Adolfo Bioy Casares (1914 –1999, Buenos Aires) nació (y vivió toda su vida), en una familia acomodada, con lo que pudo dedicarse exclusivamente a la literatura y con los años, pertenecer a la elite literaria junto con Jorge Luis Borges. Comenzó y dejó las carreras de Derecho, Filosofía y Letras. Luego se retiró a una estancia —posesión de su familia— donde, se dedicaba casi exclusivamente a la lectura, entregando horas y horas del día a la literatura universal. Por esas épocas, entre los veinte y los treinta años, ya manejaba con fluidez, además de su lengua materna, el inglés y el francés. En 1932, Victoria Ocampo le presenta a Jorge Luis Borges, quien en adelante será su gran amigo y con quien escribirá en colaboración varios relatos policiales bajo diversos seudónimos, el más conocido de los cuales fue el de Honorio Bustos Domecq. En 1940, Bioy Casares se casa con la hermana menor de Victoria, Silvina Ocampo, también escritora y pintora. Entre sus premios y distinciones destacan el Premio Cervantes y el Premio Internacional Alfonso Reyes en 1990, y el Premio Konex de Brillante en 1994.
El mundo imaginario de Bioy Casares consiste en fantasías y en acontecimientos inexplicables, aunque también aluda a menudo al ambiente intelectual porteño. Su estilo, depurado y clásico, se caracteriza, en parte, por ofrecer una versión paródica del relato fantástico o policial tradicional, consistente en observar lo irreal bajo lentes humorísticas.
También la pasión amorosa, el elemento erótico, es fundamental en la narrativa de Bioy. Es notable que también esto sea contemplado desde una perspectiva muchas veces irónica; el amor es considerado algo sublime pero fatal, donde las amadas suelen ser tenebrosas, incluso superiores.
A pesar de que ya había publicado algunos libros, la verdadera obra de Bioy Casares comienza en 1940 el año en que se publica su más famosa novela, La invención de Morel. La obra narra la historia de un prófugo que escapa a una isla que se supone infectada por una enfermedad mortal. Al comenzar a vivir en ella, pierde todo el sentido de la realidad y se da cuenta de que en la isla viven personajes creados por una máquina inventada por Morel. Estas imágenes de personajes repiten eternamente las mismas acciones haciendo que el prófugo termine casi loco. Borges la ha relacionado con la obra de H.G.Wells, y afirmó que:
“En español, son infrecuentes y aún rarísimas las obras de imaginación razonada. (...) La invención de Morel (cuyo título alude filialmente a otro inventor isleño, a Moreau) traslada a nuestras tierras y a nuestro idioma un género nuevo. He discutido con su autor los pormenores de su trama, la he releído; no me parece una imprecisión o una hipérbole calificarla de perfecta”.
Otra preocupación que Bioy compartió con su amigo Borges:
- el amor por el género fantástico
- y la exhumación de la trama de los relatos, por sobre lo descriptivo. (Es evidente que este hecho los llevó, a ambos, a admirar el género policial)
El mismo año de la publicación de La invención de Morel, Borges, Bioy Casares y Silvina Ocampo publicaron una famosa Antología de la literatura fantástica.
En 1948, Bioy publica La trama celeste, donde están, probablemente, algunos de los mejores cuentos del habla castellana. A pesar de haber escrito buenas novelas, Bioy parece mucho más cómodo y natural en el cuento y tal vez en la ironía. En La trama celeste, la vieja hipótesis de los mundos posibles, que aún cuenta con lógicos adeptos, permite explicaciones diversas e igualmente verosímiles acerca de un Buenos Aires sobrenatural y siniestro.
El perjurio de la nieve, uno de los cuentos que trabajaremos, conjuga el registro metafísico con el policial, entre las pistas falsas y la vanidad de los protagonistas. Cuenta la historia de un crimen. Villafañe, crítico literario, conoce en un viaje a un joven poeta, Carlos Oribe, y pronto entablan una relación amistosa.
Cierto día descubren una hacienda ubicada en el interior de un bosque, propiedad de un danés, hombre férreo y padre de cuatro hijas.
Curiosos, deciden conocer el lugar, justamente el día en ha muerto una de las hijas. (Su madre murió cuando ella nació y ella misma muere en extrañas circunstancias).
Oribe se angustia al ver a la muerta y afirma que esa chica "ha estado en el infierno". Luego comienza una seguidilla de crímenes cuyo por qué se dilucidará solo a partir de la focalización del personaje de Lucía por parte de Villafañe, quien escribe un informe acerca de las circunstancias que rodearon a la muerte de la chica. No existen en el relato más apreciaciones ni juicios acerca de Lucía que los de Villafañe, excepto las pocas palabras de Oribe.
