país del que recibió la nacionalidad australiana, sin que ello según él le aleje de Sudáfrica, su lugar de nacimiento y donde transcurre gran parte de su obra.


C
laves para entender a Coetzee: “El huésped difícil”.

“Buena parte de la literatura Coetzee deriva su fuerza de reparar un origen perdido”, asegura Juan Villoro, fiel lector del narrador sudafricano. Lo explica así:
    
 “J. M. Coetzee perdió algo más restringido que una ciudad, una región o un país: la granja en la que pasó los mejores días de su infancia y que fue mal administrada por su familia. 

Este giro adverso representó una suerte de exilio. Aunque sólo iba ahí de vacaciones, se trataba de un refugio en tierra extraña. Coetzee proviene de un núcleo afrikaner, pero fue educado en la comunidad inglesa a la que nunca se integró del todo. Las leyes raciales y la ascención del Partido Nacionalista complicaron las tensiones entre los grupos sociales sin que él se identificara con ninguno de ellos. 

Los negros le parecían menos rudos que los afrikaner, pero su sed de venganza era mayor. En las revueltas de fines de los años cincuenta señalaron el destino de la raza blanca: "los vamos a tirar al mar". Miembro de una familia un tanto excéntrica, John Maxwell no iba a misa, leía y usaba zapatos. Tenía parientes pero no amigos. 

Esta vida endogámica resultaba llevadera en la granja, tan extensa que se podía ir de cacería sin salir de sus límites. En Infancia: escenas de la vida en provincia (1997), primer volumen de su autobiografía en tercera persona, Coetzee recuerda:

Debe ir a la granja porque no hay ningún otro lugar en el mundo que ame más o que pueda imaginarse amar más. Todo lo que resulta complejo en su amor por su madre se torna simple en su amor por la granja. Sin embargo, desde que tiene memoria, este amor tiene un punto de dolor. Puede visitar la granja, pero nunca vivirá allí. La granja no es su hogar; nunca será más que un huésped, un huésped difícil.

Poco después, añade: "Él tiene dos madres. Ha nacido dos veces: ha nacido de una mujer y de la granja. Dos madres y ningún padre."

 La figura paterna se borra en su vida tanto como él desearía que se borrara Sudáfrica. Desde la adolescencia quiere salir, a cualquier precio. 

Durante diez años, primero en Londres y luego en Austin, repasa las condiciones de su exilio: huyó de una patria que jamás fue suya y que sin embargo lo persigue. En Juventud (2002), segundo tomo de sus memorias, se refiere al país fantasmático que lo asedia: "Le desconcierta advertir que aún escribe de Sudáfrica. Le gustaría dejar atrás su identidad sudafricana del mismo modo en que dejó atrás a la propia Sudáfrica. Sudáfrica fue un mal comienzo, una desventaja."

Para él, la narrativa es una forma del desarraigo, un itinerario sin brújula: "No escribes porque tengas algo que decir. La escritura revela lo que querías decir." 

Esto en modo alguno supone la adopción de un automatismo o del libre flujo de la conciencia; Coetzee es uno de los mayores racionalistas de la prosa; su verosimilitud no deriva de lo que los personajes creen sino de los hechos, casi siempre adversos

El título de otra novela, En el corazón del país (1977), expresa la paradoja de habitar un centro inerte, rodeado de vacío, donde la protagonista confunde el "tú" con el "yo". La estética de Coetzee es la de un exilio sin referente. Sus personajes están separados, pero no saben de qué. Sin la granja que le sirvió de reserva emocional, el novelista estaba en terreno ajeno. Le quedaba Sudáfrica. Un mal comienzo. La desventaja.

En Costas Extrañas. Ensayos, 1986-1999 (Stranger Shores: Literary Essays, 1986-1999), publicado en 2001,  Coetzee reseña Los años milagrosos, cuarto tomo de la biografía de Dostoyevski escrita por Joseph Frank. Desde el inicio, Coetzee, con su artículo "¿Qué es un clásico?", título del conocido ensayo de T.S. Eliot, quiere descifrar los hitos literarios con los que ha construido su obra, su origen occidental, como contrapunto a su experiencia vital sudafricana

La razón, la pasión y emoción que le han enseñado diversos autores y que necesita de un planteamiento profundo, radical y libre para poder reconocer lo humano. Su método de análisis se parece al de un investigador de homicidios: presenta pruebas, rehúye la adjetivación y el subjetivismo; argumenta con pocos adjetivos, a través de los datos y las citas. 

Quizá su formación de matemático y programador de computadoras lo inclina a escribir ensayos de contenida o casi nula emotividad. El corazón endurecido, del que tanto se queja en Infancia, no pierde el pulso mientras se ocupa de hombres de intensa taquicardia. Nada más distinto a los incendios de Dostoyevski que la impasible mirada de Coetzee, y sin embargo, están unidos por una poética del dolor.

La literatura rusa ha sido un continuo afluente de Coetzee. Cuando vivía en Londres y aún no pensaba en escribir prosa, escuchó en la BBC un poema en el que Joseph Brodsky describía su mazmorra como un sitio "tan oscuro como el interior de una aguja". 

