El tiempo y el espacio del taller de lectura plasmado para:



leer de diferentes maneras (por arriba, por abajo, entre líneas, a fondo, participando del texto, recreándolo),



dar cuenta de los procesos culturales en que surgen y son comprendidas o cuestionadas las obras literarias,



pensar (discutiendo, asombrándose, dejándose llevar por lo que los textos nos dicen -pero parece que no dijeran-),



y por sobre todas las cosas, y siempre, disfrutar de la buena literatura.








sábado, 15 de octubre de 2011

El mundo de Fabian Casas.



Fabián Casas, nacido en Buenos Aires, en 1965, (concretamente en el barrio de Boedo), es un referente de la llamada generación del 90, aquel movimiento literario que le sacó solemnidad y le dio vida a la poesía argentina. Va contra la corriente de la industria cultural, y es amigo de las mezclas de géneros y estilos literarios (practica la poesía, el ensayo y la narrativa), además de buen lector de Gianuzzi, Vonnegutt, Borges, T.S. Elliot, Schopenhauer y tantos otros.
Probablemente la de Fabián Casas haya sido la escritura que más se universalizó: su imaginario, entre el barrio y la filosofía oriental, se concretó en una especie de memoria común generacional y encontró así su lugar en la sensibilidad de una época.
Sabemos que cada época posee una episteme, un conjunto de relaciones entre prácticas discursivas comunes que constituye el modo de lenguaje propio de esa época.

O un Zeitgeist, término alemán que significa "el espíritu (Geist) del tiempo (Zeit)”, es decir, los caracteres distintivos de las personas que se extienden en una o más generaciones posteriores y en las que, a pesar de las diferencias de edad y el entorno socio-económico, prevalece una visión global para ese particular período. 

Por eso vamos a intentar un breve recorrido por parte de su obra, y con el aporte de material extraído de entrevistas, para encontrar algunas pistas suyas, y de la época que refleja.



Estudió Filosofía y comenzó a trabajar como periodista en el diario Clarín, a comienzos de los '90. Fue también editor del diario deportivo Olé. Se desempeñó en la revista deportiva El Gráfico y luego pasó a ser subeditor general y editor general del semanario El Federal . Su carrera literaria se inició también a comienzos de la última década del siglo XX, con la fundación de la revista de poesía 18 Whiskys, junto con otros poetas de su generación, Para la misma época, publicó "Tuca", su primer poemario, que fue señalado como emblema de una corriente objetivista. Algunos de sus escritos en blogs forman parte de su libro "Ensayos bonsái", junto con textos de mayor aliento. En 1998 participó del Programa Internacional de Escritores de la Ciudad de Iowa, EE.UU. En 2007 recibió en Alemania el Premio Anna Seghers por, en palabras del jurado, «poseer una lírica extraordinaria y ser su obra una fuente de inspiración para los autores de América Latina» . Una antología de sus poemas salió en Alemania en el 2009 (traducida por Timo Berger).


El mundo de Casas: Un veterano del pánico.

A los treinta años tuvo una depresión clínica, y  un amigo suyo le dijo "vos lo que tenés es el horla". A la semana le trajo El Horla, el cuento de Maupassant. Cuando lo leyó identificó lo que le estaba pasando, y según cuenta en una entrevista,  “le puse un nombre a mi enemigo.  Pero entendí que ese enemigo era también mi maestro, y tenía que aprender de él. Un maestro muy duro, muy estricto. A su vez, entendí que yo vivía en una ciudad construida por el horla, y es una ciudad armada con muchas ciudades en donde estuve, en donde viví. Con eso fui construyendo al Horla City, la ciudad del miedo”. 

Maupassant contaba las supuestas alucinaciones del protagonista, el cual siente la presencia de un ente que él llama El Horla. Como consecuencia de haber saludado el paso de  un extraño barco, que venía literalmente "del Otro Mundo". A lo largo del relato, el protagonista muestra la angustia que se va apoderando de él, y ve cómo ese algo o alguien está introduciéndose en su vida de forma velada e intangible. Empieza teniendo pesadillas hasta que por último, llegará a ser supuestamente poseído por la criatura, que gobierna todas sus acciones e incluso sus pensamientos.

Sigue diciendo Casas:Por suerte solucioné la vida económica con el periodismo, porque entre libro de poemas y libro de poemas tardé siete años. A mí me gusta publicar y que me lean, pero puedo escribir sin tener un lector. No tengo el ego de la obra. Ese es el lado bueno mío.
— ¿Y el lado malo?
— El miedo. Veo lo horrible que es el mundo y digo: “Esto es una comida espesa y me dieron una cuchara de plástico de avión para revolver un guiso espesísimo”. Contra eso, karate, whisky, tranquilizantes. La gente lee libros míos y creen que soy el Buda. Y yo les digo: “Sí, el Buda del Rivotril”.

