n Japón existe una sensibilidad estética muy particular,
bastante indefinible para la percepción
occidental, pero que sin embargo se
puede vislumbrar ante cualquier expresión artística japonesa.
La denominan
mono no
aware, y se relaciona con el sereno sentimiento de nostalgia ante la
transitoriedad de la belleza, que veremos, en mayor o menor medida, en los autores que abordaremos: Akutagawa, Mishima, Kawabata, y posteriormente, Murakami.
Según el mono no aware,
es el sentido de “la compasión por las cosas”, como por una flor que cae, la cual consideran más
hermosa que otra en pleno apogeo. El árbol del cerezo o sakura, ícono nacional,
es el epítome de esta concepción de la belleza como una experiencia transitoria,
ya que sus hermosas flores duran apenas una semana.
Es un concepto estético que empezó a evolucionar en la era
Heian (de 794 a 1185, cuando la capital estaba en Kioto), y puede atribuirse a
la influencia del Budismo Zen en el siglo XII, una filosofía y práctica
espiritual que influyó profundamente en todos los aspectos de la cultura
japonesa, pero sobre todo en el arte y la religión. El aware es el sentir
humano, despojado de toda creencia religiosa y de todo patrón ético y moral. Es
la piedad que sentimos cuando escuchamos o vemos cualquier acontecimiento.
En
el siglo XVIII un estudioso de la antigua cultura y literatura japonesa, Motoori
Norinaga, creó el término para designar esa sensibilidad particular de
“aflicción en el sufrimiento” que formaba la esencia de la literatura japonesa.
Norinaga, experto en estudios clásicos y
líder de un movimiento de renacimiento nacionalista, se centró en el estudio de los antiguos
textos japoneses para redescubrir los valores intrínsecos de la vida japonesa.
En su obra, especialmente se refiere al Cuento de Genji (Genji Monogatari) y Hojas de Myriad (Man'yōshū), la más antigua colección de poemas japoneses, como
ejemplos de obras escritas que eran ejemplos de mono no aware .
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"Murasaki Shikibu mirando a la luna en busca de inspiración" |
Wabi-sabi: otro concepto
estético que empezó a desarrollarse a partir del budismo zen y que impregna
cada valor artístico. Todo tiene una extraña sensación que los occidentales
solemos definir como “muy zen”, porque partimos de otra concepción de lo
hermoso regida por la idea de perfección de los griegos...
Precisamente el
wabi-sabi es lo contrario: hacer de la imperfección, la asimetría y los
pequeños detalles el germen de la belleza. Para los japoneses, la idea de belleza radica en lo hermosamente
imperfecto. Es la austeridad hecha felicidad. Por lo que no tiene en apariencia
nada de valor por fuera pero en su interior esconde un valor supremo.
El
wabi-sabi parte de tres realidades naturales:
- nada dura,
- nada está completado,
- y nada es perfecto.
Este concepto alcanza su esplendor en las artes japonesas
más conocidas en occidente: el sadö (camino o ceremonia del té), el ikebana,
los haiku, (breves poemas que con la mínima cantidad de
palabras tratan de expresar el máximo de cosas), los jardines zen, las ceremonias
en las artes marciales... Todo con la misma estética austera, de movimientos
lentos y silencio…
Aunque en la literatura moderna estos dos valores no están
tan marcados, se perciben ciertos vestigios en las novelas más recientes. Todos
los autores que trabajaremos, inclusive los más actuales como el premio nobel
Yasunari Kawabata, y Murakami, recurren
a estos recursos estéticos en muchas de sus obras.
Breve historia: de shogunatos y samuráis.
En la historia de Japón, con un complejo sistema feudal
desde sus inicios, se observa la figura del samurái, que data desde el siglo X, la cual se fortaleció
al concluir las Guerras Genpei a finales del siglo XII, cuando fue instituido
un gobierno militar bajo la figura del shōgun. El budismo fue llevado a Japón
desde China durante el siglo VI y desde ese momento se expandió por todo el
archipiélago. Durante la época de los samuráis existían diversas variantes o
sectas de esta misma filosofía, aunque la mayoría de los guerreros optaron por
el budismo de tipo Zen. El Zen enseña a sus seguidores a buscar la iluminación
y salvación a través de la meditación, la cual se conseguía con mucha
disciplina.
