Del primer autor, el sudafricano Coetzee, daremos esta semana ciertas claves para entender su
escritura, de un estilo lacónico, despojado de efectos.
Además incluiremos a
Doris Lessing y Le Clézio que no son
africanos, ya que pertenecen a la tradición inglesa y francesa
-respectivamente-, pero comparten una mirada particular debido a su contacto profundo
con África.
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ohn Maxwell Coetzee
nació en Ciudad del Cabo, Sudáfrica, en 1940.
Pasó su infancia y su primera etapa formativa entre Ciudad
del Cabo y Worcester. Se licenció en matemáticas e inglés en la Universidad de
Ciudad de El Cabo.
A comienzos de los años 60 se desplazó a Londres
(Inglaterra), donde trabajó durante algún tiempo como programador informático.
Dejó constancia de esta etapa de su vida en su novela Juventud (2002). En 1969 se doctoró en lingüística computacional
en la Universidad de Tejas en Austin (EE. UU.). La tesis consistió en un
análisis computarizado de la obra de Samuel Beckett.
Después dio clases de lengua y literatura inglesas en la
Universidad Estatal de Nueva York en Búfalo (EE UU) hasta 1983. En 1984 volvió
a Sudáfrica a ocupar una cátedra en Literatura inglesa en la Universidad de
Ciudad de El Cabo, donde ejerció la docencia hasta su retiro en el año 2002.
En
la actualidad desempeña funciones de investigador en el Departamento de inglés
de la Universidad de Adelaida (Australia), país del que recibió la nacionalidad
australiana, sin que ello según él le aleje de Sudáfrica, su lugar de
nacimiento y donde transcurre gran parte de su obra.
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laves para entender a
Coetzee: “El huésped difícil”.
“Buena parte de la literatura Coetzee deriva su fuerza de
reparar un origen perdido”, asegura Juan
Villoro, fiel lector del narrador sudafricano. Lo explica así:
“J. M. Coetzee perdió algo más restringido que una
ciudad, una región o un país: la granja en la que pasó los mejores días de su
infancia y que fue mal administrada por su familia.
Este giro adverso representó una suerte de exilio. Aunque sólo iba ahí de vacaciones, se
trataba de un refugio en tierra extraña. Coetzee proviene de un núcleo afrikaner,
pero fue educado en la comunidad inglesa a la que nunca se integró del todo.
Las leyes raciales y la ascención del Partido Nacionalista complicaron las
tensiones entre los grupos sociales sin que él se identificara con ninguno de
ellos.
Los negros le parecían menos rudos que los afrikaner, pero
su sed de venganza era mayor. En las revueltas de fines de los años cincuenta
señalaron el destino de la raza blanca: "los vamos a tirar al mar".
Miembro de una familia un tanto excéntrica, John Maxwell no iba a misa, leía y
usaba zapatos. Tenía parientes pero no amigos.
Esta vida endogámica resultaba
llevadera en la granja, tan extensa que se podía ir de cacería sin salir de sus
límites. En Infancia: escenas de la vida en provincia (1997),
primer volumen de su autobiografía en
tercera persona, Coetzee recuerda:
Debe ir a la granja
porque no hay ningún otro lugar en el mundo que ame más o que pueda imaginarse
amar más. Todo lo que resulta complejo en su amor por su madre se torna simple
en su amor por la granja. Sin embargo, desde que tiene memoria, este amor tiene
un punto de dolor. Puede visitar la granja, pero nunca vivirá allí. La granja no es su hogar; nunca será más
que un huésped, un huésped difícil.
Poco después, añade: "Él tiene dos madres. Ha nacido
dos veces: ha nacido de una mujer y de la granja. Dos madres y ningún
padre."
La figura paterna se borra en su vida tanto como él desearía que se borrara Sudáfrica. Desde la adolescencia quiere salir, a cualquier precio.
