El tiempo y el espacio del taller de lectura plasmado para:



leer de diferentes maneras (por arriba, por abajo, entre líneas, a fondo, participando del texto, recreándolo),



dar cuenta de los procesos culturales en que surgen y son comprendidas o cuestionadas las obras literarias,



pensar (discutiendo, asombrándose, dejándose llevar por lo que los textos nos dicen -pero parece que no dijeran-),



y por sobre todas las cosas, y siempre, disfrutar de la buena literatura.








viernes, 10 de junio de 2011

Cerrando el ciclo de cuento norteamericano: Eudora Welty y Alice Munro


Eudora Welty nació en Jackson, Mississippi, el 13 de abril de 1909, y allí murió, a los noventa y dos años, el 22 de julio de 2001. Nunca se casó y pasó la mayor parte de su vida, hasta su muerte, en la casa natal que su padre había construido y en la que ella había crecido. Descrita por los que la conocieron como educadísima, encantadora, siempre amable y humilde, nadie consiguió, sin embargo, traspasar el atractivo exterior y conocer su intimidad. Procuró llevar una vida “resguardada”, como ella misma la definió en su escueta y delicada autobiografía, La palabra heredada. Pilar Marín, abre el prólogo a su edición de Las manzanas de oro (editorial Cátedra, 2003), con esta misma cita, que continua: “Una vida resguardada puede ser también una vida atrevida. Porque todo atrevimiento serio procede del interior”. Primera señal de aproximación a esta autora.
Segundo indicio. Su obra se encuentra enraizada totalmente en lo que se conoce como el Sur profundo de los Estados Unidos. Prácticamente todas sus novelas y cuentos se desarrollan en el Sur, especialmente en Mississippi, en el espacio narrativo-geográfico creado por ella, llamado Morgana. Aquí aparece este nuevo cronotopo, noción que acuñó el teórico de la literatura Mijail Bajtin en 1989 para referirse a las formas en que las novelas relatan el tiempo y el espacio, creando escenarios dialógicos en los que los sujetos interactúan de una forma particular.
«Las manzanas de oro» constituye en opinión de la crítica su mejor obra. Los relatos reunidos por la autora bajo ese título están ordenados en función del hilo narrativo, que nos cuenta la historia de los habitantes de una ciudad, las relaciones entre ellos, como si de una gran familia se tratara unida no por lazos de sangre, sino por una extensa red de conexiones. Morgana, la creación de un cronotopo,  territorio  donde reina la educación, las maneras corteses de la gente, aunque por debajo asome la frustración, la violencia y la hipocresía.


La diferencia entre el norte y el sur de EE.UU resulta hoy menos perceptible que durante la juventud de Eudora Welty. Entonces el ambiente sureño se presentaba en imágenes idílicas, pobladas de esclavos de color felices y caballeros de maneras refinadas, pero cuya utópica vida social ocultaba la auténtica realidad humana que Welty y Faulkner, entre otros, desvelarán utilizando diferentes registros narrativos y lingüísticos. 

Tercera señal. Sergio Pitol,  en El mago de Viena y de nuevo Hamlet, dice:
“Eudora Welty, una excepcional narradora del Sur de los Estados Unidos a quien admiro desde hace muchos años. La leo y releo con la mayor atención; en sus narraciones las cosas parecen muy sencillas, insignificancias de la vida cotidiana o momentos terribles que parecen insignificancias; sus personajes son excéntricos, y al mismo tiempo muy modestos como es todo el entorno. Uno podría pensar que estarían desesperados en el minúsculo mundo que habitan, pero es posible que ni siquiera hayan reparado en la existencia de ese mundo. Son auténticamente “raros”. Provincianos, sí, pero excéntricos de pura raza. Otra notable escritora del Sur, Katherine Ann Porter, señaló en alguna ocasión que los personajes de Eudora Welty eran figuras encantadas que para bien o para mal están rodeadas de un aura de magia. Pero en sus páginas esos pequeños monstruos humanos no aparecen en absoluto como caricaturas sino que están retratados con naturalidad y dignidad.

He comentado en varias ocasiones con amigos escritores las virtudes de esta dama; la conocen poco, no les interesa; dicen haber leído algún que otro cuento suyo del que recuerdan poco. Están en lo cierto cuando de inmediato, como a la defensiva, afirman que carece de la grandeza de William Faulkner, su célebre coterráneo y contemporáneo, cuyas tramas y lenguaje han sido parangonados tantas veces con las historias y el lenguaje de la Biblia. Los libros de la señorita Welty están muy lejos de ser eso, es más, son su revés: un desfile de presencias diminutas, paródicas, trágicogrotescas, que se mueven como marionetas trepidantes en algún pueblo o pequeña ciudad de Mississipi, de Georgia o de Alabama durante los años treinta o cuarenta de este siglo”.