Le han preguntado cómo maneja en estos tiempos un escritor argentino la influencia de Borges, a lo que él responde: “Borges es una de las principales influencias para un escritor argentino, yo la manejo con total libertad, es un gran palacio para ser saqueado hasta dentro de la heladera”.



¿Sobre qué escribe?  Dice: “Hay un poeta que se llama Hofmannsthal. Él decía que la fuerza del círculo vence a la muerte. Yo pienso que escribo sobre un círculo y ese círculo son mi primo, mis hermanos, mi papá, mis amigos. Aparecen todos en un poema, y después en un ensayo y después en un cuento y después en otro poema. Escribo sobre la fuerza del círculo”.




Ensayos.

Los recorridos que propone Fabián Casas en Ensayos Bonsai suelen ser impensados: puede saltar del concepto de Spinoza del poder,  a un ensayo de Marcelo Cohen sobre las letras argentinas y más adelante de algo que le causaba gracia a Kurt Cobain, a la búsqueda de una zapatería en el barrio que fue invisible hasta que la necesitó.
Puede hablar de El escritor argentino y la tradición de Borges, de los prólogos de Gombrowicz a Ferdydurke y de Arlt a Los lanzallamas, todo esto rematado con el instinto milenario de su perra para cavar concienzudamente un pozo.
Mundiales de fútbol e iconos del rock, la familia y los amigos, la poesía de Eliot y de Daniel Durand, tramos de películas y pensamientos de filósofos… todo ello compone parte de estos ensayos.
En el lugar donde se cruzan la sabiduría oriental, el rock, los ideales de los revolucionarios mesiánicos, los grandes poetas americanos, y el fútbol, ahí se asoma la escritura de Casas: el boedismo Zen.

Me estimula mucho que me digan que una cosa no puede cruzarse con otra: ¿por qué no?, se pregunta Casas.


Breves apuntes de autoayuda.
Editado en Buenos Aires, por  Santiago Arcos en  2011, el estilo "fácil", coloquial, conversacional de Casas logra que pueda hablar de cosas serias y hacer reír a la vez. En el diario chileno La Tercera, del 27 de agosto de  2011, comentaban:
“Breves apuntes de autoayuda es un antídoto ideal para el lector que cree que la literatura es necesariamente solemne y para el escritor que se siente obligado a forzar la mano para decir cosas trascendentes. El Casas crítico habla de libros y canciones sin distanciarlas de la vida, como parte de una cotidianeidad en la que se discute con la pareja qué película ver juntos y con los amigos qué escena hace inolvidable a una novela (en La Liebre, de César Aira, Pedro Mairal dice que son las abdominales que hace el dictador Rosas "ni bien se levanta"). Aquí no solo importa el contenido sino la forma: los colores, los olores y las texturas de los libros. Hay riesgos inevitables y asumidos en esta postura: el Casas que desdeña los libros digitales porque "no es lo mismo leer Guerra y Paz en una cajita virtual que en hojas, que es lo mismo que decir, días, horas, noche y pasión" suena muy fundamentalista (yo también soy un fetichista de los libros, pero he leído a Henry James en un Kindle y a Flannery O'Connor en un iPad y tanto James como O'Connor han sobrevivido muy bien a los nuevos dispositivos de lectura).   

Para Casas, la inteligencia del escritor está sobrevalorada ("la inteligencia es algo que puede tener cualquiera"). Pese a eso, hay frases inteligentes por todas partes ("Sucede en el futuro porque es de Ciencia Ficción aunque la ciencia ficción, en realidad, suceda en el pasado"). Casas prefiere la sensibilidad del escritor, su generosidad, su capacidad para tantear en el abismo y también para abrir puertas para otros. Eso lo lleva a excesos sentimentales (de verdad, ¿Borges es Borges debido a que Norah Lange lo dejó por Oliverio Girondo?) y a aciertos entrañables: refiriéndose a Fogwill, escribe: "Ahora digo que toda su obra -que es grande- no le llega ni a los talones a él. No extraño sus cuentos, no extraño que no escriba más, que no vaya a leer cosas nuevas suyas. Extraño su voz, su risa. Su generosidad. Su mal genio".



