En esta última etapa del año del taller empezaremos a asomarnos a la Nueva Narrativa Argentina, a raíz de las inquietudes que teníamos
sobre el tema, a las antologías aparecidas en los últimos tiempos, y al entusiasmo generado por las reflexiones del libro Los prisioneros de la torre, publicado
por Elsa Drucaroff, (Emecé), en el que se dispuso a analizar cuáles son los
efectos que la dictadura militar produjo sobre la nueva narrativa argentina.
La autora elabora series y estudia las diferentes “manchas temáticas”
que recorren las obras publicadas hasta 2007 de los escritores nacidos a partir de 1960. Al tiempo que da cuenta del estado del arte, Drucaroff se ocupa de
derribar el mítico enfrentamiento entre “babélicos” y “planetarios”, avanza
sobre las razones de la disociación entre los escritores y el público lector, y
discute con Beatriz Sarlo, a quien señala como una de las personas que abusa de
la “crítica patovica” y lee mal a los jóvenes escritores.
Plantea que “la
literatura, con la coartada de la ficción, de construir un mundo que no se
juzga en una relación de referencia con el mundo real, permite experimentar con
cosas que no serían tan fáciles de hacer. En
la literatura uno puede preguntarse cualquier cosa sin límites éticos,
políticos, ni siquiera lógicos. ¿Con qué se experimenta en la narrativa de
la postdictadura? La respuesta que doy es sesgada: desde mi respuesta, que no
pretende ser única, se experimenta con
la elaboración de los traumas argentinos de un pasado relativamente reciente
que recién ahora empieza a procesarse. Pero yo propongo una lectura, no
creo que sea la única lectura. La literatura no es sólo un laboratorio: son
muchos. Podría haber habido otras respuestas para el mismo recorte. Después de
todo, yo llamo “narrativas de postdictadura” y lo justifico, pero es un recorte
como cualquiera.”
Haciendo memoria. Babel y la Biblioteca del Sur. La ironía de
los derrotados y los que llegan después.
Cuando de los
setenta todavía no se había podido hablar, porque no se los podía pensar,
aparecen en los años 90, dos grupos nucleados en torno a una editorial y a una
revista cultural, y comienza a advertirse que hay una nueva mirada, diferente a las de quienes llegaron a la conciencia
política después de la dictadura, y no con el sueño socialista.
Los grupos eran:
- de un lado el de los autores que publicaban en la colección de Editorial Planeta (dirigida por Juan Forn), como Rodrigo Fresán,
- y del otro quienes se nucleaban en torno a la
revista Babel (por ejemplo, Sergio Chejfec, Luis Chitarroni, Sergio
Bizzio, Alan Pauls),
Comienzan las
diferencias en cuanto a que unos son más experimentalistas, y los otros son
escritores de mercado, que tienen obras apolíticas, a pesar de que van
cambiando con el tiempo sus posturas (admitidas o no), pero lo cierto es que algo
está cambiando: a veces son mencionados como prueba de una literatura
que tiende a la insensibilidad social, el acriticismo y la frivolidad, o que aburre
porque está escrita para el gueto de expertos en teoría literaria. Hablan en
presente, como si el tiempo se hubiera congelado y eso siguiera siendo lo único
que hay.
Sigue diciendo Drucaroff: “Sin embargo es con los que
nacieron alrededor de los 70 en la Argentina, quienes tienen para contar cosas
demasiado diferentes de las que, por ejemplo, podemos contar quienes fuimos
adolescentes o jóvenes cuando ellos nacían. Comienzan a aparecer antologías de
nuevos escritores argentinos. Los suplementos culturales ya preguntan por la
producción actual y algunas editoriales poderosas dan espacios. Después de la
crisis de 2001 surgen muchos pequeños sellos, revistas como Mil Mamuts o La
Mujer de mi Vida dedican sus páginas a esta literatura.
La característica más distintiva de la NNA
pasa por la entonación. La
entonación es eso que más conecta el lenguaje con las vísceras, el cuerpo, el
contexto inmediato, la valoración o actitud ante lo que nos rodea. Gritar,
susurrar, acusar, quejarse, ordenar, proclamar, denunciar, explicar, dudar,
bromear, ponerse serio, todo eso se manifiesta también con los tonos de la voz
y la literatura también hace sonar entonaciones de papel. La narrativa anterior entona grito, acusación, proclama, denuncia,
reflexión, explicación sesuda; si bromea, es con un fin serio: criticar y denunciar;
si juega (como jugaron, cada uno a su modo, Cortázar o Borges), es para
hacer preguntas filosóficas que no son juego. Serio concierto sinfónico que
inevitablemente tendrá timbales en su parte culminante: ésa es la música de
gran parte de la buena literatura anterior. La nueva se toma menos en serio. Predomina la socarronería, una
semisonrisa que puede llegar a carcajada o apenas sobrevolar, pero señala
siempre una distancia que no se desea recorrer: la que llevaría a tomarse
demasiado en serio.
