Con Roberto Arlt terminamos uno de los primeros ejes temáticos sobre los textos fundacionales y las resonancias de esos textos en la literatura actual. Por supuesto, todavía faltan Borges, Cortázar, Bioy, y toda la generación que les siguió después. Por eso ahora vamos a poner el foco en la escritura femenina, que es tan rica y sugestiva.
Pero antes de comenzar con el tema, van unas aclaraciones necesarias, tal como hicimos cuando enfocamos la problemática particular de Virginia Woolf y Katherine Mansfield en este blog, en el artículo Las voces propias del 2/4/2011.
Una cosa es propiciar los análisis feministas en los estudios literarios, que describen los efectos de una opresión en la producción de las obras escritas por mujeres, mientras señalan las marcas que la condición social del sexo dejan en la escritura.
Otra muy distinta es, siguiendo a Elsa Drucaroff, que con la crítica de género se alimente el juicio policial, la censura y la anatematización. (Incómodas por sus efectos represores, algunas escritoras argentinas se oponen a los estudios de género, como Ana María Shúa, -pronunció en universidades norteamericanas una conferencia, Escritoras en una jaula de oro-, y Vlady Kociancich escribió sobre el tema en Mujeres y escritura).
Por lo tanto lo que examinaremos desde un enfoque de género, será la obra de algunas escritoras que buscan, con o sin conciencia de ello, un lenguaje propio. Se leerán desde una mirada que pretende ser solo un modo más de mirar: ni una preceptiva, ni un relevo de diferencias textuales que darían cuenta de una literatura femenina con conciencia de género (empeñadas en terminar con la opresión), ni muchísimo menos encerrarlas en un gueto.
“La mirada femenina no depende del sexo biológico de quien escribe o lee”, nos sigue diciendo Elsa Drucaroff, “es más bien algo a construir, un punto de llegada, algo que crece en una práctica social no necesariamente consciente de sí misma. Es ese punto de vista en el cual la lucha de géneros no se niega o minimiza, sino que queda evidenciada, y aprovecha ese lugar lateral desde donde observa para ver algo que desde un lugar central, no se ve”. Y se transforman en un “ojo bizco que observa, en una sociedad donde las mujeres ya no son tan masivamente las que tratan de obedecer los modelos masculinos que la cultura les obligó a internalizar, pero todavía no son mujeres libres de ellos”, como afirma Sigrid Weigel, profesora de literatura alemana y actualmente directora del Centro de Investigación de Literatura de Berlín.
Vamos a partir, entonces, desde la entrañable Silvina Ocampo, quien buscó quizás sin saberlo, una escritura que se volvería insoslayable para entender la producción de escritoras posteriores, a partir de los años 60. También mencionaremos próximamente, a tres mujeres emblemáticas de la literatura argentina de los años 50-60: Martha Lynch, Silvina Bullrich y Beatriz Guido , “el trío más mentado”, como las denominó Cristina Mucci en su investigación biográfica.
Posteriormente leeremos y analizaremos textos de Liliana Heker, Angélica Gorodicher, y Silvia Iparraguirre.
Silvina Ocampo.
Nació en Buenos Aires, en 1903 en una familia aristocrática, y fue hermana de Victoria Ocampo, fundadora de la revista Sur, símbolo intelectual de la época. Poetisa, narradora y traductora, sus inicios en la literatura están ligados a la del escritor Adolfo Bioy Casares, al que conoció en el año 1933 y con quien contraería matrimonio en 1940. En su círculo de amigos estaban Jorge Luis Borges y Julio Cortázar.
Su primera publicación profesional fue el libro de cuentos Viaje olvidado (1937), algo menospreciado en su época pero reivindicado en el ámbito académico después de su muerte. En 1954 recibió el Premio Municipal de Literatura por su poemario Espacios métricos; en 1962, el Premio Nacional de Poesía por Lo amargo por dulce y en 1988 el Premio del Club de los 13 por Cornelia frente al espejo, su última antología de cuentos.
Su gran producción, que va más allá de lo publicado, se vio interrumpida tres años antes de su muerte (ocurrida en 1993, en Buenos Aires), a causa de una enfermedad progresiva que la tuvo postrada durante varios años. Fue sepultada en la cripta familiar de Recoleta donde reposan también los restos de su hermana Victoria, y muy cerca los restos de su esposo.
