Fabián Casas, nacido en Buenos Aires, en 1965, (concretamente en el barrio de Boedo), es un
referente de la llamada generación del 90, aquel movimiento literario que le
sacó solemnidad y le dio vida a la poesía argentina. Va contra la corriente de la industria cultural, y es amigo
de las mezclas de géneros y estilos literarios (practica la poesía, el ensayo y
la narrativa), además de buen lector de Gianuzzi, Vonnegutt, Borges, T.S.
Elliot, Schopenhauer y tantos otros.
Probablemente la de Fabián Casas haya sido la
escritura que más se universalizó: su imaginario, entre el barrio y la
filosofía oriental, se concretó en una especie de memoria común generacional y
encontró así su lugar en la sensibilidad de una época.
Sabemos que cada época posee una episteme, un
conjunto de relaciones entre prácticas discursivas comunes que constituye el
modo de lenguaje propio de esa época.
O un Zeitgeist, término alemán que significa
"el espíritu (Geist) del tiempo (Zeit)”, es decir, los caracteres
distintivos de las personas que se extienden en una o más generaciones
posteriores y en las que, a pesar de las diferencias de edad y el entorno
socio-económico, prevalece una visión global para ese particular período.
Por eso vamos a intentar un breve recorrido por
parte de su obra, y con el aporte de material extraído de entrevistas, para
encontrar algunas pistas suyas, y de la época que refleja.
Estudió Filosofía y comenzó a trabajar como
periodista en el diario Clarín, a comienzos de los '90. Fue también editor del
diario deportivo Olé. Se desempeñó en la revista deportiva El Gráfico y luego
pasó a ser subeditor general y editor general del semanario El Federal . Su
carrera literaria se inició también a comienzos de la última década del siglo
XX, con la fundación de la revista de poesía 18 Whiskys, junto con otros poetas
de su generación, Para la misma época, publicó "Tuca", su primer
poemario, que fue señalado como emblema de una corriente objetivista. Algunos
de sus escritos en blogs forman parte de su libro "Ensayos bonsái",
junto con textos de mayor aliento. En 1998 participó del Programa Internacional
de Escritores de la Ciudad de Iowa, EE.UU. En 2007 recibió en Alemania el
Premio Anna Seghers por, en palabras del jurado, «poseer una lírica
extraordinaria y ser su obra una fuente de inspiración para los autores de América
Latina» . Una antología de sus poemas salió en Alemania en el 2009 (traducida
por Timo Berger).
El
mundo de Casas: Un veterano del pánico.
A los treinta años tuvo una depresión clínica, y un amigo suyo le dijo "vos lo que tenés
es el horla". A la semana le trajo El Horla, el cuento de Maupassant. Cuando lo leyó identificó lo que le estaba pasando, y según cuenta en
una entrevista, “le puse un nombre a mi
enemigo. Pero entendí que ese enemigo era también mi maestro, y tenía que
aprender de él. Un maestro muy duro, muy estricto. A su vez, entendí que yo
vivía en una ciudad construida por el horla, y es una ciudad armada con muchas
ciudades en donde estuve, en donde viví. Con eso fui construyendo al Horla
City, la ciudad del miedo”.
Maupassant contaba las supuestas alucinaciones del
protagonista, el cual siente la presencia de un ente que él llama El Horla. Como consecuencia de haber
saludado el paso de un extraño barco,
que venía literalmente "del Otro Mundo". A lo largo del relato, el
protagonista muestra la angustia que se va apoderando de él, y ve cómo ese algo
o alguien está introduciéndose en su vida de forma velada e intangible. Empieza
teniendo pesadillas hasta que por último, llegará a ser supuestamente poseído
por la criatura, que gobierna todas sus acciones e incluso sus pensamientos.
Sigue diciendo Casas: “Por suerte solucioné la
vida económica con el periodismo, porque entre libro de poemas y libro de
poemas tardé siete años. A mí me gusta publicar y que me lean, pero puedo
escribir sin tener un lector. No tengo el ego de la obra. Ese es el lado bueno
mío.
— ¿Y el lado malo?
— El miedo. Veo lo horrible que es el mundo y digo:
“Esto es una comida espesa y me dieron una cuchara de plástico de avión para
revolver un guiso espesísimo”. Contra eso, karate, whisky, tranquilizantes. La gente lee libros míos y creen que soy el
Buda. Y yo les digo: “Sí, el Buda del Rivotril”.
Le han preguntado cómo maneja en
estos tiempos un escritor argentino la influencia de Borges, a lo que él
responde: “Borges es una de las principales influencias para un
escritor argentino, yo la manejo con total libertad, es un gran palacio para ser saqueado hasta dentro de la heladera”.