Años después de este vendaval iniciático, Coetzee estudió la relación de Mandelstam, Babel, Pasternak y Solyenitzin con la censura soviética, y admiró en los ensayos autobiográficos de Brodsky su capacidad de retratar una realidad abyecta sin colocarse en posición de víctima, recurso esencial para un escritor que sólo se interesa en una desgracia si es extrema. La célebre opinión de Tolstói acerca de que las familias felices no tienen historia, ha sido exacerbada por el discípulo Coetzee.

Comparada con la vida trágica de Dostoyevski, la del novelista sudafricano parece una reiteración del tedio. Con descarnada franqueza, Coetzee se presenta en sus memorias como un hombre con más complejos que problemas reales, que utiliza su elevado cociente intelectual para aburrirse

Si el destino le ofrece una extraña oportunidad de felicidad, la rechaza con prontitud. Narrada a la distancia, la desdicha se presenta para él como un programa creativo, el combustible de una obra por venir. Coetzee no se condena ni exonera; ofrece pruebas de cargo. Está dispuesto a sufrir pero el entorno le brinda estímulos mediocres. Sin embargo, pasa por la universidad, el trabajo en IBM, las pensiones y las oficinas de la normalidad escuchando en todas partes el tren del deportado.

Una niñez de Coetzee difícil pero más o menos común. Ni inglés ni afrikaner, John Maxwell opta por los rusos contra los norteamericanos y se declara católico (aunque sus padres son ateos) en una escuela de protestantes.
Es raro, pero no único. Su rasgo distintivo está en otra parte: odia el cariño de su madre, no sabe qué hacer con él, cómo estar a su altura. Retraído en la calle, es un tirano en la casa. Maltrata a su madre, la desprecia. 
De manera atroz, ella insiste en su bondad. 

Años después, ya en Londres, Coetzee cree haber cortado con ella. No es hijo de nadie. Sudáfrica ha dejado de existir. Indiferente, incontenible, la madre le envía cartas en las que reitera su cariño. 

El afecto parece alimentarse de sí mismo y fluye hacia quien no es capaz de recibirlo. Coetzee no tiene moneda de cambio para la bondad. La abomina, abjura de ella, pero no consigue alejarla. Secretamente, la necesita".


C
ensura y discurso público





"J. M. Coetzee ha obtenido dos veces el Booker Prize, el Prix Etranger Fémina, el Premio Jerusalén, el Premio Nobel. Sin embargo, la historia le escamoteó el galardón que en verdad ambicionaba: ser censurado en Sudáfrica. 

Cinco novelas suyas aparecieron en tiempos del apartheid. Aunque algunas fueron temporalmente confiscadas, ninguna recibió el honor de ser prohibida. 

La policía de la conciencia, tan temerosa del incendio que podían causar obras menores, pasó por alto esos severos alegatos contra la dominación colonial y el racismo. Esto sólo fue posible porque el azar dispuso que Coetzee fuera investigado por censores cultos, capaces de convencer a las autoridades de que se trataba de un artista de elevada universalidad
Los posibles lectores, aseguraron los censores, serían personas sofisticadas, capaces de discriminar, interesadas en la literatura. Estos lectores interpretarían su novela Vida y época de Michael K como obra como arte y descubrirían que, aunque la trágica vida de Michael K se ubica en Sudáfrica, en su problema hoy es universal.

Así comenzó la doble percepción de Coetzee. Para los lectores de otras latitudes se trataba de alguien que, así se ocupara de la Rusia zarista o la isla de Crusoe, aludía siempre a la condición sudafricana. 
En cambio, algunos de sus coetáneos lo vieron como alguien levemente desarraigado, un explorador sin pasaporte definido que pasó largos años en Texas, donde se ocupó de temas en apariencia muy poco africanos (la función del silencio en Kafka, los modelos combinatorios que permiten la prosa de Beckett). La crítica local le salvó el pellejo enfatizando el cosmopolitismo de sus empeños.
Pintura de Okavango: Gathering in the kalahari

Sin embargo él mismo dice que sus palabras sólo se explican por la matriz sudafricana y las alambradas de la conciencia. Desde la infancia, descubrió que el mundo no es un hogar con una chimenea donde se cuentan historias de conejitos, sino una intemperie barrida por el viento donde hay que apretar los dientes. Fiel a esta visión, Coetzee se niega a suavizar su entorno. Cortado con cuchillo, su lenguaje tiene la quemante objetividad del hielo.

 Pocas novelas indagan en forma tan extrema los usos de la hipocresía y la corrección política como Disgrace (1999), que por contigüidad lingüística se tradujo al español como Desgracia, en vez del más apropiado Deshonra.

En 1950, las leyes sudafricanas tipificaron como delito la cópula entre gente de distintas razas. Ese delirio jurídico brinda telón de fondo a Esperando a los bárbaros, documentando cuestionamientos a esas políticas raciales del apartheid".


U
na lectura de lo sudafricano desde la perspectiva de los estudios poscoloniales.




Por su parte, Guillermo Saccomano nos dice que “quizá pocos escritores contemporáneos como J.M. Coetzee se presten para ser leídos a través de las propuestas de análisis del crítico palestino Edward Said
Pareciera, de a ratos, que Coetzee leyó a Said, lo cual no es improbable, y que su narrativa se presta deliberadamente a una lectura de lo sudafricano desde la perspectiva de los estudios poscoloniales.