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"Espectro de Okiku", de Yoshitoshi Tsukioka |
Dado que el objetivo final de esta filosofía es buscar la armonía
espiritual, la cual lleva a un «fluir entre la vida y la muerte», muchos
guerreros se sintieron identificados y atraídos hacia ella. De ahí el origen
del Seppuku: un aspecto al que se daba mucha importancia era el anhelo de morir
por su señor o por su causa, por medio de un suicidio ritual que era visto en
la sociedad japonesa de la época con gran respeto y admiración.
El rango militar del shōgun, título histórico concedido directamente por
el emperador, quien depositaba la autoridad en cada shōgun para gobernar en su
nombre. Ya durante el siglo XII y hasta 1868 el shōgun se constituyó como el
gobernante de facto de todo el país. por lo cual el Emperador de Japón quedó a
su sombra como apenas un espectador de la situación política del país.
Existieron diferentes períodos de acuerdo a la familia
gobernante, y mencionaremos a los que aparecerán en los textos.
Uno fue el Período
Heian, considerado el último de la época clásica de la historia japonesa,
entre los años 794 a 1185, en el que la
capital era Kioto. Es el período de la historia japonesa en que el Confucionismo
y otras influencias alcanzaron su punto máximo, siendo la cumbre de la corte
imperial japonesa, y muy destacado por
su arte, en especial la poesía y la literatura. Heian significa "paz y
tranquilidad" en japonés.
El período Edo, también
conocido como período Tokugawa, implica una división de la historia de Japón,
que se extiende desde 24 de marzo de 1603 hasta 3 de mayo de 1868. Este período
finalizó con la restauración del gobierno imperial por parte del 15º y último
shōgun, Yoshinobu Tokugawa. El fin del período Edo también se caracteriza por
el comienzo del período imperial.
Por entonces la mayoría de los samurái perdieron la posesión
directa de las tierras y se les plantearon dos opciones: dejar las armas y
convertirse en campesinos o trasladarse a la ciudad principal de su feudo y
convertirse en sirvientes a sueldo del daimyō, (el soberano feudal más poderoso
quien era líder de los clanes, también llamados "señores"; era
usualmente el líder militar que un
shōgun o regente seleccionaba). Los
individuos no tenían ningún derecho legal, y solo la familia era la entidad
legal más pequeña contemplada, por lo que mantener el estatus y privilegio de
la familia tenía una gran importancia en todos los niveles de la sociedad.
El período
imperialista. Con la llegada al poder de los Meiji después de 250 años de
aislamiento, los escritores gozaron de cierta
libertad para escribir. Hubo evolución en el aspecto lingüístico, se simplificó
la estructura del lenguaje japonés y se agregaron palabras para designar ideas
tan comunes en Occidente como deporte o derechos humanos. Esto gracias a la
disposición del país a aprender del mundo occidental, siendo los escritores los
principales promotores de la comunicación entre la cultura japonesa y la
ciencia occidental. Pero también, cabe agregar, ese mismo espíritu imperialista fue el responsable de las masacres perpetradas en el continente asiático durante los años treinta y cuarenta, con un claro afán colonialista y un enorme desarrollo armamentístico.
De esta época leeremos a Akutawa.
Segunda Guerra Mundial.
Inmediatamente después de que Hiroshima y Nagasaki fueran
bombardeadas por EE. UU., Japón se rindió, pero en el transcurso de unos años y mediante muchos
cambios sociales y políticos, comenzaron a resurgir llegando a ser lo que son
en la actualidad.
Esos cambios sociales, políticos e ideológicos, dieron pie
al surgimiento de una nueva generación de escritores: Masuji Shintarō, Ishihara,
Seicho Matsumoto , aunque de todos ellos hay dos que destacan por sobre los
demás: se trata de Dazai Osamu y Yukio Mishima.
Vanguardias
Se considera este período a partir de los Juegos Olímpicos
de Tokio en 1964, fecha que marca la apertura de Japón al mundo, logrando un
cambio de mentalidad, más cosmopolita y conforme, demasiado quizás, a la mentalidad capitalista (como veremos en la próxima clase con el Japón contemporáneo), ya que también este cambio produjo consecuencias, como la llegada de la monotonía personificada del hipercapitalismo japonés.
