La literatura de México ha sido siempre una
de las más fértiles de la lengua
española. Desde su anclaje en las potentes
literaturas de los pueblos indígenas de Mesoamérica, como el Popol Vuh con toda
su cosmogonía transmitida por tradición oral, pasando por el proceso de
mestizaje con la llegada de los españoles, y la época de criollización con la
incorporación de términos de uso en el habla local del virreinato, y en temas,
como el barroquismo de Sor Juana Inés de la Cruz (con sus juegos literarios, anagramas,
emblemas y laberintos). Hacia el final del régimen colonial, ya en el siglo XIX,
van surgiendo obras costumbristas, como Los mexicanos pintados por sí mismos, donde
los intelectuales de la época cuentan cómo ven al resto de sus coterráneos. Ahí
quizás se pueda rastrear una de las
claves: los intelectuales y los otros.
Llega la Revolución mexicana, el conflicto armado iniciado en 1910 contra el presidente Porfirio
Díaz, instalado en el poder durante 30 años. Aunque en principio fue una lucha
contra el orden establecido, con el tiempo se transformó en una guerra civil; es
considerada como uno de los acontecimientos políticos y sociales más
importante del siglo XX en México.
Surgieron novelas que reproducen este movimiento entre 1910
y 1917, las que relatan las experiencias directas de la gente durante el
movimiento, además de que intentan analizar los problemas
surgidos, como Mariano Azuela con su novela Los
de abajo. Otra clave posible: el tema de las clases sociales.
Poco después llega la Guerra Cristera (también conocida como
Guerra de los Cristeros) , otro conflicto armado que se prolongó desde 1926 a
1929 entre el gobierno y milicias de laicos y religiosos católicos que resistían la
aplicación de políticas anticlericales orientadas a restringir la autonomía de
la Iglesia católica. Los cristeros fueron capaces de articular una serie de
descontentos locales con las consecuencias de la Revolución Mexicana. Esta
tendencia sería antecedente del florecimiento de una literatura que cristalizó
en la obra de escritores como Rosario Castellanos o, magistralmente, en Juan
Rulfo. Con él, los
personajes representan y reflejan la peculiaridad del lugar, con sus grandes problemáticas
socio-culturales, y
entretejidas con el mundo fantástico. Jorge Luis Borges, y el mundo
entero, admiró su Pedro Páramo por considerarla una de las mejores novelas de las
literaturas de lengua hispánica, y aun de toda la literatura.
También aparece una literatura de corte indigenista, que retrata
el pensamiento y la vida de los pueblos indígenas de México, y las reflexiones
en torno al ser y la cultura nacional.
Ya en 1947 comenzó lo que llamamos «novela mexicana
contemporánea», que incorporó técnicas entonces novedosas, influencias de
escritores estadounidenses (William Faulkner y John Dos Passos), e influencia
europea (James Joyce y Franz Kafka). Si bien durante el periodo que va de 1947
a 1961 predominaron los narradores como Juan
José Arreola, Juan Rulfo, y Carlos Fuentes, la poesía ocupó un rol privilegiado
con Xavier Villaurrutia y Octavio Paz,
quien con la revista Vuelta encabezó
durante muchos años la cultura nacional, y obtuvo el premio Nobel en 1990. Sergio
Pitol, Elena Poniatowska, Carlos Monsiváis, Juan Villoro, tanto en narrativa
como en ensayo, también son referentes indispensables.
Jorge Luis Volpi
Escalante. (Ciudad de México, 1968)
Este escritor mexicano en sus
comienzos perteneció a la llamada generación del crack, movimiento literario mexicano de fines del
siglo XX, en ruptura con el llamado postboom latinoamericano. Estuvo integrado
por Ignacio Padilla, Jorge Volpi, Eloy Urroz, Pedro Angel Palou, Ricardo Chávez
Castañeda y Vicente Herrasti.
