El tiempo y el espacio del taller de lectura plasmado para:



leer de diferentes maneras (por arriba, por abajo, entre líneas, a fondo, participando del texto, recreándolo),



dar cuenta de los procesos culturales en que surgen y son comprendidas o cuestionadas las obras literarias,



pensar (discutiendo, asombrándose, dejándose llevar por lo que los textos nos dicen -pero parece que no dijeran-),



y por sobre todas las cosas, y siempre, disfrutar de la buena literatura.








domingo, 3 de julio de 2011

La presencia amenazante del otro


La potencia de un texto originario se mide en los textos que reencarna. Son los autores posteriores, advierte Harold Bloom, quienes deciden el lugar de un texto en el canon, y lo hacen escribiendo nuevos textos. Por eso, después de haber leído El Matadero y Facundo, vamos a ver cómo se resignifica  el tema durante el siglo XX.

Antes, unas consideraciones.

Con la aparición de El Matadero y Facundo, queda instalado de una manera fundante y para siempre el tema del otro en la  literatura argentina, marcadamente desde la perspectiva del otro como amenaza, como dicotomía irresoluble: gauchos versus letrados, civilización versus barbarie,  y desde el lugar hegemónico de las clases dominantes se va profundizando la relación masas populares-caudillismo con una connotación clasista que pone a lo popular como la amenaza de quiebre del orden.



Leemos en Civilización o Barbarie: de “dispositivo de legitimación” a “gran relato”, cómo la socióloga argentina contemporánea Maristella Svampa  ilustra el modo en que se producen procesos de resignificación, tanto del polo civilización como del polo de la barbarie.
La actualización de la imagen sarmientina se produce al calor de las luchas políticas, en determinados momentos históricos, en contextos políticos de gran aspereza. Es esta agudización de los conflictos la que explica los diferentes giros que fue adoptando la imagen original. Dicha imagen expresaba las dos dimensiones del proyecto civilizatorio: la que excluía  y la que integraba.  
 -Hacia 1880, era símbolo de un discurso del Orden (la organización nacional, luchas entre unitarios y federales, con todas sus consecuencias políticas); expresaba también la  legitimación política, en nombre de valores como la Civilización y el Progreso europeo. Es decir, la absorción de la barbarie por la civilización para lograr el triunfo incuestionable de la civilización. Como era el discurso del  poder (los sucesivos gobiernos liberales), quien le daba legitimación política, la imagen se articulaba en el lenguaje de la exclusión, porque era el principio en nombre del cual se había eliminado o marginalizado a una parte de la población nativa: gauchos e indígenas. Eliminar lo indígena para así incorporar el Estado al círculo de las naciones "civilizadas" de Europa.
-Otro momento  es 1910, en la época del primer centenario, en la cual se da la ampliación de la figura del bárbaro. El bárbaro que antes aparecía encarnado por los sujetos nativos, sea indígenas como gauchos, va a abarcar cada vez más al inmigrante, a la figura del inmigrante, que amenaza cada vez más el orden social existente. Ese inmigrante que la elite creía que era un fragmento dominable, sumiso en sus manos, y que lejos de eso se organiza en los distintos sindicatos anarquistas, sindicalistas y socialistas. Entonces, asistimos en la época a un proceso de ampliación de la figura del bárbaro, y al mismo tiempo la elite, en el festejo del Primer Centenario, apuntará a rescatar la idea misma de tradición, que había sido negada, para asociarla al gaucho desaparecido, al que ya no está, al que se ha ido, que ya no molesta, a fin de vincular civilización y tradición con el núcleo criollo fundador. El escritor Leopoldo Lugones es el encargado de enunciar y legitimar no solo al poema “Martín Fierro” de José Hernández como el “poema nacional” por excelencia, sino también de resignificar la figura del gaucho que pasa de ser el enemigo de la civilización –según Sarmiento- a ser el “arquetipo” de la argentinidad –según Lugones. 
-Una tercera operación se da en 1945, con la irrupción política del peronismo. Época en la cual  la imagen sarmientina acompaña las transformaciones profundas. Serán los populistas quienes harán el rescate de esa barbarie revalorizada positivamente en nombre de un pueblo-nación que puja por su liberación a lo largo de la historia, oponiéndose a esa oligarquía dominante.  Sin embargo para los liberales,  la figura fantasmática de la barbarie señalaba así la existencia de un elemento al parecer no representable o una barbarie “interior” donde se mezclaban consideraciones pseudocientíficas acerca de las masas. Expresaba también un rechazo de la existencia de los nuevos conflictos sociales. Este sentimiento de fragilidad social vivido durante los últimos años del S.XIX, vuelve a experimentarse durante la época del peronismo: la entrada de las masas señalaba la amenaza de una exterioridad social. El peronismo representaba precisamente este “exceso”, este fantasma del desborde social, que el temor de la disolución social cristalizaba en el tema de la barbarie, y que tuvo su momento de inflexión el 17 de octubre de 1945.
-En la Argentina de los últimos años, después del menemismo pero sobre todo después de las crisis sociales y económicas de 2001, la imagen de la peligrosidad y el fantasma de la descomposición social, aparece ilustrada muy especialmente por las poblaciones pobres movilizadas, (los movimientos de desocupados, los piqueteros, etc.) los que han venido a encarnar la figura de las nuevas clases peligrosas.
En la actualidad, la imagen sarmientina aparece debilitada como esquema de lectura idealista, pero continúa presente como aparente mecanismo de denuncia política, con la aspiración de convertirse  en relato global de la historia. Reaparece tanto en la reelaboración de la figura de las nuevas clases peligrosas, como en los intentos de insertar los conflictos actuales en esquemas demasiado básicos, de solo dos elementos (civilización o barbarie), simplificadores,  que por un lado anulan la existencia del otro (es uno u otro, no uno y otro), pero  lo que es más preocupante, tienden a activar prejuicios racistas y clasistas de lo más elementales,  desplazando el conflicto por fuera de toda disputa democrática.”

