El tiempo y el espacio del taller de lectura plasmado para:



leer de diferentes maneras (por arriba, por abajo, entre líneas, a fondo, participando del texto, recreándolo),



dar cuenta de los procesos culturales en que surgen y son comprendidas o cuestionadas las obras literarias,



pensar (discutiendo, asombrándose, dejándose llevar por lo que los textos nos dicen -pero parece que no dijeran-),



y por sobre todas las cosas, y siempre, disfrutar de la buena literatura.








sábado, 2 de abril de 2011

Virginia Woolf y Katherine Mansfield: Las voces propias


Ninguna de estas autoras nació en EEUU, pero la inclusión de ambas en Cuento norteamericano se debe a su influencia en todas las literaturas –no sólo en la norteamericana o en las de habla inglesa- ya que fue indiscutible, y representan a las mujeres que lucharon por tener voz y lenguaje propio, independientes del punto de vista hegemónico, en cualquier lugar del mundo.


Virginia.
Virginia Woolf nació con el nombre de Adeline Virginia Stephen en Londres en 1882, y murió en 1941 (a los 59 años) en Inglaterra, Sussex.

Fue una figura significativa en la sociedad literaria de Londres. En 1912 se casa con el escritor Leonard Woolf. Sus obras más famosas incluyen las novelas La señora Dalloway (1925),  Al faro (1927) y Orlando, una biografía (1928), y su largo ensayo Una habitación propia (1929), con su famosa sentencia «Una mujer debe tener dinero y una habitación propia si va a escribir ficción». Fue redescubierta durante la década de 1970 gracias a este ensayo, uno de los textos más citados del movimiento feminista, que expone las dificultades de las mujeres para consagrarse a la escritura en un mundo dominado por los hombres.
Durante su vida, sufrió una enfermedad mental hoy conocida como trastorno bipolar. Después de acabar el manuscrito de una última novela (publicada póstumamente), Entre actos, Woolf padeció una depresión parecida a la que había tenido anteriormente. El estallido de la Segunda Guerra Mundial, la destrucción de su casa de Londres durante el Blitz, y la fría acogida que tuvo su biografía de su amigo Roger Fry todo empeoró su condición hasta que se vio incapaz de trabajar.

El 28 de marzo de 1941, Woolf se suicidó. Se puso su abrigo, llenó sus bolsillos con piedras y se lanzó al río Ouse cerca de su casa y se ahogó. Su cuerpo no fue encontrado hasta el 18 de abril.  Su esposo enterró sus restos incinerados bajo un árbol en Rodmell, Sussex.

Katherine.
Katherine Mansfield, seudónimo de Kathleen Beauchamp,  nace en Wellington, Nueva Zelanda, en 1888, y fallece en Fointanebleau, Francia, en 1923, a los 35 años de edad. Provenía de una familia de clase media de origen colonial,  y de una educación muy rígida y controladora, por lo que decide pedirle a sus padres que la envíen a estudiar a Londres. Ya escribía en revistas y allí tiene una relación sentimental con otra escritora, hasta que años más tarde se casa con un editor. En diciembre de 1917, ella enferma de tuberculosis, por lo que empieza a viajar por toda Europa buscando una cura para la enfermedad. 

La propia autora, tal como recoge Ana María Moix en la “Introducción” del volumen donde se recopilan todos sus relatos,  afirmó: "Dado que no soy una intelectual, parece que siempre deba aprender las cosas arriesgando mi vida.” Sea como fuere no es de extrañar que Mansfield sea considerada como la primera feminista que tuvo el coraje de intentar llevar, y en buena parte lo consiguió, la entonces quimérica “igualdad de sexos” hasta sus últimas consecuencias. En palabras de la poetisa Elizabeth Bowen, “Katherine Mansfield no era una rebelde, era una innovadora.”
Los temas y preocupaciones que profundizó, más el estilo, exquisito y elegante, fueron su marca de identidad. Acomodadas familias de clase media, personajes caracterizados por una terrible soledad espiritual, complicadas relaciones amorosas, la dificultad de sus personajes para comunicar, para hacer partícipes a los demás de sus deseos y emociones, pequeños detalles que motivarán la concienciación de los personajes...

