La literatura
poscolonial
El discurso poscolonial surge como discurso de oposición con
la única idea de buscar un espacio de afirmación donde afianzar la identidad
propia. Oposición y diferenciación del discurso colonial, que puede definirse como un conjunto heterogéneo
de actitudes, intereses y prácticas cuyo objetivo principal se centra en la
instauración y perpetuación de un sistema dominante, con
una gran carga ideológica, que busca la justificación de ese dominio.
Este aspecto es el que trabajaremos esta semana.
Por otra parte, el texto africano puede ser observado dentro del fenómeno de la transculturización, o hibridez, donde confluyen los juegos formales y narrativos y
las transgresiones lingüísticas de distintas tradiciones orales y escritas.
No es necesario detenerse a observar el mapa de África para entender
cómo sus fronteras muestran que, cuando el continente fue colonizado, no se
respetó la etnia o la cultura o la religión de los africanos,
por lo que no es de extrañar que actualmente exista tanta variedad dentro de un
mismo pueblo. Esto, además, ha tenido consecuencias devastadoras en África. Es
por eso por lo que utilizaremos el concepto “texto africano” exclusivamente en su
sentido etimológico, ya que cada región, cada pueblo, contiene características especiales
que pueden corresponderse o no con las de sus vecinos.
N
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gugi wa Thiong'o,
frontera y puente
Ngugi wa Thiong’o nació en 1938 en Kenia, África, de la etnia kikuyu.
Siendo
adolescente fue testigo de la rebelión de los Mau Mau en contra del régimen
colonial inglés (1952-56) en la que perdió a parte de su familia y su aldea fue
destruida.
Una vez sofocada, se estableció un estado de emergencia y el
colonialismo inglés se impuso, sobre todo en el sistema de educación. El inglés
se convirtió en el idioma oficial y hablar en gikuyu conllevaba serios
castigos. Aquella infancia y adolescencia transcurrida en esa
esquizofrenia cultural marcaría la obra de Thiong’o, educado en una escuela
inglesa y en las universidades de Uganda y Leeds (Inglaterra); hombre tribal
heredero de una cultura enfrentada al occidente, despojado de su lengua e
inserto en el mundo del colonialismo como catedrático en universidades
estructuradas conforme al modelo europeo.
En
1963 Kenia logró la independencia, sin embargo, como en tantos otros países
africanos, lo que se estableció fue una dictadura, sobre todo con Daniel arap Moi. Durante esa larga dictadura este escritor, Ngugi,
fue encarcelado (por una obra de teatro que criticaba la desigualdad e
injusticias de la sociedad keniana). Fue
en la cárcel de máxima seguridad, que decidió abandonar el inglés y escribir en
su lengua natal en la que escribió la
primera novela en gikuyu cuyo título es El diablo en la cruz. Además renunció al cristianismo, que
fue su religión inducida; a los valores culturales de Occidente, e incluso a su
nombre, que hasta entonces había sido James Thiong’o Ngugi.
Fue
liberado por presiones de Amnistía Internacional, pero el dictador Moi le prohibió acceso a la
enseñanza y se tuvo que exiliar.
Luego
de dos décadas en ese exilio forzoso, Ngugi y su esposa regresaron a Nairobi en
2004, pero fueron atacados por cuatro individuos en su propia casa. Actualmente
viven en Irvine, California, en cuya universidad es Director del International
Center for Writing and Translation.
¿
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Literatura
africana o afro-europea?
A
pesar de la persecución de que ha sido objeto en su país, Ngugi lo lleva en su
pensamiento y en su lenguaje. Desde hace décadas ha planteado que la literatura escrita por africanos en un
idioma colonial no es literatura africana sino “afro-europea” y que los
escritores deben utilizar su lengua materna para escribir con su propia
gramática. Para Ngugi la lengua y la cultura son indivisibles y la pérdida
de una tiene como consecuencia la pérdida de la otra.
Por esa razón sus novelas se nutren del conflicto cultural
derivado del papel del cristianismo, la educación en inglés y la creciente
opresión de los kikuyus y otros pueblos africanos a manos del colonialismo
europeo. De esa época son No llores,
criatura, El río que divide y Un grano de trigo.
“
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Colonos y colonizados
nunca ven al mundo bajo la misma luz”. (Ngugi wa Thiong'o)
Su vida tiene semejanzas con la del nigeriano Chinua Achebe,
también miembro de una tribu dominante, también entregado al cristianismo,
también educado en inglés y también recuperado por la fuerza de su cultura. Hay
sin embargo una diferencia fundamental entre estos escritores. Mientras que
Achebe, como bien señalara Wole Solyinka, es el primer escritor africano que
pone el inglés al servicio de lo africano, Thiong’o
denuncia el uso de ese idioma pues lo considera un caballo de Troya cultural y
al contrario de Achebe, que nunca escribe en ibo, regresa a su materno kikuyo.