Durante diez años, primero en Londres y luego en Austin,
repasa las condiciones de su exilio: huyó
de una patria que jamás fue suya y que sin embargo lo persigue. En Juventud (2002),
segundo tomo de sus memorias, se refiere al país fantasmático que lo asedia:
"Le desconcierta advertir que aún escribe de Sudáfrica. Le gustaría dejar atrás su identidad
sudafricana del mismo modo en que dejó atrás a la propia Sudáfrica.
Sudáfrica fue un mal comienzo, una desventaja."
Para él, la narrativa es una forma del desarraigo, un
itinerario sin brújula: "No escribes porque tengas algo que decir. La
escritura revela lo que querías decir."
Esto en modo alguno supone la
adopción de un automatismo o del libre flujo de la conciencia; Coetzee es uno
de los mayores racionalistas de la prosa; su
verosimilitud no deriva de lo que los personajes creen sino de los hechos, casi
siempre adversos.
El título de otra novela, En el corazón del país (1977), expresa la paradoja de habitar un
centro inerte, rodeado de vacío, donde la protagonista confunde el
"tú" con el "yo". La
estética de Coetzee es la de un exilio sin referente. Sus personajes están
separados, pero no saben de qué. Sin la granja que le sirvió de reserva
emocional, el novelista estaba en terreno ajeno. Le quedaba Sudáfrica. Un mal
comienzo. La desventaja.
En Costas Extrañas.
Ensayos, 1986-1999 (Stranger Shores: Literary Essays, 1986-1999), publicado
en 2001, Coetzee reseña Los años milagrosos, cuarto tomo de la
biografía de Dostoyevski escrita por Joseph Frank. Desde el inicio, Coetzee,
con su artículo "¿Qué es un clásico?", título del conocido ensayo de T.S.
Eliot, quiere descifrar los hitos
literarios con los que ha construido su obra, su origen occidental, como
contrapunto a su experiencia vital sudafricana.
La razón, la pasión y
emoción que le han enseñado diversos autores y que necesita de un planteamiento
profundo, radical y libre para poder reconocer lo humano. Su método de análisis
se parece al de un investigador de homicidios: presenta pruebas, rehúye la
adjetivación y el subjetivismo; argumenta con pocos adjetivos, a través de los
datos y las citas.
Quizá su formación de matemático y programador de
computadoras lo inclina a escribir ensayos de contenida o casi nula emotividad.
El corazón endurecido, del que tanto se queja en Infancia, no pierde el pulso mientras se ocupa de hombres de
intensa taquicardia. Nada más distinto a los incendios de Dostoyevski que la impasible
mirada de Coetzee, y sin embargo, están unidos por una poética del dolor.
La literatura rusa ha sido un continuo afluente de Coetzee.
Cuando vivía en Londres y aún no pensaba en escribir prosa, escuchó en la BBC
un poema en el que Joseph Brodsky describía su mazmorra como un sitio "tan
oscuro como el interior de una aguja".
Años después de este vendaval
iniciático, Coetzee estudió la relación de Mandelstam, Babel, Pasternak y
Solyenitzin con la censura soviética, y admiró en los ensayos autobiográficos
de Brodsky su capacidad de retratar una
realidad abyecta sin colocarse en posición de víctima, recurso esencial
para un escritor que sólo se interesa en una desgracia si es extrema. La
célebre opinión de Tolstói acerca de que las
familias felices no tienen historia, ha sido exacerbada por el discípulo
Coetzee.
Comparada con la vida trágica de Dostoyevski, la del
novelista sudafricano parece una reiteración del tedio. Con descarnada
franqueza, Coetzee se presenta en sus memorias como un hombre con más complejos que problemas reales, que utiliza su
elevado cociente intelectual para aburrirse.
Si el destino le ofrece una
extraña oportunidad de felicidad, la rechaza con prontitud. Narrada a la
distancia, la desdicha se presenta para él como un programa creativo, el
combustible de una obra por venir. Coetzee no se condena ni exonera; ofrece
pruebas de cargo. Está dispuesto a sufrir pero el entorno le brinda estímulos
mediocres. Sin embargo, pasa por la universidad, el trabajo en IBM, las
pensiones y las oficinas de la normalidad escuchando en todas partes el tren del
deportado.