Entre los escritores de estos tiempos podemos mencionar a
Kenzaburo Oe, segundo autor japonés en obtener el premio Nobel de Literatura en
1994. Otros escritores destacados son Shusaku Endo, Kōbō Abe, y el más conocido
de todos fuera de Japón: Murakami.
Fuentes consultadas:
Claves y textos de la literatura japonesa:
Una introducción, por el traductor español y profesor en Literatura
japonesa, Carlos Rubio. Editorial Cátedra, 2007.
http://japonbungaku.blogspot.com.ar
kutagawa (1892 - 1927), escritor perteneciente a la
generación denominada "neo-realista" que surgió a finales de la
Primera Guerra Mundial; sus obras, en su mayoría cuentos, reflejan su interés
por la vida del Japón feudal.
Cuando Akutagawa nacía hacía más de dos décadas
que se había restablecido la unidad imperial, lo que implicó el derrumbe del
tradicional sistema feudal de clanes y de señores o daimyos bajo la autoridad
de un shogun.
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El Cuento de Genji, de Yoshio Okada |
Ryūnosuke Akutagawa nació en Tokio, Japón, y fue hijo único
de Toshizo Niibara. Debido a la enfermedad (al parecer una psicosis) de su
madre, que murió en 1902, fue adoptado por el hermano mayor de ésta, Michiaki
Akutagawa. Su tía política le atormentó durante toda la infancia diciéndole que
padecía de la misma enfermedad que su madre; esto le traumatizó y le signó como
escritor atormentado. En 1910 ingresó a la Escuela Superior de Tokio. Sus
compañeros de estudio fueron Kan Kikuchi, Masao Kume, Yuzo Yamamoto, Bunmei
Tsuchiya, y otros que llegarían a ser escritores célebres.
En 1913 comenzó sus estudios en el Departamento de
Literatura Inglesa de la Facultad de Letras de la Universidad Imperial de
Tokio. Con el grupo formado por Kikuchi, Yamamoto, Toyoshima, Tsuchiya y otros,
editó al año siguiente la revista Shinshicho (Tercera Época), en la que publicó traducciones de obras de William
Butler Yeats y Anatole France, y sus primeros cuentos: "Vejez" y "La
muerte de un joven".
En 1915 publicó "Rashōmon"
(donde describe la decadencia de las tradiciones japonesas acompañada por la
angustia existencial de los protagonistas) y otro cuento en la revista Teikoku
Bungaku ("Literatura Imperial") de la Universidad Imperial de Tokio.
Frecuentó la casa del escritor Natsume Sōseki, quien ejercería en él una
notable influencia. En 1916, publica "La
nariz", mereciendo elogios de Natsume.
En 1917 publicó sus dos primeros libros de cuentos. En 1918
se casó con Fumi Tsukamoto. Ingresó en el periódico de Osaka. Publicó "El biombo del infierno", "La
muerte del mártir", "Asesinato de la era Meiji", "La muerte
del poeta Basho" y otros cuentos. Al año siguiente viaja a Nagasaki
con Kan Kikuchi para estudiar el cristianismo japonés y publica cuentos con ese
tema (Nagasaki era una ciudad que había tenía a la mayoría de su población
japonesa practicante fiel del catolicismo).
Sigue publicando y comienza a mostrar cambios en su estilo.
Hacia 1926 enfermó gravemente y padecería crisis nerviosas:
alucinaciones visuales y angustia. Va menguando su producción literaria, sin
embargo los principales méritos son la originalidad y las logradas expresiones
de lo emocional: "Ilusión",
"Kappa" (una sarcástica sátira social parcialmente fabulada
basándose en los animales de la mitología popular japonesa llamados kappa), "Los engranajes" (breve pero
intenso relato autobiográfico en el cual describe sus pesadillas y anticipa la
idea del suicidio). Hasta que finalmente ese mismo año se suicidó ingiriendo
veronal.
La alucinación vivida como una pérdida de su fuerza animal, aunado
a la perturbación por la posibilidad de heredar la enfermedad mental de su madre,
le exigen una salida y un alivio: el suicidio, sin culpabilidad. Cerca de la muerte
voluntaria, el escritor sentirá que le es devuelto un vivo sentido de la
belleza. Esto no puede desentenderse del trasfondo tradicional de la muerte
como rito y acto estético en la historia japonesa del seppuku, la muerte
reparadora de la deshonra del samurai.