"Cuando el nigeriano Wole Soyinka escribe en inglés,
Europa le da el Nobel de Literatura, pero si
el keniata Ngugi Wa Thiong'o lo hace en kikuyu o en kiswahili, entonces no
existe para la intelectualidad occidental. En realidad, hay que tener
sentido de la hospitalidad con políticos y literatos africanos del pasado siglo
XX, porque aunque han aprendido muy pocos de sus gentes han hecho un honesto
esfuerzo de aculturación para blanquear sus mentes, sus políticas y su arte”, nos
dice Ferrán Iniesta en Imaginar África,
(Editorial Catarata, 2009).
Es posible que Ngugi wa Thiong'o nunca reciba el Premio Nobel de Literatura, a
pesar de ser nominado varias veces. No sería el primer africano al que se lo
conceden, pero sí podría ser el primer galardonado que escribe en su lengua
africana originaria, en su caso en kikuyu, una de las muchas que conviven en
Kenia. Sólo dos de sus libros han sido
traducidos al castellano. Lo cual dice mucho acerca de la persistencia de las
jerarquías coloniales del saber. No es una cuestión de escritores, sino de
culturas y sistemas lingüísticos y estructuras de dominio.
En 1981 explicaba las razones políticas de su determinación en
el uso de su lengua materna, frente a autores como Chinua Achebe que se
conformaba con enriquecer la lengua colonial:
"Creo que mi escritura en lengua kikuyu, una lengua
keniata, una lengua africana, forma parte de las luchas antiimperialistas de
los pueblos de Kenia y del resto de África. En las escuelas y universidades
nuestras lenguas keniatas - es decir, las lenguas de las muchas nacionalidades
que conforman Kenia - estuvieron asociadas con las cualidades negativas del
retraso, el subdesarrollo, la humillación y el castigo...
Así que me gustaría contribuir a la restauración de la
armonía entre todos los aspectos y divisiones del lenguaje para reponer al niño
keniata en su ambiente, comprenderlo plenamente para poder estar en posición de
cambiarlo para su bien colectivo. Me gustaría ver que las lenguas maternas de
los pueblos de Kenia (¡nuestras lenguas nacionales!) sean portadores de una
literatura que refleje no sólo los ritmos de la expresión hablada de un niño,
sino también su lucha con su naturaleza y su naturaleza social.
Pero el hecho de que escribamos en nuestras lenguas -aunque
constituya un primer paso necesario en la correcta dirección - por sí solo no
traerá el renacimiento de las culturas africanas si la literatura no es
portadora de las luchas antiimperialistas de nuestros pueblos por liberar sus
fuerzas productivas del control extranjero".
Su crítica anticolonial no se limita por tanto al pasado, sino que incluye las relaciones postcoloniales de poder en su país
de origen, donde destaca la violencia y el autoritarismo del poder político
(que volvió a manifestarse con intensidad en 2007-2008).
En 1996 habló sobre lenguaje y literatura en Miranda House,
Nueva Delhi, India, de la siguiente manera:
"Si controlas la mente de la gente, no necesitas a la
policía para controlarla en cualquier otro nivel. Puede comprobarse cómo ese
control puede cambiar no sólo cómo las personas se ven las unas a las otras
sino cómo observan su relación con aquellos que les controlan. Esto se ve
claramente en el modo colonial de educación, que para muchos de nosotros en África nos hace ver Europa como la base de
todo, como el mismo centro del universo.
Podemos verlo por cómo hemos sido educados para que contemplemos
la lengua inglesa como la base de la definición de nuestra propia identidad.
En lugar de concebir al inglés solamente como otra lengua con muchos libros y
una literatura disponible, lo vemos como la manera de definir nuestro propio
ser. Nos volvemos cautivos de esta lengua, desarrollando algunas actitudes de
identificación positiva con el inglés (o el francés). Desarrollamos también actitudes que nos distancian a nosotros mismos de
nuestros propios lenguajes, nuestras propias culturas. No se trata
simplemente de adquirir otra herramienta importante; la adquisición de esta
herramienta intelectual se convierte en un proceso de alienación con respecto a
nuestras propias lenguas y lo que ellas pueden de hecho producir.
Otra manera de mirarlo, especialmente en
África, es como la creación de una elite alienada. Pueden ver el tipo de
inversión comunitaria que acompaña la producción de estas mentes cuando ellas
salen al extranjero para obtener su doctorado, por ejemplo. Nunca devuelven
nada a la comunidad comunicando ese conocimiento en lenguajes propios de la
gente. La comunidad invierte en nosotros, y donde quiera que vamos -ya sea la
Miranda House, o Nairobi, o Yale- lo que producimos lo encerramos con llaves
marcadas en inglés o en francés o en portugués o en cualquier lenguaje de
educación. El lenguaje es de una enorme importancia. Si miran el área de la
cultura, la lengua es clave. Es el medio por el cual nos comunicamos con los
demás para la producción de riqueza. Es por eso que lo he llamado en otra parte
el banco de la memoria colectiva del pueblo."