Decía Elena Poniatowska, en
Box y literatura del crack:
“Hace años Kid Palou,
Kid Volpi, Kid Urroz, Kid Padilla, Kid Chávez Castañeda, Kid Herrasti noquearon
a la literatura mexicana con un manifiesto que mandó a la lona a las mafias, el
grupo de Vuelta, el de Nexos, el de La cultura en México. Nada de lo pasado
valía, los escritores eran una mierda, había que barrer con ellos y el único
futuro estaba en el crack, que es una fisura, un hueso que se rompe, un vidrio
que se estrella, una rama de árbol que cae y hace precisamente eso: crack. Con
el tiempo, los jóvenes airados se suavizaron y levantaron de la lona a los
noqueados, les vendaron las patas, les pusieron curitas en las cejas y les
dieron un apretado abrazo sudoroso a sus abuelos literarios. ''Vamos a apostar por la novela ambiciosa,
la novela total, la que busca crear un mundo autónomo en el lector, la que
rescriba la realidad, una novela que verdaderamente diga algo", y lanzan
el manifiesto de las novelas del crack que, según Pedro Angel Palou, ''era un
gesto como todo manifiesto, una payasada" que enfureció al mundo
intelectual y logró que los críticos los atacaran sin misericordia.
En 2001, Jorge Volpi
ganó el Premio Biblioteca Breve con una novela sobre el nazismo, En busca de Klingsor, y aunque nunca
mencionó al crack, e inclusive dedica su gran libro a Los otros conspiradores
(sus cinco amigos del crack), en España empieza a hablarse del crack
latinoamericano, el fenómeno literario de mayor resonancia después del boom. Al
año siguiente, Ignacio Padilla es galardonado con el Primavera y la prensa
española se pregunta, ¿quiénes son éstos?, ¿por qué otro joven mexicano gana un
premio importante? Resulta que el ganador del Primavera es amigo del que ganó
el año pasado el Biblioteca Breve y ambos provienen de un mismo y extraño
movimiento llamado el crack.
La verdad, (sigue
diciendo Elena Poniatowska), los
escritores del crack le tiraron siempre a la sofisticación, a escribir sobre
temas internacionales, que interesaran en Alemania, Francia, Italia e
Inglaterra. Habían leído a Broch y a Musil, traducidos por sus abuelitos
literarios: Pitol y García Ponce. (Eran un poco esnobs, la verdad). Una vez
profesionalizada la carrera de escritor por Carlos Fuentes, ellos se lanzan a
las grandes avenidas. Nada de Allá en el rancho grande, nada de color local.”
Con su novela En busca
de Klingsor (Seix Barral, 1999), que obtuvo varios premios, inició una
llamada Trilogía del siglo XX. Esta obra —que trata sobre un científico
norteamericano que se une al ejército con la misión, al final de la Segunda
Guerra Mundial, de descubrir quién es Klingsor, presumiblemente un científico
nazi de muy alto nivel— supuso su consagración internacional al ser publicada
en veinticinco idiomas.
Volpi se documenta a fondo antes de empezar una obra y
siente una gran pasión por el mundo de la ciencia y sus implicaciones, así como
también por la política y el pensamiento actual. Investiga el papel concreto
del nazismo, en cuanto encarnación del mal, y su capacidad de seducción sobre
regiones oscuras de la personalidad humana, por otra parte.
Los personajes y
hechos evocados son reales, aunque coexisten con seres y sucesos de ficción. En busca de Klingsor es un examen del dilema faustiano que en nuestro
siglo, ha encarado a muchos con la atracción del horror.
El gato de Schrödinger.
El cuento se refiere al llamado Experimento del gato de
Schrödinger o paradoja de Schrödinger, experimento imaginario concebido en 1935
por el físico Erwin Schrödinger para exponer una de las consecuencias de la
mecánica cuántica.
Schrödinger plantea un sistema formado por una caja cerrada
y opaca que contiene un gato, una botella de gas venenoso y un dispositivo que
contiene una partícula radiactiva con una probabilidad del 50% de desintegrarse
en un tiempo dado, de manera que si la partícula se desintegra, el veneno se
libera y el gato muere.
Al terminar el tiempo establecido, hay una probabilidad del
50% de que el dispositivo se haya activado y el gato esté muerto, y la misma
probabilidad de que el dispositivo no se haya activado y el gato esté vivo.
Según los principios de la mecánica cuántica, la descripción correcta del sistema
en ese momento será el resultado de la superposición de los estados
"vivo" y "muerto". Sin embargo, una vez abramos la caja
para comprobar el estado del gato, éste estará vivo o muerto.