La crítica la ignoró hasta finales de los 80, sin advertir la complejidad, el humor y la originalidad de su obra, porque escribió a la sombra (o en los bordes), de lo que escribían Adolfo Bioy Casares, su marido, o Jorge Luis Borges, su amigo. Sus cuentos fueron casi imposibles de encontrar hasta pocos años atrás, cuando se editó su obra narrativa completa, y se empezó a comprender que sus textos, en realidad, van más allá del género fantástico porque proponen una apertura hacia un terreno riesgoso, y una mirada que no ofrece ninguna certeza sobre el mundo.
Su obra
Silvina Ocampo es reconocida principalmente por su inagotable imaginación y su aguda atención por las inflexiones el lenguaje. Dueña de un lenguaje cultivado que sirve de soporte a sus invenciones, Silvina disfraza su escritura con la inocencia de un niño para nombrar, ya sea con sorpresa o con indiferencia, la ruptura en lo cotidiano que instala la mayoría de sus relatos en el territorio de lo fantástico.
Ya en su primer texto, Viaje olvidado (1937), van a aparecer algunos de los aspectos a los que la escritora se mantendrá fiel en su producción hasta el último, el volumen de cuentos Cornelia frente al espejo (1988). Victoria, la hermana mayor, critica con dureza el primer libro, pero a pesar del descrédito, logra marcar algunas constantes en la producción de Silvina: la tendencia a desdibujar los bordes de la realidad, la facilidad para hibridar los géneros y la inquietante presencia del mundo de la infancia.
En su segunda colección de cuentos, Autobiografía de Irene (1948), aunque se manifiesta muy ligada a la línea borgeana, la autora ya va a esbozar su particular concepción de lo fantástico. A partir de La furia (1959) y Las invitadas (1961), Silvina Ocampo va a asumir su voz más personal. Los cinco relatos que integran el nuevo libro impresionan por la complejidad de sus formas, la precisión y ajuste de las técnicas, la impecable trabazón entre contenido y estructuras de superficie. Como dice Raquel Barros, en la Revista Criterio, "todas las formas se complican. Todos los niveles del enunciado narrativo han sido sometidos a un elaborado refinamiento. Nos referimos a las narraciones con perspectiva doble, a los procesos de inversión, amplificación, incrustación, imbricación de temas, intertextualidad, alusividad y multiplicación de los códigos de referencia.
Si los relatos de este volumen parecían más bien miniaturas o pequeños pantallazos de la memoria deformados por la imaginación, sus siguientes colecciones (Autobiografía de Irene, y muy especialmente La furia o Los días de la noche) conservan un poco más la estructura tradicional del cuento y muestran a la Silvina Ocampo más prototípica. Metamorfosis, ironía, figuras persecutorias, humor negro, y el reinado imperante del oxímoron y de la sinestesia marcan esta serie de relatos donde aparecen galerías de personajes y contextos dominadas por pasillos y patios de grandes caserones, así como por la enigmática presencia de niños ligados al horror y la crueldad como víctimas o victimarios, según la ocasión.
Por lo tanto, podemos identificar algunos rasgos fundamentales en su escritura:
- la tendencia hacia lo fantástico,
- cierta «crueldad» que le confiere un carácter peculiar,
- la perspectiva adoptada para relatarlos,
- la oposición entre el mundo de los niños y el de los adultos,
- y la oposición entre clases y estamentos sociales, (oposición que se dinamiza narrativamente con la anterior).
«Como tantos otros niños de la clase alta, Silvina contempla la vida de sus mayores poblada por las solicitaciones propias de su condición social, como detrás de un vidrio esmerilado. Es, quizás, en ese otro ambiente, el de las institutrices, los caseros y los criados, donde transitó su infancia y recibió las impresiones más profundas» (Graciela Tomassini en El espejo de Cornelia. La obra cuentística de Silvina Ocampo, 1995).
Subversiones.