Y, para ser más específicos, respecto de  la comparación inevitable con Faulkner,  Eudora (junto a otras escritoras como Carson McCullers, Katherine Anne Porter y, más tarde, Flannery O’Connor),   fue fiel a la tradición faulkneriana de “enfermedad, muerte, derrota, mutilación, idiotez y lujuria”,  con el plus de haber creado “el reverso femenino de Yoknapatawpha, porque con ella se puede  descubrir qué hacen las mujeres del Sur (de ese lugar literario conocido como El Sur) mientras los hombres cazan osos, pierden sus haciendas o se matan unos a otros”, como sostienen en El lamento de Portnoy.


“La llave” y “¿De dónde viene la voz?”. 

La llave” es el logro y el fracaso de la comunicación. Se trata de un cuento sin voces audibles dentro de la ficción, -ya que sus personajes son sordomudos-, en el cual vemos a un personaje descubrir el misterio de otros. Al tratarse de un relato sin sonido, Welty, la observadora, la amante del detalle, aparece con toda su fuerza.
Por oposición, “¿De dónde viene la voz?” es la creación de un personaje únicamente a través de su voz; no hay espacios ni tiempos definidos, aunque la voz misma esté impregnada del espacio y del momento de donde brota. La voz es la que crea el suspenso que lleva a la intensidad final.
La misma Eudora Welty, en Los comienzos de un escritor, cuenta la génesis de este cuento:
"Hay una historia que la rabia encendió ciertamente. En los años sesenta, en mi ciudad natal, al líder social y activista civil Medgars Evers lo asesinaron al amparo de la noche, yo escribí una historia ,apenas me enteré de la noticia, sobre el asesino, titulada : " ¿De dónde viene esa voz?". Todo esto me produjo ira y frustración, al tener que sentir la necesidad de entrar en la mente del criminal y sentir la piel de una persona, la cual solo sentía repulsión y asco por ella. Probando mis límites, la escribí en primera persona....siempre es un reto, escribir desde la piel de otra persona, para los escritores de ficción, siempre es el primer paso, así como el último."


Finalizando el ciclo de Cuento norteamericano II:
Cerramos el círculo con Alice Munro. “Las lunas de Júpiter”: ser o no ser un satélite de los otros.

Esta escritora  canadiense, probablemente la mejor narradora contemporánea de América del Norte, se ha declarado admiradora confesa de Eudora Welty.
Según contaba en una entrevista, la autora nacida en Toronto en 1931, pretendía escribir novelas, pero siempre había algo incidental en su vida que la interrumpía, y poco a poco, eso la llevó a convertirse en una auténtica maestra del relato. Sus historias tienen la melancolía americana de Carson McCullers, Eudora Welty, Raymond Carver e incluso Richard Ford, pero también la profundidad de los mejores cuentos de Chéjov.
  Los cuentos de Las lunas de Júpiter indagan en la vida de mujeres atrapadas en la rutina, invisibles, abnegadas y aparentemente conformadas con ser un mero satélite del marido o el padre enfermo al que cuidan, pero esperando, siempre, encontrar un instante de pasión, por breve que sea, que devuelva un poco de brillo a su existencia.  
  En Tertulia Porvenir XXI reseñan que el modo de narrar de Munro exige una actitud lectora especial, apreciativa de los detalles y de la sutileza más que de las grandes explosiones narrativas o los giros sorprendentes. En sus relatos no pasa casi nada, lo que hay son tensiones, sentimientos, decepciones, muchas veces más sugeridos que analizados. Se podría decir que son relatos chejovianos, aunque con menos dramatismo o teatralidad.

Su principal arma para transmitir la consternación frente a la densidad de lo que pasa es una adjetivación certera, y el uso reiterado y al mismo tiempo sutil de adverbios. Con eso logra abarcar sugerentemente el punto de vista o la particular perspectiva de las mujeres.

Con este material damos por terminado este ciclo, y nos preparamos para el próximo del taller: Cuento argentino.


1 comentario:

  1. Graciela, quedé realmente IMPACTADO por la forma de escribir de Eudora Welty, La llave, La voz... dos palabras tan simples pero cuánto simbolismo, cuánto dicho sin decir. Excelente.

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