El tiempo y el espacio del taller de lectura plasmado para:



leer de diferentes maneras (por arriba, por abajo, entre líneas, a fondo, participando del texto, recreándolo),



dar cuenta de los procesos culturales en que surgen y son comprendidas o cuestionadas las obras literarias,



pensar (discutiendo, asombrándose, dejándose llevar por lo que los textos nos dicen -pero parece que no dijeran-),



y por sobre todas las cosas, y siempre, disfrutar de la buena literatura.








viernes, 17 de septiembre de 2010

Cheeverianas

El universo de John Cheever (1912 - 1982) está formado por la clase media norteamericana, puesta por el autor bajo un microscopio para conseguir hacer un retrato de la manera que tiene de entender la vida y cuáles son sus vicios, sus miserias, sus infelicidades, sueños destruidos, especialmente sobre su día a día.

Lo que hace Cheever es mirar a sus personajes tan de cerca que la aparente normalidad de sus vidas y sus actitudes caen por su propio peso y muestran lo extraordinario.

Si bien es cierto que los estadounidenses parecieran tener una inclinación frecuente en apodar de “Chejóv” a cada escritor de cuentos que tiende a descollar entre sus pares, -y esto también ha ocurrido con John Cheever, a quien con frecuencia se le da el mote del "Chejov de los barrios residenciales", en su caso lo paradigmático es la detección de la grieta que se esconde bajo el interior reluciente, y el manejo de la ironía.  Los cuentos de Cheever suelen terminar como empezaron. Después de explorar la grieta del hogar, el narrador agarra la brocha y disimula las fisuras con una mano de pintura. Un párrafo que restablece el orden o, mejor, devuelve a los personajes al utópico refugio familiar.


Lo llamativo es la honestidad con que Cheever explora en los escondrijos del deseo. En esa humanidad radica buena parte de la universalidad de Cheever. Sus personajes están lejos de la consecuencia, pero el autor bien sabía que él no era mucho mejor que ellos. Son los claroscuros los que los vuelven reconocibles..

Su maestría para el relato fue reconocida por sus contemporáneos y hoy se le considera un clásico del género.

La escritura de Cheever ha bebido sin duda del caudal de algunos autores de la "generación perdida", especialmente de Hemingway y Scott Fitzgerald.
 
Sus relatos pueden llegar a producir un tipo muy concreto de horror. Porque el mal acecha la vida cotidiana, que consideramos pacífica y segura, pero que siempre está a punto de venirse abajo. Emplea para transmitir este desasosiego frases breves, claras y concisas, una sutil ironía no desprovista de cierta acidez, y compone escenas memorables que, unidas a sus personajes extravagantes, ricos, entrañables, atormentados, producen un vuelco en la sensibilidad del lector.