Una niñez de Coetzee difícil pero más o menos común. Ni
inglés ni afrikaner, John Maxwell opta por los rusos contra los norteamericanos
y se declara católico (aunque sus padres son ateos) en una escuela de
protestantes.
Es raro, pero no único. Su rasgo distintivo está en otra
parte: odia el cariño de su madre, no sabe qué hacer con él, cómo estar a su
altura. Retraído en la calle, es un tirano en la casa. Maltrata a su madre, la
desprecia.
De manera atroz, ella insiste en su bondad.
Años después, ya en
Londres, Coetzee cree haber cortado con ella. No es hijo de nadie. Sudáfrica ha
dejado de existir. Indiferente, incontenible, la madre le envía cartas en las
que reitera su cariño.
El afecto parece alimentarse de sí mismo y fluye hacia
quien no es capaz de recibirlo. Coetzee no tiene moneda de cambio para la
bondad. La abomina, abjura de ella, pero no consigue alejarla. Secretamente, la
necesita".
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ensura y discurso
público
"J. M. Coetzee ha obtenido dos veces el Booker Prize, el Prix
Etranger Fémina, el Premio Jerusalén, el Premio Nobel. Sin embargo, la historia le escamoteó el galardón que en
verdad ambicionaba: ser censurado en Sudáfrica.
Cinco novelas suyas
aparecieron en tiempos del apartheid. Aunque algunas fueron temporalmente
confiscadas, ninguna recibió el honor de ser prohibida.
La policía de la
conciencia, tan temerosa del incendio que podían causar obras menores, pasó por
alto esos severos alegatos contra la dominación colonial y el racismo. Esto
sólo fue posible porque el azar dispuso que Coetzee fuera investigado por
censores cultos, capaces de convencer a las autoridades de que se trataba de un
artista de elevada universalidad.
Los
posibles lectores, aseguraron los censores, serían personas sofisticadas,
capaces de discriminar, interesadas en la literatura. Estos lectores
interpretarían su novela Vida y época de
Michael K como obra como arte y descubrirían que, aunque la trágica vida de
Michael K se ubica en Sudáfrica, en su problema hoy es universal.
Así comenzó la doble percepción de Coetzee. Para los
lectores de otras latitudes se trataba de alguien
que, así se ocupara de la Rusia zarista o la isla de Crusoe, aludía siempre a
la condición sudafricana.
En cambio, algunos de sus coetáneos lo vieron
como alguien levemente desarraigado, un
explorador sin pasaporte definido que pasó largos años en Texas, donde se
ocupó de temas en apariencia muy poco africanos (la función del silencio en
Kafka, los modelos combinatorios que permiten la prosa de Beckett). La crítica
local le salvó el pellejo enfatizando el cosmopolitismo de sus empeños.
Sin embargo él mismo dice que sus palabras sólo se explican
por la matriz sudafricana y las alambradas de la conciencia. Desde la infancia,
descubrió que el mundo no es un hogar con una chimenea donde se cuentan
historias de conejitos, sino una intemperie barrida por el viento donde hay que
apretar los dientes. Fiel a esta visión, Coetzee se niega a suavizar su
entorno. Cortado con cuchillo, su lenguaje tiene la quemante objetividad del
hielo.
Pocas novelas
indagan en forma tan extrema los usos de
la hipocresía y la corrección política como Disgrace (1999), que por contigüidad lingüística se tradujo al
español como Desgracia, en vez del más apropiado Deshonra.
En 1950, las leyes sudafricanas tipificaron como delito la
cópula entre gente de distintas razas. Ese delirio
jurídico brinda telón de fondo a Esperando
a los bárbaros, documentando cuestionamientos a esas políticas raciales del
apartheid".
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na lectura de lo
sudafricano desde la perspectiva de los estudios poscoloniales.
