El tiempo y el espacio del taller de lectura plasmado para:



leer de diferentes maneras (por arriba, por abajo, entre líneas, a fondo, participando del texto, recreándolo),



dar cuenta de los procesos culturales en que surgen y son comprendidas o cuestionadas las obras literarias,



pensar (discutiendo, asombrándose, dejándose llevar por lo que los textos nos dicen -pero parece que no dijeran-),



y por sobre todas las cosas, y siempre, disfrutar de la buena literatura.








viernes, 9 de septiembre de 2011

Resignificaciones en "Aballay".



Aballay, el relato de Di Benedetto, cuenta la historia de un gaucho que debe una muerte, pero  no puede apartar de su memoria la imagen de un niño, hijo del hombre que él ha matado. El niño vio como Aballay mataba a su padre. Un día, el gaucho escucha el sermón de un cura. Y queda fascinado con la historia de los estilitas que pagaban sus culpas habitando una cueva o la cumbre de una montaña. Aballay quiere imitarlos. Pero en la pampa no hay montañas. Decide, entonces, ser un estilita ecuestre. Montará en su caballo y no bajará más de él. El destino, sin embargo, lo está esperando: el niño, ya mayor, lo enfrentará.
    Aballay se detiene (montado en su caballo) con una caña. El destino quiere que esa caña atraviese la boca de su contrincante, y que, además, Aballay baje del caballo para ayudar a quien quiso matarlo. Ya en el suelo, comprende que ha roto un mandato. Decide que esta vez, tiene que hacerlo. Ha dudado unos segundos, sin embargo, el otro, desde abajo, le abre el vientre con su cuchillo. Austero, ceñido, el narrador culmina su relato; "Alcanza a saber que su cuerpo ya siempre quedará unido a la tierra. Con el pensamiento velado, borronea disculpas. Por causa de fuerza mayor, ha sido..."
    "Aballay, tendido en el polvo, se está muriendo con una dolorosa sonrisa en los labios".

Como ya hemos visto, nuestra literatura recoge desde sus orígenes el enfrentamiento de dos cosmovisiones disímiles: Civilización o Barbarie. 
De acuerdo con el análisis de Anabel Pérez Ulloa, en La antinomia “Cultura Letrada / Oralidad” en la reescritura del genero gauchesco en“Aballay” de Antonio Di Benedetto, es Sarmiento quien se ocupará de reactualizar esa antinomia de vieja data, presente tanto en Europa como en América del Norte.  En palabras de Maristella Svampa (1994), ambos términos, lejos de revestir un sentido único e invariable, serán objeto de sucesivas resemantizaciones conforme las demandas de coyunturas específicas. Sarmiento, en el curso de su abordaje teórico, los aplicará a la manera de categorías analíticas incontrovertibles y excluyentes en sí mismas.

La “barbarie” estará encarnada en el estancamiento que supone la vida y costumbres rústicas de un personaje emblemático de la campaña: el gaucho. A tales efectos, Sarmiento llevará a cabo una caracterización y clasificación de este hombre autóctono estrechamente vinculado a su medio en lo que juzga como un
determinismo difícil de revertir. Precisamente, a su criterio, la situación de retroceso en todos los órdenes que padece el país y que impide la marcha evolutiva hacia el progreso tan ansiado, será consecuencia del avance de esta “barbarie” al ámbito de las ciudades, a partir de la injerencia en asuntos políticos por parte de líderes
regionales como Facundo Quiroga; quienes representan, en su accionar, el triunfo de la irracionalidad y de las pasiones. Por el contrario, la civilización estará encarnada en el programa cultural de cuño liberal, conforme al modelo europeo y norteamericano, que procuran difundir los sectores intelectuales de la época. Más allá de las incongruencias e insuficiencias del análisis sarmientino, aquella célebre oposición habría de dejar una impronta indeleble en el devenir del pensamiento latinoamericano, legitimando la exclusión de sujetos concebidos como inapropiados para el programa modernizador acuñado por la élite  decimonónica
Para dicho sector de la sociedad resultaba perentorio erradicar tal “barbarie” tanto simbólicamente como mediante la creación de un dispositivo institucional urbano (legal, pedagógico) encaminado a impedir su reaparición y a ubicar al país en la "senda de la civilización".
Ésta sería precisamente una de las funciones clave que le cabría asumir, en el ámbito de los discursos, a la literatura; particularmente a la poesía gauchesca.
               


