Mariana Enríquez, argentina, 1973. Nació en la ciudad de
Buenos Aires y es Licenciada en Comunicación Social (Universidad Nacional de La
Plata) y periodista. Actualmente escribe en los suplementos Radar, Radar Libros
y Las 12 del diario Página/12 y es columnista de la revista TXT. Su primera
novela, Bajar es lo peor, fue publicada en 1994. También es autora del libro Cómo desaparecer completamente (Emecé,
2004), Los peligros de fumar en la cama, (Emecé, 2010), un libro de
cuentos donde hace blanco en el terror en la infancia. Y últimamente su
nouvelle Chicos que vuelven(2011).
Veamos cómo el género gótico puede ser válido para sincerar
como un presente cotidiano, a la violencia de los ’70.
Su retórica posgótica, o el nuevo gótico argentino.
Cuando le preguntan por su afición a lo gótico, dice Mariana Enríquez: El gran BA de la parte sur, que es donde yo nací, está dividido por El riachuelo, un brazo pequeño del Río de la Plata, donde el agua es completamente negra porque está contaminado hasta el escándalo. Tiene muy poca profundidad. Es todo barro, basura, porquerías. Y muy frecuentemente -- esto es una situación totalmente gótica - se caen los coches y se hunden en esta agua negra poco profunda, que además tiene un olor muy particular, tanto de la curtiembre como de nafta. Es un cinturón de agua podrida que divide simbólicamente la gran urbe de "el resto". En el norte, que es la parte rica, también hay ríos, pero limpios. Por otro lado, las fábricas son totalmente fantasmales. Ahora algunas las están transformando en shoppings , pero la mayoría no. Por ejemplo quedan en pie muchos mataderos vacíos.
Cuando le preguntan por su afición a lo gótico, dice Mariana Enríquez: El gran BA de la parte sur, que es donde yo nací, está dividido por El riachuelo, un brazo pequeño del Río de la Plata, donde el agua es completamente negra porque está contaminado hasta el escándalo. Tiene muy poca profundidad. Es todo barro, basura, porquerías. Y muy frecuentemente -- esto es una situación totalmente gótica - se caen los coches y se hunden en esta agua negra poco profunda, que además tiene un olor muy particular, tanto de la curtiembre como de nafta. Es un cinturón de agua podrida que divide simbólicamente la gran urbe de "el resto". En el norte, que es la parte rica, también hay ríos, pero limpios. Por otro lado, las fábricas son totalmente fantasmales. Ahora algunas las están transformando en shoppings , pero la mayoría no. Por ejemplo quedan en pie muchos mataderos vacíos.
Un poco de historia
gótica.
La literatura gótica surgió en el siglo XVIII como respuesta
a las inquietudes de las almas más disconformes con el orden vigente, que buscaban
poder experimentar sensaciones prohibidas y huir de la rutina diaria. Pronto
una parte significativa de la sociedad asimila este nuevo género y lo utiliza
como válvula de escape.
La palabra gótico en sus orígenes se utilizaba para designar
la barbarie germánica (vasos), aquello medieval, el desorden y el caos, generalmente
con connotaciones negativas. Sin embargo, a medida que adelanta la segunda
mitad del siglo XVIII, algo empieza a cambiar en la sociedad: surge el gusto
por la arquitectura medieval y por las sombras.
Es en esta nueva atmósfera que aparece en Inglaterra la
figura de Horace Walpole (1717-1797) y su Castillo
de Otranto (1764), considerada por muchos la primera novela gótica. Más o
menos no hay duda de que se trata de la primera obra con elementos claramente
góticos:
- · un castillo,
- · una inocente princesa,
- · monjes,
- · sucesos sobrenaturales...
El género gótico llega a su plena madurez en la década de
1790 en forma de grandes novelas. Estas obras colosales sirven para
caracterizar perfectamente el género y su influencia se hace notar en muchos
lugares del continente europeo. Es en esta época en la que destaca Ann
Radcliffe (1764-1823), creadora de una de las obras más emblemáticas, Los misterios de Udolf (1794).