En 1935 su amigo de toda la vida Kan Kikuchi estableció el
premio literario de mayor prestigio en Japón, el Premio Akutagawa, en su honor.
ashomon, En el bosque, y el cine de Akira Kurosawa.
En el estilo de Akutagawa hay sobriedad y economía del
lenguaje, pero a través de la forma concisa corren energías primitivas
y muy fuertes. Muchos de sus personajes actúan
dominados por fuerzas pasionales, que los acercan a esa energía primaria, ese placer
que también busca esquivar el dolor o la angustia.
Ejemplo de esto son los personajes de los relatos
Rashomon y
En el bosque, a través de los cuales el cineasta Kurosawa les da
vida en 1950 en su famosa película,
Rashomon.
En una sola narración fílmica, une ambos relatos. En la
versión del cineasta japonés, Rashomon, lugar de un templo en ruinas, sirve
como refugio de una tormenta para un monje budista, un leñador y un vagabundo.
Allí, el leñador recrea la muerte de un señor feudal y la violación de su
esposa. Pero Rashomon, en la versión de Kurosawa, no sólo es el lugar para el
recuerdo del hecho recreado sino también para la meditación o reflexión
filosófica sobre la existencia humana. Bajo la lluvia constante, el leñador
rememora el núcleo narrativo central de En el bosque, la ya referida muerte de
un aristócrata y la violación de su esposa.
En el film, la reconstrucción de un mismo hecho desde
diversos puntos de vista y constantemente hacia el pasado se ejecuta mediante una intensa
aplicación de la técnica del flashback.
En el bosque. Veamos en primer lugar lo específico del relato del escritor Akutawa.
En el bosque ocurre un hecho: lo seguro es que hay un hombre
muerto pero permanece en la incertidumbre cómo se produjo esa muerte. El
fallecido es Takehito Kanazawa, el señor feudal, que marchaba junto con su
esposa, Masago. El relato se construye sobre un conjunto de voces y miradas que
se entretejen para ofrecer su propio punto de vista sobre lo ocurrido.
La primera voz es de un leñador que responde al
interrogatorio de un oficial de investigaciones de la policía, Kebushi. El
leñador atestigua que llegó en busca de madera hasta un paraje de bambúes y
coníferas desmirriadas donde encontró al
muerto. Ve hojas de bambúes apisonadas, señal quizá de una fuerte resistencia
antes de lo que seguramente fue un asesinato.
Un monje budista es la segunda voz que agrega elementos para
la reconstrucción de lo indeterminado. A mediodía, en el camino vio a un hombre
de a pie que sostenía la rienda de un caballo, un alazán de crines cortadas
sobre el que cabalgaba una mujer velada y con kimono. El hombre tenía un sable,
arco, y un carcaj con flechas.
Un soplón o informante ofrece después su testimonio. Asegura
haber capturado a Tajomaru, un famoso ladrón. El bandido estaba desplomado
sobre el puente, y parecía haberse caído de un caballo. Lo encontró con las armas
que habían pertenecido a Kanazawa, y junto al caballo. Estas evidencias comprometen a
Tajomaru, lo incriminan como el asesino.
La cuarta voz pertenece a la madre de Masago, quien destaca
la cualidades de su hija (lealtad, valentía, pureza, no conoció a otro hombre
más que a Takehito).
El testimonio de Tajomaru: El bandido confirma que se
encontró en el bosque con la pareja. Al pasar la mujer, el viento descorrió su
velo y pudo entonces ver su belleza surgiendo el deseo de poseer a la mujer. Pero este
personaje negará haber cometido tal crimen: ideó un truco para alejarlo, con la promesa de llevarlo hasta una tumba
abandonada con preciosos tesoros como armas que le podía vender; hasta que sorprendiéndolo lo ató con una cuerda a un
árbol. Llevó luego a la mujer hasta el lugar pero Masago lo atacó con un puñal,
aunque después ella se termina entregando y
le suplica que la llevara con ella, ya que era necesaria la muerte de su
esposo para lavar su deshonra. Tajomaru liberó al hombre. Combatieron. Al cabo
de la vigésimo tercer arremetida le perforó el pecho. Mientras tanto, la mujer
aprovechó para escapar.