La obra de Bioy como creador, parte fundamentalmente de:
- el sueño, la ciencia y las angustias del hombre y la mujer contemporáneos.
- la identidad, unicidad e individualidad de la persona;
- la muerte o la transustanciación del alma así como el amor o la vida sensorial de los humanos.
¿Misoginia o sexismo?
Hay muchos estudios sobre la posible misoginia de Bioy, rastreada a partir de sus personajes femeninos, debido a la constante asimetría entre los hombres y mujeres de sus ficciones:
- Los hombres aman con egoísmo, como si la amada no fuera más que un eslabón del destino propio.
- Las mujeres, en cambio, se entregan al amor en un acto que es menos de abnegación que de inteligencia.
- Ellas pueden provocar la muerte y, al mismo tiempo, asegurar la eternidad.
- Pocas veces son protagonistas principales. Están focalizadas siempre desde el narrador, que suele ser personaje de la acción y que es masculino.
- En general omite la postura ideológica de sus personajes femeninos, y las conversaciones intelectuales con los hombres.
Pero el sexismo de Bioy podría no ser tan simple, porque muchos de sus personajes masculinos son tratados de una forma muy irónica; podría decirse que el autor se ríe también de ellos quienes, a pesar de su osadía, suelen no tener inteligencia ni sentido común. La inmensa mayoría de los hombres retratados por Bioy (independientemente de que haya situado a los personajes femeninos por debajo) sólo quiere conquistar a la mujer para realizarse y sentirse dueño de una posición de poder.
En todo caso, Bioy dijo muchas veces que nunca quiso ser peyorativo con las mujeres.
Una mención para "Aquellas tres" (Silvina Bullrich, Beatriz Guido, Martha Lynch).
En una entrevista publicada en Página 12, en enero de 2003, Sandra Chaher habló de la serie de biografías de estas tres escritoras hipermediáticas de los ’60, escritas por la periodista Cristina Mucci. Tres personajes y tres modos de hacer literatura unidos por una época que las celebró, y a la que le siguió otra larga época en la que fueron olvidadas.
“Cada una a su manera, Silvina Bullrich, Beatriz Guido y Martha Lynch se las ingeniaron para crear una línea que les dio sus mejores éxitos: trascender el ámbito de lo intimista para convertirse en críticas de la realidad. Es innegable que fueron audaces. Rompieron barreras, avanzaron sobre prejuicios y sectores de poder y, hasta donde pudieron, los transgredieron". El trío más mentado, como las llama Cristina Mucci.
Tres escritoras a las que pocos les reconocen talento y que vivieron los años más controvertidos, atractivos y terroríficos del país, de los ‘60 a los ‘80. Pasaron de la cercanía al poder, al rechazo de colegas y amigos, como Lynch; y de la vida vista desde un Mercedes blanco a la pesadumbre de años de decadencia física y la falta de dinero, como Guido.
En el 2000 fue publicada La señora Lynch. Biografía de una escritora controvertida. A fines del 2002, Divina Beatrice. Biografía de la escritora Beatriz Guido. Y para fines del 2003 la de Silvina Bullrich, La gran burguesa, todas publicadas por el Grupo Editorial Norma.
Cuenta Cristina Mucci que el libro de Martha fue el más difícil, ya que con ella iba a repasar toda la historia argentina desde el peronismo en adelante. “Pero también me di cuenta de lo representativa que era Martha de la clase media argentina. Que el viraje político que hace desde Frondizi a Cámpora, pasando por Cuba, Montoneros, que deriva en el Proceso, y después vivando a la democracia, era un recorrido que lamentablemente transitó mucha gente. Entonces, por medio de ella yo podía hablar de muchas cosas que sentía, que me pasaban, y del país”.
Afinidades.
“Lo que tienen en común, a pesar de ser muy distintas entre sí, es que compartieron la época y el estrellato literario. En el imaginario de la gente representaban a la intelectual sofisticada de clase alta, irreverente, transgresora... "
“Lo que tienen en común, a pesar de ser muy distintas entre sí, es que compartieron la época y el estrellato literario. En el imaginario de la gente representaban a la intelectual sofisticada de clase alta, irreverente, transgresora... "
Diferencias.
“En Martha Lynch hay un quiebre profundo interno, de proyecto de vida... Se acerca a Massera, las declaraciones que hace sobre el Proceso... y tenía un hijo y cantidad de amigos que se habían tenido que ir del país; un íntimo amigo, Haroldo Conti, desaparecido; y ella termina metiendo la cabeza... Paralelamente escribe un libro que se llama La penúltima versión de la Colorada Villanueva donde describe torturas... O sea, no era una inocente que no sabía dónde estaba parada...Pero además ella era una buena novelista y sabía contar, quizá es la más pareja literariamente de las tres, y tenía un pensamiento político, una estructura... donde hubo un quiebre".