¿Sobre qué escribe? Dice: “Hay un poeta que se llama Hofmannsthal.
Él decía que la fuerza del círculo vence a la muerte. Yo pienso que escribo
sobre un círculo y ese círculo son mi primo, mis hermanos, mi papá, mis amigos.
Aparecen todos en un poema, y después en un ensayo y después en un cuento y
después en otro poema. Escribo sobre la fuerza del círculo”.
Ensayos.
Los recorridos que propone Fabián Casas en Ensayos Bonsai suelen
ser impensados: puede saltar del concepto de Spinoza del poder, a un
ensayo de Marcelo Cohen sobre las letras argentinas y más adelante de algo que
le causaba gracia a Kurt Cobain, a la búsqueda de una zapatería en el barrio
que fue invisible hasta que la necesitó.
Puede hablar de El escritor argentino y la
tradición de Borges,
de los prólogos de Gombrowicz a Ferdydurke y de Arlt a Los lanzallamas, todo esto rematado con el instinto
milenario de su perra para cavar concienzudamente un pozo.
Mundiales de fútbol e iconos del rock, la familia y
los amigos, la poesía de Eliot y de Daniel Durand, tramos de películas y
pensamientos de filósofos… todo ello compone parte de estos ensayos.
En el lugar donde se cruzan la sabiduría oriental,
el rock, los ideales de los revolucionarios mesiánicos, los grandes poetas
americanos, y el fútbol, ahí se asoma la escritura de Casas: el boedismo
Zen.
Me estimula mucho que me digan
que una cosa no puede cruzarse con otra: ¿por qué no?, se pregunta
Casas.
Breves apuntes de autoayuda.
Editado en
Buenos Aires, por Santiago Arcos en 2011, el estilo "fácil", coloquial,
conversacional de Casas logra que pueda hablar de cosas serias y hacer reír a
la vez. En el diario chileno La Tercera, del 27 de agosto de 2011, comentaban:
“Breves
apuntes de autoayuda es un
antídoto ideal para el lector que cree que la literatura es necesariamente
solemne y para el escritor que se siente obligado a forzar la mano para decir
cosas trascendentes. El Casas crítico
habla de libros y canciones sin distanciarlas de la vida, como parte de una
cotidianeidad en la que se discute con la pareja qué película ver juntos y con
los amigos qué escena hace inolvidable a una novela (en La Liebre,
de César Aira, Pedro Mairal dice que son las abdominales que hace el dictador
Rosas "ni bien se levanta"). Aquí no solo importa el contenido sino
la forma: los colores, los olores y las texturas de los libros. Hay riesgos
inevitables y asumidos en esta postura: el Casas que desdeña los libros
digitales porque "no es lo mismo leer Guerra y Paz en una
cajita virtual que en hojas, que es lo mismo que decir, días, horas, noche y
pasión" suena muy fundamentalista (yo también soy un fetichista de los
libros, pero he leído a Henry James en un Kindle y a Flannery O'Connor en un
iPad y tanto James como O'Connor han sobrevivido muy bien a los nuevos
dispositivos de lectura).
Para Casas,
la inteligencia del escritor está sobrevalorada ("la inteligencia es algo
que puede tener cualquiera"). Pese a eso, hay frases inteligentes por
todas partes ("Sucede en el futuro porque es de Ciencia Ficción aunque la
ciencia ficción, en realidad, suceda en el pasado"). Casas prefiere la sensibilidad del escritor, su generosidad,
su capacidad para tantear en el abismo y también para abrir puertas para otros.
Eso lo lleva a excesos sentimentales (de verdad, ¿Borges es Borges debido a que
Norah Lange lo dejó por Oliverio Girondo?) y a aciertos entrañables:
refiriéndose a Fogwill, escribe: "Ahora digo que toda su obra -que es
grande- no le llega ni a los talones a él. No extraño sus cuentos, no extraño
que no escriba más, que no vaya a leer cosas nuevas suyas. Extraño su voz, su
risa. Su generosidad. Su mal genio".
Los Lemmings
y otros: entre la
disolución del yo y el boedismo zen.
Nos cuenta Andrés Laguna:
Nos cuenta Andrés Laguna:
“Los Lemmings y otros está
compuesto por una serie de relatos que suceden en el barrio porteño de Boedo,
protagonizados por un puñado de personajes inolvidables, ambientados en un
tiempo pasado que no necesariamente fue mejor pero que indudablemente es
imborrable. La intensidad y la verosimilitud de las voces que protagonizan los
textos, el compromiso que tienen con las historias que se le develan al lector,
hacen que nos sintamos tentados de creer que el libro no es más que una breve
colección de memorias, de extraordinarias historias autobiográficas. Pero, poco
importa si Casas vivió lo que nos cuenta, poco importa si se inventó un
alterego que aguante mejor que él las aventuras y las desventuras literarias,
poco importa si esto no es más que una transcripción de las peripecias de sus
conocidos. Lo que hace a Los lemmings y otros un libro que
vale la pena leer es la aproximación a los temas y a los argumentos que se
relatan.