Por su parte, Guillermo
Saccomano nos dice que “quizá pocos escritores contemporáneos como J.M.
Coetzee se presten para ser leídos a través de las propuestas de análisis del crítico palestino Edward Said.
Pareciera, de a ratos, que Coetzee leyó a Said, lo cual no es improbable, y que
su narrativa se presta deliberadamente a una
lectura de lo sudafricano desde la perspectiva de los estudios poscoloniales.
Prismar
una narrativa desde la política, como lo propone Said, no es ninguna novedad,
pero siempre es necesario refrescarlo y enriquece su lectura: “Lejos de
constituir un plácido rincón de convivencia armónica, la cultura puede ser un
auténtico campo de batalla”.
Desde esta perspectiva, Said propone analizar la literatura teniendo en cuenta las relaciones
entre imperialismo y cultura, ideología y lenguaje.
Nacido y criado en una familia de habla inglesa, pero con
una cotidianidad con el afrikaaner, Coetzee
es un observador tan cítrico como impiadoso de las tensiones de su entorno.
Con su novela Esperando a los bárbaros, publicada hace 20 años, Coetzee se ganó
una reducida pero sólida fama de escritor de culto, de escritor de escritores.
A la vez que se manifestaba un escritor
preocupado por lo social, Coetzee exhibía una formidable pericia narrativa con una no menos notable economía de
recursos. Las contradicciones socioculturales de Sudáfrica y una prosa lacónica, despojada de efectos, constituyen
el atractivo principal de su narrativa", concluye Saccomano.
Fuentes consultadas:
·
Guillermo Saccomanno: http://www.pagina12.com.ar/2001/suple/Libros/01-09/01-09-23/nota2.htm
· Edward Said: http://www.libreriamundoarabe.com/Boletines/N%BA79%20Feb.10/MitoChoqueCivilizaciones.htm
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sperando a los bárbaros. Esta novela de Coetzee es una de las
que trabajaremos durante este año. Aquí van el contexto y el análisis.
En 1904 el poeta Konstantino Kavafis (1863-1933, nacido en Alejandría, Egipto, de padres
griegos) escribió un enigmático poema: Esperando a los bárbaros.
Allí hablaba de una multitud vaciando las calles y regresando
sombría a sus casas porque ha comenzado a anochecer y no llegan los bárbaros. De algún modo, el
poema expresa la paradoja entre una larga tradición
cultural: los bárbaros, que constituyen eternamente la metáfora de una terrible
amenaza, pero que, al mismo tiempo, son invocados como la última esperanza de salvación.
Veamos el poema:
Esperando a los bárbaros, de Konstantino Kavafis
-¿Qué esperamos congregados en el foro?
Es a los bárbaros que hoy llegan.
-¿Por qué esta inacción en el Senado?
¿Por qué están ahí sentados sin legislar los Senadores?
Porque hoy llegarán los bárbaros.
¿Qué leyes van a hacer los senadores?
Ya legislarán, cuando lleguen, los bárbaros.
-¿Por qué nuestro emperador madrugó tanto
y en su trono, a la puerta mayor de la ciudad,
está sentado, solemne y ciñendo su corona?
Porque hoy llegarán los bárbaros.
Y el emperador espera para dar
a su jefe la acogida. Incluso preparó,
para entregárselo, un pergamino. En él
muchos títulos y dignidades hay escritos.
-¿Por qué nuestros dos cónsules y pretores salieron
hoy con rojas togas bordadas;
por qué llevan brazaletes con tantas amatistas
y anillos engastados y esmeraldas rutilantes;
por qué empuñan hoy preciosos báculos
en plata y oro magníficamente cincelados?
Porque hoy llegarán los bárbaros;
y espectáculos así deslumbran a los bárbaros.
-¿Por qué no acuden, como siempre, los ilustres oradores
a echar sus discursos y decir sus cosas?
Porque hoy llegarán los bárbaros y
les fastidian la elocuencia y los discursos.