Prismar una narrativa desde la política, como lo propone Said, no es ninguna novedad, pero siempre es necesario refrescarlo y enriquece su lectura: “Lejos de constituir un plácido rincón de convivencia armónica, la cultura puede ser un auténtico campo de batalla”. 

Desde esta perspectiva, Said propone analizar la literatura teniendo en cuenta las relaciones entre imperialismo y cultura, ideología y lenguaje.

Nacido y criado en una familia de habla inglesa, pero con una cotidianidad con el afrikaaner, Coetzee es un observador tan cítrico como impiadoso de las tensiones de su entorno. Con su  novela Esperando a los bárbaros, publicada hace 20 años, Coetzee se ganó una reducida pero sólida fama de escritor de culto, de escritor de escritores

A la vez que se manifestaba un escritor preocupado por lo social, Coetzee exhibía una formidable pericia narrativa con una no menos notable economía de recursos. Las contradicciones socioculturales de Sudáfrica y una prosa lacónica, despojada de efectos, constituyen el atractivo principal de su narrativa", concluye Saccomano.

Fuentes consultadas:






E
sperando a los bárbaros. Esta novela de Coetzee es una de las que trabajaremos durante este año. Aquí van el contexto y el análisis.


En 1904 el poeta Konstantino Kavafis (1863-1933, nacido en Alejandría, Egipto, de padres griegos) escribió un enigmático poema: Esperando a los bárbaros.  

Allí hablaba de una multitud vaciando las calles y regresando sombría a sus casas porque ha comenzado a anochecer  y no llegan los bárbaros. De algún modo, el poema expresa la paradoja entre una larga tradición cultural: los bárbaros, que constituyen eternamente la metáfora de una terrible amenaza, pero que, al mismo tiempo, son invocados como la última esperanza de salvación.
Veamos el poema:

Esperando a los bárbaros, de Konstantino Kavafis

-¿Qué esperamos congregados en el foro?
Es a los bárbaros que hoy llegan.

-¿Por qué esta inacción en el Senado?
¿Por qué están ahí sentados sin legislar los Senadores?
Porque hoy llegarán los bárbaros.
¿Qué leyes van a hacer los senadores?
Ya legislarán, cuando lleguen, los bárbaros.

-¿Por qué nuestro emperador madrugó tanto
y en su trono, a la puerta mayor de la ciudad,
está sentado, solemne y ciñendo su corona?
Porque hoy llegarán los bárbaros.
Y el emperador espera para dar
a su jefe la acogida. Incluso preparó,
para entregárselo, un pergamino. En él
muchos títulos y dignidades hay escritos.

-¿Por qué nuestros dos cónsules y pretores salieron
hoy con rojas togas bordadas;
por qué llevan brazaletes con tantas amatistas
y anillos engastados y esmeraldas rutilantes;
por qué empuñan hoy preciosos báculos
en plata y oro magníficamente cincelados?
Porque hoy llegarán los bárbaros;
y espectáculos así deslumbran a los bárbaros.

-¿Por qué no acuden, como siempre, los ilustres oradores
a echar sus discursos y decir sus cosas?
Porque hoy llegarán los bárbaros y
les fastidian la elocuencia y los discursos.

-¿Por qué empieza de pronto este desconcierto
y confusión? (¡Qué graves se han vuelto los rostros!)
¿Por qué calles y plazas aprisa se vacían
y todos vuelven a casa compungidos?
Porque se hizo de noche y los bárbaros no llegaron.
Algunos han venido de las fronteras
y contado que los bárbaros no existen.

¿Y qué va a ser de nosotros ahora sin bárbaros?
Esta gente, al fin y al cabo, era una solución.


Son numerosas las teorías que han dado los exégetas de la obra de Kavafis sobre este texto, como por ejemplo, la que lo explica como el reflejo de un viejo anhelo egipcio de liberación de la ocupación británica a la que estaban sometidos por sus vecinos sudaneses. Pero Kavafis no explicitó nada, y al final del poema dejó sólo un lamento: “¿Y que será ahora de nosotros sin bárbaros?”

Siete décadas más tarde, J.M. Coetzee, retomaba la inquietante metáfora de Kavafis y la convertía en una sugerente parábola sobre una civilización ciega y despótica que exhibe constantemente su crueldad sin que sea percibida por sus súbditos. Como dice el protagonista de su obra, un magistrado encargado de velar por el orden del Imperio en una lejana frontera: “He tenido delante de los ojos algo que salta a la vista, y todavía no lo veo”.

El magistrado (no hay referencia a ningún lugar explícito en todo el relato) ha trabajado décadas reprimiendo a los bárbaros y sabe que tanto las mentiras que el Imperio se cuenta a sí mismo en los buenos tiempos, como las verdades que el Imperio cuenta durante las malas épocas, son las caras de la moneda de la dominación imperial.    

Coetzee intenta desmentir la desesperanza de Kavafis y la de las gentes venidas de más allá de las fronteras, que aseguran que ya no hay bárbaros. (Recordemos que el término bárbaro es un exónimo peyorativo que procede del griego y su traducción literal es "el que balbucea". Pero en realidad  los griegos empleaban el término para referirse a personas extranjeras, que no hablaban el griego y cuya lengua extranjera sonaba a sus oídos como un balbuceo incompresible u onomatopeya: bar-bar similar a  nuestro bla-bla).