En manos de un autor con menos talento, estas historias no hubiesen
sido otra cosa más que ese tradicionalismo porteño burdo, que suele camuflarse
como buena literatura. Casas es un autor sensible, con influencias e intereses
diversos, que tiene una curiosa relación con la vida, el cosmos y la
literatura. Así como es evidente que lee poesía –por el tratamiento del
lenguaje, por la precisión con las palabras-, también se nota la importancia
que tiene el pensamiento filosófico en su obra.
No sólo por las constantes y
entretenidas referencias a autores como Schopenhauer o Wittgenstein. Por esas
extrañas coincidencias de la vida, desde Boedo, Casas se relacionó con el
budismo zen –se sabe que es un tipo que practica muy seriamente el karate y la
arquería, entre otras disciplinas orientales-.
Eso ha sido determinante para su
obra y para su forma de escribir. En la presentación mencionada, Casas aseguró
algo que ya había leído en varias entrevistas, que cuando escribe busca que su
voz se diluya para que las voces de los personajes crezcan, para que se
apropien del texto.
Si el zen reza que se debe caminar sin dejar huella, en la
literatura de Casas aparentemente el ideal fundamental es que el autor escriba
sin dejar huellas. Es decir, no debe ser más que un intermediario entre el
lenguaje y los personajes que adquieren una vida propia, una voz propia. Ese es
uno de los enormes puntos fuertes de los relatos incluidos en Los
lemmings y otros, la voz de Fabián Casas se diluye en la de Andrés Stella,
en la de Máximo Disfrute o en la del japonés Uzu. Tal vez la literatura para
Casas no es otra cosa que la disolución
del yo, del ego, para así dar paso a la creación pura, que aunque se
alimenta de recuerdos, de relatos ajenos o de la realidad asimilada, permite
que otros personajes adquieran vida propia y protagonicen su propio mundo, sus
propias vidas, su singularidad. La literatura para Casas tal vez es la conexión
con la creación misma, con lo trascendental, es la desaparición absoluta del
ego del autor, de ese yo que corrompe la literatura, es el someterse ante la
enormidad de la obra. Supongo que justamente por eso en uno de los relatos más
notables del volumen, el que recuerdo con mayor intensidad, titulado “Asterix,
el encargado”, todo un conjunto de situaciones bizarras y de personajes
entrañables, se ponen al servicio de la narración del satori –la iluminación
budista- que tiene el narrador. Cuando está viviendo una de las mayores crisis
de su vida, está deprimido, no tiene trabajo, su chica lo acaba de dejar, su
gato ha desaparecido, gracias al encargado, al portero de su edificio, se
adentra en el barrio boliviano, se somete a una suerte de Tinku y justo cuando
pierde la individualidad, cuando se hace invisible, encuentra su lugar en el
mundo”.
Los lemmings y otros es
una obra que está llena de momentos cómicos, frustrantes, dramáticos,
patéticos, enternecedores. Lleno de frescos de la infancia, de la
adolescencia, de la época menemista, del mundillo literario, del fútbol (jamás se debe olvidar que
Casas es un hincha feroz de San Lorenzo).
Nos contamina con nostalgia, nos hace morir
con honor y llegar a nuestras profundidades, aunque sin tomarnos muy en serio.
Para después poder seguir con la vida.
Y para finalizar el recorrido de hoy por Casas, va
uno de esos poemas suyos:
Cancha
rayada.
Caminamos, con mi viejo, por
la playa de estacionamiento.
Es un día de calor sofocante
y en el asfalto recalentado
vemos la sombra de un pájaro
negro
que vuela en círculos,
como satélite de nuestra
desgracia.
Una multitud victoriosa, a
nuestras espaldas,
ruge todavía en la cancha.
Acabamos de perder el
campeonato.
La cabina del auto es un
horno a leña;
los asientos queman y el sol
que pega
en el vidrio, enceguece.
Pero no importa, como dos
bonzos
dispuestos a inmolarse,
nos sentamos y enciendo el
motor:
Fabián Casas y su padre
Van en coche al muere.
Hola Cronotopo taller, me pareció muy interesante el "mundo" Fabián Casas, y me gustaría saber que se ha leído para comenzar a conocerlo.
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