-¿Por qué empieza de pronto este desconcierto
y confusión? (¡Qué graves se han vuelto los rostros!)
¿Por qué calles y plazas aprisa se vacían
y todos vuelven a casa compungidos?
Porque se hizo de noche y los bárbaros no llegaron.
Algunos han venido de las fronteras
y contado que los bárbaros no existen.
¿Y qué va a ser de nosotros ahora sin bárbaros?
Esta gente, al fin y al cabo, era una solución.
Son numerosas las teorías que han dado los exégetas de la obra
de Kavafis sobre este texto, como por ejemplo, la que lo explica como el reflejo
de un viejo anhelo egipcio de liberación de la ocupación británica a la que
estaban sometidos por sus vecinos sudaneses. Pero Kavafis no explicitó nada, y
al final del poema dejó sólo un lamento: “¿Y
que será ahora de nosotros sin bárbaros?”
Siete décadas más tarde, J.M. Coetzee, retomaba la
inquietante metáfora de Kavafis y la convertía en una sugerente parábola sobre
una civilización ciega y despótica que
exhibe constantemente su crueldad sin que sea percibida por sus súbditos.
Como dice el protagonista de su obra, un magistrado encargado de velar por el
orden del Imperio en una lejana frontera: “He
tenido delante de los ojos algo que salta a la vista, y todavía no lo veo”.
El magistrado (no hay referencia a ningún lugar explícito en
todo el relato) ha trabajado décadas reprimiendo a los bárbaros y sabe que
tanto las mentiras que el Imperio se cuenta a sí mismo en los buenos tiempos,
como las verdades que el Imperio cuenta durante las malas épocas, son las caras
de la moneda de la dominación imperial.
Coetzee intenta desmentir la desesperanza de Kavafis y la de las gentes
venidas de más allá de las fronteras, que aseguran que ya no hay bárbaros. (Recordemos que el término bárbaro es un exónimo peyorativo que procede del griego y su
traducción literal es "el que balbucea". Pero en realidad los griegos empleaban el término para
referirse a personas extranjeras, que no hablaban el griego y cuya lengua
extranjera sonaba a sus oídos como un balbuceo
incompresible u onomatopeya: bar-bar
similar a nuestro bla-bla).
En su mirada de vigía sólo existe una única certeza: “el
dolor es la verdad, todo lo demás sigue sujeto a duda”.
Con el tiempo, el viejo magistrado cuyo objetivo principal
era mantener los intereses del imperio en la frontera, comienza a desvirtuar
sus funciones cuando entabla una extraña relación con una mujer de los
“bárbaros”. Ésta, joven y ciega, le va contando sus castigos y la manera como
quedó sin vista. El magistrado, en un acto de misericordia, le lava los pies
para aliviar sus penas, y terminan manteniendo una larga relación, pero cargada de silencios.
En su afán de acabar con veinte años de injusticias sobre
los bárbaros, el magistrado organiza una dura expedición a
través de un paisaje inhóspito, con la idea de que entregando la mujer a su gente,
conseguiría la paz entre los dos pueblos en conflicto: el suyo y el de los bárbaros. Después de la traumática
aventura y ya de regreso al lugar de donde no debió partir, comienza un nuevo suplicio para el
magistrado al ser considerado un traidor, y en consecuencia, es puesto en prisión.
Así llegó su miseria y el hambre que casi le causa la muerte: “Quiero volver a
estar gordo, más gordo que nunca. Quiero oír el gorgoteo satisfecho de mi panza
cuando cruce mis manos sobre ella, quiero sentir cómo se hunde mi barbilla en
la mullida papada y cómo se me bambolea el pecho al caminar. No quiero volver a
pasar hambre”.
Esperando a los bárbaros es un libro que se puede leer desde cualquier perspectiva política, en donde el imperio y su hegemonía es el punto
de atención para el análisis de la lectura:
“los imperios no han ubicado su
existencia en el tiempo circular…sino en el tiempo desigual de la grandeza y la
decadencia, del principio y el fin, de la catástrofe…la inteligencia oculta de
los imperios sólo tiene una idea fija: cómo no acabar, cómo no sucumbir”.
