El tiempo y el espacio del taller de lectura plasmado para:



leer de diferentes maneras (por arriba, por abajo, entre líneas, a fondo, participando del texto, recreándolo),



dar cuenta de los procesos culturales en que surgen y son comprendidas o cuestionadas las obras literarias,



pensar (discutiendo, asombrándose, dejándose llevar por lo que los textos nos dicen -pero parece que no dijeran-),



y por sobre todas las cosas, y siempre, disfrutar de la buena literatura.








miércoles, 14 de diciembre de 2011

NNA: Mariana Enríquez.



Mariana Enríquez, argentina, 1973. Nació en la ciudad de Buenos Aires y es Licenciada en Comunicación Social (Universidad Nacional de La Plata) y periodista. Actualmente escribe en los suplementos Radar, Radar Libros y Las 12 del diario Página/12 y es columnista de la revista TXT. Su primera novela, Bajar es lo peor, fue publicada en 1994. También es autora del libro Cómo desaparecer completamente (Emecé, 2004),  Los peligros de fumar en la cama, (Emecé, 2010), un libro de cuentos donde hace blanco en el terror en la infancia. Y últimamente su nouvelle Chicos que vuelven(2011).
Veamos cómo el género gótico puede ser válido para sincerar como un presente cotidiano, a la violencia de los ’70.

Su  retórica posgótica, o el  nuevo gótico argentino.
Cuando le preguntan por su afición a lo gótico, dice Mariana Enríquez: El gran BA de la parte sur, que es donde yo nací, está dividido por El riachuelo, un brazo pequeño del Río de la Plata, donde el agua es completamente negra porque está contaminado hasta el escándalo. Tiene muy poca profundidad. Es todo barro, basura, porquerías. Y muy frecuentemente   -- esto es una situación totalmente gótica - se caen los coches y se hunden en esta agua negra poco profunda, que además tiene un olor muy particular, tanto de la curtiembre como de nafta. Es un cinturón de agua podrida que divide simbólicamente la gran urbe de "el resto". En el norte, que es la parte rica, también hay ríos, pero limpios. Por otro lado, las fábricas son totalmente fantasmales. Ahora algunas las están transformando en shoppings , pero la mayoría no. Por ejemplo quedan en pie muchos mataderos vacíos.





Un poco de historia gótica.
La literatura gótica surgió en el siglo XVIII como respuesta a las inquietudes de las almas más disconformes con el orden vigente, que buscaban poder experimentar sensaciones prohibidas y huir de la rutina diaria. Pronto una parte significativa de la sociedad asimila este nuevo género y lo utiliza como válvula de escape.
La palabra gótico en sus orígenes se utilizaba para designar la barbarie germánica (vasos), aquello medieval, el desorden y el caos, generalmente con connotaciones negativas. Sin embargo, a medida que adelanta la segunda mitad del siglo XVIII, algo empieza a cambiar en la sociedad: surge el gusto por la arquitectura medieval y por las sombras.
Es en esta nueva atmósfera que aparece en Inglaterra la figura de Horace Walpole (1717-1797) y su Castillo de Otranto (1764), considerada por muchos la primera novela gótica. Más o menos no hay duda de que se trata de la primera obra con elementos claramente góticos:
  • ·         un castillo,
  • ·         una inocente princesa,
  • ·         monjes,
  • ·         sucesos sobrenaturales...

