El tiempo y el espacio del taller de lectura plasmado para:



leer de diferentes maneras (por arriba, por abajo, entre líneas, a fondo, participando del texto, recreándolo),



dar cuenta de los procesos culturales en que surgen y son comprendidas o cuestionadas las obras literarias,



pensar (discutiendo, asombrándose, dejándose llevar por lo que los textos nos dicen -pero parece que no dijeran-),



y por sobre todas las cosas, y siempre, disfrutar de la buena literatura.








jueves, 30 de septiembre de 2010

Lorrie Moore: "nada, nadie, dura..."

Ya hemos pasado por Carver y Cheever, y ahora continuamos con Lorrie Moore, directa heredera del incisivo realismo norteamericano contemporáneo. Nacida en 1957 es oriunda del Este, pero vive desde hace años en el Oeste de Estados Unidos, y ha dicho en una entrevista, a propósito de lo relevante que es la mirada geográfica cuando analizamos esta narrativa: "Aquí hay un muy buen resumen de la sociedad estadounidense. Al principio no era consciente de eso, de todo lo que había aquí, y ahora estoy tratando de reflejarlo. Éste es un micromundo del país con todos sus microambientes políticos, culturales, sociales y de sueños".
Sus características: disecciona el discurso multicultural construido desde la clase blanca y enumera sus contradicciones y efectos perversos; desnuda a una generación -ahora en la cuarentena- de sus defectos y sus contradicciones; denuncia las prácticas inmorales de un sistema político que utiliza la desesperanza y desorientación de sus generaciones más jóvenes para nutrir sus guerras de mano de obra gratuita; o ensalza el espíritu de sacrificio y de trabajo denodado de las familias norteamericanas, si bien no le tiembla la mano a la hora de echar luz sobre sus defectos más evidentes.


En “Cómo convertirse en escritora”, uno de los cuentos de su primer libro (Autoayuda,1985), la escritora neoyorquina aconseja lo siguiente:


"Primero, trata de ser algo, cualquier cosa pero otra cosa. Estrella de cine/astronauta. Estrella de cine/misionera. Estrella de cine/maestra jardinera. Presidente del mundo. Es mejor si fracasas cuando eres joven –digamos, a los catorce-. Una desilusión temprana, crítica es necesaria para que a los quince puedas escribir largas oraciones en forma de haiku sobre el deseo que no se realiza (…) Muéstraselo a tu mamá. Ella es dura y práctica. Tiene un hijo en Vietnam y un esposo que tal vez tenga una amante. Cree en usar marrón porque eso no deja ver las manchas. Mirará con rapidez lo que escribiste, después te mirará a ti de nuevo con la cara vacía como un donut. Dirá:

-¿Qué te parece si vacías el lavaplatos?

Desvía la vista. Empuja los tenedores dentro del cajón. Accidentalmente, rompe uno de los vasos que dan gratis en las estaciones de servicio. Esto es el dolor y el sufrimiento que se requieren. Esto sólo para empezar.”

En la obra de esta autora –y quizá es por eso considerada una de las legítimas legatarias de Carver, precisamente- algo siempre se está terminando. Aún cuando se trate de un romance flamante (“siéntete descubierta, reconfortada, necesitada, amada, y empieza, a veces, de alguna forma, a sentirte aburrida”). Aún cuando se trate de uno enraizado (“despiértate una mañana con un hombre con el que creías que ibas a pasar el resto de tu vida, y date cuenta, una roca en la boca del estómago, de que en realidad ni siquiera te gusta”).

Por detrás de descripciones, magistralmente alcanzadas más allá de cualquier simple adjetivación (“tenía el pelo confiado y los cosméticos de una mujer que ha vivido en New York, una mujer que sabe con enorme cansancio cómo hacer el nudo de una bufanda”), y relatos siempre plácidos y ágiles, todo es ironía –de la más chispeante y cruda- para echarnos en cara que la soledad existencial es inevitable. Una certidumbre que la protagonista de algún cuento, en brazos del insomnio, nos brinda así:


“Algún día, como todo el mundo, este hombre al que realmente amas, va a morirse. No importa lo mucho que lo ames, no puedes salvarlo. No importa lo mucho que lo ames: nada, nadie, dura”.