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oris Lessing, (nacida en Kermanshah, Persia, actualmente
Irán, en 1919), es una escritora británica, ganadora del Premio Nobel de Literatura
en 2007.
Su padre, oficial del ejército británico, fue víctima de la
Primera Guerra Mundial, donde sufrió graves amputaciones.
Cuando contaba seis
años, su familia, atraída por las promesas de hacer fortuna cultivando maíz,
tabaco y cereales, se trasladó a Rodesia
del Sur, antigua colonia inglesa, hoy Zimbabue, donde pasó tanto una
infancia como una juventud
problemáticas, condicionada por el paisaje africano y la frustración de unos
padres (sobre todo su madre) que no consiguieron realizar sus sueños.
Se educó en varias escuelas de Salisbury (Harare), pero abandonó
los estudios a los catorce años y se casó dos veces: primero a los 19, con un
funcionario al que dio dos hijos, y en segundo lugar, por conveniencia, con el
exiliado alemán Gottfried Lessing en 1944, un camarada del partido comunista
con quien tuvo otro hijo, el único que la acompañaría a Londres cuando partió
definitivamente en 1949.
El contacto con África y el profundo amor que sintió por
esta tierra constituyó la materia narrativa de algunas de sus novelas; el tema
de la emancipación de la mujer abunda también en su obra de ficción. En 1950 ya
había publicado Canta la hierba, una
novela que tuvo buena acogida acerca de la vida en África, a través de la cual se opone a la política racial en años en
los que el tema no era bien recibido en Inglaterra.
Gracias a esa novela, y
sobre todo a su tenacidad, consiguió abrirse camino en el mundillo literario
londinense a lo largo de los años cincuenta, al tiempo que pasaba de manera
fugaz por el partido comunista británico y consolidaba su imagen de firme detractora de la segregación racial en África del
Sur.
Aparte de demostrar ser una notable autora de narraciones
breves (como en el volumen Cuentos
africanos, de 1951), Lessing también incursionó en el terreno de la
fantasía como ángulo de observación de la condición humana, un género definido
como "space or cosmic fiction". Conopus
en Argos. Archivos (1979-83) es el título de este ciclo concebido bajo las
leyes de aquel género. Con este ciclo rompe con el realismo tradicional y
describe acontecimientos épicos y míticos de un universo ficticio.
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l cuaderno dorado
Pero probablemente sea El
cuaderno dorado (1962) la novela que más fama haya otorgado a Doris
Lessing. Es un relato de sus experiencias colonialistas, sus relaciones con
otras mujeres, su vida intelectual en los ambientes progresistas y marxistas de
Salisbury y Londres, sus dificultades como novelista y su desencanto
revolucionario, paralelo a la madurez y a la angustia ante la soledad.
Se trata sin duda de una de las pieza maestra de la literatura inglesa, con
su despiadado análisis de las actitudes políticas, de los tópicos y de los
ritos de la vida británica tradicional.
La trama, de un marcado cariz
autobiográfico, gira en torno a tres temas clásicos: la necesidad de tomar un interés
activo en temas políticos, la psicología de la mujer madura y el conflicto
generacional.
Los recuerdos de la prolongada residencia de su protagonista
Anna, en África, que constituyen el tema de una novela que ha publicado con
éxito, están recogidos en otro de los cuadernos, donde narra su acercamiento a
los comunistas y su posterior decepción, así como los ecos de la Segunda Guerra
Mundial tal como llegan a la remota colonia británica.