El género gótico llega a su plena madurez en la década de 1790 en forma de grandes novelas. Estas obras colosales sirven para caracterizar perfectamente el género y su influencia se hace notar en muchos lugares del continente europeo. Es en esta época en la que destaca Ann Radcliffe (1764-1823), creadora de una de las obras más emblemáticas, Los misterios de Udolf (1794).
Las clásicas novelas góticas dejan paso a un gótico influenciado por diferentes corrientes emergentes. Uno de los más influyentes será el romanticismo. En 1818, Mary WollstoneCraft Shelley (1797-1851) publica Frankenstein o El Moderno Prometeo, obra que trata sobre como un joven estudiante de medicina, Victor Frankenstein, descubre la fórmula para devolver la vida a los cuerpos muertos. A partir de restos de cadáveres consigue dar forma a una criatura con apariencia humana, de proporciones monstruosas y de expresión horrible, pero que posee su propia alma. Sin duda es una obra que contiene imágenes sobrecogedoras y angustiosas, donde se muestran la desesperación, la venganza y la perdición del alma. En sus páginas se cuestiona la figura del hombre como creador y se plantean los límites morales de la ciencia.
En 1820, aparecerá la última obra de importancia que constituirá el fin de la moda gótica: Melmoth el Vagabundo, del clérigo irlandés Charles Robert Maturin.
La escritora norteamericana contemporánea  Anne Rice, mezcla aquello cotidiano con historias de vampiros, ha tratado de revitalizar temáticamente el terror gótico. Por otra parte, Stephen King, uno de los escritores de terror más importantes de la actualidad, es heredero de la tradición gótica.

Las escritoras mujeres.
Dice Mariana en  una entrevista (http://www.barcelonareview.com/73/resen.html): 
A mí literariamente siempre me gustaron muchísimo las escritoras mujeres. Y quizá no tanto porque me identificara. A las escritoras se las suele pensar a partir de las escritoras del mercado de los últimos años: Isabel Allende y su prole, que están muy preocupadas por el hogar, el erotismo de la comida; pero eso es un fenómeno del mercado, no es la literatura femenina real. Cuando yo leo literatura femenina real desde Emily Brönte hasta Virginia Woolf, Catherine Mansfield, Carson McCullers son todas perversas. Todas hablan de cosas sumamente oscuras, tienen una relación con la sexualidad y con el cuerpo que es brutal, cruel, en algunos casos. Siempre me gustó leerlas por eso, más allá de que fueran mujeres. Y me llamó muchísimo la atención que esté instalado en el imaginario colectivo que la literatura femenina es amable, cuando la mayoría de las escritoras son feroces: Marie Shelley, ¡por favor!. Una hija de feminista que escribe un cuento donde revive pedazos de muerto. Eso por un lado, por otro me cansa bastante el discurso ese de "a mí siempre me trataron igual que a los hombres", "los editores no hacen diferencias". Es una gran mentira. Si eres mujer cuesta mucho más que te tomen en serio. A ningún hombre le van a preguntar si se acostó con el editor, así sea gay. Y las mujeres claramente en el campo literario no están en un lugar de poder: la mayoría de los editores son hombres. Por eso a mí me interesa intervenir políticamente.

- Tal vez de ahí la perversión, y el poder subversivo que tuvo como estrategia en esa época, por una cuestión netamente práctica, porque eran relegadas al hogar, mientras estás escritoras del mercado están bajo la mirada del editor masculino...

- Claro, las otras escribían solas y casi sin expectativas de publicar por eso son más honestas consigo mismas. Eso de estar a la sombra tanto tiempo hace que finalmente seas oscura. La sombra se te hace carne es inevitable.

- ¿Crees en la militancia política desde la literatura?
- La militancia política feminista está muy desacreditada, no solo gracias a los hombres aterrorizados, también porque han habido luchas internas bastante descorazonadoras. De todos modos es válida y enojarse con ella me parece un disparate. Desde la literatura creo que solo el hecho de publicar y meter en el mercado algo que no se espera de una mujer, ya es un gesto político. Yo me quedo con eso. En mis dos libros, por ejemplo, mis protagonistas son varones. Todos me preguntan "¿por qué?" La respuesta es técnica: por ahora cuando escribo mujeres sale demasiado mi voz y mi personalidad, me cuesta mucho distanciarme. Literariamente hace que la construcción sea mejor. El motivo es técnico, pero la pregunta no es técnica. "¿Por qué no escribes sobre mujeres, si las mujeres escriben sobre las mujercitas y eso?". La pregunta va por ahí, la sorpresa tiene que ver con eso.