Testimonio de Masago desde el templo de Kiyomizu, donde se
refugia después de la muerte de su esposo. Ella asegura que luego de ceder al acto de intimidad forzada,
se acercó a su esposo pero la inquietó ante su mirada glacial, de incriminación,
el odio y desprecio. La mujer entonces concibió la muertes de ambos, dado que
éste contempló su acto deshonroso y él mismo le pide la muerte. Lo mata así a
él, pero cuando ella quiere suicidarse no lo logra y por eso durante la
declaración pide comprensión: ¿qué podría haber hecho una mujer violada y caída
en la desgracia?
Y el testimonio final: el del propio muerto. Tahekito habla
a través de una médium. Atado al árbol, el esposo contempló la actitud favorable
de la mujer hacia el requerimiento amoroso de Tajomaru, con lo cual la amargura
empezó a carcomerlo. La mujer entonces exigió su muerte para que nadie pudiese
atestiguar su traición y su entrega a otro hombre. Ante ese pedido horroroso,
el propio bandido se ofreció a matar la mujer pero ella, asustada, escapó hacia
el bosque mientras el ladrón la
perseguía. Takehito pudo entonces liberarse de la cuerda. Observó el puñal que
había dejado abandonado su esposa y con él se da una muerte digna para
concederse el olvido en el otro mundo.
La técnica de las miradas o testimonios múltiples de En el bosque proceden de la empleada por
Robert Browning en The ring in a book
(1868), además de que nos hace recordar a Mientras
yo agonizo, de William Faulkner. Y también a Señorita Cora, de Julio Cortázar en su volumen de cuentos Todos los fuegos el fuego.
Ante los diversos testimonios, el relato apela a la
intervención del propio lector. Éste debería tomar partido respecto a qué versión de los hechos le parece que se
ajusta más a la verdad. La diversidad de versiones puede sugerir que la verdad no es unívoca: se construye por una parte de realidad de los
distintos testimonios.
O, tal vez, como
propone la adaptación de Kurosawa: "todos mienten". Todos deben
ocultar algo. Por tanto lo que se dice como la verdad es un medio para tapar la
propia culpabilidad.
Todos
tendrían un interés para distorsionar la verdad. O para referirla a medias,
para así, en definitiva, darle prioridad a la mentira como estrategia de
preservación de la imagen más favorable al propio ego.
La fragilidad de la vida separada de la verdad quizá es
expresada por el monje budista luego de atestiguar el paso de la pareja que
marchaba hacia la desgracia. El monje no podía prever el destino, no podía
anticipar lo que ocurriría. Porque la vida es límite. Y porque "…En verdad la vida humana es como el
rocío o como un relámpago…". Entonces, el núcleo real de la vida, su
verdad, se diluye. El monje asume la fuga de una verdad incapturable: "Lo lamento...no encuentro palabras
para expresarlo".
En el bosque del relato de Akutagawa hay disoluciones pero también hay un posible mostrarse. El mostrarse
de que el hombre actúa desde las fuerzas del instinto, que quiere, o necesita,
escapar del dolor o la angustia.
Rashomon.
En este otro relato, un sirviente de samurai ha sido
despedido y llega hasta la puerta de un templo en ruinas, llamado Rashomon, cerca
de Kyoto. Múltiples calamidades,
terremotos, incendios, tifones, han desolado este lugar del Japón en la época
Heian.
La época Heian vive en un sueño de belleza y refinamientos
de la corte que no aseguran ninguna felicidad para las gentes del pueblo de la
región de Kyoto. Parte de la población, hastiada y desesperada, destruye
imágenes del Buda, y otros objetos de culto. que se venden en las calles como
leña. En el templo abandonado los ladrones convierten el lugar en depósito de
cadáveres.
El sirviente de samurai piensa en cómo sobrevivir, quizás en convertirse en ladrón para superar
el hambre, pero sabiendo que podría terminar
mal, arrojado en una zanja o entre los
cadáveres ocultos en las ruinas. Entretanto ve a alguien merodeando entre los cadáveres, una
vieja que roba los cabellos de una mujer muerta para hacer pelucas.
