Abelardo Castillo nace en 1939, en Buenos Aires, pero toma como lugar de
nacimiento, por decisión, la ciudad de San Pedro adonde se traslada con su
padre, y donde vive hasta los 18 años.
Publica sus primeros cuentos desde muy joven, cuando gana un
premio en el concurso de la revista "Vea y Lea", cuyo jurado estaba
compuesto por Borges, Bioy Casares y Manuel Peyrou.
Funda la revista literaria "El Grillo de Papel", luego
continuada por "El Escarabajo de Oro", con fuerte proyección
latinoamericana y una de las de más importantes que existió hasta los años ‘70,
caracterizada por su adhesión al pensamiento de izquierda y, principalmente, a
la lectura del marxismo desarrollada por Jean-Paul Sartre. Formaban parte de su
"Consejo de Colaboradores" Julio Cortázar, Carlos Fuentes, Miguel
Ángel Asturias, Augusto Roa Bastos, Juan Goytisolo, Félix Grande, Ernesto Sábato,
Roberto Fernández Retamar, Beatriz Guido, Dalmiro Sáenz, entre otros.
Luego, desde 1977 hasta 1986, dirige "El
Ornitorrinco".
Su primera obra de teatro, "El otro Judas" (1959), inicia
la problemática de la culpa en el corpus
de su obra, enfocada en la que asume el traidor de Cristo, como un instrumento secreto
de Dios, o como el acto existencial de la responsabilidad de un hombre por
todos los hombres.
Culpa
y castigo son tema de numerosos cuentos de este narrador, donde sus personajes
llegan a situaciones límite. La temática de la fatalidad hace recordar a Borges,
del cual fue admirador confeso, y de quien toma a veces cierta entonación
criolla y distante. En otros cuentos, largos períodos apenas puntuados por la
coma, alude a la violencia, al vértigo de las imágenes, al vivir en tensión de
sus personajes. Otros relatos incursionan en el delirio y lo fantástico y son
secretos homenajes a Poe, a quien Abelardo Castillo transformó en personaje
teatral en Israfel, obra premiada por un jurado internacional y que tuviera en
nuestro país mucho éxito.
Ha obtenido varios premios nacionales e internacionales y algunos de sus cuentos, novelas y obras de teatro, han sido traducidos al inglés, francés, italiano, alemán, eslovaco, ruso y polaco.
Ha obtenido varios premios nacionales e internacionales y algunos de sus cuentos, novelas y obras de teatro, han sido traducidos al inglés, francés, italiano, alemán, eslovaco, ruso y polaco.
En
una entrevista televisiva en TN, realizada en enero de 2011, dijo:
“Soy hijo de un matrimonio
separado y siempre viví la ida de mi madre como un abandono y como una traición
a mi padre. Hoy sé que eso no es así, pero esa sensación que tenía de chico
pudo haber influido en mi obra.
No lo sé, pero lo que sí sé es
que la traición es un tema tradicional de la Literatura argentina. La amistad
entre Martín Fierro y Cruz, por ejemplo, parte de un acto de traición.
Además, los argentinos siempre
sentimos que la historia nos ha traicionado y que lo que tenemos hoy no es lo
que nos merecemos.
Yo no creo que la traición sea
autorreferencial en un sentido personal porque yo soy muy leal a mis amores, a mis
pasiones, a mis amigos y a mis hábitos, sobre todo. Pero siento que vivimos en
un mundo que traiciona permanentemente.
Además, aunque no soy creyente,
me he educado en una religión que tiene a la traición como acto esencial. La
traición de Judas a Jesús, es el mayor misterio del cristianismo. He escrito
una obra sobre Judas en la que, sin embargo, no reivindico la traición, sino
que intento demostrar que Judas nunca traicionó a Jesús, sino que fue un pacto
entre dos amigos para producir determinados hechos en contra del Imperio
Romano.
En la literatura de Borges y de
Artl también aparecen permanentemente las traiciones, así que supongo que algo
debe haber en nuestro país que nos lleva a escribir sobre esos temas. Pero yo
trato de no meditar mucho sobre ellos y de simplemente, escribir.”
Otra entrevista, realizada por Astrid Riehn en mayo de 2011, y publicada en
http://www.elortiba.org/abecas.html:
“– ¿Es consciente de que es una especie
de guardián de la memoria literaria argentina?
–Con la muerte de Sábato fue la
primera vez que me hicieron sentir como depositario de cierta memoria, y no sé
si tengo ganas de ser el vademécum de un cierto momento de la literatura
argentina. Pero sí, en parte es así, yo hablé con Marechal, con Borges, con
Bioy Casares, con Cortázar… Debo ser de los pocos que los ha conocido a casi
todos. Recuerdo que cuando se reeditó El
otro Judas, Manuel Mujica Láinez me escribió una carta muy generosa, con su
hermosísima letra de académico, diciéndome que lo había leído con mucho gusto y
que yo tenía la suerte de poder escribir teatro porque consideraba que el drama
era la piedra de toque del escritor y que él no había podido hacerlo nunca. Fue
muy conmovedor, sobre todo porque nosotros habíamos criticado sin piedad a Bomarzo en El escarabajo de oro. También
recuerdo que un día caminábamos por la Feria del Libro y había una gran
fotografía de Sábato con esa cara atormentada que tenía siempre, con la vena
terrible, y Mujica Láinez miró la foto y dijo: “Sí, sí, este sufre y sufre,
pero nos va a enterrar a todos.” Y en efecto, estuvo a punto de enterrar a todos
(risas). En esa época todavía estaban vivos Cortázar, Borges, Bioy Casares,
Marco Denevi, Beatriz Guido, Viñas, tipos de mi generación como Juan José Saer,
Fogwill, Isidoro Blaisten…
–Sin embargo, usted era más joven que muchos de los
escritores que frecuentaba. ¿En qué generación se enmarca?