En su mirada de vigía sólo existe una única certeza: “el dolor es la verdad, todo lo demás sigue sujeto a duda”.

Con el tiempo, el viejo magistrado cuyo objetivo principal era mantener los intereses del imperio en la frontera, comienza a desvirtuar sus funciones cuando entabla una extraña relación con una mujer de los “bárbaros”. Ésta, joven y ciega, le va contando sus castigos y la manera como quedó sin vista. El magistrado, en un acto de misericordia, le lava los pies para aliviar sus penas,  y terminan manteniendo una larga relación, pero cargada de silencios.

En su afán de acabar con veinte años de injusticias sobre los bárbaros, el magistrado organiza una dura expedición a través de un paisaje inhóspito, con la idea de que entregando la mujer a su gente, conseguiría la paz entre los dos pueblos en conflicto: el suyo y el de los bárbaros. Después de la traumática aventura y ya de regreso al lugar de donde no debió partir, comienza un nuevo suplicio para el magistrado al ser considerado un traidor, y en consecuencia, es puesto en prisión. 

Así llegó su miseria y el hambre que casi le causa la muerte: “Quiero volver a estar gordo, más gordo que nunca. Quiero oír el gorgoteo satisfecho de mi panza cuando cruce mis manos sobre ella, quiero sentir cómo se hunde mi barbilla en la mullida papada y cómo se me bambolea el pecho al caminar. No quiero volver a pasar hambre”.

Esperando a los bárbaros es un libro que se puede leer desde cualquier perspectiva política, en donde el imperio y su hegemonía es el punto de atención para el análisis de la lectura

“los imperios no han ubicado su existencia en el tiempo circular…sino en el tiempo desigual de la grandeza y la decadencia, del principio y el fin, de la catástrofe…la inteligencia oculta de los imperios sólo tiene una idea fija: cómo no acabar, cómo no sucumbir”. 



D
oris Lessing, (nacida en Kermanshah, Persia, actualmente Irán, en 1919), es una escritora británica, ganadora del Premio Nobel de Literatura en 2007.

Su padre, oficial del ejército británico, fue víctima de la Primera Guerra Mundial, donde sufrió graves amputaciones. 

Cuando contaba seis años, su familia, atraída por las promesas de hacer fortuna cultivando maíz, tabaco y cereales, se trasladó a Rodesia del Sur, antigua colonia inglesa, hoy Zimbabue, donde pasó tanto una infancia como una  juventud problemáticas, condicionada por el paisaje africano y la frustración de unos padres (sobre todo su madre) que no consiguieron realizar sus sueños.

Se educó en varias escuelas de Salisbury (Harare), pero abandonó los estudios a los catorce años y se casó dos veces: primero a los 19, con un funcionario al que dio dos hijos, y en segundo lugar, por conveniencia, con el exiliado alemán Gottfried Lessing en 1944, un camarada del partido comunista con quien tuvo otro hijo, el único que la acompañaría a Londres cuando partió definitivamente en 1949.

El contacto con África y el profundo amor que sintió por esta tierra constituyó la materia narrativa de algunas de sus novelas; el tema de la emancipación de la mujer abunda también en su obra de ficción. En 1950 ya había publicado Canta la hierba, una novela que tuvo buena acogida acerca de la vida en África, a través de la cual se opone a la política racial en años en los que el tema no era bien recibido en Inglaterra.

Gracias a esa novela, y sobre todo a su tenacidad, consiguió abrirse camino en el mundillo literario londinense a lo largo de los años cincuenta, al tiempo que pasaba de manera fugaz por el partido comunista británico y consolidaba su imagen de firme detractora de la segregación racial en África del Sur.

Aparte de demostrar ser una notable autora de narraciones breves (como en el volumen Cuentos africanos, de 1951), Lessing también incursionó en el terreno de la fantasía como ángulo de observación de la condición humana, un género definido como "space or cosmic fiction". Conopus en Argos. Archivos (1979-83) es el título de este ciclo concebido bajo las leyes de aquel género. Con este ciclo rompe con el realismo tradicional y describe acontecimientos épicos y míticos de un universo ficticio.

E
l cuaderno dorado

Pero probablemente sea El cuaderno dorado (1962) la novela que más fama haya otorgado a Doris Lessing. Es un relato de sus experiencias colonialistas, sus relaciones con otras mujeres, su vida intelectual en los ambientes progresistas y marxistas de Salisbury y Londres, sus dificultades como novelista y su desencanto revolucionario, paralelo a la madurez y a la angustia ante la soledad.

Se trata sin duda de una de las pieza maestra de la literatura inglesa, con su despiadado análisis de las actitudes políticas, de los tópicos y de los ritos de la vida británica tradicional. 

La trama, de un marcado cariz autobiográfico, gira en torno a tres temas clásicos: la necesidad de tomar un interés activo en temas políticos, la psicología de la mujer madura y el conflicto generacional.

Los recuerdos de la prolongada residencia de su protagonista Anna, en África, que constituyen el tema de una novela que ha publicado con éxito, están recogidos en otro de los cuadernos, donde narra su acercamiento a los comunistas y su posterior decepción, así como los ecos de la Segunda Guerra Mundial tal como llegan a la remota colonia británica.