Los Lemmings y otros: entre la disolución del yo y el boedismo zen.
Nos cuenta Andrés Laguna:
“Los Lemmings y otros está compuesto por una serie de relatos que suceden en el barrio porteño de Boedo, protagonizados por un puñado de personajes inolvidables, ambientados en un tiempo pasado que no necesariamente fue mejor pero que indudablemente es imborrable. La intensidad y la verosimilitud de las voces que protagonizan los textos, el compromiso que tienen con las historias que se le develan al lector, hacen que nos sintamos tentados de creer que el libro no es más que una breve colección de memorias, de extraordinarias historias autobiográficas. Pero, poco importa si Casas vivió lo que nos cuenta, poco importa si se inventó un alterego que aguante mejor que él las aventuras y las desventuras literarias, poco importa si esto no es más que una transcripción de las peripecias de sus conocidos. Lo que hace a Los lemmings y otros un libro que vale la pena leer es la aproximación a los temas y a los argumentos que se relatan. 

En manos de un autor con menos talento, estas historias no hubiesen sido otra cosa más que ese tradicionalismo porteño burdo, que suele camuflarse como buena literatura. Casas es un autor sensible, con influencias e intereses diversos, que tiene una curiosa relación con la vida, el cosmos y la literatura. Así como es evidente que lee poesía –por el tratamiento del lenguaje, por la precisión con las palabras-, también se nota la importancia que tiene el pensamiento filosófico en su obra. 
No sólo por las constantes y entretenidas referencias a autores como Schopenhauer o Wittgenstein. Por esas extrañas coincidencias de la vida, desde Boedo, Casas se relacionó con el budismo zen –se sabe que es un tipo que practica muy seriamente el karate y la arquería, entre otras disciplinas orientales-. 
Eso ha sido determinante para su obra y para su forma de escribir. En la presentación mencionada, Casas aseguró algo que ya había leído en varias entrevistas, que cuando escribe busca que su voz se diluya para que las voces de los personajes crezcan, para que se apropien del texto. 

Si el zen reza que se debe caminar sin dejar huella, en la literatura de Casas aparentemente el ideal fundamental es que el autor escriba sin dejar huellas. Es decir, no debe ser más que un intermediario entre el lenguaje y los personajes que adquieren una vida propia, una voz propia. Ese es uno de los enormes puntos fuertes de los relatos incluidos en Los lemmings y otros, la voz de Fabián Casas se diluye en la de Andrés Stella, en la de Máximo Disfrute o en la del japonés Uzu. Tal vez la literatura para Casas no es otra cosa que la disolución del yo, del ego, para así dar paso a la creación pura, que aunque se alimenta de recuerdos, de relatos ajenos o de la realidad asimilada, permite que otros personajes adquieran vida propia y protagonicen su propio mundo, sus propias vidas, su singularidad. La literatura para Casas tal vez es la conexión con la creación misma, con lo trascendental, es la desaparición absoluta del ego del autor, de ese yo que corrompe la literatura, es el someterse ante la enormidad de la obra. Supongo que justamente por eso en uno de los relatos más notables del volumen, el que recuerdo con mayor intensidad, titulado “Asterix, el encargado”, todo un conjunto de situaciones bizarras y de personajes entrañables, se ponen al servicio de la narración del satori –la iluminación budista- que tiene el narrador. Cuando está viviendo una de las mayores crisis de su vida, está deprimido, no tiene trabajo, su chica lo acaba de dejar, su gato ha desaparecido, gracias al encargado, al portero de su edificio, se adentra en el barrio boliviano, se somete a una suerte de Tinku y justo cuando pierde la individualidad, cuando se hace invisible, encuentra su lugar en el mundo”.

Los lemmings y otros es una obra que está llena de momentos cómicos, frustrantes, dramáticos, patéticos, enternecedores. Lleno de frescos de la infancia, de la adolescencia, de la época menemista, del mundillo literario, del fútbol (jamás se debe olvidar que Casas es un hincha feroz de San Lorenzo). Nos  contamina con nostalgia, nos hace morir con honor y llegar a nuestras profundidades, aunque sin tomarnos muy en serio. Para después poder seguir con la vida.

Y para finalizar el recorrido de hoy por Casas, va uno de esos poemas suyos:

Cancha rayada.

Caminamos, con mi viejo, por la playa de estacionamiento.
Es un día de calor sofocante
y en el asfalto recalentado
vemos la sombra de un pájaro negro
que vuela en círculos,
como satélite de nuestra desgracia.
Una multitud victoriosa, a nuestras espaldas,
ruge todavía en la cancha.
Acabamos de perder el campeonato.
La cabina del auto es un horno a leña;
los asientos queman y el sol que pega
en el vidrio, enceguece.
Pero no importa, como dos bonzos
dispuestos a inmolarse,
nos sentamos y enciendo el motor:
Fabián Casas y su padre
Van en coche al muere.