Ahí radica la paradoja. Mientras que en la descripción
clásica del sistema el gato estará vivo o muerto antes de que abramos la caja y
comprobemos su estado, en la mecánica cuántica el sistema se encuentra en una
superposición de los estados posibles hasta que interviene el observador. Ésa
es la materia con que Volpi idea el cuento.
Guadalupe Nettel (ciudad
de México, 1973).
“Bonsái”, el cuento
de la escritora Guadalupe Nettel, perteneciente al libro Pétalos y otras historias incómodas, gira en torno a un hombre que,
a pesar de estar felizmente casado y tener una vida estable, se percata de un
sentimiento de soledad que lo abruma día tras día. Los paseos dominicales al
jardín botánico del señor Okada, el personaje principal, se convierten en el
refugio idóneo para olvidar las frustraciones y el vacío que le provoca su vida
cotidiana de oficinista.
Con gran influencia
del narrador japonés Haruki Murakami, Guadalupe Nettel nos ofrece una reflexión
sobre la naturaleza del ser humano, donde encontrar, adueñarse y, sobre todo,
conservar la libertad para ser uno mismo, significa el desprendimiento de un pasado
que a veces desfigura y traiciona la esencia que nos hace únicos.
En ese sentido, “Bonsái” nos hace testigos de una lucha
interna entre lo que uno cree que es y lo que es en realidad, disyuntiva cuya
única solución, quizás, sea la plena aceptación de los defectos y virtudes
propias. Ya que, como dice la autora, “cuando nos reconocemos enteramente
cobramos una especie de resplandor”.
Fuente: UNAM.
Fabrizio Mejía Madrid.
Nacido en 1968 este cronista con vocación de darle voz a quienes no la
tienen es también novelista, ganador del
premio franco mexicano “Antonin Artaud” por su novela Hombre al agua. “Es la
novela de una generación que no conoce otro estado que la crisis, y sabe que el
naufragio es la mejor manera de mantenerse a flote”, ha escrito sobre ella Juan
Villoro. Además de esta obra, Mejía Madrid, ha publicado tres libros de crónicas, recopilaciones
de sus colaboraciones en La Jornada, Proceso, Letras libres, Gatopardo y otras
publicaciones periódicas. “Su periodismo
es literatura”, dijo Carlos Monsiváis,
el gran cronista mexicano. Fabrizio Mejía Madrid, por su parte, explica: “La
crónica es una literatura hecha al vapor porque tienes la presión del suceso y
la presión de la entrega, porque si no en los periódicos no te pagan. Y te la
piden con un estilo que te activa no solamente la prosa sino también el punto
de vista. Es una literatura bajo presión pero no es una literatura menor".
Fabrizio Mejía Madrid considera que una de las características de su generación es haber roto con los
géneros. “No son excluyentes”, dice, y eso se percibe en sus novelas, en las
cuales mezcla la narración, el humor y elementos de la crónica. La primera
fue Viaje alrededor de mi padre, un
libro sobre la paternidad literaria. Vino después Hombre al agua, la obra premiada, El rencor, un retrato de lo que fue México y su partido único, y Tequila D.F. En esta última novela, que
tiene como base Los detectives salvajes
de Roberto Bolaño, Fabrizio Mejía Madrid entrega cuatro versiones de la vida y
la muerte de Mario Santiago, poeta mexicano hoy convertido en mito.
Este escritor, que de
niño vio en su casa a los actores del movimiento anti autoritario de 1968, (que
culminó con la matanza del 2 de octubre de la protesta estudiantil en
Tlatelolco) piensa que el humor es
“un elemento existencial” básico cuando se vive en países como México y los demás de Latinoamérica, y
lo utiliza en su crítica feroz de la
sociedad actual.
El entramado de claves de todo este conjunto tan disímil, lo
haremos en el taller.
Queda para la semana próxima el tema de Violencia de la tierra y violencia del lenguaje. ¿Cómo narrar la
violencia o cómo sustraerse a ella? Estos y otros interrogantes no faltaron en
el Encuentro Centroamérica y México: La
lectura violenta, que acaba de realizarse en el Centro Cultural de España
en Buenos Aires (Cceba). (Bs.As., Marzo 2012)