"Bajo el impulso de los departamentos de inglés de las
universidades, encontramos muchos estudios y comentarios sobre las nociones de
moderno y postmoderno. Pero ignoran lo que constituye la modernidad. Si
pensamos la modernidad occidental en términos de la Europa renacentista o
post-renacentista, esa modernidad está ligada completamente al colonialismo. No
hay manera de librarla del colonialismo y, de hecho, en algunos casos se
refleja directamente en la misma literatura.
De manera que el estudio de las literaturas africanas,
asiáticas, latinoamericanas, deben ser vistos como parte de la enseñanza de la
literatura y la cultura occidentales. Lo realmente importante es apreciar estas conexiones. Sólo cuando
veamos las conexiones podremos hablar de un modo significativo de diferencias,
similitudes e identidades. La frontera,
vista como un puente, se basa en el reconocimiento de que ninguna cultura es
una isla en sí misma. Ha sido influenciada por otras culturas y otras
historias con las cuales ha entrado en contacto. Este reconocimiento está en la
base de todos los otros puentes que queramos construir entre nuestras diversas
fronteras culturales. De hecho los puentes ya están ahí. El desafío al que se
enfrentan los profesores de literatura inglesa, o de literatura africana o
asiática, consiste en reconocer y
encontrar estos puentes y construir sobre ellos. Por ello la enseñanza de
las literaturas y de los idiomas es un privilegio que nos enfrenta a todos con
un desafío, el de descubrir las
conexiones entre la literatura y esa plenitud que llamamos sociedad, una
plenitud constituida por todo lo que viene con la economía, la política y el
medio ambiente."
M
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atigari (1989)
La originalidad de Matigari
rebasa las fronteras lingüísticas y es preservada en la traducción. El texto
está plagado de marcas culturales, como las expresiones en kiswahili y la
mención de hechos históricos y de entidades políticas, económicas y comerciales
existentes, que se suman a las marcas de oralidad para dotar de un carácter
propio a la novela cuya acción se sitúa indudablemente en el Este de África; a
pesar de la advertencia inicial y de los esfuerzos del narrador por hacer
borrosas las fronteras entre la ficción y la historia; por negar un tiempo
cronológico inteligible dentro de la novela:
«¿Cuándo fue que nos separamos?
¿Fue tan sólo ayer por la noche? ¿O fue el día anterior? Sea como sea, no importa.
Ayer, el día anterior, hace años, ha sido la misma historia.» (p. 108).
La universalidad de los problemas abordados en Matigari de
ninguna manera viene en detrimento del profundo carácter africano de la
narración. En este sentido se emparenta con la producción de autores
latinoamericanos como Alejo Carpentier, con quien podría compartir la profunda
crítica social y política construida sobre la base del relato histórico.
Aunque, por supuesto, sería demasiado simplista hablar de realismo mágico en el
caso de la novela de Ngugi, en ella se mezclan elementos ficcionales y no
ficcionales de manera similar a la de la corriente latinoamericana.
Se trata de una novela que reflexiona constantemente sobre ella
misma y sobre su carácter de ficción, y al hacerlo construye una estructura de mise-en-abîme
que atrapa al lector en una red más profunda; nos enfrenta, por ejemplo, al
dilema de las posiciones realidad-ficción, mentira-verdad, y toma partido.
Es sintomático que las críticas orientadas a descalificar la
ficción provengan siempre de los labios de los opresores que detentan el poder
y tratan de justificar su gobierno ilegítimo:
«De hecho, fuimos nosotros, los que nos regimos por la ley,
quienes evitamos que el país se destruyera. Si miran la situación desapasionadamente,
sin el tipo de distorsión que encuentran en algunos de esos escritores de ficción,
podrán ver que fueron los que obedecieron la ley colonial quienes construyeron
la independencia.» [p. 122. Las cursivas son del autor.]
«Ninguna canción, ninguna canción o juego o rima o proverbio
que mencione a Matigari ma Njir˜u˜ungi será tolerada. Todo lo que nos interesa es
el desarrollo. No nos interesa la ficción. Olvidemos que gente como Matigari ma
Njir˜u˜ungi existió alguna vez. Estemos de acuerdo, como pericos leales, en que
Matigari ma Njir˜u˜ungi fue sólo un mal sueño. Ese pedazo de historia fue sólo
un mal sueño, una pesadilla, de hecho. Tenemos profesores calificados que
pueden escribir una nueva historia para nosotros».
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