Sin embargo, la propia autora señaló que su propósito no era político, sino literario: "Cuando se es una escritora perteneciente a la tradición inglesa, una debe ser consciente y sentirse agradecida de un patrimonio que significa no tener que luchar como mujer para ser publicada y valorada. En Inglaterra las mujeres se han ganado la vida como escritoras desde hace siglos y, a veces, protestando con energía contra su destino. Mi agradecida conciencia de este patrimonio es la razón por la que suscribo la máxima de Virginia Woolf, según la cual las escritoras serán libres cuando, sentadas a escribir, no piensen si escriben o no como mujeres".

En 2001 recibió el premio Príncipe de Asturias de las Letras y en 2007 el premio Nobel de Literatura.

C
ríticas por el Nobel.

Autores como Ana María Moix, Germán Gullón, o Mario Vargas Llosa alabaron sus méritos literarios tras la concesión del galardón, lo mismo que dos de sus traductores, Carlos Mayor y Dolors Gallart.

Pero, simultáneamente, otras voces críticas se han alzado contra esta decisión:

El crítico literario estadounidense Harold Bloom tildó la decisión de la Academia Sueca de "políticamente correcta".  Afirmó estar de acuerdo con las cualidades admirables de Lessing al comienzo de su carrera, pero en absoluto con su trabajo de los últimos 15 años... 

El crítico literario alemán Marcel Reich-Ranicki desde la Feria del Libro de Fráncfort consideró el Nobel como una "decisión decepcionante", prefiriendo a  escritores en lengua inglesa  más significativos, según su opinión, como John Updike o Philip Roth.

También Umberto Eco, en el mismo foro, a pesar de considerar que la autora merecía el premio, admitía su sorpresa por la decisión declarando: "es extraño que el premio lo vuelva a ganar un autor de lengua inglesa tan poco tiempo después de Harold Pinter."


L
e Clézio, Jean-Marie Gustave. (Niza, Francia, 1940).



Su nacimiento en Niza se produce azarosamente. Le Clézio proviene de una familia bretona emigrada a Isla Mauricio en el siglo XVIII. Su padre es inglés y su madre bretona; vivieron en África donde él trabajó hasta jubilarse, y ella volvió a Francia sólo para tener a sus dos hijos.

Así sucedió en 1940 con el futuro escritor, pero al iniciarse en ese momento la Segunda Guerra Mundial su padre, dada su nacionalidad, no pudo ver ya a su familia que quedó en Niza. En esta ciudad su madre (que se escondía de la Gestapo) y su abuela enseñaron a leer a Le Clézio.

Cuando tenía 8 años, se trasladó un tiempo con su madre y hermano a Nigeria, donde su padre servía como cirujano en las Fuerzas Armadas Británicas; este viaje en la infancia fue definitivo, y la figura paterna le inspirarán la novela Onitsha (1991) y El africano (2004), donde retoma su experiencia con su padre en un escrito muy personal.

Le Clézio inició sus estudios superiores en la Universidad de Bristol de 1958 a 1959, pero terminó su licenciatura en la Universidad de Niza. Era un gran espectador de cine, como se reflejará en libros futuros, así Ballaciner de 2007. Después de graduarse como doctor en letras, se mudó a los Estados Unidos como profesor. En 1967, fue enviado a Tailandia para realizar el servicio militar, pero, expulsado por protestar contra la prostitución infantil, fue enviado a México para cumplirlo. 

Entre 1970 y 1974, vivió con los indios Embera-Wounaan de Panamá. Escribió una tesis doctoral sobre Henri Michaux, por la que obtuvo un máster en la Universidad de Aix-en-Provence, en 1964; más tarde, en 1983, escribió otra tesis en la Universidad de Perpiñán sobre los comienzos de la historia de México: La conquista de Michoacán.

Tras especializarse en literatura francesa, Le Clézio se hizo famoso a los 23 años con su primera novela, Le Procès-verbal (El atestado), de 1963 que fue seleccionada para el Premio Goncourt y que obtuvo el Premio Renaudot de ese año. En ella definía su literatura como existencialista, pero también próxima a las obras de sus coetáneos Georges Perec y Michel Butor que estaban revolucionando la literatura. Desde entonces, ha publicado más de cincuenta libros, entre cuentos, novelas, ensayos, dos traducciones sobre la mitología hindú, un sinnúmero de prefacios y comentarios en diversas publicaciones.

Desde 1990 ha alternado su lugar de residencia entre Albuquerque (Nuevo México, Estados Unidos), Mauricio —isla donde ha realizado una investigación amplia sobre sus orígenes familiares (tiene también esta nacionalidad desde hace decenas de años)—, y Niza.

Le Clézio ha tenido otros reconocimientos: fue el primero en obtener el Premio Paul Morand en 1980, adjudicado por la Academia francesa, por su novela Desierto. En 1994 fue elegido por los lectores de la revista francesa Lire como el mejor escritor francés vivo. 

Y en 2008 fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura, por ser "El escritor de la ruptura, de la aventura poética y de la sensualidad extasiada, investigador de una humanidad fuera y debajo de la civilización reinante".

El conocimiento actual sobre aspectos relativos a la biografía de J.M.G. Le Clézio ha sido determinante para un mayor acercamiento y una mejor comprensión de su extensa producción literaria.


L
a obra de J.M.G. Le Clézio nos traslada a un fantástico mundo tejido de ensueño o realidad donde los sentidos se convierten en el mejor testimonio de una existencia marcada por un anhelo de felicidad, que se ve colmado mediante la fusión en cuerpo y alma con la naturaleza.