Ninguna entonación
es un invento, menos en literatura. Esto no lo inventó la NNA, resuena de modos
diversos en algunos pocos escritores de generaciones anteriores, que no
casualmente están entre los que más leen los nuevos, o empiezan a ser valorados
como merecen sólo a partir de los 90: Hebe
Uhart, Fogwill, Ana María Shua, Silvina Ocampo, César Aira (que no me
gusta). Pero era una entonación
marginal, poco valorada en la narrativa anterior; ahora se desplazó al centro y
sus posibilidades se despliegan. Es como si lo que la Argentina hubiera
enseñado a los escritores nuevos fuera breve y simple: “No me crean nada”.
Cínicos,
lúcidos, bizarros.
Como cualquier buena literatura, la
NNA valiosa interpela con preguntas nuevas y, queriendo o no, no puede evitar
poner en jaque a la sociedad que la produce.
Recorriendo
novelas y cuentos. Aunque
estén incompletos, aunque falten nombres, aunque muchas de estas series se
entrecrucen y no haya espacio para desarrollarlas, tracemos recorridos en la NNA:
- Infancia e iniciación, narradas pocas veces desde el realismo “puro”, casi siempre desde uno agujereado por el exceso expresionista: Pablo Ramos, Selva Almada, Paula Varsavsky, Fabián Casas, Juan Incardona, Ariel Bermani.
- Textos relacionados lejanamente con:
ü el
“realismo social”, ahora despojado de dramatismo y urgencia, hasta teñido de
humor (Marcos Herrera,
Bermani, Fabián Casas, Alejandro Parisi, Ramos),
ü o
de absurdo, o siniestro, o casi de fantástico (Alejandra Zina, Mariana Enriquez, Beatriz Vignoli, Luis Sagasti,
Claudia Feld).
- Irrupciones del
fantástico donde, a diferencia de Borges o Cortázar, no se busca ni un
centro del mandala ni un saber (Gustavo Nielsen, Samanta Schweblin,
Fernanda García Curten, Alejandro López).
- Minimalismo para narrar (según autodefinición de Félix Bruzzone) una “juventud sin prioridades”: Eduardo Muslip, Federico Falco, Romina Doval, Ignacio Molina, Claudio Zeiger (en ellos funciona, pero se está volviendo receta).
- Pasado en
el presente: el traumático 1976 como fantasma, generaciones con la
conciencia atormentada por el peso de muertos que no conocieron y por la
complicidad nunca asumida de los vivos (Bruzzone, Ignacio Apolo,
Mariano Dupont, Alejandra Laurencich, Patricia Suárez, Martín Kohan,
Carlos Gamerro, Patricia Ratto, Mariano Pensotti, Guillermo Martínez).
- Visita cuidadosa a
géneros masivos:
ciencia-ficción (Alejandro Alonso), policial clásico (Guillermo Martínez,
cuentos de Eloísa Suárez), policial negro expresionista (Gamerro, Vignoli,
Pablo Toledo).
- El viaje, reformulado respecto de la antigua y
brillante serie que trazara David Viñas (Gabriel Vommaro, Suárez, José
María Brindisi, Carlos Schilling, Patricio Pron, Maximiliano Matayoshi).
- La pregunta por vivir y
escribir en las fronteras, en las obras de dos orillas de Ana Kazumi
Stahl y Andrés Neuman.
- La frustración política
argentina: Miguel
Vitagliano, Florencia Abbate, Gamerro y Pedro Mairal (en cruce con
ciencia-ficción).
- Los excesos del cuerpo, como si a falta de certezas fueran lo
único confiable (Fernanda García Lao, García Curten, Gabriela Liffschitz,
Andrea Rabih, Viviana Lysyj, López, Gamerro).
- Fascinación crítica ante
los medios masivos
(Juan Terranova, Ingrid Proietto, Bettina Keizman, Mairal, Vignoli).”
El punto de vista de Ana María Shúa.
¿A qué llamamos “nueva narrativa”?
“Desde Claudia Piñeiro a Samantha Schweblin, Andrés Neuman,
Hernán Vanoli, Ariel Bermani, Betina González, Paola Kaufmann, Mariano Siskind,
Florencia Abbate, Fabián Casas. Tal vez
Gabriel Bellomo, que no es tan joven.