En el cuento que nos ocupa, se da el encuentro problemático de estas dos cosmovisiones enfrentadas:
  • La cultura letrada (el cura) (Civilización, en términos de Sarmiento)
  • La cultura de la oralidad (Aballay, el gaucho) (Barbarie)


Por otro lado, el cuento  ciertamente se ajusta a las convenciones genéricas de la gauchesca si nos atenemos a:
  • La construcción del personaje principal,
  • los distintos ámbitos por los que circula (ranchos de la campaña, pulpería, comisaría, etc.)
  • y la referencia geográfico-espacial que, si bien no aparece de manera explícita, resulta factible reconstruir mediante de una serie de marcas textuales concretas.


A poco de iniciado el relato, aparece la oposición anteriormente mencionada entre ciudad y campo, encarnada en el fraile y Aballay, respectivamente.

El propósito del gaucho de imitar el ejemplo de los estilitas emanará de esta suerte de autoridad que el discurso letrado ejerce sobre el imaginario del habitante de la campaña. En efecto, el cura, ante los requerimientos de Aballay, llegará a enorgullecerse del poder persuasivo de su palabra.
La oposición en cuestión se volverá explícita en la relación de extrañamiento del cura respecto de esa “otredad” representada en el campesino: “[el cura] se analiza junto a ese emponchado nunca visto previamente, que parece ansioso y díscolo, y de quien desconoce si debe temer el mal.”

Por otra  parte, otro aspecto de relevancia en relación con el relato, será la mitificación del personaje gauchesco.
El relato nos introduce en la cuestión mediante la mención del mito en torno de la figura emblemática del caudillo Facundo Quiroga: “se nombra a Facundo, por una acción reciente (¿Que no es que lo habían muerto, hace ya una pila de años?)”
Pero además, está la mitificación operada sobre la figura de Aballay. Paulatinamente se le atribuirán, desde los sectores populares, caracteres positivos y extraordinarios tales como la capacidad de sanación además de un rango heroico ya incuestionable:   “No lo reconocen a él, nunca lo vieron; le reconocen sus famas que le han crecido sin él saberlo.”



El desplazamiento del territorio. La concepción espacial en Di Benedetto.
 Siguiendo el análisis de Pérez Ulloa,  la autora dice: “esta curiosa historia de un gaucho heroico por descuido, culpable sin quererlo, ermitaño ambulante, descifrador torpe de una palabra heredada, avatar anacrónico de la figura de Martín Fierro ya tan transformada por una red de reescrituras, es una anomalía dentro del corpus dibenedettiano centrado en otros espacios, preocupaciones y modos de integrarse en el sistema literario argentino.

En Di Benedetto hay que buscar mucho la pampa; escrita desde Mendoza con una voluntaria omisión de Buenos Aires y sus tradiciones culturales, su obra se caracteriza por una serie de desplazamientos en lo que concierne a cierta tradición de oposición pampa/ciudad y civilización/barbarie en la literatura argentina. En esos textos la ciudad ya no es Buenos Aires sino Mendoza, y la pampa se ha convertido en un verdadero “desierto”, el que rodea esa ciudad argentina. Muchos relatos del autor, en particular algunos que fueron editados o reeditados junto con “Aballay” en el volumen de cuentos Absurdos, retoman esa oposición entre la ciudad y la no-ciudad como elemento estructurante de la concepción del espacio nacional. Pero la retoman con una fuerte marca imaginaria que desdibuja sus valores culturales: la oposición toma visos de una confrontación entre el yo y el no-yo, entre el mundo consciente y el mundo incontrolado de la indiferenciación amenazante, entre lo humano y lo animal (o entre la razón y una peligrosa animalización del hombre).

La pampa es  un lugar de identidad y de proyectos ideológicos,  pero al mismo tiempo funciona en tanto marco mítico de nacimiento del escritor argentino.
Un narrador argentino sería aquel que se “inventa” una tradición y una identidad, el que se sitúa en el cruce entre pulsión y razón, el que se pelea con el vacío pampeano como único lugar heredado, como única página posible desde donde leer y reescribir las bibliotecas europeas.