      El lector percibe la  luminosidad de sus paisajes, la confusión sonora o los aromas y sabores de su entorno, y descubre una estética que el autor se preocupa en crear.
     

Su carrera literaria puede dividirse en dos grandes períodos.

  • En el primero de ellos, de 1963 a 1975, Le Clézio exploró la locura, el lenguaje reiterativo, la escritura torrencial y se dedicó a la experimentación. La imagen pública de Le Clézio era la de un innovador rebelde, y recibió elogios de Michel Foucault y Gilles Deleuze.
A su primera novela, El atestado, siguieron otras dos en las que también realizó una descripción de los tiempos de crisis. Ellas son la colección de relatos La Fièvre (La fiebre) de 1965 y El diluvio de 1966, en las que pone de manifiesto los conflictos y el miedo predominantes en las principales ciudades del mundo occidental.

  • El segundo periodo comenzó a finales de los años 70 en los que el estilo de Le Clézio viró drásticamente. Abandonó la experimentación; el estado de ánimo de sus novelas se convirtió en menos atormentado, abordó temas como la infancia, la adolescencia o los viajes. 
En 1980 escribió el relato Desierto, que pone de manifiesto el contraste entre "la grandiosidad de las culturas perdidas del norte de África y la mirada de los inmigrantes indeseados en Europa", basándose en la familia de su mujer Jemia, del Sáhara occidental. El buscador de oro y Viaje a Rodrigues, de 1985-86 recrean su visión de  Isla Mauricio, como luego en La cuarentena, de 1995. En 2003, publicó Révolutions, que es su mayor síntesis autobiográfica, trasmutada en una novela.
Pero no hay que olvidar las obras que se centraron en la cultura amerindia, en la que profundiza a partir de la traducción de obras como Les Prophéties du Chilam Balam (Las profecías de Chilam Balam) o El sueño mexicano o el pensamiento interrumpido. La temática de sus obras cambió, fue centrándose en viajes y mundos desconocidos.

Sin embargo, como el autor señala, él no viaja en realidad, sino que busca distintos lugares para implantarse; pues, una vez elegidos, quiere adaptarse en ellos, adquirir todas las costumbres del lugar elegido en cada etapa: "Son para mí como vidas sucesivas". De ahí la fuerza de su literatura.

Escribe Urania, con un trazado abiertamente utópico (tiene como modelo lejano la utopía de Thomas Moro). Decía Le Clézio en ese año, 2006, que le gustaría "remitirme a la idea de la novelista Flannery O'Connor, mujer tan pesimista como sensible: mediante una intuición fulgurante, percibe el mundo y la sociedad humana en toda su compleja violencia como cualquier niño en cuanto abre los ojos a la vida que le rodea". 

Con Ballaciner, de 2007, ha hecho una pequeña y original historia del cine basada en su experiencia. Su novela La música del hambre, aparecida en 2008, antes de ser premiado, recuerda la juventud de su madre sobre el fondo de la Francia ocupada. 



lunes, 26 de marzo de 2012

México: Lo inverosímil hecho realidad.


La literatura de México ha sido siempre una de las más fértiles  de la lengua española. Desde su anclaje  en las potentes literaturas de los pueblos indígenas de Mesoamérica, como el Popol Vuh con toda su cosmogonía transmitida por tradición oral, pasando por el proceso de mestizaje con la llegada de los españoles, y la época de criollización con la incorporación de términos de uso en el habla local del virreinato, y en temas, como el barroquismo de Sor Juana Inés de la Cruz (con sus juegos literarios, anagramas, emblemas y laberintos). Hacia el final del régimen colonial, ya en el siglo XIX, van surgiendo obras costumbristas,  como Los mexicanos pintados por sí mismos, donde los intelectuales de la época cuentan cómo ven al resto de sus coterráneos. Ahí quizás se pueda rastrear  una de las claves: los intelectuales y los  otros.
Llega la Revolución mexicana, el conflicto armado  iniciado en 1910 contra el presidente Porfirio Díaz, instalado en el poder durante 30 años. Aunque en principio fue una lucha contra el orden establecido, con el tiempo se transformó en una guerra civil; es considerada como uno de los  acontecimientos políticos y sociales más importante del siglo XX en México.

Surgieron novelas que reproducen este movimiento entre 1910 y 1917, las que relatan las experiencias directas de la gente durante el movimiento,  además  de que intentan analizar los problemas surgidos, como Mariano Azuela con su novela Los de abajo. Otra clave posible: el tema de las clases sociales.
Poco después llega la Guerra Cristera (también conocida como Guerra de los Cristeros) , otro conflicto armado que se prolongó desde 1926 a 1929 entre el gobierno y milicias de laicos  y religiosos católicos que resistían la aplicación de políticas anticlericales orientadas a restringir la autonomía de la Iglesia católica. Los cristeros fueron capaces de articular una serie de descontentos locales con las consecuencias de la Revolución Mexicana. Esta tendencia sería antecedente del florecimiento de una literatura que cristalizó en la obra de escritores como Rosario Castellanos o, magistralmente, en Juan Rulfo. Con él, los personajes representan y reflejan la peculiaridad del lugar, con sus grandes problemáticas socio-culturales, y entretejidas con el mundo fantástico. Jorge Luis Borges, y el mundo entero,  admiró su Pedro Páramo por considerarla una de las mejores novelas de las literaturas de lengua hispánica, y aun de toda la literatura.
También aparece una literatura de corte indigenista, que retrata el pensamiento y la vida de los pueblos indígenas de México, y las reflexiones en torno al ser y la cultura nacional.