La vieja se convierte para el sirviente de samurai en un
reflejo del mal. Por eso la acosa, la amenaza con su espada, para que le aclare
qué es lo que hace entre el montón de cadáveres. La mujer se autojustifica: los
mechones de cabellos podrían salvarla del hambre. Arranca entonces los pelos de
la cabeza de una mujer que, en vida, hacía pasar carne de víbora por carne de
pescado y la vendía a los guardianes imperiales. “No tengo otro remedio, si quiero seguir viviendo. Si ella llegara a
saber lo que le hago, posiblemente me lo perdonaría".
La experiencia del encuentro con la vieja produce un inesperado
cambio en el sirviente de samurai, deja de ser persona dubitativa para actuar sin
vacilación. Roba la peluca de la vieja. Se pierde luego en "la noche negra
y muda". Su destino posterior se disuelve en la bruma de lo incierto.
El sirviente de samurai pertenece al mundo feudal y guerrero
del medioevo japonés. El samurai debe someterse a un código ético estricto, el
bushido, "el camino del guerrero". Una tradición en la que el
ejercicio de las armas y el vínculo con un señor feudal o daimyo no son, en
principio, sólo una situación de goce de privilegios, sino un sendero de autorrealización
ética. El bushido entonces propone siete virtudes esenciales: rectitud, coraje,
benevolencia, respeto, honestidad, honor y lealtad.
Pero en el cuento aparece
precisamente la decadencia de esa aspiración ideal. A los samuráis les llega
la tentación del enriquecimiento por el comercio que, en el Japón de la era
Tokugawa, es visto como el más bajo escalón de la pirámide social. El sirviente
de samurai finalmente es dominado por el apremio de la necesidad. Rasmahon de
Akutagawa podría ser leído entonces como el conflicto entre la ética ideal y el poder oscuro y previo de la demanda
instintiva de supervivencia.
En Akutagawa, la fuerza primaria, distinta de la armonía de
la racionalidad, siempre triunfa. La
fuerza animal vence a los principios superiores de la razón, y de los valores
abstractos, aunque revele el costado más sórdido del hombre. Y cuando esta fuerza se suspende, para el
escritor japonés, es momento de preparar la muerte.
Fuente
citada: AKUTAGAWA: LA FUERZA ANIMAL Y
LA OTRA MUERTE. Literatura y muerte en el autor de Rashomon, de Esteban
Ierardo, en el marco de un curso de Cine y Literatura en La Facultad Libre de
Rosario, en el 2009.
awabata, ( 1899-1972), escritor-novelista, fue el primer
japonés en ganar el premio Nobel de Literatura en 1968.
Yasunari Kawabata en 1920 ingresa a la Universidad de Tokio
en la carrera de Literatura en Lengua Inglesa, y un año después cambia a la de
Literatura del Japón.
Mientras cursaba la universidad se publica el sexto `Shinjicho` (literalmente, la nueva
tendencia del pensamiento) donde publica algunos de sus trabajos, con lo que se
abre el camino al mundo literario. En 1924 termina la universidad, y aparece el
primer número de `Bungei-jidai`
(Época del Arte Literario), una revista de un grupo de intelectuales al que
pertenecía. Esta publicación reunía a nuevos y prometedores literatos que al
escribir utilizaban un estilo (el `Shinkankaku-ha`,
la nueva escuela de las sensaciones) donde la composición constaba en la
aprehensión sensitiva de la realidad a la manera de los intelectuales.
Debuta
como escritor al publicarse
La bailarina de Izu en 1927,
alcanzando la consagración en Japón diez años más tarde con
País
de nieve. Recibe la medalla Goethe en Frankfurt en 1959. Gana el Nobel
de literatura en 1968, y da el discurso de nombre `Del hermoso Japón, su yo`.
|
Yoshitoshi Emon |
Aunque las circunstancias de su muerte no están totalmente
claras, se cree que se suicida inhalando gas tres años después. Sus libros más
conocidos en Occidente son El país de la
nieve, La casa de las bellas durmientes y El maestro de Go.
Estilo.
Sus relatos son incisivos, líricos y
profundos.