Las coordenadas del espacio literario en Di Benedetto, permiten aprehender la dimensión que toma la pampa en su cuento: el de un decorado que, metonímicamente, significa el lugar de la creación, es decir, lugar de cruce de lo imaginario con lo cultural, de lo pulsional con la tradición (o de lecturas imaginarias de lo cultural, de lecturas pulsionales de la tradición).

Tematización de la escritura.
Y es significativo entonces que los diferentes mecanismos de reescritura y las variantes sobre una tradición que hemos analizado estén entremezclados con una representación espacial intensamente subjetiva. Como tantas otras obras  la de Di Benedetto tiene visos de una autoficción en donde el ser escritor, el poder escribir, el representar el trabajo o las condiciones de emergencia de la escritura, ocupan un lugar importante.  Esa tematización de la escritura aparece siempre marcada por:
·         la impotencia,
·         las perturbaciones producidas por el deseo,
·         la recurrencia de una culpa de raigambre edípica,
·         la evocación repetida de un padre ausente o de un padre muerto.

Ser escritor tiene que ver con una definición ontológica y pulsional, ser escritor tiene que ver con una intensa dramatización de la herencia.
En este sentido, hay que notar la relación conflictiva que se instala en “Aballay”, desde las primeras páginas, con otros relatos, otras tradiciones: la cultura clásica, la tradición cristiana, la gauchesca, sus lecturas e interpretaciones. Desde esta perspectiva, el gaucho Aballay no puede sino interpretar, repetir, releer, reescribir, intentar descifrar correctamente un mensaje heredado y polisémico; y también buscar en esa biblioteca un camino para su propia culpa, para su propio crimen, para su propio destino, para su propia palabra.

El interés de “Aballay” es por lo tanto doble:
·         Por un lado cristaliza una concepción de la escritura y una representación del autor presentes en otras obras anteriores de Di Benedetto, enriquecida aquí con el contrapunto heroico propuesto por la tradición pampeana y sus mitos de creación.
·         Por otro lado, ese gaucho mendocino retoma, a mediados de los setenta, un recorrido que comienza con Hernández (y en alguna medida con el Facundo), y se prolonga con los autores canónicos: Lugones, Rojas, Martínez Estrada, Borges.

El cuento cierra un ciclo o termina con las reescrituras reverenciales o trascendentales del gaucho y de la pampa. O, tal vez, es la última peripecia de una expectativa: la del gaucho-escritor, la de un escritor heroico, heredero y fundador de una tradición.
Ya Borges había intentado concluir el proceso, al inventar “El fin” de esa historia con espectaculares operaciones de lectura, pero dejando intersticios: la repetición, la circularidad, la fatalidad.

En el momento de la dictadura y en esos intersticios se instala “Aballay”, borrando todo futuro: el gaucho como héroe inerte y su vida como símbolo de anulación ética no tendrán más avatares.
Simultáneamente, El fiord (1969) de Osvaldo Lamborghini y Moreira de César
Aira introducen otros modos, irrespetuosos, paródicos, histriónicos, de referirse a lo
popular-gauchesco, modos que se prolongarán en la década del ochenta con varias novelas
de Aira (Ema la cautiva, El vestido rosa) y con el irrisorio escritor-payador que resulta ser
el personaje de Waldo en La ocasión de Juan José Saer.

Pero este último avatar del gaucho-escritor no carece de paradójica grandeza. Aballay
es un héroe pasivo, fruto de una construcción que le es ajena y que se fundamenta en una
ausencia, en un vacío, en un silencio. Aballay, héroe triste, observador melancólico de un
pasado espléndido, de una escritura sin dificultades. Aballay, el héroe alejado, que renuncia, que se retrae en su propia duda y en su propia culpa, héroe cuyo único acto voluntario es la falta de voluntad (esa decisión de no actuar, lo que no impide que mate nuevamente). Aballay, imagen patética del que sería el último héroe argentino, el escritor, al que la sociedad entroniza en un lugar ambiguo, presente y borrado, sabio y mudo, pero que no puede sino contemplar en silencio un mundo sin héroes. El escritor, como el gaucho, sería, entonces, un héroe casual, un héroe sin atributos”.