–Sé que desde un punto de vista sociológico pertenezco a la
generación del ’60, pero siempre sentí que los escritores se dan de a uno.
Pertenecés a una época, ¿pero a una generación? Yo tenía probablemente más
puntos de contacto con Cortázar, que me llevaba 22 años, o con Marechal, que me
llevaba 35, que con los escritores de mi generación. El otro Judas o Israfel no
son una obra de la generación del ’60; El
que tiene sed y Crónica de un
iniciado, tampoco.
–Volviendo a sus obras de teatro, en El señor Brecht en el Salón Dorado, el protagonista, Hauser,
afirma: “cuando no es tu puerta la que están
tocando, y eso te da alegría (…) agradecer a Dios es un pecado inmundo”. ¿Cómo
sonaron esas líneas en 1982, durante la dictadura?
–Supongo que esa pregunta hizo correr
como un escalofrío de malestar entre la gente que estaba en el Salón Dorado del
Colón, y me han dicho que también molestaba cuando la hizo Teatro Abierto en el
’83, antes de que asumiera Alfonsín.
– ¿Sintió miedo en esos años?
–Intenté seguir escribiendo como
siempre y poniendo el compromiso en El Ornitorrinco, donde publicamos un
editorial antimilitarista contrario a una posible guerra con Chile o una
solicitada de las Madres. La cuestión era ver hasta dónde se podían desplazar
los límites de la censura. En 1977, cuando se hizo Israfel en Mar del Plata, me vinieron a entrevistar La Capital o La
mañana. Acepté con la condición de poder intercalar una pregunta: “¿Dónde está
Haroldo Conti?” Y la pregunta se publicó. El que tuvo problemas luego fue el
periodista, y ahí descubrí otro secreto en relación con la censura: a veces, el
que corre riesgo no es tanto el autor de una declaración, sino el que pregunta.
Yo tenía la postura casi mágica de no permitir que el miedo invadiera mi mundo
personal. Me repetía la frase aquella de Sartre en La República del silencio: “Nunca fuimos más libres que bajo la
ocupación alemana.” Y es así; la libertad se ejerce en acto. Hoy puedo decir lo
que quiero del gobierno, de los dirigentes sindicales, de los militares, y no
pasa nada. Sólo cuando te animás a decir ciertas cosas en tiempos de gran opresión
estás realmente ejerciendo tu libertad.”
De
crueldades, traiciones y vergüenzas.
Trabajaremos los siguientes textos (fuertes, no hay dudas), de Abelardo: La madre de Ernesto, Hombre fuerte, y El marica. Los ejes temáticos serán los siguientes:
a- El carácter
confesional.
En estos relatos –como en otros de su producción-,
"...Castillo postula una moralidad y una indagación en la mala conciencia
de sus personajes mediante una mirada a distancia y un diálogo directo con
ellos en segunda persona... [ ]... asume
el trance sartreano de la búsqueda y el arreglo de cuentas consigo mismo...".
En otras palabras, ese distanciamiento, queda sujeto a una doble marca:
·
la instancia temporal, ya que se trata del hombre
adulto que vuelve sus ojos hacia la adolescencia,
·
y el recurso de la narración en segunda persona.
Y ese distanciamiento es, precisamente, el que facilita
a los personajes asumir la responsabilidad de la confesión.
b-La mirada del otro.
En estos relatos de adolescentes, entonces, la
crueldad se ve asociada a la vergüenza. Si en términos generales, los
personajes de Castillo se muestran deliberadamente crueles y deliberadamente
cínicos, estos jóvenes no dejan de indagar en su propia conciencia.
Esa temática de
la vergüenza, permite marcar una asociación con el sustrato
existencialista, sobre todo de raigambre
sartreana, que opera de anclaje metafísico en gran parte de la narrativa de
Castillo. Como ha señalado Guillermo de Torre, el drama y la novela
existencialistas proponen "...la proyección de un estado de conciencia, de
un problema filosófico o moral".
La vergüenza que subyace y anima a esas confesiones de
episodios adolescentes, guarda estrecha relación con la preocupación existencialista del autor. La vergüenza deviene del
contraste entre nuestro ser-para-el-otro y nuestro ser para-sí. Contraste que
conlleva la defraudación, porque el otro sigue viendo en nosotros:
·
Lo que fuimos: la madre de Ernesto que ve en los
adolescentes a esos niños que compartían los juegos con su hijo;
·
Lo que fingimos ser
·
Lo que quisiéramos ser: el narrador de "El
marica" que se muestra ante su amigo César como un hombre
"desenvuelto", no con una intención de burla, sino porque desearía
ser eso que muestra.