Según él mismo, la esencia de su arte debe ser buscada en la
serie de historias cortas a las que llamó `historias en la palma de la mano` escrita
a lo largo de su vida.
Como soñadas, intensamente atmosféricas, por momentos
autobiográficas y otras veces fantásticas, estas historias reflejan el
concentrado interés del autor japonés por la miniatura, el fragmento de
argumentos reducidos a lo esencial y la escritura relámpago. Conviven la
soledad, el amor, el paso del tiempo, los rituales y la muerte.
Hay cargas intensas de profundidad psicológica en los
personajes, anécdotas narradas con extrema sencillez, ambientaciones embebidas
de un esteticismo capaz de remitirnos a la relectura, pero también una
penetrante visión de la naturaleza humana.
Anclado en la contemplación, una de las tradiciones
orientales por antonomasia, Kawabata utiliza la mayor cantidad de recursos que posee el curioso sobre las cosas sencillas
que suceden alrededor y dentro de los ciudadanos, y entonces concentra su
penetración, indagando de manera detallista en los gestos, en las miradas, en
aquellas pequeñas situaciones que se suscitan, en tanto dos o más personas
entran en juego para relacionarse, y así lo escribe, economizando palabras,
como si después de la observación dedicara gran parte de su tiempo creativo para elegir las que relatará.
Pero a pesar de la
intensa observación en los relatos, Kawabata no sólo estaba interesado en la
textura, y en la percepción visual que pudiera conseguir a través de sus
construcciones literarias para contemplar el bello y a veces terrible
espectáculo que pudiera ofrecer tanto la naturaleza como los seres humanos, porque
por otro lado, ofrece la idea fundamental de Lao Tse (fundador del taoísmo):
el principio del universo en el que confluyen una serie de opuestos como la
vida y la muerte, el bien y el mal, el todo y la nada, desde donde se derivan
dos conceptos contrapuestos pero a la vez complementarios, no puede vivir el
uno sin el otro: el hombre y la mujer, la tierra y el cielo.
Y, sobre todo, está la mirada aguda y recreadora en detalles
existenciales de mujeres jóvenes, casi niñas, como si hubiera en él una suerte
de obsesión por penetrar el alma femenina. Como veremos en
La casa de las bellas durmientes.
ishima (1925/1970).
Yukio Mishima nació en Tokio en una familia de buena
posición económica. Estudió leyes y luego, pese a la oposición paterna, se
dedicó a la literatura.
Pasó los primeros años de su infancia bajo la sombra de su
abuela, Natsu, que se lo llevó y lo separó de su familia inmediata durante
varios años. Natsu provenía de una familia vinculada a los samurai de la era
Tokugawa , y mantuvo aspiraciones aristocráticas aún después de casarse con el abuelo de
Mishima, un burócrata que había hecho su fortuna en las fronteras coloniales.
Tenía mal carácter y tendencia a la violencia, incluso con salidas mórbidas
cercanas a la locura que serán posteriormente retratadas en algunos escritos de
Mishima. Algunos biógrafos opinan que Natsu favoreció la fascinación de Mishima
por la muerte. Ella leía francés y alemán, y tenía un exquisito gusto por el teatro Kabuki.
Aunque su padre le había prohibido escribir ninguna historia
más, Mishima continuó escribiendo en secreto cada noche, apoyado y protegido
por su madre Shizue, quien era siempre la primera en leer cada nueva historia.
Después de la escuela, su padre, que simpatizaba con los nazis, no le
permitiría ejercer una carrera de escritor, y en lugar de ello le obligó a
estudiar Ley alemana.
|
Mishima, de Tanadori-Yokoo |
Todo el bosque en flor
(1944) fue un impacto editorial tras el cual llegó
Confesiones de una máscara (1949) de carácter autobiográfico que lo
reveló un narrador exquisito.
Nieve de primavera,
Caballos desbocados, El templo del alba y La corrupción de un ángel son las
cuatro novelas que integran el ciclo El
Mar de la fertilidad, un intento de analizar la sociedad japonesa y que, en
su conjunto, constituyen una especie de testamento ideológico del autor, que se
rebelaba contra una sociedad para él sumida en la decadencia moral y
espiritual.