La narrativa de Mariana Enríquez: Personajes y atmósferas.

Vagos, histéricas y “raras”, en su mayoría, porteños y porteñas que cargan la locura a cuestas, que son simultáneamente marginales sociales y sujetos curiosos tocados por la creencia en otros mundos.
Aunque muchos de los personajes podrían definirse como prototípicos de la ficción gótica, gracias a un lenguaje urbano y confesional están reactualizados. Las protagonistas de “La Virgen de la tosquera” comparten sin conflictos el imaginario de la bruja medieval y el de la piba de barrio. Sin embargo, la figura literaria gótica, el tropos, se piensa después, puesto que tenemos en un primer plano a un personaje contando diestramente su anécdota, la cual empieza siendo anodina para luego colmarse de densidad. En ese sentido, Enriquez logra crear atmósfera, que es la base de estas narrativas. La revelación que espera el lector es siempre contundente. Por un lado confirma lo terrible añadiendo sorpresa y por otro transmite una incomodidad anómala.

Las mujeres de los cuentos hablan desde la impotencia y la soledad, pero eso no quiebra sus discursos. Fumar en la cama se convierte en riesgosa costumbre, metáfora de angustia, de quien está enajenada por la rutina y el aislamiento. El cuento homónimo del volumen sale de la lógica de la literatura de suspenso y de terror y juega con un dato de la vida de Clarice Lispector. En Why this World, el biógrafo Benjamin Moser cuenta que a la escritora sus adicciones le jugaron mal. La mezcla de cigarrillos y pastillas para dormir ocasionó que en septiembre de 1966 casi muriera quemada en su cuarto, con la mano derecha terriblemente lacerada por haber intentado salvar sus papeles del fuego y, después, por poco amputada. La historia, que bien podría pertenecer al libro de Enriquez, se rodea del misticismo de la religión afro-brasileña Umbanda, incluyendo una posesión espiritual no pactada en el lujoso departamento de Copacabana de la periodista Rosa Cass.

Un espiritismo más anodino aparece en el relato “Cuando hablábamos con los muertos” y lo hace desde la particularidad de la historia argentina reciente. Los difuntos que un grupo de amigas de secundaria quieren contactar son desaparecidos. La narradora, la Pinocha, la Julita, la Polaca y Nadia se reúnen para jugar ouija y en una de las sesiones deciden averiguar sobre “sus” desaparecidos, unos más cercanos otros muy contingentes, aunque sobre todos ellos se ejerce un tipo de propiedad. “Pero además la Julita era muy tremenda: decía que si encontrábamos los cuerpos, si nos daban la data y era posta, teníamos que ir a la tele o a los diarios, y nos hacíamos más que famosas, nos iba a querer todo el mundo” (212).

La tragedia nacional convertida, acaso neutralizada, por el uso mediático se reinstala en las nuevas generaciones como referencia, parcialidad, rezago: “Pero ahora ya todas sabíamos de esas cosas, después de la película La noche de los lápices (que nos hacía llorar a los gritos, la alquilábamos como una vez por mes) y el Nunca más —que la Pinocha había traído a la escuela, porque en su casa se lo dejaban leer— y lo que contaban las revistas y la televisión” (214). Con episodios así, Enriquez revierte el sentido de la parodia de la ficción gótica (a la Northanger Abbey de Jane Austen) que por momentos parece leerse en algunos de sus cuentos. Mientras que en las parodias personajes afiebrados de literatura generan una atmósfera de suspenso que luego se descubre prosaica, en Enríquez los protagonistas son encontrados por aquello insólito que desean, que los libera de la banalidad de lo cotidiano y los hace especiales. El verdadero terror duerme, pues, en la normalidad.








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