Por otra parte, el
motivo de la vergüenza se vincula con el tema sartreano de la mirada, la
mirada del otro que es mi infierno porque me descubre tal como soy. La
confesión equivale a desnudarse ante la mirada del otro, a renunciar a mi
libertad.
c-La negación del otro.
Aun cuando allí no se aborda el fenómeno de la
vergüenza, también el relato "Hombre fuerte" demuestra fuertes
vínculos con el existencialismo sartreano.
En efecto, el conflicto que estructura la narración,
está representado por la reaparición del nicoleño, "ladrón de urnas y
matón", el hombre a quien Arana, cuando no era más que el segundón de un
político, había golpeado bárbaramente, hasta dejarlo casi muerto, abandonado "...en una cuneta del camino a San
Nicolás"
d- La posesión del otro.
Si el anverso de la crueldad pudiese estar
representado por el amor, en los relatos de Castillo crueldad y amor se
confunden largamente.
Los
personajes de Castillo –habitualmente son hombres los que se recortan en un
primer plano-, suelen aparecer girando en torno a lo femenino, de modo
que, a pesar de su carácter secundario en el plano de la narración, en un
sentido más profundo –como señala Policarpio Varón refiriéndose a Poe y al
escritor argentino- "...la mujer es en estos autores la presencia
dominante...".
Por otra parte, también este aspecto temático, enlaza
con el existencialismo sartreano. Siguiendo esas coordenadas, el amor significa en los cuentos de
Castillo una forma de poseer al otro en cuanto ser-que-mira. El amor, pues,
desde que procura una manera de dominación sobre el tú, implica un
enfrentamiento, con derrotados y vencedores:
...estoy
convencido de que el amor, la pasión, es un conflicto. Una conflagración. Usted
se ríe. Yo le digo que uno busca no sólo subordinar la voluntad del otro; busca
aniquilarlo... [ ] ... En el amor, mi amigo, uno devora o lo decapitan.
El hombre procura apropiarse del otro –de lo femenino-
en su carnalidad. Hay que apoderarse del otro, de asirlo en su libertad, para
cancelar su mirada:
Hacer el
amor es robarle la mujer a Dios. Porque para armar el amor y habitarlo, hay,
antes, que crear a la mujer, hacerla. La mujer es la casa del hombre, decían
los antiguos. Es cierto. La mujer es una casa construida según la lenta
albañilería de algún hombre.
Como señala Morello-Frosch, la literatura de Castillo es el reflejo de un mundo social
desesperanzado:
“...los personajes ya no respetan ni mantienen las
precarias alianzas que realizan. Se trata de desengañar, de infundir el rechazo
de aquellos que con su amor, su ternura o su deseo, puedan querer unírsenos o
hacernos responsables de su efecto.
Tanto el amor como la crueldad son, entonces, las
formas de las que se sirve el hombre para anular al otro. Se intenta reducirlo
a un puro objeto. El otro deviene en un en-sí acabado que se identifica con el
en-sí del mundo objetual y, por lo tanto, no susceptible de portar
subjetivaciones. Así quedo fuera de la mirada del otro; así, quedo a cubierto
de mi infierno personal.”
De esta manera, el
único refugio posible es el universo individual. La alternativa de
consustanciarse con los otros estaría representada por la actitud confesional
–acicateada por la vergüenza-. Pero en la medida en que la confesión se
construye desde la seguridad del distanciamiento, el hombre vuelve a
circunscribirse a su más irreductible individualidad.
Nota:
Bibliografía extraída de
Aurora, Enrique. Crueles,
traidores, avergonzados Una lectura de los cuentos de Abelardo Castillo. Artículo
publicado en Bitácora, revista de la Facultad de Lenguas de la
Universidad Nacional de Córdoba (Argentina), Año III, Nº 5, otoño de 2000, p.
33 y ss.
Voy a hablar no de sus Cuentos ni Novelas, sino de su Teatro Completo de un Abelardo desconocido y que reúne entre otros El otro Judas e Israfel mencionados. Dos obras que me han gustado sobremanera. El Judas bíblico y “necesario” según Abelardo para que el amigo (Jesús) trascienda. Y el Israfel tan inquietante desde el mismo título y que atraviesa la vida y la pasión del eterno Edgar Alan Poe.
ResponderEliminarVa mi aplauso a Abelardo, cuentista maravilloso y a modo de homenaje aunque el hombre tiene su genio, no puedo menos que sonreírme al recordar una conversación telefónica cuando quise o intenté asistir a su taller de escritura. Charla que él concluyó cortante de la siguiente manera:
"Hacé de cuenta que en esta media hora de teléfono te di diez años de taller. Y ahora te dejo porque acaba de llegar una sobrina"...
Aún me sonrío por lo de la sobrina y me pregunto mientras lo aplaudo: ¿Me habrá hecho el cuento?