Lecturas parciales, arbitrarias, que me permiten captar una nueva sensibilidad, inaccesible ya
para mi generación, hecha de trozos de este caos mezclado y confuso (¿como un
cambalache?) en el que vivimos. Y parcialmente virtual. Son diferentes entre
sí, no se dirigen a los mismos objetivos, vamos a necesitar todavía unos
cuantos años para verlos y poder analizarlos en conjunto.
Se dan el lujo (tan
sano) de olvidarse de Borges y Cortázar, que tanto pesó sobre los que
empezamos a publicar de los 60 a los 80. Están todavía librándose de la marca del minimalismo norteamericano, que guió a
algunos de la generación intermedia y dañó a la mayoría. Son escritores, buenos
escritores. Y ya veremos.”
Mataronakenny y la nueva literatura argentina.
MataronaKenny surgió en abril de 2004 con el objetivo de
leer, disfrutar, discutir y analizar poesía y narrativa de autores argentinos
cuyas obras empezaron a circular a partir de la década del noventa. Es
un grupo con una dinámica propia, formado por lectores y escritores de
distintas edades y procedencias, donde se intercambian diversos puntos de vista,
diversas maneras de aproximarse a lecturas e interpretaciones divergentes, no
dogmáticas. Fue fundado en la convicción de que es necesario abrir el debate a
todos los integrantes de la comunidad y restablecer el vínculo entre los que
leen y los que escriben.
ELEMENTOS QUE
REAPARECEN EN LOS AUTORES LEÍDOS
1-El tópico "memoria
falsa" (Apolo, Casas, Gamerro, Abbate): dificultad para recordar, para
reconstruir desde el recuerdo en principio una historia política coherente del
pasado que explique a estas nuevas generaciones, y por extensión, dificultades
con la memoria.
2-Juicio a los
setenta (Abbate, Terranova, Casas, más indirectamente Apolo y Gamerro):
trabajosamente la nueva literatura empieza a poder mirar con ojos propios el
pasado reciente argentino. La libertad
de poder imaginar ficción y reflexionar más allá de los discursos
oficiales de izquierda y del discurso facho (algo que las
nuevas generaciones
no han siquiera intentado en el campo del ensayo) parece
estar abriéndose
paso desde la literatura, el "cassette"
obligatorio de lo políticamente correcto,
en este campo tabú, empieza a desecharse.
3-Existencia vacía:
algunos personajes de los cuentos de Pedro Mairal, de la
novela de Abbate, la voluntad de "superficialidad"
y ausencia de conflicto psicológico en los relatos de Schweblin, la prescindencia
del joven narrador del cuento de Casas, los jóvenes que toman cerveza en
Bermani, el desesperado vacío del drogadicto de "Fulgores nocturnos",
todo esto parece apuntar, denunciándolo, a un
vacío que es de esta "mala época".
4-Mirada Distante,
no moralizadora: el tópico “existencia vacía” se correspondería con dos
entonaciones narrativas:
-Una desapasionada
y suavemente socarrona: con matices y grandes diferencias, predomina en la
estética de Schweblin, de Casas, de Bermani, de varios relatos de Mairal.
-Una frenética que
tapa un vacío: con matices y grandes diferencias, predomina en voces
narradoras de Gamerro, López, Apolo.
En los dos casos hay distanciamiento en la mirada del
autor, como si se desconfiara del compromiso emocional potente y se buscara una
estética que no hiciera perder la lucidez. Se busca que sea el lector el que
realice el trabajo de tomar posición sobre cuestiones morales, en un contexto
de descripción de lo cotidiano.
Rasgos estéticos
comunes:
Variantes del
humor tanto en la escritura como en la trama, por ejemplo: humor absurdo y
negro en Schweblin, y parodia en López. También se observa una gran velocidad en
la narración.
Convivencia con
los medios: los medios están incorporados en la escritura, tanto como un
dato de la vida cotidiana, se dialoga con ellos, como en la velocidad del
relato (López, Gamerro, Mairal, Abatte, Schweblin).
El caudillismo:
en la figura fuerte de Tamerlán, (Las Islas, Gamerro), en el psicópata poderoso
de El grito, de Abbate, el caudillo de “El Hambre” en Vinacourt, puede leerse
una figura de poder que se relaciona también con el caudillismo que marcó los
90 en la figura de Menem.
Samanta Schweblin.
Más que interesante.....
ResponderEliminarBesos. Moni