La fiesta del monstruo, de Bustos Domecq.
Como sabemos, Honorio Bustos Domecq es el autor ficticio de la colección de relatos escritos en colaboración entre Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares. Este cuento es considerado una visión crítica del peronismo, por la forma en que era percibido desde las élites aristocratizantes de la intelectualidad argentina: como el caos, que instalaría la irracionalidad: el monstruo no es necesariamente Perón; el monstruo de Borges y Bioy es el pueblo, como nos lo dice Gustavo Faverón Patriau.

La dicotomía civilización/barbarie del Siglo XIX  había sido planteada nuevamente por Borges, en su Poema conjetural, donde postulaba que el triunfo de los gauchos sobre los letrados era el quid que regía el “destino sudamericano” de la Argentina; pero el esquema argumental de La fiesta del monstruo se enmarca en la tradición del texto canónico de la literatura argentina: El matadero, de Esteban Echeverría, donde vemos las correspondencias entre ambos relatos:
•          el Monstruo encarnado por los “tiranos” Rosas y Perón;
•          los gauchos y matarifes federales asimilados a los “bárbaros” partidarios peronistas;
•          el joven unitario emparentado como víctima y símbolo de la civilización  con el universitario judío;
•          el matadero y el acto en la Plaza de Mayo como espacios físicos de la degradación.

Narrado en primera persona por un militante peronista –Borges y Bioy tratan de reconstruir el lenguaje popular–, la acción del cuento se centra en el viaje que éste realiza junto a un grupo de compañeros con destino a la Plaza de Mayo.

La interpretación más completa la dio Ricardo Piglia: Yo no diría que es una parodia de El matadero.., sino más bien una especie de traducción, de reescritura. Borges y Bioy escriben una nueva versión del relato de Echeverría adaptado al Peronismo. [...] La fiesta atroz de la barbarie popular contada por los bárbaros. [...] "La fiesta del monstruo" combina la paranoia con la parodia. La paranoia frente a la presencia amenazante del otro que viene a destruir el orden. Y la parodia de la diferencia, la torpeza lingüística del tipo que no maneja los códigos. [...] es un relato totalmente persecutorio sobre el aluvión zoológico y el avance de los grasas que al final matan a un intelectual judío.


La misma resignificación analizaremos próximamente en:
Casa Tomada, de Julio Cortázar,
Cabecita negra, de Germán Rozenmacher, y
El fiord de Osvaldo Lamborghini.

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