Polémico e ineludible
en la literatura argentina, Fogwill creó un personaje del que pocas veces quiso
escapar. Un personaje procaz, sincero, hipersexual, polémico. “Cada escritor
tiene su máscara y arma su pose. Mi pose es esta: yo siempre aspiro a mentir
con la verdad. Engañar de que valgo la pena diciendo que no valgo la pena”,
decía en una entrevista.
Rodolfo Enrique Fogwill (Buenos Aires, 1941-2010) alcanzó renombre,
primero, como directivo de empresas de publicidad y,
luego, como escritor. Obtuvo la licenciatura en Sociología en la UBA, donde,
además, se desempeñó como profesor
titular. Escribió poemas, cuentos, novelas, ensayos sobre temas relacionados
con la comunicación, literatura y política.
Se desempeñó también como empresario de la publicidad y
el marketing, donde alcanzó renombre. Muchos de sus eslóganes aún tienen
vigencia: “el sabor del encuentro” es suyo.
En el año en que la Argentina fue sede del mundial de
futbol, durante la dictadura de Videla, Fogwill, que por entonces dirigía una
agencia de publicidad, editó a los 38 años su primer libro: los poemas de El efecto de realidad.
En 1980 su cuento Muchacha punk obtuvo un importante
premio patrocinado por una empresa de gaseosas,
que le permitió dedicarse a escribir. Sin embargo, cuenta que, después de
cobrar el cheque y sorprendiendo a los editores, se sentó a negociar. “Les
dije: ‘Este libro vale tanto.’ Ellos querían publicarlo gratis, así que decidí
no cumplir las condiciones del premio, y listo.” Fogwill, su propio personaje,
empezó a hacerse conocido.
Algunos de sus textos integran diversas antologías
publicadas en Estados Unidos, Cuba, México y España.Fue traducido al francés, alemán, croata y mandarín. En 2003 ganó la beca Guggenheim y, al año siguiente, el Premio Nacional de Literatura por su libro Vivir afuera.
Hasta hace pocos años, Fogwill era un escritor de culto en América
Latina, alguien del que, con suerte, se había leído su prodigioso cuento Muchacha
punk. Hoy es un referente fundamental de la literatura argentina contemporánea,
alguien a la altura de Piglia y Aira.
Los Cuentos Completos incluyen veintiún textos escritos a lo largo de tres décadas y media (del 1974 al 2007). En su prólogo, Elvio Gandolfo señala que la antología "contiene seis o siete de los mejores cuentos de la literatura argentina". La lectura no deja dudas: junto a Muchacha punk, relatos como Help a él, Sobre el arte de la novela, Los pasajeros del tren de la noche, Restos diurnos y La larga risa de todos estos años, son más que suficientes para convertir a Fogwill en un imprescindible.
Los Cuentos Completos incluyen veintiún textos escritos a lo largo de tres décadas y media (del 1974 al 2007). En su prólogo, Elvio Gandolfo señala que la antología "contiene seis o siete de los mejores cuentos de la literatura argentina". La lectura no deja dudas: junto a Muchacha punk, relatos como Help a él, Sobre el arte de la novela, Los pasajeros del tren de la noche, Restos diurnos y La larga risa de todos estos años, son más que suficientes para convertir a Fogwill en un imprescindible.
Trazando un
recorrido por Fogwill.
La variedad de los registros hace que se pueda entrar a
este libro a partir de diversas perspectivas. Fogwill ha dicho que tiene una
preferencia por "las lecturas que atienden, más que a lo que sucede, a la
manera de narrar lo que sucede". Por eso son importantes sus
intervenciones en relatos clásicos, su reescritura y a la vez parodia y
actualización de El Aleph de Borges
en Help a él o de El almohadón de plumas de Horacio
Quiroga en Otra muerte del arte. Más
allá de la parodia, lo que llama la atención es la forma indirecta que encontró
Fogwill de narrar la política y el campo
social en los años de la dictadura y la guerra sucia. Es una forma que
tiene mucho que ver con la de Piglia en Respiración artificial (1980), la gran novela de ese período. Entre
ambos la relación fue particular: no hay momento en que Fogwill no ataque a
Piglia, pero, como dice Fabián Casas, "la contienda se salva en los
estantes de la biblioteca", y allí hay lugar para los dos.