Las clásicas novelas góticas dejan paso a un gótico
influenciado por diferentes corrientes emergentes. Uno de los más influyentes
será el romanticismo. En 1818, Mary WollstoneCraft Shelley (1797-1851) publica Frankenstein o El Moderno Prometeo, obra
que trata sobre como un joven estudiante de medicina, Victor Frankenstein,
descubre la fórmula para devolver la vida a los cuerpos muertos. A partir de
restos de cadáveres consigue dar forma a una criatura con apariencia humana, de
proporciones monstruosas y de expresión horrible, pero que posee su propia
alma. Sin duda es una obra que contiene imágenes sobrecogedoras y angustiosas,
donde se muestran la desesperación, la venganza y la perdición del alma. En sus
páginas se cuestiona la figura del hombre como creador y se plantean los
límites morales de la ciencia.
En 1820, aparecerá la última obra de importancia que
constituirá el fin de la moda gótica: Melmoth
el Vagabundo, del clérigo irlandés Charles Robert Maturin.
La escritora norteamericana contemporánea Anne Rice, mezcla aquello cotidiano con
historias de vampiros, ha tratado de revitalizar temáticamente el terror
gótico. Por otra parte, Stephen King, uno de los escritores de terror más
importantes de la actualidad, es heredero de la tradición gótica.
Las escritoras mujeres.
Dice
Mariana en una entrevista (http://www.barcelonareview.com/73/resen.html):
A mí literariamente siempre me gustaron
muchísimo las escritoras mujeres. Y quizá no tanto porque me identificara. A
las escritoras se las suele pensar a partir de las escritoras del mercado de
los últimos años: Isabel Allende y su prole, que están muy preocupadas por el
hogar, el erotismo de la comida; pero eso es un fenómeno del mercado, no es la
literatura femenina real. Cuando yo leo literatura femenina real desde Emily
Brönte hasta Virginia Woolf, Catherine Mansfield, Carson McCullers son todas
perversas. Todas hablan de cosas sumamente oscuras, tienen una relación con la
sexualidad y con el cuerpo que es brutal, cruel, en algunos casos. Siempre me
gustó leerlas por eso, más allá de que fueran mujeres. Y me llamó muchísimo la
atención que esté instalado en el imaginario colectivo que la literatura
femenina es amable, cuando la mayoría de las escritoras son feroces: Marie
Shelley, ¡por favor!. Una hija de feminista que escribe un cuento donde revive
pedazos de muerto. Eso por un lado, por otro me cansa bastante el discurso ese
de "a mí siempre me trataron igual que a los hombres", "los
editores no hacen diferencias". Es una gran mentira. Si eres mujer cuesta
mucho más que te tomen en serio. A ningún hombre le van a preguntar si se
acostó con el editor, así sea gay. Y las
mujeres claramente en el campo literario no están en un lugar de poder: la
mayoría de los editores son hombres. Por eso a mí me interesa intervenir
políticamente.
- Tal vez de ahí la perversión, y el poder subversivo que
tuvo como estrategia en esa época, por una cuestión netamente práctica, porque
eran relegadas al hogar, mientras estás escritoras del mercado están bajo la
mirada del editor masculino...
- Claro, las otras
escribían solas y casi sin expectativas de publicar por eso son más honestas
consigo mismas. Eso de estar a la sombra tanto tiempo hace que finalmente seas
oscura. La sombra se te hace carne es inevitable.
- ¿Crees en la militancia política desde la literatura?
- La militancia política feminista está muy desacreditada,
no solo gracias a los hombres aterrorizados, también porque han habido luchas
internas bastante descorazonadoras. De todos modos es válida y enojarse con
ella me parece un disparate. Desde la literatura creo que solo el hecho de
publicar y meter en el mercado algo que no se espera de una mujer, ya es un
gesto político. Yo me quedo con eso. En mis dos libros, por ejemplo, mis
protagonistas son varones. Todos me preguntan "¿por qué?" La
respuesta es técnica: por ahora cuando escribo mujeres sale demasiado mi voz y
mi personalidad, me cuesta mucho distanciarme. Literariamente hace que la
construcción sea mejor. El motivo es técnico, pero la pregunta no es técnica.