"Beatriz Guido representa el antiperonismo gorila del ‘55. Desde El incendio y las vísperas en adelante ése fue su tema. Para mí es la mejor escritora de las tres. Tiene libros que me parecen fascinantes como La caída, inclusive Fin de fiesta, La mano en la trampa o La casa del ángel. Tiene una magia, un universo propio, más que las otras.
Y Silvina Bullrich ha escrito buenos libros, como Los burgueses, Boda de cristal... Tiene pasta, es una escritora, tiene gracia, estilo, sabe contar. Es la que más representa a una clase alta aristocrática argentina. Con el modelo explícito de los best-sellers norteamericanos, logró montar una especie de industria unipersonal que producía a razón de un libro por año. Aparecían antes de Navidad y el público los consumía en la playa durante el verano. Era una escritora talentosa y sabía contar, pero como no se privó de reconocer muchas veces (porque lo decía todo, o casi todo), las presiones del mercado la fueron apartando de su ruta. Dejó en el camino una trayectoria seria, que podría haber sido.
Hablaba de lo que conocía bien. Las viejas casonas tradicionales, los pisos de Barrio Norte, las estancias, las herencias, los viajes a Europa. Y por supuesto, de los amantes, las traiciones, la indiferencia de los hijos, lo difícil que resulta vivir y crecer para una mujer. O sea, en gran medida, de ella misma.
Silvina Bullrich fue la escritora de la aristocracia argentina. Ese fue su tema y era la que mejor lo trataba porque pertenecía a esa aristocracia que en los ‘60 era cuestionada. Lynch y Guido, en cambio, querían “pertenecer” y pusieron todo su empeño en ello.
Silvina Bullrich fue la escritora de la aristocracia argentina. Ese fue su tema y era la que mejor lo trataba porque pertenecía a esa aristocracia que en los ‘60 era cuestionada. Lynch y Guido, en cambio, querían “pertenecer” y pusieron todo su empeño en ello.
Beatriz Güido le sacó los puntitos a la “u” y se empeñó en todos sus libros en retratar a esa clase social que, aunque decadente, fue la pista de despegue y el ámbito de contención social para todas ellas.
No era común para nada hablar de esas mujeres con sexualidad reprimida. Ella siempre está hablando de lo escondido, no sólo con el sexo. Ese era su mundo interno, es lo que le da magia a su literatura. Beatriz se propone en su literatura interpretar la historia, la sociedad y la política argentina. Y éste es un país bastante confuso y difícil de entender, y en un momento ella ya no lo entendió. La Argentina de los ‘50 no se le escapa, pero la de los ‘70 la supera. Ella era la escritora de la fantasía y la imaginación, ése era su don y su límite, y era también la más ambiciosa de las tres, pero creo que porque tenía noción de sus posibilidades.
No era común para nada hablar de esas mujeres con sexualidad reprimida. Ella siempre está hablando de lo escondido, no sólo con el sexo. Ese era su mundo interno, es lo que le da magia a su literatura. Beatriz se propone en su literatura interpretar la historia, la sociedad y la política argentina. Y éste es un país bastante confuso y difícil de entender, y en un momento ella ya no lo entendió. La Argentina de los ‘50 no se le escapa, pero la de los ‘70 la supera. Ella era la escritora de la fantasía y la imaginación, ése era su don y su límite, y era también la más ambiciosa de las tres, pero creo que porque tenía noción de sus posibilidades.
La izquierda intelectual no las trató bien porque ellas vienen de una generación anterior. Lo dice Liliana Hecker: los escritores de los ‘60 en adelante son escritores de la clase media. En los años ‘50 el escritor todavía era gente paqueta, rica y aristocrática, y el que no lo era trataba de aparentarlo. ¿Cuál era el ambiente donde se movían estas tres mujeres? Victoria y Silvina Ocampo, Bioy Casares, Borges".
“Fueron las antecesoras de escritoras femeninas como Isabel Allende, Laura Esquivel o Angeles Mastretta, porque si bien en los ’60 el modelo era Simone de Beauvoir, -que era el espejo en el que se miraban estas tres mujeres-, en muchos temas ellas están más cerca de Isabel Allende que de Simone de Beauvoir. Son mejores escritoras que Laura Esquivel, y eran más ambiciosas porque no hablaban de los problemas de las mujeres solamente, sino de los problemas sociales, del país. No eran escritoras femeninas. El discurso que fascinó en los ‘90 de la escritora latinoamericana es el del realismo mágico, la vuelta a la cocina, el amor. En los ‘60 el discurso era otro: la mujer transgresora, que iba contra todo lo establecido, feminista”.
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