Sin embargo, la propia autora señaló que su propósito no era político, sino
literario: "Cuando se es una escritora
perteneciente a la tradición inglesa, una debe ser consciente y sentirse
agradecida de un patrimonio que significa no tener que luchar como mujer para
ser publicada y valorada. En Inglaterra las mujeres se han ganado la vida como
escritoras desde hace siglos y, a veces, protestando con energía contra su
destino. Mi agradecida conciencia de este patrimonio es la razón por la que
suscribo la máxima de Virginia Woolf, según la cual las escritoras serán libres
cuando, sentadas a escribir, no piensen si escriben o no como mujeres".
En 2001 recibió el premio Príncipe de Asturias de las Letras
y en 2007 el premio Nobel de Literatura.
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ríticas por el Nobel.
Autores como Ana María Moix, Germán Gullón, o Mario Vargas
Llosa alabaron sus méritos literarios tras la concesión del galardón, lo mismo
que dos de sus traductores, Carlos Mayor y Dolors Gallart.
Pero, simultáneamente, otras voces críticas se han alzado contra
esta decisión:
El crítico literario estadounidense Harold Bloom tildó la
decisión de la Academia Sueca de "políticamente correcta". Afirmó estar de acuerdo con las cualidades admirables de Lessing al comienzo de su carrera, pero en absoluto con su trabajo de los últimos 15 años...
El crítico literario alemán Marcel Reich-Ranicki desde la
Feria del Libro de Fráncfort consideró el Nobel como una "decisión
decepcionante", prefiriendo a escritores en lengua inglesa más significativos, según su opinión, como John Updike o Philip Roth.
También Umberto Eco, en el mismo foro, a pesar de considerar
que la autora merecía el premio, admitía su sorpresa por la decisión
declarando: "es extraño que el
premio lo vuelva a ganar un autor de lengua inglesa tan poco tiempo después de
Harold Pinter."
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e Clézio, Jean-Marie Gustave. (Niza, Francia, 1940).
Su nacimiento en Niza se produce azarosamente. Le Clézio
proviene de una familia bretona emigrada a Isla
Mauricio en el siglo XVIII. Su padre es inglés y su madre bretona; vivieron
en África donde él trabajó hasta
jubilarse, y ella volvió a Francia
sólo para tener a sus dos hijos.
Así sucedió en 1940 con el futuro escritor, pero al
iniciarse en ese momento la Segunda Guerra Mundial su padre, dada su
nacionalidad, no pudo ver ya a su familia que quedó en Niza. En esta ciudad su
madre (que se escondía de la Gestapo) y su abuela enseñaron a leer a Le Clézio.
Cuando tenía 8 años, se trasladó un tiempo con su madre y
hermano a Nigeria, donde su padre
servía como cirujano en las Fuerzas Armadas Británicas; este viaje en la
infancia fue definitivo, y la figura paterna le inspirarán la novela Onitsha (1991) y El africano (2004), donde retoma su experiencia con su padre en un
escrito muy personal.
Le Clézio inició sus estudios superiores en la Universidad
de Bristol de 1958 a 1959, pero terminó su licenciatura en la Universidad de
Niza. Era un gran espectador de cine, como se reflejará en libros futuros, así Ballaciner de 2007. Después de graduarse
como doctor en letras, se mudó a los Estados Unidos como profesor. En 1967, fue
enviado a Tailandia para realizar el servicio militar, pero, expulsado por
protestar contra la prostitución infantil, fue enviado a México para cumplirlo.
Entre 1970 y 1974, vivió con los indios Embera-Wounaan de Panamá. Escribió una
tesis doctoral sobre Henri Michaux, por la que obtuvo un máster en la
Universidad de Aix-en-Provence, en 1964; más tarde, en 1983, escribió otra
tesis en la Universidad de Perpiñán sobre los comienzos de la historia de
México: La conquista de Michoacán.
Tras especializarse en literatura francesa, Le Clézio se
hizo famoso a los 23 años con su primera novela, Le Procès-verbal (El atestado),
de 1963 que fue seleccionada para el Premio Goncourt y que obtuvo el Premio
Renaudot de ese año. En ella definía su
literatura como existencialista, pero también próxima a las obras de sus
coetáneos Georges Perec y Michel Butor que estaban revolucionando la
literatura. Desde entonces, ha publicado más de cincuenta libros, entre
cuentos, novelas, ensayos, dos traducciones sobre la mitología hindú, un
sinnúmero de prefacios y comentarios en diversas publicaciones.