Regresa a la ficción con El
rumor de las olas (1954) y con Cinco
no modernos (1956) aborda el teatro. Continúa con la novela El pabellón de oro (1956), El marino que perdió la gracia del mar
(1963) y regresa al teatro con Madame de
Sade (1969).
Fue propuesto para recibir el Premio Nobel en 1968, galardón
que le fue negado por sus declaradas
inclinaciones fascistas explicitadas en la Proclama del 25 de Noviembre que
leyó en el cuartel que tomó durante su frustrada sublevación.
Precisamente el 25 de noviembre de 1970 junto a sus
discípulos del grupo Sociedad del Escudo, (escudo contra la influencia para él mortal de Occidente, pero más particularmente de los vencedores de Japón durante la 2º guerra mundial),se quitó la vida por el rito Sepukku
(hara-kiri) frente a las cámaras de televisión tras el intento de rebelión
militar dirigido por él mismo. Ese día Mishima y cuatro miembros de la
Tatenokai visitaron con un pretexto al comandante del cuartel general de Tokio de
las Fuerzas de Autodefensa de Japón.
Una vez dentro, procedieron a cercar con
barricadas el despacho y ataron al comandante a su silla. Con un manifiesto
preparado y pancartas que enumeraban sus peticiones, Mishima salió al balcón
para dirigirse a los soldados reunidos abajo. Su discurso pretendía inspirarlos
para que se alzaran, dieran un golpe de estado y devolvieran al Emperador a su legítimo lugar. Solo consiguió
molestarlos y que le abuchearan y se mofaran de él. Como no fue capaz de
hacerse oír, acabó con el discurso tras solo unos pocos minutos. Regresó a la
oficina del comandante y cometió seppuku.
Mishima resume la contradicción puesta en evidencia en el apego a la tradición imperial y la realidad
circundante de un Japón vencido en la guerra y sometido al dominio occidental.
Para algunos constituye el paradigma del autor maldito de la rebeldía de los sesenta
y despierta curiosidad por su entrega a un ideal ejecutado sin apelación en su suicidio.
Pero aunque su fin puede haber pretendido ser algún tipo de testamento, la
naturaleza teatral de su suicidio, las poses en las fotografías para las que
posó, ponen en tela de juicio ese acto, que ha estado rodeado de mucha
especulación.
Mishima debía haber sabido que su intento de golpe jamás podría
haber tenido éxito y su biógrafo, traductor, y antiguo amigo John Nathan
sugiere que fue solo un pretexto para el suicidio ritual con el cual tanto
había soñado.
os siete puentes.
Desde un presente infeliz, tres geishas se proyectan a un
futuro deseado. Para que sus deseos se cumplan deberán cruzar siete puentes de Tokio,
sin pronunciar palabra. La superstición y la esperanza las guían, pero la vida
a la cual están destinadas les da un golpe de realidad inevitable.
Su lectura puede dejar un interrogante.
Este texto, como muchos de los que ha escrito, evoca una clara belleza, serenidad; sus cuentos denotan un profundo conocimiento de las emociones humanas. Entonces, ¿cómo pudo Mishima al mismo tiempo adoptar ideas políticas tan terribles y agresivas? ¿Cómo convivían en él el poeta y el fascista?
Quizás parte de la clave está en su apego a los valores tradicionales del Japón del emperador: tiene como personajes principales a jóvenes dignos y sensibles, alertas de su situación, patriotas comprometidos con una ideología milenaria, tradicional, y defensores a ultranza de valores perdidos, como en este cuento. Cree que la juventud de su país está en declive y eso lo aterra. Nunca admitió la derrota militar y cultural de Japón al finalizar la Segunda Guerra Mundial. Y Mihima habla siempre de ese dolor, de cómo la esencia de su pueblo va desapareciendo.
Todo esto, unido a una enorme sensibilidad, con propensión al estallido (como lo demuestra la violencia de su muerte), pueden intentar explicar no la ferocidad de sus ideas políticas, (porque no tienen justificación posible) sino de qué extraña manera, a veces, la belleza más plena viene de la mano de un sufrimiento violento. El mismo que sintió durante toda su vida, y lo llevó a terminar con todo. Y quizás, desde ese lugar, llegar a la irracionalidad absoluta.
Ser japonés fue, para él, su muy particular manera de ser
universal.