"¿Por qué no escribes sobre mujeres, si las mujeres escriben sobre las
mujercitas y eso?". La pregunta va por ahí, la sorpresa tiene que ver con
eso.
La narrativa de
Mariana Enríquez: Personajes y atmósferas.
Vagos, histéricas y “raras”, en su mayoría, porteños y
porteñas que cargan la locura a cuestas, que son simultáneamente marginales
sociales y sujetos curiosos tocados por la creencia en otros mundos.
Aunque muchos de los personajes podrían definirse como
prototípicos de la ficción gótica, gracias a un lenguaje urbano y confesional
están reactualizados. Las protagonistas de “La Virgen de la tosquera” comparten
sin conflictos el imaginario de la bruja medieval y el de la piba de barrio.
Sin embargo, la figura literaria gótica, el tropos, se piensa después, puesto
que tenemos en un primer plano a un personaje contando diestramente su
anécdota, la cual empieza siendo anodina para luego colmarse de densidad. En
ese sentido, Enriquez logra crear
atmósfera, que es la base de estas narrativas. La revelación que espera el
lector es siempre contundente. Por un lado confirma lo terrible añadiendo
sorpresa y por otro transmite una incomodidad anómala.
Las mujeres de los cuentos hablan desde la impotencia y la
soledad, pero eso no quiebra sus discursos. Fumar
en la cama se convierte en riesgosa costumbre, metáfora de angustia, de
quien está enajenada por la rutina y el aislamiento. El cuento homónimo del
volumen sale de la lógica de la literatura de suspenso y de terror y juega con
un dato de la vida de Clarice Lispector. En Why this World, el biógrafo
Benjamin Moser cuenta que a la escritora sus adicciones le jugaron mal. La
mezcla de cigarrillos y pastillas para dormir ocasionó que en septiembre de
1966 casi muriera quemada en su cuarto, con la mano derecha terriblemente
lacerada por haber intentado salvar sus papeles del fuego y, después, por poco
amputada. La historia, que bien podría pertenecer al libro de Enriquez, se
rodea del misticismo de la religión afro-brasileña Umbanda, incluyendo una
posesión espiritual no pactada en el lujoso departamento de Copacabana de la
periodista Rosa Cass.
Un espiritismo más anodino aparece en el relato “Cuando
hablábamos con los muertos” y lo hace desde la particularidad de la historia
argentina reciente. Los difuntos que un grupo de amigas de secundaria quieren
contactar son desaparecidos. La narradora, la Pinocha, la Julita, la Polaca y
Nadia se reúnen para jugar ouija y en una de las sesiones deciden averiguar
sobre “sus” desaparecidos, unos más cercanos otros muy contingentes, aunque
sobre todos ellos se ejerce un tipo de propiedad. “Pero además la Julita era
muy tremenda: decía que si encontrábamos los cuerpos, si nos daban la data y
era posta, teníamos que ir a la tele o a los diarios, y nos hacíamos más que
famosas, nos iba a querer todo el mundo” (212).
La tragedia nacional
convertida, acaso neutralizada, por el uso mediático se reinstala en las nuevas
generaciones como referencia, parcialidad, rezago: “Pero ahora ya todas
sabíamos de esas cosas, después de la película La noche de los lápices (que nos hacía llorar a los gritos, la
alquilábamos como una vez por mes) y el Nunca
más —que la Pinocha había traído a la escuela, porque en su casa se lo
dejaban leer— y lo que contaban las revistas y la televisión” (214). Con
episodios así, Enriquez revierte el
sentido de la parodia de la ficción gótica (a la Northanger Abbey de Jane
Austen) que por momentos parece leerse en algunos de sus cuentos. Mientras que en las parodias personajes
afiebrados de literatura generan una atmósfera de suspenso que luego se
descubre prosaica, en Enríquez los protagonistas son encontrados por aquello
insólito que desean, que los libera de la banalidad de lo cotidiano y los hace
especiales. El verdadero terror duerme, pues, en la normalidad.
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