Desde 1990 ha alternado su lugar de residencia entre
Albuquerque (Nuevo México, Estados Unidos), Mauricio —isla donde ha realizado
una investigación amplia sobre sus orígenes familiares (tiene también esta
nacionalidad desde hace decenas de años)—, y Niza.
Le Clézio ha tenido otros reconocimientos: fue el primero en
obtener el Premio Paul Morand en 1980, adjudicado por la Academia francesa, por
su novela Desierto. En 1994 fue
elegido por los lectores de la revista francesa Lire como el mejor escritor
francés vivo.
Y en 2008 fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura, por
ser "El escritor de la ruptura, de la aventura poética y de la sensualidad
extasiada, investigador de una humanidad fuera y debajo de la civilización
reinante".
El conocimiento actual sobre aspectos relativos a la
biografía de J.M.G. Le Clézio ha sido determinante para un mayor acercamiento y
una mejor comprensión de su extensa producción literaria.
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a obra de J.M.G. Le Clézio nos traslada a un fantástico
mundo tejido de ensueño o realidad donde los sentidos se convierten en el mejor
testimonio de una existencia marcada por un anhelo de felicidad, que se ve
colmado mediante la fusión en cuerpo y alma con la naturaleza.
El lector percibe
la luminosidad de sus paisajes, la
confusión sonora o los aromas y sabores de su entorno, y descubre una estética
que el autor se preocupa en crear.
Su carrera literaria puede dividirse en dos grandes
períodos.
- En el primero de ellos, de 1963 a 1975, Le Clézio exploró la locura, el lenguaje reiterativo, la escritura torrencial y se dedicó a la experimentación. La imagen pública de Le Clézio era la de un innovador rebelde, y recibió elogios de Michel Foucault y Gilles Deleuze.
A su primera novela, El
atestado, siguieron otras dos en las que también realizó una descripción de
los tiempos de crisis. Ellas son la colección de relatos La Fièvre (La fiebre) de 1965 y El
diluvio de 1966, en las que pone de manifiesto los conflictos y el miedo predominantes en las principales ciudades del
mundo occidental.
- El segundo periodo comenzó a finales de los años 70 en los que el estilo de Le Clézio viró drásticamente. Abandonó la experimentación; el estado de ánimo de sus novelas se convirtió en menos atormentado, abordó temas como la infancia, la adolescencia o los viajes.
Pero no hay que olvidar las obras que se centraron en la cultura amerindia, en la que
profundiza a partir de la traducción de obras como Les Prophéties du Chilam Balam (Las profecías de Chilam Balam) o El sueño mexicano o el pensamiento
interrumpido. La temática de sus obras cambió, fue centrándose en viajes y
mundos desconocidos.
Sin embargo, como el autor señala, él no viaja en realidad,
sino que busca distintos lugares para implantarse; pues, una vez elegidos,
quiere adaptarse en ellos, adquirir todas las costumbres del lugar elegido en
cada etapa: "Son para mí como vidas sucesivas". De ahí la fuerza de
su literatura.
AFRICA, un continente que posee una Naturaleza irrefrenable que todo y a todos subyuga, y sin embargo pienso, que estos premios Nobel de literatura que también nos han conquistado con su escritura, no lo han hecho precisamente por la cuestión tan "visible" de la Naturaleza y de su hermosa vida salvaje.
ResponderEliminarEllos, aún inmersos en un continente de una belleza inusual, hablan y escriben sobre otra cosa, ¿cuál?, la que nos cuentan desde sus cuentos y sus novelas, cuestiones que hablan también de una vida "salvaje" que nada tiene que ver con aquella tan hermosa que nos brinda la Naturaleza africana.