La amistad de ambas.
En marzo de 1917, Virginia y su esposo compran una impresora en Farringdon Road y la instalan en el comedor de la casa, que, poco a poco, se convierte en Hogarth Press.
Virginia alterna su tarea de crítica literaria con el trabajo en la imprenta, que comienza a abrumarla. Lo que empezó como un hobby  ya es un oficio que le deja escaso tiempo para escribir. Como  es preciso buscar otros autores, Virginia decide visitar a la ya muy conocida Katherine Mansfield para ofrecerle publicar un cuento.
Se inicia allí una amistad profunda y conflictiva. Las dos se admiran, pero ninguna se muestra dispuesta a aceptar a su contendiente tal como es. K. M. ha tenido una vida aventurera, rica en experiencias, más libre, y no ha conocido la estabilidad del mundo de Virginia. Tal vez por eso detesta los convencionalismos, las formas establecidas. Virginia lamenta la vulgaridad de K. M., siempre tan emperifollada con cosas baratas, aunque reconoce que, cuando supera esta impresión, Katherine es tan inteligente, tan inescrutable, que paga con creces su amistad. A su vez, K. M. se las arregla para hacerla sentir a Virginia pretenciosa y para darle conciencia de lo soso que resulta ser siempre "respetable". Tras de esta contienda sorda, se advierte la verdadera causa: la rivalidad como escritoras. Es el único escritor del que he sentido celos, confiesa V. W.
Hogarth Press crece y se consolida. El fondo editorial se va ampliando con cuentos de Katherine Mansfield, los Poemas, de T. S. Eliot; The Critic in Judgement, de Middleton Murry; Kew Gardens, de la propia Virginia, ilustrado por Vanessa Bell. A partir de 1924, comienza la publicación de la obra de Freud.

¿Escritura “femenina” o expresión que prescinde de la “diferencia” (de sexo)?
Desde el siglo XX, miles de mujeres se han levantado afirmándolo y negándolo. Se han escrito artículos, ensayos, tesis en pro y en contra. Se han hecho explicaciones desde la sociología, la psicología o el psicoanálisis. Pero, en definitiva, se han definido conceptos, se ha profundizado en una problemática que ya está en V. W .: la necesidad de hallar una expresión autónoma, con un lenguaje propio, y la necesidad de superar el hecho de escribir desde la "diferencia" (de sexo).
Hasta comienzos de siglo, Virginia advierte que la literatura de mujeres está desprovista de un lenguaje propio, tiene una frase y un ritmo hechos por el hombre, por eso la mujer se ve enfrentada a la necesidad de crear un estilo de prosa que expresara plenamente su modo de pensar. Tradicionalmente se acusaba a la mujer de  falta de lógica, de imaginación, de dominio del lenguaje, etc., o bien de exceso de subjetivismo, de efusiones sentimentales, de anécdotas banales. Ni una prosa blanda, dulzona y tonta -que se tiene por "femenina"-, ni "añadir espinas superfluas" por miedo a ser incluida en el esquema anterior, señala V. W. Ejercicio lento, exigente, equilibrado, el de hallar una expresión autónoma.
Falta de lógica, de imaginación, de dominio del lenguaje, etc., o exceso de subjetivismo, de efusiones sentimentales, de anécdotas banales. Ni una prosa blanda, dulzona y tonta -que se tiene por "femenina"-, ni "añadir espinas superfluas" por miedo a ser incluida en el esquema anterior, señala V. W. Ejercicio lento, exigente, equilibrado, el de hallar una expresión autónoma.
La mujer, dice V. W., está empezando a utilizar la escritura como un arte, no como un medio de autoexpresión. Y como sin quererlo, nos encontramos ante un punto clave: ¿existe una escritura femenina, es decir, una reflexión frente al hecho literario y al uso deliberado de un lenguaje propio?
Las condiciones que V. W. enuncia como indispensables para la mujer que quiera escribir son  tener independencia económica y una habitación propia. Una habitación propia es el título que V. W. da al ensayo que se transforma en un símbolo ya que encierra su concepto de lo que ha de ser la mujer que quiera escribir: la que tenga una vida independiente (en una conferencia V. W. satiriza a ese fantasma, "el ángel del hogar", que acecha a la mujer convocándola a sus labores tradicionales y no duda en afirmar que un deber de la mujer escritora es matar ese fantasma) y, lo que es más, un pensamiento de perfil propio que no escuche a las voces -de afuera y de adentro- que la invitan a plegarse a los modelos prestigiosos. Sólo la mujer que posea ese cuarto propio podrá escribir novelas, ese género literario todavía no bastante joven como para ser blando en sus manos.