“Esta es la historia de esa cordillera, de esa cuerda, desde el centro de la cordillera, que es de donde parte la historia hacia todos esos pueblos donde está la vida de las gentes. Lo que une todo es el centro de la cordillera. Es una espiral de historias que se van uniendo a partir de allí, para cerrarse en las montañas. La historia se va abriendo, abarca las poblaciones, y luego sube hacia lo que ya es zona montañosa”.  Juan Rulfo.
Ya en 1947 comenzó lo que llamamos «novela mexicana contemporánea», que incorporó técnicas entonces novedosas, influencias de escritores estadounidenses (William Faulkner y John Dos Passos), e influencia europea (James Joyce y Franz Kafka). Si bien durante el periodo que va de 1947 a 1961 predominaron los narradores  como Juan José Arreola, Juan Rulfo, y Carlos Fuentes, la poesía ocupó un rol privilegiado con  Xavier Villaurrutia y Octavio Paz, quien con la revista Vuelta  encabezó durante muchos años la cultura nacional, y obtuvo el premio Nobel en 1990. Sergio Pitol, Elena Poniatowska, Carlos Monsiváis, Juan Villoro, tanto en narrativa como en ensayo, también son referentes indispensables.

Jorge Luis Volpi Escalante. (Ciudad de México, 1968) 
Este escritor mexicano en sus comienzos perteneció a la llamada generación del crack,  movimiento literario mexicano de fines del siglo XX, en ruptura con el llamado postboom latinoamericano. Estuvo integrado por Ignacio Padilla, Jorge Volpi, Eloy Urroz, Pedro Angel Palou, Ricardo Chávez Castañeda y Vicente Herrasti.

Decía Elena Poniatowska, en  Box y literatura del crack:
“Hace años Kid Palou, Kid Volpi, Kid Urroz, Kid Padilla, Kid Chávez Castañeda, Kid Herrasti noquearon a la literatura mexicana con un manifiesto que mandó a la lona a las mafias, el grupo de Vuelta, el de Nexos, el de La cultura en México. Nada de lo pasado valía, los escritores eran una mierda, había que barrer con ellos y el único futuro estaba en el crack, que es una fisura, un hueso que se rompe, un vidrio que se estrella, una rama de árbol que cae y hace precisamente eso: crack. Con el tiempo, los jóvenes airados se suavizaron y levantaron de la lona a los noqueados, les vendaron las patas, les pusieron curitas en las cejas y les dieron un apretado abrazo sudoroso a sus abuelos literarios. ''Vamos a apostar por la novela ambiciosa, la novela total, la que busca crear un mundo autónomo en el lector, la que rescriba la realidad, una novela que verdaderamente diga algo", y lanzan el manifiesto de las novelas del crack que, según Pedro Angel Palou, ''era un gesto como todo manifiesto, una payasada" que enfureció al mundo intelectual y logró que los críticos los atacaran sin misericordia.
En 2001, Jorge Volpi ganó el Premio Biblioteca Breve con una novela sobre el nazismo, En busca de Klingsor, y aunque nunca mencionó al crack, e inclusive dedica su gran libro a Los otros conspiradores (sus cinco amigos del crack), en España empieza a hablarse del crack latinoamericano, el fenómeno literario de mayor resonancia después del boom. Al año siguiente, Ignacio Padilla es galardonado con el Primavera y la prensa española se pregunta, ¿quiénes son éstos?, ¿por qué otro joven mexicano gana un premio importante? Resulta que el ganador del Primavera es amigo del que ganó el año pasado el Biblioteca Breve y ambos provienen de un mismo y extraño movimiento llamado el crack.
La verdad, (sigue diciendo Elena Poniatowska),  los escritores del crack le tiraron siempre a la sofisticación, a escribir sobre temas internacionales, que interesaran en Alemania, Francia, Italia e Inglaterra. Habían leído a Broch y a Musil, traducidos por sus abuelitos literarios: Pitol y García Ponce. (Eran un poco esnobs, la verdad). Una vez profesionalizada la carrera de escritor por Carlos Fuentes, ellos se lanzan a las grandes avenidas. Nada de Allá en el rancho grande, nada de color local.”
Con su novela En busca de Klingsor (Seix Barral, 1999), que obtuvo varios premios, inició una llamada Trilogía del siglo XX. Esta obra —que trata sobre un científico norteamericano que se une al ejército con la misión, al final de la Segunda Guerra Mundial, de descubrir quién es Klingsor, presumiblemente un científico nazi de muy alto nivel— supuso su consagración internacional al ser publicada en veinticinco idiomas.
Volpi se documenta a fondo antes de empezar una obra y siente una gran pasión por el mundo de la ciencia y sus implicaciones, así como también por la política y el pensamiento actual. Investiga el papel concreto del nazismo, en cuanto encarnación del mal, y su capacidad de seducción sobre regiones oscuras de la personalidad humana, por otra parte.
 