Raquel Barros, en su artículo La subversión del orden en Silvina Ocampo, de la mencionada revista Criterio, explica las diferentes rupturas de la autora:
De los órdenes establecidos: Es innegable que existe una importante cantidad de cuentos de la autora que revisten las características propias de lo fantástico, pero con un sello particular que los distingue de otros textos del género. Una de las diferencias es que los hechos no ocurren en los ambientes góticos tan frecuentes en estos relatos. Otros ámbitos, comunes, de golpe son alterados por lo no común. En estos ambientes comunes ocurren otros hechos que, aunque no pueden ser calificados como fantásticos, también modifican el orden de “lo corriente”. Así, las fiestas, momento de celebración, suelen derivar en situaciones terribles.
Del tiempo: el tiempo es el máximo exponente de la alteración. Pueden citarse numerosos textos en los que los personajes tienen la posibilidad de anticipar el porvenir, pero existen dos cuentos centrales. En uno de ellos, Autobiografía de Irene, la narradora relata los momentos previos a su muerte. Es en ese instante cuando puede recordar el pasado: antes solamente le había sido permitido anticipar el porvenir. El otro, Diario de Porfiria Bernal, relata, con la precisión cotidiana que el género permite, los hechos que ocurrirán en el futuro: premonición atroz de la metamorfosis de la institutriz en gato. Porfiria se presenta como una criatura terrible que usa el don de predicción para dominar a su cuidadora.
De los roles tradicionales de los personajes:
a) Silvina Ocampo, por época y por clase, podría compartir la concepción de la infancia como la etapa dorada de una inocente ignorancia. En su obra, en cambio, los niños son poseedores de saberes diversos, y pueden ser capaces de toda la bondad o de toda la maldad. Los niños sordomudos de Tales eran sus rostros también gozan de la capacidad de anticipar: prevén su propia catástrofe y participan en el milagro colectivo de su desaparición inexplicable. Su hermandad irrita a los adultos, pero una enorme ternura inunda el relato sobre estos personajes –aislados doblemente por su discapacidad y su secreto– que en una escena de intensa belleza, comparable a una visión celestial, se precipitan al abismo al abrirse la puerta del avión. Lo notable, según afirma la maestra, es que tenían alas. Quiso detener al último, que se arrancó de sus brazos para seguir como un ángel detrás de los otros. Es interesante señalar que Silvina Ocampo, al seleccionar este texto para la antología Mi mejor cuento, Ed. Orión, Bs.As., (1981), justifica la elección pese a que declara preferir otros– “ya que el protagonista es un multiplicado e infinito niño, al cual dediqué mi atención con tanto amor”.
b) Otros dos grupos de personajes se ciñen escasamente a los modelos tradicionales: mujeres y servidores. Los personajes femeninos de Silvina Ocampo se mueven con una libertad que no tiene precedentes en la literatura argentina; deciden su propia historia sin respetar los cánones propios de su género. No solamente saben que tienen los mismos derechos que los hombres, sino que los ejercen. Si sufren por amores contrariados, también los provocan. Son esposas infieles, o que ejercen justicia por mano propia. Mujeres que no son madres, sino que prohijan animales. No es casual, porque si en la narrativa de Silvina Ocampo circulan numerosas mujeres, hay pocas madres. Y si son cuantitativamente escasos los personajes femeninos con hijos, es cierto además que, cuando los tienen, no manifiestan ninguna dedicación hacia ellos.
Es evidente que esta particular mirada sobre el mundo necesita un correlato en la manera de expresarla. La marca más significativa de la narrativa de Silvina Ocampo es la absoluta prescindencia respecto de las formas canónicas. No existen límites para los géneros: textos narrativos con una enorme carga poética, frente a textos en verso con contenido narrativo; versiones en prosa y verso de una misma historia. Pero además, se despliegan toda clase de géneros menores utilizados como procedimientos narrativos. Así sucede con las cartas, chismes, dichos y charlas, que son elementos nucleares en la construcción de sus cuentos.
El uso de la primera persona, tradicionalmente empleada para generar ilusión autobiográfica, se convierte en estrategia de encubrimiento, ya que remite indistintamente al género masculino o al femenino.
En síntesis, la particular visión de Silvina Ocampo sobre el mundo -que ha sido calificada de mirada al sesgo- implica observarlo desde un otro lado, privado y personal.
Los cuentos de Silvina resultan de una fantasía diferente, desde mi punto de vista ella logra a través de la trama una inquietante sensación de extrañeza, el lector está acechado durante el relato y no logra relajarse. Y tampoco lo consigue cuando el cuento ha finalizado.
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