Jerónimo Pinedo y Esteban Rodríguez, en la Revista Grieta, (La Plata 2000) decían de su escritura, a propósito de Vivir afuera: “…si hablamos del Punk, hablamos de un temperamento. Una fuerza que se incrusta para descuajeringar el concepto. Pero también se trata de una limitación, una incapacidad de las disciplinas para atrapar esas fuerzas que se amasan en la penumbra de la sociedad, a oscuras de la sociología. No se trata de reformularla, sino de destruirla. ¡Y a no tener miedo! Las prácticas y los lenguajes seguirán desperdigados como antes lo estuvieron en la profundidad que sobrevolaba la pretendida ilusión de las reglas del método.
La voluntad de
oscurecer, o voluntad de bruma, es una actitud, el no método; es rechazar
de plano que el otro pueda ser subsumido en nuestro sistema de explicaciones,
este no lo soportará y se resentirá al primer giro violento de lo que se quiere
contener. No decimos que la academia, la policía o la gestión, sean ignorantes
de este conflicto. Porque lo saben, hace tiempo que han eludido la posibilidad
de contener esos lenguajes y los han dado por inexistentes.
Pero la voluntad
de bruma sabe de batallas subterráneas, de herejías que convulsionan las
jerarquías institucionales, llámese prensa, academia o policía. Tres formas
de investigación, que son tres formas de espiar y, por añadidura, de delatar lo
que se prevé. Tres formas de recortar lo que permanece embutido. Vivir afuera es La patria vigilada de
los saberes vouyeristicos.”
Como en las novelas de Manuel Puig, a quien Fogwill
admiraba (“Sobre todo Cae la noche
tropical, que es puro registro, y un libro de una honestidad absoluta”), en
Vivir afuera se dan cita todos las formas
de hablar y de escribir: desde la conversación sexual hasta el lenguaje
estereotipado de la burocracia policial, todo encuentra un lugar en la novela
de Fogwill.
En Sobre el arte de
la novela (1993), el texto termina así: "... yo había salido sin documentos y no quería estar en la vereda ni a
borde del Peugeot, porque aquí sigue siendo peligroso andar sin documentos de
identidad".
La
violencia sádica de la pareja de La larga
risa de todos estos años (1983) es una manera de contar aquello que está
ocurriendo en el país: "Creo que todos vieron lo que fue pasando durante
aquellos años. Muchos dicen que recién ahora se enteran. Otros, más decentes, dicen
que siempre lo supieron, pero que recién ahora lo comprenden. Pocos quieren reconocer que siempre lo
supieron y siempre lo entendieron..."
Dijo Fogwill en una entrevista: Muchacha punk fue escrito de un tirón, en tres horas, como al
dictado de una voz -ajena-, al cabo de una noche de diciembre de 1978. Aunque
estuve semanas corrigiéndolo, dudo que la última versión haya perfeccionado en
algo lo que había ido desgranándose aquella madrugada de calor. El relato venía sobrecargado de propósitos
teóricos y abunda en guiños, anagramas, provocaciones al Estado policial de la
época e insidias a escritores de moda. Como suele ocurrir, todo eso pasó
inadvertido a los lectores y al jurado que le concedió el primer premio en el
certamen más concurrido de 1980. Paradojalmente, los auspiciantes del concurso -una
fábrica de gaseosas- quisieron publicar este relato bajo el lema «Cómo crean en
libertad los jóvenes argentinos». Yo era argentino, pera ya no era joven y por
entonces la noción de libertad me resultaba tan hueca y banal como ahora. Creo
que el relato es elocuente al respecto. Por efecto de éste y otros textos
contemporáneos más, yo, un hombre grande, comprometido en una carrera
empresaria, terminé creyendo que era un escritor y que debía escribir y cambiar
de oficio. Visto desde la perspectiva de la especie, puedo atribuir a Muchacha punk
el origen de una trama de malentendidos y desgracias a la que la presente
publicación viene a agregar un nudo. R. F. [aparecido en "Buenos
Aires, una antologia de nueva ficción argentina" de Juan Forn, ©1992
Editorial Anagrama].
“Fog-will” o el
deseo de la niebla.