  Los personajes y hechos evocados son reales, aunque coexisten con seres y sucesos de ficción. En busca de Klingsor es un  examen del dilema faustiano que en nuestro siglo, ha encarado a muchos con la atracción del horror.
El gato de Schrödinger.
El cuento se refiere al llamado Experimento del gato de Schrödinger o paradoja de Schrödinger, experimento imaginario concebido en 1935 por el físico Erwin Schrödinger para exponer una de las consecuencias de la mecánica cuántica.
Schrödinger plantea un sistema formado por una caja cerrada y opaca que contiene un gato, una botella de gas venenoso y un dispositivo que contiene una partícula radiactiva con una probabilidad del 50% de desintegrarse en un tiempo dado, de manera que si la partícula se desintegra, el veneno se libera y el gato muere.
Al terminar el tiempo establecido, hay una probabilidad del 50% de que el dispositivo se haya activado y el gato esté muerto, y la misma probabilidad de que el dispositivo no se haya activado y el gato esté vivo. Según los principios de la mecánica cuántica, la descripción correcta del sistema en ese momento será el resultado de la superposición de los estados "vivo" y "muerto". Sin embargo, una vez abramos la caja para comprobar el estado del gato, éste estará vivo o muerto.
Ahí radica la paradoja. Mientras que en la descripción clásica del sistema el gato estará vivo o muerto antes de que abramos la caja y comprobemos su estado, en la mecánica cuántica el sistema se encuentra en una superposición de los estados posibles hasta que interviene el observador. Ésa es la materia con que Volpi idea el cuento. 


Guadalupe Nettel (ciudad de México, 1973).
 “Bonsái”, el cuento de la escritora Guadalupe Nettel, perteneciente al libro Pétalos y otras historias incómodas, gira en torno a un hombre que, a pesar de estar felizmente casado y tener una vida estable, se percata de un sentimiento de soledad que lo abruma día tras día. Los paseos dominicales al jardín botánico del señor Okada, el personaje principal, se convierten en el refugio idóneo para olvidar las frustraciones y el vacío que le provoca su vida cotidiana de oficinista.
 Con gran influencia del narrador japonés Haruki Murakami, Guadalupe Nettel nos ofrece una reflexión sobre la naturaleza del ser humano, donde encontrar, adueñarse y, sobre todo, conservar la libertad para ser uno mismo, significa el desprendimiento de un pasado que a veces desfigura y traiciona la esencia que nos hace únicos.
En ese sentido, “Bonsái” nos hace testigos de una lucha interna entre lo que uno cree que es y lo que es en realidad, disyuntiva cuya única solución, quizás, sea la plena aceptación de los defectos y virtudes propias. Ya que, como dice la autora, “cuando nos reconocemos enteramente cobramos una especie de resplandor”.
Fuente: UNAM.

Fabrizio Mejía Madrid.
Nacido en 1968 este cronista con vocación de darle voz a quienes no la tienen  es también novelista, ganador del premio franco mexicano “Antonin Artaud” por su novela Hombre al agua. “Es la novela de una generación que no conoce otro estado que la crisis, y sabe que el naufragio es la mejor manera de mantenerse a flote”, ha escrito sobre ella Juan Villoro. Además de esta obra, Mejía Madrid,  ha publicado tres libros de crónicas, recopilaciones de sus colaboraciones en La Jornada, Proceso, Letras libres, Gatopardo y otras publicaciones periódicas. “Su periodismo es literatura”, dijo Carlos Monsiváis, el gran cronista mexicano. Fabrizio Mejía Madrid, por su parte, explica: “La crónica es una literatura hecha al vapor porque tienes la presión del suceso y la presión de la entrega, porque si no en los periódicos no te pagan. Y te la piden con un estilo que te activa no solamente la prosa sino también el punto de vista. Es una literatura bajo presión pero no es una literatura menor".
Fabrizio Mejía Madrid considera que una de las características de su generación es haber roto con los géneros. “No son excluyentes”, dice, y eso se percibe en sus novelas, en las cuales mezcla la narración, el humor y elementos de la crónica. La primera fue Viaje alrededor de mi padre, un libro sobre la paternidad literaria. Vino después Hombre al agua, la obra premiada, El rencor, un retrato de lo que fue México y su partido único, y Tequila D.F. En esta última novela, que tiene como base Los detectives salvajes de Roberto Bolaño, Fabrizio Mejía Madrid entrega cuatro versiones de la vida y la muerte de Mario Santiago, poeta mexicano hoy convertido en mito.

Este escritor, que de niño vio en su casa a los actores del movimiento anti autoritario de 1968, (que culminó con la matanza del 2 de octubre de la protesta estudiantil en Tlatelolco) piensa que el humor es “un elemento existencial” básico cuando se vive en países como México y los demás de Latinoamérica, y lo utiliza en su crítica feroz de la sociedad actual.

El entramado de claves de todo este conjunto tan disímil, lo haremos en el taller.



Queda para la semana próxima el tema de Violencia de la tierra y violencia del lenguaje. ¿Cómo narrar la violencia o cómo sustraerse a ella? Estos y otros interrogantes no faltaron en el Encuentro Centroamérica y México: La lectura violenta, que acaba de realizarse en el Centro Cultural de España en Buenos Aires (Cceba). (Bs.As., Marzo 2012)