Su hija, Vera Fogwill, en una entrevista de
Página 12, al cumplirse un año de su muerte, lo definía: “Mi padre para mí, como padre, fue un gran escritor. No se lo podía
molestar, no se le podía quitar minutos a su silencio ni a su pensamiento. Su
mejor novela es su vida, una vida más impactante que cualquier escrito que
hayan podido encontrar o leer de él y/o sobre él. La mejor literatura la hizo
en las noches arrullándome para dormir, jamás –mientras me tocaba estar con él–
me dormí sin un cuento de mi padre, jamás. Hasta de grande era capaz de meterse
en mi cama a contarme un cuento, pese a que yo, dormida, me sobresaltaba y le
decía: “¡Papá, ya estoy grande para cuentos!”, “¿Papá, estás drogado?”, “¡Papá,
soy tu hija!, ¡Papá!”.
No puedo dejar de pensar en que se fue literariamente
haciendo referencia a Piglia, con su respiración artificial. Era muy chica, se
publica Help a él y le había puesto
Vera a un personaje y Vera era una puta… Y esa puta soy yo, la diferencia es
que en ese entonces ni siquiera sabía lo que era coger. Poco entendía de la
referencia sonora a El Aleph, y el
juego con el nombre de Beatriz Viterbo para Vera Ortiz Bety. Yo cursaba tercer
grado y le pregunté, llorando: “¿Por qué le pusiste Vera a una puta que te
cogés y te mea? ¡Por favor, no se lo regales a mi maestra, papi!”. En ese
entonces no había Veras, así que esa Vera para la nena que era entonces sólo
podía ser yo. Él sólo me contestó otra cosa: “Vera es la verdad, estar cerca de
ella, en la orilla. Eugenia, tu segundo nombre, es el origen de la génesis del
gen, del genio”, que me dio origen, y estaba hablando de él, claro. Y agregó: “Fog-will es y será siempre estar entre la
niebla, tinieblas, o mejor aún: el deseo de ellas”. Pero se parece más
sonoramente al fuck.”
Y aquí va un fragmento, breve, de su poesía: de
CONTRA EL CRISTAL
DE LA PECERA DE ACUARIO (1999).
La tibia luz
azul
titila en la pecera
la tibia luz
titila
azul
por la pecera
de nuestra era
tibia
la luz
de la pecera
titila
en nuestra era
en la era
de la pecera
de acuario
en la era titilante
y tibia
¡Somos
los entibiados!
los que en la era
de la pecera
nadando
acariciamos
el cristal
que reproduce
la tibia luz
de nuestras formas
reflejas
Aquí
reflejo
somos
juntos
en la pecera
estamos
puros reflejos
de la pecera
nadando
solos
nos deslizamos
envueltos
en su atenuada
y tibia
luz
luz azulina
no mortecina:
medida
retenida
luz contenida
en el vacío artificial
donde la ínfima materia
repite, contenida
su combustión artificial.
Pienso que Fogwill es de esos escritores que uno no puede dejar de lado, podés intentar ignorarlo, podés incluso decir "que bárbaro"!, podés escandalizarte y hasta te puede producir rechazo, pero lo que seguro no podés es evitarlo. Sus cuentos, no todos, pero algunos te marcan a fuego, los que se nombran aquí y muchos otros. Tengo sus cuentos completos y también esa novela Los pichiciegos (literatura que se da en las escuelas). Aún hoy me pregunto como pudo, como su imaginario anticipó lo que finalmente ocurrió en la guerra de Malvinas, ¿Cómo?. Leo sus opiniones y los comentarios de su hija Vera y es a la vez de conmovedor, ciertamente aterrador. Cierro: me gusta lo que escribe y dice Fogwill, pero a la vez me asusta que se pueda decir y escribir de esa forma.
ResponderEliminarDaniel: creo que la literatura de Fogwill (ese “que diga y escriba de esa forma”) no es lo que asusta, a mi entender. Es sumamente bizarro, y ésa es su marca, lo que puede gustar o no, -eso es sumamente personal-, pero ese tono característico suyo, que en su momento era prácticamente marginal, me parece que ahora admite ser leído de otra manera, porque pone en jaque a toda una época con una lucidez necesariamente oscura: entre la dictadura, el delirio de Malvinas, y los comienzos de una democracia que mostró su hipocresía con el cinismo de la fiesta menemista, el interés por lo bizarro es, en este contexto, una especie de modo profundo de realismo.
ResponderEliminarUn abrazo,
Graciela.